La guerra que nos habita
En un nuevo aniversario de la Guerra de Malvinas hacemos presente a aquellas mujeres cuyos cuerpos estuvieron atravesados por la guerra. Ex veteranas que estuvieron en el combate cuidando a los heridos y fueron olvidadas, y madres que aún luchan por saber dónde están sus hijos desaparecidos tras haber sido enviados a aquel archipiélago a morir.
Por Redacción La tinta
Durante la guerra de Malvinas el rol de las mujeres fue invisibilizado. A todas, la dictadura les prohibió hablar, al igual que a los soldados excombatientes. A las que no callaron, no les creyeron. Otras, sufrieron estrés postraumático y pudieron hablar mucho años después.
Cuando se cumplieron 30 años de la guerra de Malvinas, el Congreso reconoció como veteranas a varias mujeres que habían participado del enfrentamiento armado entre Argentina e Inglaterra. Hace unos pocos días, se identificaron los restos de soldados caídos enterrados como NN en las islas, y muchas madres pudieron descansar sabiendo dónde están sus hijos. No sólo es mentira que las mujeres no formaron parte de la guerra de Malvinas sino que además, ésta, las sigue habitando.
Veteranas de guerra
La mayoría eran enfermeras e instrumentadoras quirúrgicas civiles que fueron a las trincheras del combate, hoy veteranas que padecen las mismas consecuencias que los varones que empuñaron las armas.
En el libro “Mujeres Invisibles” su autora, Alicia Panero, cuenta que cuando entrevistó a las mujeres que estuvieron en la guerra de Malvinas como voluntarias para cuidar a los heridos se encontró con muchos testimonios. Ellas contaron que en general no le preguntaban a los soldados qué les había pasado, sólo los escuchaban: “Les contaban del frío, del hambre, de que extrañaban a sus mamás. Y ellas sentían la necesidad de abrigarlos. Las de la Fuerza Aérea, por ejemplo, lo que más recuerdan es que cuando se abrían las puertas de los Hércules y bajaban las camillas, no había un sólo soldado que no pidiera por su madre”.
La mayoría de las mujeres que fueron a la guerra permanecieron en la plataforma continental. Liliana Collino fue la única mujer que está probado que pisó territorio isleño a bordo un Hércules C-130, donde se transportaban contenedores y heridos. Algunas de ellas estuvieron entre la tripulación de los barcos. Las de la Fuerza Aérea eran las únicas que tenían condición militar. Fueron, según relata Panero en su libro, las que más sufrieron el maltrato de los hombres.
En una entrevista que le realizaron, relata uno de los hechos que le contaron: “En un traslado de Buenos Aires a Comodoro Rivadavia el comandante tuvo que llevar a la cabina a cinco mujeres de la Fuerza Aérea, porque no paraban de gritarles cosas machistas y piropos subidos de tono. No querían que estén ahí. También la pasaron mal en el hospital, porque no estaban muy informadas de lo que estaba pasando. Y mientras esperaban a los primeros heridos hacían vida de cuartel. No las tenían bien”. En la guerra, no sólo se mide el poder del hombre contra el hombre, sino que se reafirma la objetivación de la mujer, su sumisión, y su servicio. Las mujeres fueron a realizar tareas de cuidado, extensiones de sus tareas domésticas no reconocidas ni en las casas, ni en la guerra.
Las otras madres
El regreso a casa de los soldados que pelearon en Malvinas fue esperanzador. Las familias se agolparon para recibir a sus hijos enviados a luchar por una “patria” que los llevó y los llevaría durante los años posteriores a la finalización de la guerra, a su muerte. Pero, más atrás, algunas no festejaban. Sus hijos no estaban en las bases ni el los hospitales. Primero, les dijeron que estaban recuperándose y ganando peso antes de volver a sus casas. Pero sus nombres no estaban en los censos oficiales. La búsqueda comenzó para muchas de ellas. Un proceso largo para encontrar a sus hijos caídos en Malvinas.
En la guerra fallecieron 649 soldados reconocidos, pero 122 yacían en el cementerio Darwin en territorio malvinense esperando ser identificados. Sus placas rezan: “Soldados Argentinos sólo conocidos por Dios”.
Un trabajo conjunto entre expertos de argentina y Reino Unido, coordinado por el Comité Internacional de la Cruz Roja, comenzó el año pasado a tomar muestras de familiares para cotejar con los restos enterrados en las islas. Pero este trabajo es la culminación de una peregrinación de 35 años de aquellas madres que esperaban alguna respuesta a tantas preguntas. Ellas asumieron en los actos y homenajes la representación por sus hijos caídos, algunas guardando incluso la esperanza de que algún día, ese hijo golpease a su puerta.
Ellas tocaron miles de puertas, hicieron millones de trámites. Escribieron los nombres de sus hijos en formularios y papeles, pero recién hace unos pocos días algunas pudieron nombrar las tumbas. A sus hijos se los llevaron con nombre y apellido, y ellas no podrían descansar hasta que esos NN encontrasen de nuevo aquel nombre perdido en el tiempo.
El consuelo que les dieron desde los altos mandos militares no bastó, les dijeron que habían muerto como valientes. “Lo prefiero cobarde, pero conmigo”, dijo una de ellas. Como valientes en una guerra orquestada, a la que incluso muchos ni sabían que estaban destinados hasta que se bajaron de su avión en suelo de Malvinas.
Nombrar a los restos que yacen en tumbas anónimas es una lucha bien conocida para las madres de nuestra Argentina. Las madres que quisieron saber qué pasó con sus hijos. Las madres que no dejaron jamás que el círculo cierre sin ellos. No dejaron jamás que la mala memoria se lleve sus historias.
Tanto a las ex veteranas como a las madres de los soldados que estuvieron en combate, la guerra las sigue habitando. Su lucha sigue viva.
*Por Redacción La tinta.