Sandinismo queer: (des)orientación de género en la guerrilla sandinista
En un contexto de violencia política del Estado, la guerrilla y la revolución, puede germinar la construcción de una identidad de género alternativa. La guerrillera sandinista Gioconda Belli repasa su experiencia en su libro de memorias, «El país bajo mi piel».
Por Belén Sánchez para Espartaco Revista
Gioconda Belli es conocida tanto por su carrera literaria como por su pasado como guerrillera del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Nació en 1948, en el seno de una familia de la acomodada burguesía industrial de la capital de Nicaragua. Acudió a la escuela secundaria en Europa, y a la universidad en Estados Unidos, donde estudió periodismo. A los 20 años, ya se había casado y tenido su primera hija. Disconforme con el ámbito doméstico, cobró notoriedad tras publicar en uno de los principales periódicos anti-somocistas una serie de poemas que exploraban la sexualidad y el cuerpo de las mujeres.
Pronto se incorporó al FSLN, una organización político-militar, revolucionaria, de orientación marxista-leninista que luchaba contra la dictadura somocista, y por un gobierno democrático que pusiera fin a las opresivas desigualdades socio-económicas y de género. Durante la guerra de guerrillas fue correo clandestino, encubridora de guerrilleros perseguidos, traficante de armas, participante de ataques, difusora del programa sandinista desde el exilio en Costa Rica.
Luego, durante el gobierno revolucionario desempeñó diversas funciones públicas, hasta que desde 1990 se distanció del sandinismo por disidencias irreconciliables, y se abocó a su carrera literaria y su activismo feminista. En 2001 publicó El país bajo mi piel. Memorias de amor y guerra, un testimonio que recupera especialmente los hechos centrales de su vida en relación al sandinismo.
Belli es una revolucionaria, pero no la definen como tal únicamente su adhesión a un grupo de acción armada y sus demandas radicales de democratización sino también su manera de abordar el cuerpo y la sensualidad femenina en la literatura. Más aún, vivió su primera fase revolucionaria por medio de la literatura, y fue precisamente esta dimensión la que le abrió la entrada a la lucha por la revolución sandinista.
En la escritura, Belli afirma que la impulsó la recuperación de la voz femenina y la devolución del protagonismo de sus vidas a las mujeres. Habiéndose apropiado de ese poder, experimenta una conciencia gozosa de ser mujer y de su intimidad.
Por ello, muchas mujeres se reconocían en ella, pese a que la mayoría de las mujeres de su misma clase social se escandalizó con la publicación de sus primeros poemas en el periódico antisomocista La Prensa. Para Belli, su poesía es la verbalización de lo reprimido; para las mujeres de su entorno, pornografía, vergüenza, literatura vaginal.
Si su iniciación en el género lírico desorienta porque transgrede tabúes vinculados al cuerpo de la mujer y su deseo, su incursión en la narrativa tanto ficcional como testimonial reitera este carácter transgresivo, pero la desorientación es doble ya que no sólo visibiliza el cuerpo femenino, sino cómo este habita un espacio eminentemente masculino: la guerrilla.
Rebelarse es revelarse
La mujer se rebela -esto es, toca una veta subversiva- una vez que se revela ante sí su identidad femenina -esto es, su sexualidad-. La revelación es rebelión porque la hipocresía de la sociedad afirma que la mujer no puede ser eso que se le revela como parte de su identidad.
Mientras el mandato social y familiar la exhortan a permanecer en la casa como en una pecera, Gioconda Belli se rebela contra el programa de su clase, y el escándalo que suscita la impulsa a más. De este modo, la rebelión, posible gracias a la revelación de su identidad sexual a través de la poesía, se realiza en la lucha por la revolución.
Desde la infancia, se alinean el sexo (cuerpo de hombre o de mujer) y un género correspondiente (carácter de hombre o de mujer) con la orientación sexual (heterosexual). En consecuencia, la heterosexualidad no se define sólo por el sexo del cuerpo deseado sino por el espacio donde el cuerpo se orienta hacia múltiples objetos y el significado que la conciencia les atribuya. La pregunta por la orientación sexual concierne a la sexualización del espacio tanto como a la espacialización del deseo.
La afirmación de Simone de Beauvoir en El segundo sexo respecto de que no se nace, sino que una se hace mujer, es válida para la orientación sexual: se trata de un proceso que toma tiempo. Es decir que la orientación sexual es un proceso tanto espacial como temporal, y en ello reside la posibilidad de cambio de orientación.
Belli lo ejemplifica bien: habiéndose hecho mujer (madre y esposa) muy joven, el espacio del FSLN la orienta hacia objetos nuevos, como las armas. Así, el tiempo y el espacio de la guerrilla la desvían de la secuencia que la conducía hacia la heteronormatividad con miras a configurar una identidad queer.
Esto tiene costos, pues, mientras satisfizo la temporalidad familiar (nacimiento, niñez, adolescencia, matrimonio y maternidad), proveyó un bien social que le daba un retorno como contrapartida. La guerrillera, en cambio, se debate siempre con la presión del legado familiar y social, y el beneficio de reproducirlo.
