Vidas y andanzas de la Reforma (1918-2018) #3: Conflicto entre los católicos y la reforma universitaria
Vidas y andanzas de la Reforma. Con ese título, en 1936, la revista cordobesa «Flecha», creada y dirigida por Deodoro Roca, trataba un balance de los éxitos conseguidos por el movimiento estudiantil argentino. Lejos de una mirada complaciente de un pasado siempre mejor, proponía una consideración de la Reforma como punto de partida de una transformación política y social aún inconclusa, renovada tanto en sus horizontes como en los obstáculos que la flanqueaban.
Por ello, los textos reunidos en este dossier buscan interpelar y alertar contra visiones inmóviles y acríticas sobre el reformismo; por el contrario, se interesan por vitalidades y derroteros de una tradición politico-intelectual en constante disputa.
Vidas y andanzas de la Reforma (1918-2018) #3: Conflicto entre los católicos y la reforma universitaria
Por Diego Mauro para La tinta
Durante los primeros meses de 1918, cuando se iniciaron las huelgas estudiantiles en la Universidad de Córdoba, no fueron pocos los católicos que se mostraron moderadamente optimistas. La supresión de las academias, la participación de los docentes en la elección de los consejos directivos y la renovación del profesorado, tal como había ocurrido en la Universidad de Buenos Aires a principios de siglo, eran demandas compartidas por los Centros Católicos de Estudiantes (CCE) y, aunque con matices, por buena parte de la prensa confesional. Muchos de ellos coincidían además en la crítica a la llamada «doctomía» así como, sobre todo en Buenos Aires, a la influencia del positivismo en los planes de estudio, a tono con la reacción espiritualista que atravesaba al mundo de la cultura. El «antipositivismo», claro está, no era una corriente homogénea –y en Córdoba, ciertamente, su incidencia fue menor–, pero contribuyó de todas maneras a facilitar en la coyuntura la confluencia de diferentes sectores. Por su parte, las jerarquías eclesiásticas, si bien miraban con preocupación algunas de las actitudes de los huelguistas, especialmente sus declaraciones anticlericales, buscaban aprovechar el conflicto para denunciar una vez más la influencia del liberalismo en las élites dirigentes y relanzar la Universidad Católica que subsistía a duras penas desde su fundación en 1910. El objetivo de fondo era poner en discusión el sistema de «monopolio» estatal sobre la educación superior y avanzar hacia la sanción de nuevas leyes que propiciaran la denominada «enseñanza libre» en todos los niveles del sistema educativo.
Los acercamientos, sin embargo, duraron poco tiempo. Transcurridos algunos meses, los acuerdos se fueron agrietando al calor de los acontecimientos y pronto las tensiones larvadas se convirtieron en fuertes conflictos. El Comité Pro Reforma dio paso a la creación de la Federación Universitaria de Córdoba (FUC) y acusó a la Iglesia de ejercer una influencia negativa. Los católicos de los Centros de Estudiantes, por su parte, negaron las acusaciones y cuestionaron lo que consideraban la ruptura de los acuerdos de principios de año, cuando se había convenido dejar de lado la cuestión religiosa.
En este escenario de creciente distanciamiento y rivalidad, la elección como rector del candidato apoyado por los grupos tradicionales de la universidad, Antonio Nores, por sobre el apadrinado por la Federación Universitaria, Enrique Martínez Paz, produjo una verdadera rebelión. Los estudiantes que rodeaban el edificio invadieron el recinto denunciando un «complot clerical» e impidieron la finalización de la asamblea. En medio de las trifulcas que se produjeron, algunos intentaron derribar la estatua de Trejo y otros atacaron los cuadros de la sala, entre ellos los de Gregorio Funes y Castro Barros. Los católicos que habían apoyado la candidatura de Nores cuestionaron la actitud de la FUC y junto a otros sectores que defendían la legalidad del proceso eleccionario, se unieron al Comité Pro Defensa de la Universidad (CPDU), surgido en pleno conflicto. La FUC, en respuesta, los acusó de formar parte de la «camarilla» que detenía las reformas y pidió una nueva intervención nacional que asegurara ahora la participación estudiantil en el gobierno –lo que terminaría ocurriendo algunos meses después–. Como reflexiona Pablo Buchbinder, la elección de Nores convenció a los estudiantes de que las reformas no podían asegurarse, como habían pensado en un primer momento, apoyándose sólo en la voluntad del profesorado. Desde entonces, tal como se había discutido en los congresos estudiantiles de Montevideo (1908), Buenos Aires (1910) y Lima (1912), la participación estudiantil en los órganos de gobierno se convirtió en una exigencia central.
