“Yo sé que si hacen algo existe la cárcel, no matarlo”
Por Diana Segado para La tinta
El 1 de enero de 2017 Raúl Ledesma tenía 29 años. Una mujer policía vestida de civil le disparó una bala que entró por la espalda y le salió por la axila. Iba con un amigo que en su moto lo llevó herido hasta su barrio. En una esquina, tirado en la calle, empezó a morir. Otro joven más, víctima de las balas policiales en Córdoba y en Barrio Los Cortaderos. Fuimos hasta la casa de su madre, Delia Ledesma, donde él vivió con sus hermanas y hermanos hasta ese día, para saber en qué estado se encuentra la causa.
Victoria Siloff, abogada de la familia de Raúl, se comunicó primero conmigo por la entrevista, me avisó que sería bueno que en la charla estén Natalia o Marina, las sicólogas que acompañan a Delia en este proceso. Al momento de reunirnos, estaban presente ambas. Durante la charla, tres de sus hijas escoltaron a su mamá, la acompañaron de cerca, en silencio. Éramos casi todas mujeres ahí, cuidándola, cuidándonos, porque si algo nos ha enseñado este sistema es que tenemos que cuidarnos entre nosotras.
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Cuando llegamos Delia estaba acomodando las sillas alrededor de una mesa que había puesto en el frente de su casa, abajo de una mediasombra. Tiene puesta la remera con la cara de Raúl y una de sus hermanas tiene tatuado su rostro y su nombre en el pecho. Delia tiene cinco hijas, cinco hijos, 12 nietxs y dos más en camino.
Le pregunto si puedo prender el grabador, ella duda, mira a una de las psicólogas que le dice que no se preocupe. Le da pánico escénico y no le gusta protagonizar nada. Le explico que es para no olvidarme lo que vamos a charlar, así no me pierdo detalle. Aunque después, durante varios días, voy a recordar cada frase textual y todos los gestos que acompañaron sus palabras.
“A mi me vinieron a avisar como a las 8 de la mañana que le habían pegado a Raúl. Gastón (uno de sus hijos) lloraba y me dijo: ‘Mami, le pegaron al Raúl, se muere el Raúl’. No sabía si ponerme la remera o salir así, no sabía qué hacer”, comienza el relato Delia y en la primera frase se quiebra. “Cuando llegué allá, en la esquina, él estaba tirado, tenía una remera blanca toda ensangrentada. Nunca me olvido de ese día. Le dije: ‘Raúl’, y él levantó la mirada, ya no daba más. Las mujeres no me dejaban arrimarme, no me dejaban llegar”, continúa Delia y me explica cómo las vecinas la acompañaron y querían cuidarla.
Desde ese lugar varios chicos del barrio lo llevaron agonizando en la caja de una camioneta, hasta el dispensario de Sol Naciente. Cuando llegó ya estaba muerto.
“Era un buen hijo, a pesar de los errores que él tenía. Tenía un gran corazón, si le venían a pedir algo él se lo daba. Era un mamero, el Raúl para mi es el amor de mi vida, ellos (sus otros hijos) me reclaman porque siempre hablo de él. Pero Raúl era … no sé”. Así, Delia intenta explicar qué se llevaron, lo que le arrancaron y porqué duele tanto: “Para mí era el mayor, he sufrido cuando él era chico situaciones malas y será por eso, pero Raúl era mi vida, lo que más quería me lo han quitado”.
Año nuevo
Su madre guarda en la memoria con lujo de detalles lo que él dijo y hasta cómo vestía esa noche, no tengo en claro si es porque sólo pasó poco más de un año de su asesinato, por madre o porque el dolor marca a fuego esos detalles. “Él andaba re contento esa noche. Tenía una camisa celeste y un pantalón vaquero azul”, recuerda .
El 31 de diciembre tenían la mesa preparada en el mismo lugar en donde estamos sentadas conversando. Raúl bailaba Jean Carlos, el músico que más le gustaba, y se reía porque decía que se tenían que vestir bien como él, “no con esas guasadas que se visten”.
Delia siente que esa noche de alguna forma, su hijo sabía lo que le iba a pasar y se despidió de ella y de todo el barrio. “Él siempre me saludaba para navidad y año nuevo, pero esa noche vino y me abrazó fuerte y me dijo: ‘Mami, usted no se va a hacer más problema. Cuídelos a todos, a mi viejo, a mis hermanos’. Él se estaba despidiendo de mí y yo no sabía”, explica.
Al otro día, cuando ya había pasado la tragedia, todos en Los Cortaderos dijeron que se había despedido de cada uno. Cuentan que lo llevaron en auto a comprar cigarrillos y él sacaba la cabeza y saludaba, como si fuera una despedida. También, fue al almacén y el dueño dice que lo abrazó fuerte y no lo soltaba.
Según la investigación, la bala no sólo entró por la espalda, sino que Raúl estaba a cuatro metros de distancia, aproximadamente, cuando recibió el impacto. “Lo mató porque lo quiso matar, porque si ella hubiera querido, le hubiera pegado en las piernas. O le hubiera pegado a la moto o lo hubiese hecho caer, o habría llamado a un móvil para detenerlo. Yo sé que si hacen algo, existe la cárcel, no matarlo”, explica Delia.
