Rostros migrantes: Lila
Por Mariana Brito Olvera para Marcha
El mejor tereré es el de Lila. En verano, cuando todxs vamos un poco cortos de respiración por el calor y la humedad de Buenos Aires, Lila siempre viene fresca a tu encuentro con un tereré. Le pone al agua fría unas hierbitas, que nunca sé lo que son, pero cuando bebo, me doy cuenta de cómo una simple ramita cambia todo el sabor de litros y litros de agua. Luego deja caer lentamente el hilo de agua sobre la yerba, y al sorber se te pone toda la boca llena de sabores que nos recuerdan otras épocas del año menos calurosas.
Lila tiene zapatos, pero no los usa. Esa es una cosa que nunca voy a entender. Porque hay más de treinta y seis grados centígrados y Lila va caminando con los pies pelados sobre el asfalto. Le preguntamos si no se quema y ella dice que no, que así se siente más cerca de su tierra. La primera vez que la vi no pensé que estuviera descalza. Estábamos creo en Plaza de Mayo, caminando en círculos allí una vez tras otra, acompañando a las mujeres fuertes y memoriosas. Me había dado mi primer tereré y caminaba al lado nuestro. Después se adelantó y ahí vi que traía los pies desnudos. Lila tiene los pies duros y fuertes. Mis zapatos se rompen a veces y son frágiles, pero los pies de Lila son como una suela protectora de cualquier vidrio o piedra que haya en el suelo.
Lila tiene una relación secreta con el sol. No sé si tendrá algo que ver con los amplios caminos andados, pero hay algo en la forma en que se deja acariciar naturalmente por él, como si hubiera un lenguaje oculto entre la luz y el cuerpo en que se posa, la frente amplia y tostada, las piernas gruesas y atezadas. Si tiene sombrero, no lo usa, y prefiere cerrar los ojos y hacer un poquito la cara para arriba, y entonces sus pestañas se rizan y parece que también se comunican con el sol.
Pero Lila tiene otros secretos además del sol, otras cosas que no puedo conocer de ella y que me hacen verla lejana como alguien de quien sólo alcanzas a escuchar un eco. Porque nosotras hablamos mucho. Es lo que hacemos, nosotras, principalmente. Hablamos. Hablamos de su vida y de la mía. Hablamos de las luchas de aquí, de allá y de allá. Hablamos de nuestras familias, de amores y de comidas y nos antojamos con el chipa guasú, los tamales y el mole. Hablamos de su español y del mío y del de aquí, y nos asombramos y también nos reímos y poco a poco empezamos a hablar con palabras de todas las tierras. Pero a veces, cuando hay otras gentes, ella comienza a hablar con palabras que no entiendo, así, muy rápido, en una lengua misteriosa que no se me revela y que al mismo tiempo está dicha con una sensibilidad cercana a la mía, entonces pongo mucha atención, y aún así sigo sin descifrar su contenido exacto y el eco de esas palabras se me queda como el recuerdo de una tonalidad conocida y misteriosa.
Tal vez es por el misterio de su lengua que a mucha gente del país de Lila no la quieren. Tal vez también por los rizos de su cabello y sus pestañas y por su secreto con el sol. No lo sé. Tal vez por la diferencia. Porque Lila me contó un poco eso. Me contó cómo fue cuando llegó. Cuando laburaba en el hotel tendiendo camas que nunca le pertenecían a nadie, me contó de los turnos nocturnos, de las noches que se extendían largas durante el invierno, cortas durante el verano. Me contó cuando trabajaba en una casa ayudando a la limpieza. Había entonces que limpiar y limpiar muy bien, también había que cuidar al nene, hacer de comer, pero no el chipa guasú que me gusta comerme cuando Lila lo prepara, porque la señora le dice que al nene no le dé de comer esas cosas. Me contó de esa vez, esa vez que pasó una hora buscando la calle shanshoré para recoger la tarta de cumpleaños del nene, de cómo regresó a la casa con las manos vacías y la señora no hacía más que gritarle que le había pedido la cosa más simple y que ni eso podía hacer bien, igual que toda su gente. Jean Jaurès. Shanshoré. Yanyoré para otrxs. Yanyogué para los franceses. Entonces Lila había pasado esa noche en su habitación llorando y extrañando.
Cuando Lila me cuenta esas y muchas historias más nunca dejo de sorprenderme de que es a ella a la que le haya pasado todo esto. El hermano asesinado, el ex novio violento, la salida como refugio, el éxodo hacia nuevos horizontes. Porque yo la veo frente a mí y lo que más veo son sonrisas, energías, una ternura latente que cruza todos los lazos que va tejiendo, conmigo, con sus amigxs, con sus compañerxs, con Dami, al que ama, cuida y acompaña en ese trayecto indescifrable de la infancia. Hay una cosa que no se pierde, a pesar de todo, y es el amor por la vida.
La lila es una flor que crece en grandes arbustos y en pequeños árboles. Sus orígenes son lejanos, pero hoy crecen en todas partes, y su estación favorita para florecer es la primavera.
*Por Mariana Brito Olvera para Marcha.