Esa novia
El tipo no me faltó una clase, ni una sola. Incluso varias veces fue él y yo y nadie más: los presos son muy inconstantes, pero no el Malagueño.
Alto. Flaco pero fibroso. Nariz prominente y chata. Ojos saltones aunque deprimidos, como de bulldog, con los párpados inferiores rojos. Pícaro como zorro, constante y hacia el final sincero. El Malagueño hacía honor tanto a su fibra como a su nombre criollo. Tenía mi edad o un poco más. La cárcel lo había hecho persona meditabunda: no todo lo que masticaba era yerba buena.
Sabía robar solo. Una vez salió de entre varios y el cambio le sentó mal. Esto había sido cinco años atrás. Entonces tenía dieciocho.
No tuvo encierro fijo, como casi ningún preso. Había ido boyando de Bower («donde se está bien») a San Martín («donde no quiero volver») y de ahí a EP9, donde lo conocí.
Tenía salidas transitorias. Las más de las veces para trabajo. Se ganaba unos pesos como albañil. Podía visitar a su familia e ir al baile. «Yo acá no quiero volver, lo único que quiero es salir, hacer las cosas bien, tener mi casita, tener familia», decía. Y sin embargo estaba de castigo «porque me quedé dormido y no fui a trabajar, me fui a La Mona y después me quede dormido, pero lo único que yo quiero es trabajar». Esto me lo decía abajo del sol de abril, más taciturno que nunca, masticando esas cosas que él masticaba, los ojos ensombrecidos por alguna nube de tormenta.
La última vez que lo vi, fue la última vez que pisé una cárcel, cuando el taller ya se venía a pique, lo mismo que yo. Entre nosotros ya había confianza. Sentados en el comedor, rodeados de la ausencia de los demás, entre mate y mate me contaba de las suyas. «Esto para mí fue una escuela de vicio», me decía. Según me contaba, tampoco se podía contener la tentación (el instinto, como él decía) y algunas veces seguía robando.
A pulmón, se había ido construyendo su casa. Los materiales eran, la más de las veces, robados. “¿Cómo sino?”. Y acá levantaba las manos y las sacudía.
«Tengo un televisor de este tamaño, y un equipo de música así de grande, ahora estoy ahorrando para comprarme una cama de dos plazas, de esas lindas, como de hotel».
¿Y cómo es tu pieza?
“Así, así y así”.
Y entonces el Malagueño se puso de pie y empezó a bailar. «Acá una pared como de tres metros, blanca, así». Y pintaba en el aire con los brazos. «Por ahora tengo el piso de mezcla, pero ya le voy a poner porcelanato, así». Y dibujaba cuadrados en el piso. «Y acá la cama, y acá la puerta, y acá una ventana, y acá el techo, que por ahora es de lona».
Y todo lo bailaba con el cuerpo, abajo de los rayos del sol, como bailando con Libertad, esa novia perdida.
Por Ignacio Tamagno
Foto: M.A.F.I.A.