Misoprostol en boca de todes: autonomía en 12 comprimidos
Desde la década del ’80, en países de América Latina y el Caribe como Brasil, las mujeres de sectores populares experimentan el uso del misoprostol en sus propios cuerpos, a partir de su disponibilidad en el mercado oficial. Algunas hipótesis sostienen que de Brasil, los conocimientos de las mujeres sobre los usos abortivos del misoprostol llegan de boca en boca a las mujeres paraguayas y luego a quienes habitan en Argentina en barrios populares, a través de las mujeres migrantes. ¿Qué es el misoprostol?¿Cómo funciona?
Por Lucila Szwarc para LatFem
Está demostrado que aumentando la disponibilidad del fármaco y la información sobre su uso en consejerías dentro y fuera del sistema de salud -donde pueden indicarlo profesionales médicxs pero también otrxs profesionales de la salud-, se podría reducir drásticamente la mortalidad materna en países con altos índices de muertes por complicaciones de aborto.
El misoprostol es una prostaglandina sintetizada que genera contracciones en los músculos lisos del cuerpo, como el estómago, el intestino o el miometrio. Las prostaglandinas están presentes de forma natural durante la menstruación, un aborto espontáneo o un parto en caso de embarazo a término. Además de generar contracciones, dilatan el cuello del útero facilitando la expulsión. Utilizar misoprostol durante el primer trimestre de embarazo (3 dosis de 800 mcg para ser exactxs) genera contracciones en el útero similares a las que ocurren durante un aborto espontáneo, expulsando el contenido del útero, con un 90% de efectividad.
Si bien los efectos de las prostaglandinas se estudian y conocen desde los años 60′ y 70′, no es hasta los años 80′ que se empieza a difundir su uso para interrumpir embarazos dentro y fuera del sistema de salud.
En países como Francia, Estados Unidos o China el uso abortivo del misoprostol va de la mano del desarrollo y la aprobación de la mifepristona. Este fármaco es una anti-progesterona, que inhibe la recepción de la hormona responsable de preparar el útero para un eventual embarazo y de sostenerlo en caso de que ocurra (dado que frena las contracciones del miometrio y garantiza el mantenimiento del embrión en el útero). La mifepristona corta el vínculo del embrión con el útero, interrumpe el embarazo, al mismo tiempo que aumenta la producción de prostaglandinas.
Los estudios médicos señalan que al combinar su uso con una dosis de prostaglandinas sintetizadas, particularmente con misoprostol, la efectividad del aborto llega al 98%. Para los países dónde no está disponible la mifepristona, la Organización Mundial de la Salud recomienda el uso del misoprostol solo.
El médico francés que desarrolló y estudió por primera vez los efectos de la mifepristona y sus combinaciones con las prostaglandinas intuía que estaba haciendo historia. Étienne-Émile Baulieu escribió un libro, que se publicó en 1990, en el que propuso cambiar el signo socialmente asignado al aborto y hablar en su lugar de “regulación de la menstruación”: el aborto con medicamentos durante las primeras semanas de gestación no dista mucho de inducir una regla. ¿Por qué tantos debates y opiniones morales en torno al aborto si, a partir de la existencia de la mifepristona y el misoprostol, podemos frenar el efecto de la hormona que garantiza la continuidad del embarazo y/o generar contracciones similares a las de un aborto espontáneo?
América Latina: la apropiación popular de una tecnología médica
Desde la década del ’80, en países de América Latina como Brasil, las mujeres de sectores populares experimentan el uso del misoprostol en sus propios cuerpos, a partir de su disponibilidad en el mercado oficial. En intentos desesperados por resistir a la norma de la maternidad obligatoria en un contexto de clandestinidad, las brasileras hicieron lo que hacemos las mujeres y femeneidades desde tiempos inmemoriales: transmitirnos los conocimientos sobre nuestros cuerpos que vamos forjando nosotras mismas, entre vecinas, amigas, comadres, de madres a hijas. Es tal la fuerza de esta transmisión de conocimientos, que las tradiciones populares se superponen y en Brasil se combina el uso del misoprostol con el uso ancestral de hierbas consideradas abortivas, como la pezuña de vaca.
Durante esos años, disminuye el uso de técnicas riesgosas pero los estudios sobre las experiencias de las mujeres dan cuenta de la necesidad de aumentar el acceso a la información sobre el uso del misoprostol para proteger la salud de las mujeres. A contracorriente, los sectores que dicen estar “a favor de la vida” inician una acción de difamación y el gobierno saca el medicamento de las farmacias, que pasa a estar sólo disponible en hospitales para uso institucional, además del mercado clandestino.
