Miedo ambiente: acoso sexual y laboral en Greenpeace
El 8M, al ver las acciones que Greenpeace realizó por el Paro de Mujeres, algunas ex empleadas hicieron públicas sus denuncias de acoso sexual y laboral. Dos de ellas firman esta nota. Un mes después, siguen creciendo los testimonios contra el director de Argentina de la ONG ambientalista más influyente y financiada por donantes solidarios. El silencio como respuesta institucional la muestra cómplice de la violencia misógina aplicada por “el club de machos”, como llaman a sus jefes en el exterior.
Por Lorena Pujó y Fernanda Roux para Revista Anfibia
Venimos de lugares diferentes. Tenemos edades, profesiones e historias de vida distintas. Pero en un momento coincidimos en un espacio de trabajo y activismo común. Hoy, quienes firmamos esta nota, en representación de tantas mujeres que se animaron a hablar, decidimos contar nuestra experiencia, cómo es ser mujer en una de las ONGs más grandes del mundo.
Le dedicamos muchas horas de nuestras vidas por convicción y por exigencia. Ser parte de Greenpeace Argentina nos significó trabajar también fines de semana y noches, sin parar. Esta condición vale tanto para el personal rentado como para el voluntariado. Desde el primer día, entrabas en un espacio que había construido su identidad con la máxima “poner el cuerpo para defender el ambiente”. Así lo hicieron las personas que fundaron, en los ´60, la mayor organización ambientalista del mundo, financiada por gente común de todo el planeta.
Pero “poner el cuerpo” significó para las mujeres estar más expuestas. ¡Y vaya que pusimos el cuerpo!
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Greenpeace Argentina es dirigida desde hace 23 años por el mismo director ejecutivo, Martín Prieto. Es abogado y pisa los 60 años. En 2012 impulsó la fusión de las oficinas de Argentina y Chile, y encomendó la apertura de Greenpeace en Colombia. Formó Greenpeace Andino, filial que preside desde entonces.
Vivimos mil situaciones que demuestran que Prieto tiene hacia las mujeres un trato discriminatorio agobiante. Así, impone una cultura y un clima laboral que contagia impunidad e impulsa a algunos directores varones a seguirle los pasos.
Maltrato a empleadas y voluntarias, acoso laboral y sexual, hostigamiento sistemático y recarga laboral discriminatoria son la norma, en especial para aquellas que se niegan a avalar caprichos, dan la pelea, protestan, se enojan, defienden su trabajo y a otras mujeres, dicen que no, argumentan con idoneidad, quieren poner y ponen límites. Para los directores varones que cumplen esos caprichos hay un abanico de beneficios. Para las mujeres que se plantan hay presiones y telegramas de despido.
Hace unas semanas denunciamos públicamente lo que nos había pasado. Reaccionamos, indignadas, cuando supimos que la acción institucional por el 8 de Marzo era disfrazarse de violeta. Desde ese día hasta hoy no paramos de sumar testimonios a los que ya conocíamos.
Fernanda era la más joven de la oficina. Empezó como voluntaria en 2005 y al poco tiempo fue contratada para trabajar en el Departamento de Socios.
-Carne nueva. Te creció el culo, nena. Vestida así parecés una muñequita hot-. Escuchó de todo.
Renunció 3 años más tarde, cuando sus jefes le pidieron que pasara información sobre otros empleados con los que no se llevaban bien; sus vacaciones dependían de eso. Hoy, diez años después, cuenta: “Me fui de GP llorando, sintiéndome la peor. Entré como voluntaria, para defender una causa en la que creía y todavía creo. Abusaron de esa situación”.
A Eugenia la trataron de “loca”, le revisaron su correo e hicieron circular sus emails. Fue pionera en llegar a ser Directora Política primero y Directora de Campañas de Argentina, Chile y Colombia después. Alcanzó esa posición por pura resiliencia. Fue la única mujer en un directorio de siete. Siempre se solidarizó institucionalmente con quienes denunciaban acoso. Terminó renunciando, dijo chau en 2014.
Cecilia fue mamá estando en Greenpeace. “¿¡Por qué no te cuidaste!?”, la retaron sus jefes. Nunca le respetaron sus horas de lactancia. La echaron en 2015. Venía cuestionando los despidos de sus compañeras.
Elizabeth fue la responsable política de la oficina chilena. Llevó el trabajo de cabildeo de Greenpeace bien alto pero nunca logró equiparar su salario con el de un hombre de su área. Sintió que la excluían de reuniones y acciones importantes por tener hijos. La despidieron en 2016 y cerraron su área de trabajo.
