Tupac Amaru, Parte 2: El cambio en las presas políticas
En esta segunda entrega, seguimos indagando en lo que significa ser una presas políticas en Argentina. Profundizamos en aquellos procesos de subjetivación por los cuales una se piensa como sujeto en lucha y conversamos con Patricia “Pachila” Cavana y Laura, referentes de la organización Tupac Amaru en San Salvador Jujuy, Paula, miembro del Comité por la Libertad de los presos políticos en Jujuy y un vecino del Barrio Alto Comedero que reivindicó la identidad del tupaquero.
Por Débora Cerutti para La tinta
“- ¿Vas a volver de nuevo a militar a la Tupac mamá?
– Ustedes qué creen
– Vos respondenos.
– Yo por ustedes, voy a volver. No voy a permitir que a ustedes, mis hijos les hagan agachar la cabeza”.
“Yo en el primer momento cuando estuve en la comisaría no entendí. O sea, entendía pero no comprendía. Soy presa política. Estuve casi 10 meses en el penal. 48 días en la comisaría. Hice una huelga de hambre de 7 días. Me intenté matar allí”.
Patricia “Pachila” Cavana se enoja, putea, se indigna cuando recuerda sus meses en la cárcel y la multiplicidad de injusticias que tuvo que atravesar en estos últimos dos años desde que metieron presa a Milagro Sala. Mientras estaba en el Penal, intentaba hacer todo lo que sus guardiacárceles le decían, para evitar que tuvieran excusas para “ensuciarla aún más” y meterle una causa dentro del penal: “A cada rato me llevaban a declarar. Porque me decían que yo las había amenazado a las guardiacárceles, y no era cierto”.
Cuenta Pachila que una de esas mujeres, era vecina de su barrio y la trataba muy mal dentro de la cárcel. La Tupac le había brindado apoyo para que terminara sus estudios y tuviera una casa, pero nada de eso caló en la memoria de la “señora” que le abría y cerraba la reja. Un día esta mujer le dijo que “sos una presa y yo soy una señora. A mí me decís señora y no me pidás ningún favor”. Esas palabras parece que le impactaron a Pachila. Marcan un quiebre en la solidaridad entre mujeres y significó la expresión más clara de la ruptura de los lazos comunitarios en Alto Comedero con posterioridad a la criminalización de la organización Tupac Amaru. Significó también, que su vecina no lo iba a brindar ningún tipo de información acerca de cómo se encontraba el barrio, o sus hijos despojados de madre de manera ilegal.
Pachila recuerda y su rostro se llena de expresiones encontradas para terminar mostrando cierta condescendencia con estas mujeres que la maltrataron y, finalmente, traspolar su enojo a la orden de sus superiores. “Las llegamos a entender con Milagro. Las chicas, si se hacían amigas de nosotras, o querían tratar de tratarnos bien las jefas las cambiaban. Las tenían como bola sin manija. Tenían orden de tratarnos mal”.
Cuando Pachila llega al penal y después de varias conversaciones con las otras presas políticas, entiende por qué estaba allí. Estaba presa por estar organizada. Por luchar. Por haber trabajado para los otros. “Un día Milagro se sienta. Las dos llorando y ella me hace comprender más las cosas porque era una cosa que no entendía primero. Después entraron mis compañeras, y era hablar con ellas y entender juntas. Hacer entender a mis hijos por qué estaba en la cárcel”.
La desazón es un estado de intranquilidad o tristeza en que se encuentra una persona. Pachila me transmitió durante largo rato ese estado. Cuenta que mientras estuvo presa, pudo “pilotear”, pero que haber salido fue lo peor. “Nunca imaginé que la calle estaba tan fea, que la gente nos dio vuelta tanto la cara, tanta rotura acá en toda la organización y en muchas organizaciones. Me duele mucho, sigue doliendo y es difícil levantarse y seguir remando. Es difícil ver cómo sigue eso”. Encontrar el camino que permita continuar luchando en Jujuy es difícil. Pachila está convencida de dos cosas: de que eso va a ocurrir y de que necesariamente va a ser en la calle y de manera colectiva.
Ella sabe que es una presa política cada vez que dimensiona el daño que ejercieron sobre su cuerpo por haberse organizado y haber luchado, “si no hubiera hecho ñaca, estaría caminando tranquila. Me metieron en cana porque saben que soy un cuadro importante que esté afuera”. Hoy, cada vez que hacen alguna actividad, las brigadas policiales pasan por su casa, toman fotografías, se paran en la esquina, pasan 6 o 7 veces con la sirena encendida por enfrente de su vivienda para asustarla a ella y a sus hijos.