El Güere
Fernando “Güere” Pellico era vecino de Raúl, tenía 18 años cuando en 2014 también murió por las balas de la policía. “Con el Güere eran como hermanos, él estuvo en el juicio hasta el final, hasta la sentencia”, el 27 de diciembre del 2016, los policías que lo mataron fueron condenados a perpetua y cinco días después Raúl, su vecino y amigo, fue asesinado de la misma forma.
Sobre el día que mataron a Güere, Delia cuenta que “vino Eze, mi otro hijo, y me dijo que lo habían matado al Güere. Salté de la cama, pensé que era mentira. Voy a la pieza del Raúl, estaba durmiendo”.
-Raúl, lo mataron al Güere.
-¡No, es mentira!, pegó un salto de la cama.
“Se fueron corriendo y cuando llegaron, Güere estaba todavía tirado. Dicen que cuando el camión de la morgue vino a llevárselo al Güere, no se lo podían sacar al Raúl. No quería que se lo lleven”, recuerda. Además “la madre de Güere es mi comadre, es la madrina de Gastón y somos muy compañeras con ella. Una excelente madre. Y el Raúl era como de esa familia”.
Esa noche de año nuevo, Raúl fue también a la casa de los padres del Güere a saludarlos y cuentan que bajó una foto de él y les dijo: “Esta noche me voy con mi negro”.
-No, Gordo, ¿cómo decís eso?, le dijo el papá de Güere.
-Sí, Batata, yo me voy con mi Negro.
Nadie sospechaba lo que iba a suceder.
El recuerdo
Le pregunto a las hermanas cómo era él, qué les quedó de Raúl. “Era odioso, el más mimado de mi mamá. Siempre peleabamos, pero por nosotros siempre salió a dar la cara” asegura una de las hermanas menores. Está embarazada y espera mellizas para abril.
“Era como el segundo hombre de la casa, él nos enderezaba, siempre nos aconsejaba. Nos decía cómo teníamos que educar a nuestros hijos. No le gustaba que fueran atrevidos, ni malos. ‘A los chicos enséñenles ustedes que son las madres, que jueguen, que son primos, que son hermanos, que aprendan a compartir’. Siempre fue así con nosotros, eramos re unidos. Son recuerdos que nos van a quedar siempre, de nuestra niñez, de crecer con él, era nuestro hermano mayor”, cuenta una de las hermanas mayores, mientras le da la teta a su hijo más pequeño.
Ella también explica que en 2016 le festejaron por primera vez el cumpleaños al padre, “con globos y torta”, estaba toda la familia y se sacaron muchas fotos juntos. En 2017, cuando le festejaron el cumpleaños de 15 a Anto, una de las hermanas, “ya no estábamos todos”. “Faltaba uno, faltaba él, para la foto, para la fiesta. Fue difícil ver las fotos en las que no estaba y ver las fotos de antes, en las que sí estaba, fue difícil aceptarlo”, explica.
Para tenerlo siempre presente, amigos y amigas de Raúl construyeron una gruta frente a la esquina del barrio a la que llegó agonizando. Le digo a Delia que quiero conocerla, caminamos juntas hasta allá, es a menos de una cuadra de su casa. La gruta está protegida por un techo y tres paredes azul y oro, los colores del equipo del que él era fanático. El rostro de Raúl está pintado en una de las paredes, al lado el escudo de Boca y en las otras dos, frases. En la gruta los amigos y amigas le dejan plata, cadenitas, flores, fotos, anillos, objetos para que él tenga. “Hasta una sidra tiene”, me muestra Delia. La figura que más se destaca es la de un Gauchito Gil, la madre me explica que Raúl tenía tatuado en la pantorrilla izquierda su imagen. De hecho, la idea es terminar de construir las paredes del costado y pintar un Gauchito Gil.
Delia señala una de las fotos en la gruta, es de hace dos años, en el cumpleaños de 18 de Gastón. En la foto son cinco varones, Raúl está a la izquierda. “Hacía un friasón, todos emponchados y él estaba de camisita”, explica Delia y me acuerdo de cómo estaba vestido para año nuevo y hacía gala de su elegancia, y voy completando un poco más el perfil de ese joven que hoy tendría la misma edad que yo.
-¿Venís seguido acá, te hace acordar a él?
-Por ahí vengo, paso, cuando voy a comprar algo. Pero no vengo mucho porque me hace mal. Porque él cae ahí (señala en frente), en donde está ese poste. Es muy duro, venís y parece que lo estuvieras viendo ahí, te acordas de todo.
Una amiga, Melisa y un amigo, Nelson, también se acercan para contar cómo era el Gordo, como le decían. “Una excelente persona, muy respetuoso. Muy compañero y amigo, todo el barrio lo quería. Respetaba y hacía respetar al barrio. Al que podía, le daba una mano”, cuenta él. Y agrega: “Era muy divertido, le gustaba bailar. Bailaba solo, nunca lo ibas a ver enojado, siempre andaba divertido. A nosotros siempre nos hacía reír. Nunca te aburrías con Raúl”. Melisa también lo recuerda con mucho cariño, “era muy bueno con todos, nunca faltó el respeto. Todo el mundo lo quiso acá, la verdad es que era muy querido en el barrio”.