Si hubiera que rastrear el primer desencadenante del cambio de orientación de Belli, antes que la adhesión al FSLN, habría que remontarse a la cratocracia del gobierno de Anastasio Somoza Debayle. La cratocracia se define como el gobierno de los poderosos, que redoblan su autoridad por medio del ejercicio de la fuerza.
Dado que Cratos es la personificación masculina de la fuerza y el poder en la mitología griega, la nomenclatura cratocracia da cuenta de la connotación masculina del espacio de la fuerza. La cratocracia del Estado produce un efecto queer en Belli dado que la induce a dirigir su atención hacia aquello que está a sus espaldas, fuera de su horizonte corporal.
Su conciencia se (des)orienta y resignifica las opresiones materiales y simbólicas, de clase, y de género que padece la mayor parte de los nicaragüenses. Es entonces cuando ingresa en un nuevo espacio, el FSLN. Pero la lucha armada también es un espacio repleto de objetos tradicionalmente leídos como masculinos.
Desde que integra el sandinismo, se rastrean en El país bajo mi piel numerosos puntos de quiebre, esto es, episodios en los que su cuerpo encarna un género queer a partir de la inclinación hacia objetos inusuales. Por ejemplo, la persecución que la lleva primero a la clandestinidad y luego al exilio no sólo la aleja de sus hijas, sino que la expone al límite de perderlas, cuando su ex marido la acusa de no haber nacido para ser madre.
Un operativo de tráfico de armas en la frontera con Costa Rica cancela un apacible domingo en familia. También convierte la casa familiar en refugio para los combatientes, centro de actividades sandinistas y de entrenamiento armado. Su compromiso político trasciende los familiares al punto tal que recuerda el día del derrocamiento de Somoza como el más feliz de su vida.
La lucha revolucionaria en el FSLN es el espacio de interacción a través del cual Belli puede transitar el proceso de liberación que se produce en dos niveles. Por un lado, se apropia de sus capacidades. Su cuerpo de mujer se aboca por primera vez a muchas tareas que exigen facultades diferentes a la maternidad, si bien esta última no queda abolida, e incluso funciona como motor de la acción.
Al habitar el espacio de la guerrilla, Belli resignifica el potencial de su propio cuerpo. Por otro lado, participa de un proceso social, colectivo. La adhesión comprometida al FSLN es al mismo tiempo la ruptura con la apatía de la burguesía acomodada de la que proviene y que vive en la opulencia indiferente a las grandes miserias sociales. Al habitar el espacio, resignifica la función de su cuerpo en relación a la sociedad.
El resultado, la afirmación de un cuerpo que se ramifica en capacidades y funciones irreductibles a las normalizadas. El proceso revolucionario desencadena una serie de desplazamientos.
Belli sustituye la casa de familia por la clandestinidad, el exilio y los centros de entrenamiento. Sustituye el matrimonio por la autonomía. Sustituye el cuidado de los hijos por la transformación económica, política y social de su país. Sustituye los privilegios de clase por la demanda de derechos para las mujeres. Sustituye el apático individualismo por la empática responsabilidad social.
Se multiplican los cambios de orientación porque Gioconda Belli amplía los horizontes de su espacio y por ende su cuerpo dirige su atención hacia otros objetos. A través de la experiencia de su cuerpo vital, performa un género queer, esto es, alternativo al asignado por la heteronormatividad al cuerpo de la mujer.
Bajo la afirmación “yo ya no era la misma” subyace la aprehensión de una nueva identidad de género cuya condición de posibilidad fue la habitación de un nuevo espacio: “me había pasado al otro lado”.
El proceso revolucionario
El país bajo mi piel muestra que la mujer, cuando se rebela, no tiene padres ni patria. Carece de reconocimiento porque reniega tomar el camino ya marcado por las huellas de las mujeres que lo transitaron antes. Belli se desprende del legado: esos surcos heredados que, por una parte, necesitan quien vuelva a pisarlos para prolongar lo ya hecho y, por otra, propician reconocimiento a quien lo haga. La renuncia a la herencia y los beneficios a ella asociados es necesaria para la construcción de la identidad revelada como propia.
Además de solitario, se trata de un proceso extenso, cuyo inicio coincide con el reconocimiento de qué no se debe ser, y que Belli identifica con el deber ser heteronormativo del patriarcado. En segunda instancia, los avances se producen a medida que se violenta dicho paradigma femenino.
No obstante, la nueva identidad no se realiza de una vez y para siempre, sino que está continuamente en curso y, de hecho, en no pocas ocasiones se producen retrocesos debido al grado de internalización profunda del paradigma dominante. La tensión entre el heredado deber ser y el revelado querer ser se resume en la duda: “caminé preguntándome si existía una frontera ética entre las aspiraciones y las obligaciones”.