Ingrid se afilió al sindicato en todo su derecho, pero para sus jefes eso significó “pérdida de confianza”. Trabajó 10 años en la Coordinación de Administración y Recursos Humanos en Chile. Agotada por el mal clima de trabajo y las presiones, se fue en 2017.
Victoria fue separada de su cargo porque su jefe consideró que como líder “no infundía suficiente miedo” y porque su carácter “difícil” que la hacía expresar desacuerdos, durante las reuniones, delante de todos. Durante 4 años integró el equipo de Movilización Pública. En ese tiempo contó diez despidos de compañeras, por motivos poco claros y de manera intempestiva. Su evaluación de desempeño siempre dio “muy buena”. Cuando la echaron en 2017 pidió el último informe y se lo negaron diciendo que era confidencial.
A Consuelo y a Lorena las echaron con 10 minutos de diferencia. Eran coordinadoras de campañas. Consuelo trabajó en Colombia, Lorena llevaba adelante acciones por el Riachuelo en la Argentina. Se les objetaba no ser dóciles. Desafiaron al Director Ejecutivo primero ante el vaciamiento de funciones padecido por la Directora de Campañas, y luego ante su desvinculación de la organización. Consuelo había sido cuestionada sistemáticamente por su carácter, por organizar a las mujeres y varones contra el acoso y el maltrato de los directivos. Lorena siempre fue tratada con violencia y de manera despectiva por Martín Prieto. Nunca bajaron la cabeza ni se hicieron las desentendidas ante sus atropellos. Se fueron en 2014.
Nadia era voluntaria desde 2009, también la expulsaron. Se sumó a colaborar en la visita del Barco Esperanza, en Rosario, en 2016. Pero a sus papás, que fueron a acompañarla, no los dejaron subir a conocer el barco famoso de Greenpeace después de una incómoda escena en público.
“¡Greenpace es el club de los machos!”, escribió Gabriela, una compañera de Brasil, recordándoles el mote con el que son reconocidos internacionalmente los capítulos Brasil y Argentina de la ONG.
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– My way or the highway.
“A mi manera o a la calle”, es una de las líneas de gestión de los directivos regionales de Greenpeace. Otras: “pasa la cortadora de césped” para podar cualquier intento de disenso interno. Otra más: aplicar “razzias” para enderezar a los que reclaman un clima de trabajo digno y denuncian el maltrato, “correctivos” aplicados, casi siempre, a las empleadas mujeres.
Durante mucho tiempo tuvimos que emprender luchas diarias, al principio eran individuales y silenciosas, ahora son más grandes, colectivas y están tomado una escala global. Pero aún así, con este efecto contagio de decir basta, vivimos con mucha angustia.
Todas las resistimos de mil maneras a la violencia diaria y ¿para qué? Igual todas quedamos afuera de la organización.
Sabemos que la misoginia en Greenpeace no es algo aislado.
Una colega en India acaba de denunciar en las redes sociales que fue violada por un compañero de trabajo. La organización sólo intervino en ese momento. Intervino es una forma de decir: esta semana ellas nos contaron que los acusados de intimidación, agresión sexual, acoso y racismo quedaron impunes. Es decir, seguirán disfrutado de los sueldos aportados generosamente por los donantes y de los beneficios simbólicos que implica ser parte de Greenpeace. Hubo jefes denunciados que fueron desvinculados o tuvieron que renunciar por la magnitud de la presión pública, ¡pero enseguida se ubicaron en otras ONGs! En cambio, muchas de las mujeres denunciantes y con procesos judiciales iniciados (y bastante truncos) hoy, cuatro años después, no consiguen trabajo, estigmatizadas como “revoltosas”.
La versión institucional argentina decía que las revoltosas estábamos “locas”. Por eso nos agendaron sesiones de “coaching”. Sí, literalmente nos mandaron al psicólogo.
En las oficinas de Greenpeace la respuesta institucional ante las denuncias de acoso laboral es el telegrama de despido. No reciben más denuncias por eso y porque, además, muchos, en vez de creernos a las víctimas, nos piensan ensuciando la causa ambiental.
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Greenpeace, que supo estar a la vanguardia, hoy protege a sus acosadores. Ellos no reciben telegramas. Al contrario, suman a sus desktops documentos vinculados a las nuevas políticas de género.
Vemos a Greenpeace envejecer en vivo, muy a nuestro pesar.
Quizás más que envejecer Greenpeace se rinde selectivamente y sólo trabaja con estándares estrictos respecto a la violencia misógina en los países donde existe una legislación más protectora.
Pero no pueden con el país del #NiUnaMenos.
*Por Lorena Pujó y Fernanda Roux para Revista Anfibia.