Todas las personas con las que hablo en el barrio repiten que era una persona respetuosa y muy querida. Uno de sus amigos se tatuó su cara y nombre en el brazo. “Raúl lo defendía cuando otros lo verdugueaban”, explica Delia. Y cuenta que al velorio vino tanta gente que «yo no sé quiénes eran, venían y me decían que eran amigos de él y yo no los conocía”.
La Justicia cómplice
El proceso, como ya se denunció en muchos casos de gatillo fácil en la provincia, está plagado de irregularidades y trabas. Victoria Siloff, abogada de la familia Ledesma, denuncia que el 15 de febrero de 2017, a sólo 15 días de haber regresado de la feria, la fiscalía solicitó el sobreseimiento de Caro Carla Gisela, la que disparó contra Raúl Ledesma, argumentando legítima defensa.
En mayo de ese año el juzgado de control en discrepancia con el pedido de sobreseimiento, consideró que “no se encuentran determinadas las circunstancias de modo del suceso delictivo en cuestión, lo que impide arribar a un juicio de certeza acerca de los extremos fácticos de la imputación jurídica delictiva, estado intelectual requerido para el dictado de sobreseimiento”. Por lo que la causa se remitió a la fiscalía de cámara, que “tenía que desempatar, por así decirlo”.
Luego, esta fiscalía solicitó que se dictara el sobreseimiento total en favor de la imputada por el delito de homicidio agravado. Entonces en junio la querella presentó una apelación contra esta sentencia. A fines del mismo mes el juzgado de control, admitió el recurso de apelación, pero el 14 de agosto la cámara de acusación mediante un decreto, resolvió declarar erróneamente admitido el recurso alegando “inadmisibilidad formal”.
A comienzos de septiembre de ese año “presentamos un recurso de casación ante la cámara de acusación en contra del rechazo a la apelación. Nos rechazan la casación con el mismo argumento de cuestiones formales, sin entrar al fondo de la cuestión que estamos discutiendo”, explica la letrada. Y agrega que “fue rechazado porque para que se le de trámite en la instancia penal cuando lo presenta la querella, tiene que tener el sostenimiento del fiscal general de la provincia, Alejandro Moyano que a través de un decreto, decidió desestimar el recurso».
A fines de noviembre, la querella interpuso un recurso extraordinario ante el Tribunal Superior de Justicia de Córdoba, que en febrero de este año fue denegado “porque no era el recurso que correspondía”. Victoria Siloff resalta que “también lo rechazan por cuestiones formales y nunca entran en la problemática de fondo. Al final nunca hubo un organismo judicial que revisara el sobreseimiento de la policía”.
Nuestro Gatillo Fácil de cada día
A fines de mayo de 2017, abogados y abogadas de Derechos Humanos, familiares de víctimas de gatillo fácil y organizaciones sociales de la provincia, en conjunto, presentaron una denuncia formal contra el Poder Judicial. “Sabemos a ciencia cierta que en ellas (causas de gatillo fácil) se incumplen sistemáticamente diversas normas y que, además, no hay una investigación completa y seria que cumpla con las garantías del proceso penal”, aseguraban en su momento.
El rol político que está teniendo el Poder Judicial a la hora de asegurar impunidad a miembros de la Policía de Córdoba no se debería sostener, con más razón a partir de la sentencia en el juicio contra los asesinos del Güere. Nati, psicóloga de Delia explica: “No hay forma de ocultar que los policías salen a matar a los pibes. Concretamente es una práctica sistemática. Después de lo del Güere y de lo de Raúl, la policía estuvo amenazando a los pibes acá. Dando vuelta por el barrio y diciendo que iban a terminar como ellos”. Delia confirma que “ese día estábamos velando al Raúl, un día lunes a la mañana, y llegaron a hacer un allanamiento y los de la guardia de infantería los amenazaron”.
Por su parte, Marina, la otra psicóloga, pone su cuota de optimismo y agrega que “lo que nosotras siempre les decimos es que por la vía de la Justicia no hay ninguna respuesta, o son todas adversas, pero esto no termina acá. Hay que pensar otras acciones, que tienen que ver con seguir la denuncia, construir memoria y producir acciones comunitarias”.
Mientras volvemos caminando de la gruta hacia la casa, Delia me cuenta que tiene un kiosco hace más o menos un año, ella lo atiende y cuando tiene que salir, alguna de sus hijas se queda a cargo. Después de techar la galería, esa donde estábamos sentadas, va a pintar en la pared de su kiosco la cara de Raúl y el escudo de boca. Así me enseña, sin saberlo, cómo se construye memoria, sin el Estado, sin los medios hegemónicos, sin plata y con casi todo en contra.
*Por Diana Segado para La tinta / Fotos: Colectivo Manifiesto