El país bajo mi piel ejemplifica los vaivenes de la orientación de la conciencia hacia los objetos con la postura ambivalente de Belli ante las armas. Por una parte, siente notorio rechazo por ellas. La inquieta que su amante lleve siempre una granada para detonar en caso de que lo detengan. Le producen descargas en el cuerpo en el entrenamiento guerrillero en Cuba, bajo la mirada supervisora de Fidel Castro y en compañía de muchos hombres.
A Belli el contacto con las armas no le genera la adrenalina que a sus compañeros varones. Aunque aprende a manejarlas, las transporta ilegalmente y las introduce en su casa, las prefiere lejos. La cercanía a ellas es una desorientación de su cuerpo de mujer, pero no una elegida sino forzada por el trasfondo de la lucha armada.
En contraste, sí traslada la terminología bélica del enfrentamiento armado a la fecundidad a través de un recurso retórico. Describe la fecundación como “hacerle al óvulo un ataque certero y seguro”, “fecundar algún óvulo descuidado que acertara a pasar por la línea de fuego”. La inseminación es una guerra, y la procreación, su fruto: “así se debía planificar la guerra, con ciencia, con previsión. Los ataques rindieron su fruto”.
Las metáforas bélicas aplicadas a la fecundación de un hijo dan cuenta de la historicidad de su identidad porque su concepción de la acción de producir una vida traduce cuál es la orientación de Belli en el mundo en términos más amplios.
Aun así, la perspectiva ambivalente (el rechazo por las armas en el ámbito militar de la guerrilla y su penetración en plano más íntimo y frágil) ilustran el carácter nunca acabado de la orientación del cuerpo hacia un objeto y cómo el cuerpo alrededor del mismo objeto puede producir diferentes espacializaciones del sexo que modelan distintas percepciones del sujeto respecto del objeto. Las interacciones intercorporales que conforman el cuerpo son tanto temporales como espaciales.
Belli también se acerca al poder político, otro objeto históricamente asociado a los hombres. A partir de su experiencia, aporta una explicación poco usual de las limitaciones del sandinismo para cumplir con las demandas de las mujeres, incluso una vez instaurado el gobierno revolucionario: el poder político persiste como un objeto propio del hombre, que conjuga su ejercicio con el sexo. Dentro de la heteronormatividad, el ejercicio tanto del poder político como del sexo es una forma de imposición, de dominación del hombre sobre las mujeres.
Entonces, Belli entiende que las mujeres mantienen un vínculo conflictivo con el poder ya que su objetivo es la imposición y ésta es una tendencia naturalizada en el hombre. Si logran ingresar a la política y aspiran a ejercer el poder, las mujeres deben adoptar la agenda del hombre, lo que implica renunciar a la propia.
Los momentos de desorientación no sólo ponen en jaque una idea esencialista de qué significa ser mujer por la atención que Belli propina a ciertos objetos, sino que ella también practica una sexualidad diferente, aunque los hombres sean su objeto de deseo.
Esto se debe a que su cuerpo de mujer en ese espacio, también vive interacciones que configuran un género queer tal que no se corresponde con el carácter de mujer sindicado para su sexo. Gioconda Belli mantiene relaciones extramatrimoniales y disuelve más de un matrimonio. El desfasaje queer de sus conductas son una forma de desorientación sexual, una disrupción de la heteronormatividad.
A partir de la desmitificación de la idea de mujer, Belli cuenta una historia atravesada por múltiples fracturas. La fractura de la nación. “Los nicaragüenses nos dividimos” porque la unidad sin fisuras de la identidad nicaragüense que impone el régimen cratocrático de los Somoza no existía. La fractura de la revolución, “sólo quedaron los huecos y las huellas” porque la composición del FSLN siempre había sido heterogénea (marxistas, cristianos, universitarios, campesinos sin tierra, burgueses antisomocistas, obreros, intelectuales, entre otros). Pero el reconocimiento de las fracturas empieza en la escisión geográfica de su propio cuerpo:
«He sido dos mujeres y he vivido dos vidas. Una de mis mujeres quería hacerlo todo según los anales clásicos de la feminidad: casarse, tener hijos, ser complaciente, dócil y nutricia. La otra quería los privilegios masculinos: independencia, valerse por sí misma, tener vida pública, movilidad, amantes. Aprender a balancearlas y a unificar sus fuerzas me ha tomado gran parte de la vida. Creo que al fin he logrado que ambas coexistan bajo la misma piel. Sin renunciar a ser mujer, creo que he logrado a ser hombre».
Gioconda Belli no se dirime entre ser mujer u hombre. Su conciencia, mediante su cuerpo vivo, se espacializa y se vuelca de forma sexualizada hacia los objetos a su alcance. En la tensión entre la orientación de la sexualidad normalizada y la desorientación de la sexualidad queer que se le revela como propia, su cuerpo adopta un género queer que violenta el paradigma en ciertos momentos-espacios, pero se reconcilia con él en otros.
*Por Belén Sánchez para Espartaco Revista.
*Filóloga, militante del latín y el griego antiguo. Docente. Feminista y poscolonial. Nefelibata (o soñadora que anda por las nubes). Espartaquista.