Trampas de luz y sombra

Trampas de luz y sombra
3 abril, 2018 por Redacción La tinta

Tras un nuevo aniversario de Malvinas, un relato que revela hasta donde es capaz de llegar el periodismo cuando lo único que importa es vender revistas.

Por Fabián Mauri para Un Caño

EI primero de marzo de 1981 crucé por primera vez la “trampa de luz” que conducía al laboratorio de fotografía de la Editorial Atlántida. “Trampa de luz” era como llamaban los entendidos al sistema de puertas en zig-zag , pintadas de negro, que impedían cualquier vestigio de luminosidad en el interior del cuarto oscuro donde se revelaban los negativos y se hacían las copias en blanco y negro que producían los fotógrafos. Los domingos, al caer la tarde, el laboratorio ardía por el cierre de El Gráfico. En esa época, los partidos de la fecha de fútbol se jugaban todos a la misma hora. Así que a eso de las seis empezaban a llegar los fotógrafos que habían ido a Boca, un rato después los de Avellaneda o River, y así hasta que volvían, ya entrada la noche, los que habían ido a La Plata, resignados a que no quedaran sánguches e invariablemente a las puteadas por lo lento que manejaba el remisero.

Los fotógrafos entregaban los rollos a los laboratoristas y para matizar la espera (hoy, en la era digital parece absurdo, pero se tardaba más de media hora hasta poder visualizar las fotos) tomaban un refrigerio y se intercambiaban anécdotas y vicisitudes de los partidos que les había tocado cubrir. Una vez revelados los negativos, se numeraban y se les entregaban a sus respectivos fotógrafos. Y ahí se armaba: cada fotógrafo se abalanzaban sobre una ampliadora para copiar en papel sus mejores tomas. Era una competencia feroz, todos querían que la foto de apertura a doble página de la crónica del partido fuera suya. Y ni hablar si metían la tapa de El Gráfico.


Aquellos fotógrafos tenían, como Martin Palermo, la obsesión por el gol. En este caso, por la foto del gol. Muchas veces, en la oscuridad, se escuchaba el fastidio de alguno puteando: “¡No tengo la pelota! ¿Podes creer? ¡No tengo la puta pelota!”. Se refería a que tenía una muy buena foto del momento del gol, estaba el delantero en el momento culminante de la definición, estaba el esfuerzo postrero del arquero, estaba el gesto de desesperación del defensor que no llega, estaba el poste marcando referencia… Pero no estaba la pelota… Y la foto de un gol, sin la pelota, era lo mismo que nada.


Yo estaba ahí, deslumbrado en la penumbra de la pálida luz amarilla de seguridad, observando el espectáculo. Porque mi sueño era ser fotógrafo de fútbol. Aunque por el momento apenas era el cadete del laboratorio de fotografía de El Gráfico, el plan era ir aprendiendo el oficio desde bien abajo. De hecho, durante los primeros seis meses aprendí, por ejemplo, qué marca de cigarrillos fumaba cada fotógrafo o laboratorista. Ellos estaban convencidos de que yo fuera hasta el quiosco a comprarles fasos era parte del convenio colectivo de trabajo. Otra cosa que aprendí, esta sí muy valiosa, era que Gayoso podía “pegar la pelota”.

Jorge Gayoso, apodado Sombra de Ñoqui, un señor veterano y bajito, muy parecido a Lou Costello, de Abbot y Costello, era un laboratorista de lujo que fumaba sin parar. Gayoso no era un tipo acostumbrado a trabajar en una empresa periodística. Venía más del palo de la “fotografía artística”, del Foto Club Buenos Aires, donde daba clases de Procesos Especiales de Laboratorio. Era demasiado parsimonioso, le faltaba “nervio” para la urgencia de un cierre, pero los fotógrafos y los demás laboratoristas lo reverenciaban. Lo caracterizaban como un “Mago del Cuarto Oscuro”. Si un fotógrafo se había equivocado al exponer un rollo, hablaba con Gayoso, le contaba las dificultades que había tenido en la toma y el laboratorista, tras una larga explicación técnica de cómo iba a proceder, le garantizaba que el resultado sería óptimo, que la foto se salvaría. Y era así. Si algún fotógrafo consideraba que tenía una buena foto como para aspirar a un premio en un concurso, se la mostraba a Gayoso, que después de evaluarla con atención entre pitada y pitada, le aseguraba que con algunos pequeños retoques la foto se vería mucho mejor. Que la dejara en sus manos, que él iba a subirle las altas luces acá y bajarle el contraste allá. Y que a ese arbolito del fondo que molestaba un poco, lo haría desaparecer para que la imagen compusiera mejor. Y era así, la foto mejoraba un montón.