Las dificultades para volver a militar aparecen por doquier, “yo sé que volver a militar cuesta. A fines de marzo, se habla de que es una fecha posible para el juicio. Quizás quieran volverme a meterme a la cárcel. Yo lo que sí entiendo, es que este gobierno cuando ellos quieran me van a meter. Con pruebas o sin pruebas. Ya lo hicieron”, afirma Pachila. Ante esto, sabe que su respuesta ante tanta represión e injusticia, no es meterse abajo de la cama, “ya estamos en este baile, hay que bailarlo hasta el final”.
Hay una autocrítica que se hace esta mujer, la misma está vinculada con los procesos de formación y de toma de consciencia de las vecinas y vecinos. Al respecto dice: “Nos faltó conciencia. Me pasa en mi casa. Nosotros dimos mucho y faltó decir que era gracias a lo que hacés, lo que hice, lo que hicimos, por decir hoy me fui allá, laburé, vine a dormir a las 2 de la mañana. Nos olvidamos de ponerle conciencia, tanto a la familia, como a los hijos, a nosotros mismos. Me olvidé de decir lo que cuesta hacer esas cosas. No es que nos cayó del cielo. Creo que cuando volvamos a militar tenemos que hablar mucho”.
Los ricos están de fiesta, el dragón está dormido
“Ser un tupaquero es dignidad, lucha, trabajo, justicia. Creer que todos somos iguales. Amen con sus distintas profesiones. Pero que también merece el pobre respeto. Por qué un pobre tupaquero no puede tener una pileta. Por qué un pobre no puede tener un acceso a la salud”.
(vecino de Alto Comedero)
“Acá tenés un hombre que tiene su profesión, trabaja y es tupaquero. Con orgullo llevamos esa marca. Con dignidad”.
(vecino de Alto Comedero)
En el recorrido por el barrio Alto Comedero, donde se encuentran las mayores obras de infraestrucura y vivienda llevadas adelante por la Tupac, conversé con algunos vecinos. Uno de ellos, plomero y electricista de 45 años, me dice que hoy, ser tupaquero es “sinónimo de delincuencia, de vagancia”, que el gobierno se ha encargado de estigmatizar el ser parte de la organización.
Cuenta así que Jujuy estaba en llamas durante los noventa y luego con la crisis del 2001. Es allí cuando comenzaron a hacer ollas populares para alimentarse colectivamente, y sobre todo brindar espacios de merenderos para las niñas y niños del barrio. Este vecino narra algunas de las obras que hicieron siendo parte de la Tupac y la importancia de la reivindicación de la mujer en el espacio público así como el trabajo en torno a la diversidad.
“Ha habido obras, y sobre todo la mujer tuvo su lugar acá, hasta lugar para la diversidad. Somos un gigante dormido. Ahora nos callamos. Recién estamos volviendo a resurgir de cierta forma. Con eso estamos volviendo a las cooperativas, pero se han formado. Los hombres que no sabían hacer nada, ahora saben levantar una pared, hacer algo para su casa, para poder sobrevivir con sus hijos», explica.
No hay libertad
Pachila salió de la cárcel junto a Iván Altamirano, Miguel Angel Sivila y Raúl Noro el 24 de noviembre del 2016. Tras varias instancias de apelación, con sus 38 años de vida espera el juicio en prisión preventiva. Las carátulas de sus causas fueron cambiando de fraude a la administración pública, a enriquecimiento ilícito hasta llegar a la última, que es malversación de fondos.
El autocuidado se vuelve también una reflexión en nuestra conversación: “Si nosotras mismas no estamos bien, no podemos querer ayudar a otros en la lucha”. Pasar por el cuerpo los dolores y ser consciente de cuánto impacto tuvo haber estado presa. “A veces siento que sigo presa, me siento impotente, me siento inútil. Prefiero seguir adentro. 19 años de haber luchado tanto y hoy llegar a esto y ver esto… no tenés los medios, no tenés nada. Te cortan los pies, 20 mil cosas te pasan por la cabeza. Pero el otro día hablaba con Milagro y decía ‘basta Pachila de decir que no se puede. Todo se puede, está adentro tuyo, salí y buscalo’”.
Y me cuenta que sale como loca, busca, busca y busca. Y en general, no encuentra “una mierda”. O quizás, lo que más encuentre sea justamente mierda.
Los sentires transitan entre la desazón y la indignación. Que salga de la cárcel Milagro, no será por una cuestión de milagro divino. Así tampoco, no habrá milagro que despierte al dragón dormido.
Tupac Amaru, Parte 1: Las presas políticas del cambio
*Por Débora Cerutti para La tinta / Fotos: Colectivo Manifiesto.