Una vida más verdadera, la falta como motor del deseo
Por Manuel Allasino para La Tinta
Una vida más verdadera es una novela corta de la escritora Inés Garland que reflexiona sobre el amor y el deseo. La historia comienza cuando un hombre reaparece en la vida de una mujer treinta años después. La atracción y el amor son irrefrenables a pesar de sus vidas tan desparejas pero también el reencuentro abre muchas preguntas sobre el presente.
Para que haya impulso erótico tiene que haber una interferencia, que no es otra cosa que decir que el motor del deseo es la ausencia, la falta, la distancia, el impedimento. La literatura acompaña esta tesis con su biblioteca de clásicos. En Una vida más verdadera, Garland retoma ese tópico literario para narrar la vida de una mujer de más de cuarenta años, con una hija y bastante solitaria; que retoma una relación con un hombre después de mucho tiempo, para vivir la historia de amor que había quedado pendiente porque ella era demasiado chica en ese entonces.
A lo largo de la novela se sabe poco de los personajes, ella no tiene nombre, él es nombrado con una letra. No hay puntos geográficos claros ni diálogos que recuperen sus biografías. Sin embargo, nada de eso resulta necesario para entender lo que pasa entre ellos.
“Lo cuestiono. Le cuestiono sus elecciones. Creo que se resignó. No se lo digo, pero las preguntas se desprenden de algunas de nuestras conversaciones. Él también debe cuestionarse, a veces en el silencio me siento criticada, pero no me dice lo que piensa. Me crea la ilusión de que con él yo podría ser como soy, como si necesitara permiso y él estuviera dispuesto a dármelo y yo me sintiera agradecida de antemano. Sé que no debería hacerlo pero lo hago. Me dijo que no sube nada, que no postea nada, que le suben cosas pero él ni las mira. En la foto de portada está con la familia. En la foto de portada no lo quiero. En otra foto está con la mujer bailando en una fiesta. En los comentarios los amigos festejan la pareja. Tienen uno de esos matrimonios que nadie concibe separado. Ellos son <<los>> más el apellido de él. Sus nombres van juntos de acá para allá como hermanos siameses. Sus amigos le dicen a él un sobrenombre que yo no conozco. El sobrenombre es tonto. Él es también ese hombre casado. Le pregunté si cuando hablaba con los amigos le decía <<la patrona>> a ella. Me dijo que no. Me dijo que no le gustaba que sus amigos hablaran así de sus mujeres, que hablaran de otras mujeres con las que se acuestan y se contaran detalles de sus proezas sexuales. Yo sé que él no es así y lo quiero también por eso”.
Él está casado, y si bien al principio parece ser una barrera para ambos en los primeros encuentros, rápidamente el deseo borra las fronteras de lo que ellos mismos creen ser. El, fiel a su esposa. Ella, independiente, autónoma y racional; que sabe que jugar con fuego termina quemando. Insistir, amar, desear. La novela navega sobre los interrogantes: ¿Qué lugar tiene el odio dentro del amor? ¿Qué es lo que tenemos que ceder para estar con otro? ¿Qué es el propio cuerpo sin el del otro? ¿La presencia, o el brillo de la ausencia? En Una vida más verdadera, se trabaja breve pero intensamente sobre el deseo y el amor.
“Nuestro planes se vuelven absurdos, pero es necesario hacerlos. Nos imaginamos en otros paisajes. Hay un campo al que podríamos ir. Cuando hablamos del campo me veo con él en una galería que nunca vi, sentada en unas sillas que ni sé si hay, siento alrededor un jardín sin muchos detalles, árboles sin nombre, el horizonte, es media mañana o cae la tarde o se hace de noche y estamos ahí, con todo el tiempo del mundo por delante. El anhelo me ocupa el cuerpo como si fuera un animal vivo. Estar juntos bajo las estrellas se convierte en el norte de la brújula desimantada. No me atrevo a pedirle que lo haga realidad. Quiero más, quiero dormir una noche entera con él. Soy un cachorro con una zapatilla”.
Una vida más verdadera, tiene también una atmósfera poética. Porque si la poesía es el arte de que no moleste la falta de información, Garland, narra usando ese criterio. La aventura del amor pendiente sobrevuela toda la novela.
“Una mañana diez días después suena el teléfono. No reconozco el número en la pantalla, pero yo no reconozco ningún número. Cuando atiendo se corta. O no se corta, hay silencio. En un impulso devuelvo la llamada. No es algo que haya hecho antes. Me atiende una voz de mujer que niega haber marcado mi número. Le digo mi nombre, le explico que su número estaba en mi pantalla, que me tiene que haber llamado. Como si tuviera que explicarle las leyes de la vida. No, no, dice. Hay algo aterrado en su voz. Lo llamo a él. –Me llamó tu mujer. –No puede ser. También en la voz de él hay algo aterrado. Me llama después. No sé cuánto después. Era ella. Sabe lo nuestro. ¿Lo nuestro? ¿Vas a ir a tu casa ahora o vas a terminar tu día de trabajo? ¿Vas a decirle a tu secretaria que te surgió una urgencia? ¿Vas a dejar a los clientes en la recepción? No le hago ninguna de estas preguntas. No quiero saber. Todos los lugares comunes juntos se nos vienen encima. ¿Quién me creí yo, que pensé que era capaz de evitarlos? ¿Desde cuándo esto que nos pasa es <<lo nuestro>>? Éramos él y yo y él y ella. Ella no sabía que él y yo nos veíamos. Ahora sabe. ¿Qué es un triángulo? Él, ella y yo. Antes de ahora, nunca me sentí en un triángulo. Nosotros éramos nosotros y ellos eran ellos. Y cada uno de nosotros era cada uno de nosotros. Pasa el día. Hago lo que hago con una parte de mí que no está, que hace sin estar. Espero. Me vuelve a llamar casi al final del día. ¿Estuvo estas diez horas hablando con ella? No le pregunto. Ella le dijo que entendía que él pudiera querer hablar de ciertas cosas conmigo. Hablar de ciertas cosas. Hablar. Lo único que quería saber, y que por favor él no le mintiera, era si nos habíamos acostado. Todos los cafés del mundo, toda la afinidad del mundo, todas las conversaciones del mundo, pero el cuerpo no. Él le juró que no nos habíamos acostado. Ella le dio permiso para verme, siempre y cuando no se acostara conmigo. Me dice todo esto por teléfono”.
Con Una vida más verdadera, Inés Garland renueva su apuesta por la literatura con una breve e intensa novela sobre el amor, el deseo y el reencuentro, que nos interpela y abre interrogantes.
Sobre la autora
Inés Garland es escritora, periodista y traductora (de Lydia Davis, Sharon Olds). Colabora con distintos medios gráficos y enseña escritura creativa en Argentina y Chile. Escribió libros para jóvenes como Piedra, papel o tijera (2009), con el cual recibió el galardón ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil Argentina), El jefe de la manada (2014) y Los ojos de la noche (2016). Los libros de cuentos Una reina perfecta (2008), premiado por el Fondo Nacional de las Artes, y La arquitectura del océano (2014). Publicó las novelas: El rey de los centauros (2006) y Una vida más verdadera (2017).
*Por Manuel Allasino para La Tinta.