Era un placer ver desplegar su alquimia en la ampliadora a esa especie de Photoshop Humano, veinte años antes de que se inventara el Photoshop. Por lo tanto, “pegar la pelota” en la foto del gol donde faltaba la pelota, era para Gayoso un juego de niños. El truco consistía en buscar en otro negativo una pelota (aquella inolvidable Pintier blanca) e imprimirla adecuadamente, cuidando las proporciones y la dirección de la luz en la foto donde faltaba la pelota. Nadie se daba cuenta de la trampa y la foto quedaba un kilo y dos pancitos. Pero se presentaba un pequeño inconveniente: en El Gráfico estaba terminantemente prohibido “pegar la pelota”. De modo que Gayoso sólo ejecutaba su destreza a pedido de la concurrencia y para cancherear. El Gráfico jamás publicó una foto manipulada, recurso que, sin embargo, era muy común en los diarios de aquella época. A mí, que ciertamente era un “pichi”, esa modesta ética me llenaba de orgullo.


En abril del ’82, yo ya estaba bastante canchero con mi trabajo de amanuense dispuesto a todo con tal de ser fotógrafo, pero era consciente de que faltaba bastante para que me nombraran en el staff. Atlántida tenía una numerosa plantilla de grandes fotógrafos y yo era un pibe más en proceso de formación. De todos modos, de vez en cuando me asignaban alguna nota sin mucho riesgo para La Chacra o el Billiken. Pero un acontecimiento trágico iba a ser decisivo para que el tiempo que yo calculaba debía pasar hasta ser ascendido a fotógrafo se acortara: la Guerra de Malvinas.

La cobertura del conflicto para las revistas Gente, Somos y Para Ti demandó la movilización de un montón de fotógrafos al sur. Partían hacia Comodoro, Río Gallegos, Bahía Blanca, Chile, etc. No se sabía cuándo volverían. Teóricamente, mientras durara la guerra tendrían que permanecer allí. Además, se aproximaba el Mundial de España, y El Gráfico había previsto que viajaran ocho fotógrafos y dos laboratoristas, que partieron hacia Europa casi dos meses antes del comienzo del campeonato. Mientras tanto, en Buenos Aires, el torneo local no se suspendió y se seguía cubriendo todo tipo de notas como si el hecho de estar en guerra fuera un solo un detalle. En esa coyuntura, uno de mis jefes me notificó que, ante la emergencia, yo pasaba a ser fotógrafo y que me preparara para cubrir la inminente visita del Papa a la Argentina. Fue una gran noticia en un muy mal momento.

Una tarde, volviendo de cubrir un entrenamiento en la cancha de Ferro (había escuchado con preocupación noticias de la guerra en la radio del remís), al traspasar la trampa de luz del laboratorio para mandar mi rollo ha revelado, noté demasiado movimiento por ser un día de semana. Había incluso cuadros jerárquicos de la redacción de la revista Gente, que nunca bajaban al laboratorio. Estaban reunidos alrededor de una ampliadora, atentos a los pases de magia de Jorge Gayoso, que trabajaba sobre una foto.

-“¿Qué pasa?”, le pregunté a mi colega Guillermo Rondini, mientras mis ojos se acostumbraban a la oscuridad del cuarto oscuro.

-“Parece que Sombra se está cargando a la flota inglesa”, me contestó con ironía.

El tema es que el material fotográfico de la guerra que llegaba desde las islas era poco, y encima pasaba por la censura militar. A la revista Gente le había ido muy bien en su edición de la semana anterior con una tapa de soldaditos argentinos posando en una trinchera y con el título “Estamos ganando”. Así que para el número siguiente la idea era rizar el rizo. Pero estaba muy complicado encontrar una foto para tapa “vendedora”.


Se nota que alguien recordó la habilidad de Sombra de ñoqui y le propuso que desarrollara su alquimia sobre el pobre material con el que contaban. Le encargaron, de alguna manera, que “pegara la pelota”. Tenían una foto real aunque no muy espectacular del destructor inglés Coventry (finalmente hundido) impactado por bombas de la Fuerza Aérea Argentina. A partir de esa foto, que no mostraba demasiado, Gayoso logró una imagen ciertamente bélica. Agregó un avión que en la foto no estaba, agregó bastante humo negro sobre la cubierta del barco. A alguien no le pareció que aquel humo fuera suficiente y le pidió a Sombra que agregara un poco más.


La imagen quedó fenómena. Salió en la tapa anunciada como un documento exclusivo: “Las fotos que sólo verá en Gente”, con el título ¡Seguimos Ganando!

*Por Fabián Mauri para Un Caño

Palabras claves: Guerra de Malvinas

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