Del reformismo «verdadero» al «peligro maximalista»
Tras los hechos de junio, la prensa católica abandonó los matices y comenzó a diferenciar sin medias tintas lo que consideraba el «verdadero reformismo» –cuyo pliego de reivindicaciones coincidía en líneas generales con los reclamos de principios de año y los estatutos aprobados tras la intervención de Nicolás Matienzo en mayo– y el «falso reformismo», plasmado en el rechazo a la elección de Antonio Nores y en los actos iconoclastas que se habían sucedido por esos días. Según los periódicos católicos, lo que buscaba la FUC, en realidad, no era mejorar la universidad sino generar a través del «caos» y el «desorden» el caldo de cultivo para un proceso «revolucionario». Por su parte, los CCE lanzaron una campaña a favor de Nores que incluyó viajes de delegados del CPDU a Buenos Aires, Rosario, Santa Fe y Paraná y la publicación de cartas y solicitadas de apoyo a su candidatura.
A finales de 1918, en un contexto de creciente paranoia propiciado por el impacto de la revolución rusa, las críticas al «falso reformismo» se acompañaron de llamados cada vez más vehementes al orden. Según diario El Pueblo, el reclamo por la participación estudiantil en los órganos de gobierno era una de las pruebas de la alarmante «sovietización» del movimiento reformista que había desnaturalizado sus objetivos y se plegaba a la «avalancha maximalista». Peor aún, el alza de la conflictividad obrera derivó a comienzos de 1919 en Buenos Aires en los hechos conocidos como la «Semana Trágica» y el pánico se desató entre las clases dominantes y amplios sectores de la Iglesia.
En medio de los conflictos, muchos de ellos se plegaron incluso a las organizaciones parapoliciales que persiguieron y asesinaron huelguistas. Por esos días, los análisis de los católicos sobre las huelgas estudiantiles se despojaron de toda moderación, sutileza o complejidad. Los argumentos entre teológicos y políticos esgrimidos por los CCE y diferentes intelectuales vinculados a la Iglesia –que solían atribuir el «desvío» reformista a la influencia del liberalismo y el laicismo o a las consecuencia sociales del capitalismo, a tono con algunos de los diagnósticos frecuentes entre los católicos sociales–, se dejaron de lado para machacar en clave conspirativa sobre la infiltración maximalista y la existencia de complots anarco-comunistas que buscaban convertir la universidad en un foco revolucionario. Según los editorialistas de El Pueblo, se apuntaba a la universidad porque la juventud era más propensa a padecer de «epilepsia heroica» y, por ende, más proclive a dejarse arrastrar por el accionar de los agitadores profesionales.
De «reformistas» a antirreformistas
En menos de un año, el moderado apoyo de los católicos a los reclamos y las huelgas estudiantiles se convirtió en franca oposición. Por entonces, también la factibilidad de un reformismo universitario más mesurado –como el que muchos habían impulsado al comienzo– se puso en duda ante el diagnóstico de que, dado el contexto mundial signado por la expansión del comunismo, cualquier proceso de cambio podía derivar en el avance de la sovietización de la sociedad. En dicha clave, las posiciones católicas se volvieron cada vez más claramente refractarias.
Si bien en los años siguientes algunos sectores católicos apelaron todavía a la idea de «reforma» e intentaron presentarse como los «verdaderos reformistas», ya a mediados de los años veinte dichos intentos resultaban inviables ante la profundización de las posturas antirreformistas entre los diferentes actores del campo católico y la creciente proyección nacional y latinoamericana de sus adversarios.
* Por Diego Mauro para La tinta. Investigador Adjunto del CONICET y docente en la Universidad Nacional de Rosario y en la Universidad Autónoma de Entre Ríos.
** El artículo es una síntesis del capítulo «Los católicos frente a la reforma universitaria (1917-1922)» publicado en: Diego Mauro y José Zanca (coords.) La reforma universitaria cuestionada, Fhumyar Ediciones, Rosario, 2018.
Compiladores del Dossier
María Victoria Núñez. Profesora y Licenciada en Historia por la UNC, integrante del Programa Historia y Antropología de la Cultura (IDACOR / CONICET-UNC) y docente adscripta en la cátedra de Historia Argentina I (Escuela de Historia-UNC).
Ezequiel Grisendi. Profesor Regular del Departamento de Antropología (FFyH-UNC) e integrante del Programa Historia y Antropología de la Cultura (IDACOR-CONICET).