En Argentina, algunos testimonios indican que el misoprostol estuvo disponible a principios de los años ’90 antes de ser retirado del mercado, para volver a estar en circulación hacia finales de esa década. Hasta el presente, el laboratorio Beta lo comercializa bajo el nombre de Oxaprost® (luego de haber estado comercializado por un período de tiempo también por el laboratorio Casasco, como Blokium Prost®). Cada comprimido contiene 200 mcg de misoprostol junto con 50 o 75 mg diclofenac según la presentación. Está aprobado por la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) para el tratamiento de la artritis reumatoidea y su venta se dispone bajo “receta archivada”, es decir, se exige una doble receta para tener un seguimiento de su venta, como sucede con los psicofármacos. Desde 2010, también se aprueba su uso obstétrico para inducción del parto en hospitales. El laboratorio Domínguez lo comercializa como Misp 25.
Los relatos de lxs profesionales de la salud y de lxs militantes feministas pionerxs en la difusión del uso el misoprostol indican que los saberes y experiencias de mujeres, médicxs y del feminismo nacional e internacional, confluyen para ir forjando el panorama que conocemos hoy. Algunas hipótesis sostienen que de Brasil, los conocimientos de las mujeres sobre los usos abortivos del misoprostol llegan de boca en boca a las mujeres paraguayas y luego a quienes habitan en Argentina en barrios populares, a través de las mujeres migrantes.
Algunxs médicxs escuchan entonces a sus pacientes y atan cabos: las mujeres les hablan de una pastilla que las hace abortar, mientras en las guardias se difunde cada vez más el uso del misoprostol en dosis bajas para inducir partos. Otrxs profesionales conocen el fármaco y sus indicaciones por su cercanía con espacios feministas. Las mujeres se comparten entre ellas y aconsejan el uso del misoprostol, creando una red subterránea de resistencia a la soledad del aborto clandestino e inseguro, y encuentran cada vez más aliadxs en profesionales de la salud y militantes feministas que sistematizan, intercambian y forjan saberes y modelos de intervención para salvar y cambiar vidas.
Desde 2001, en Uruguay se implementa el modelo de “Reducción de riesgos y daños contra el aborto provocado en condiciones de riesgo” que propone – cuando el aborto aún estaba penalizado en la mayoría de los casos en el país vecino- intervenir desde el sistema de salud antes y después del aborto, con controles previos y posteriores mediante ecografía y dando información sobre el uso del misoprostol. A su vez, el feminismo, fiel a sus tradiciones, comparte, transnacionaliza y adapta saberes y experiencias que complementan pero también cuestionan el modelo del sistema de salud.
A través del apoyo y el fomento de la ONG holandesa Woman on Waves se desarrollan en América Latina diversas líneas telefónicas que dan información sobre aborto con pastillas. En nuestro país, Lesbianas y Feministas por la Descrimininalización del Aborto, con Verónica Marzano a la cabeza, son pioneras en este terreno al lanzar en 2009 la línea telefónica “Más información, Menos Riesgos”. Por esos años, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito activaba y abogaba por la legalización y la despenalización normativa y social del aborto, y elaboraba panfletos que difundían el uso del misoprostol. La información comenzaba a circular entre feministas.
El lanzamiento de la Línea fue un parte aguas en la difusión del misoprostol dentro y fuera del movimiento feminista por dos motivos. Por un lado, porque las presentaciones y difusiones de sus primeros informes demostraron que compartir información sobre aborto entre mujeres y lesbianas, en el marco legal y normativo existente en aquel momento en Argentina, era no sólo legal sino posible y efectivo. Por otro lado, porque el manual “Cómo hacerse un aborto con pastillas” llegó a los Encuentros Nacionales de Mujeres y de ahí – en formato impreso y virtual – a todo el país.
Hoy, el panorama del acceso al aborto en Argentina parece más alentador pero los avances van camino al estancamiento si no garantizamos mayor acceso a abortos seguros para las mujeres y personas con capacidad de gestar. En menos de diez años el sistema de salud pasó de hacer “consejerías en reducción de riesgos” a garantizar el acceso a abortos legales, incorporando en algunas jurisdicciones la entrega del fármaco y en otras la entrega de la receta médica, amparado en los avances alcanzados mediante el fallo F.,A.L. y el protocolo de Interrupción Legal del Embarazo (ILE).
El protocolo ILE del Ministerio de Salud de la Nación indica que el acceso al aborto debe estar regulado por los principios de autonomía, accesibilidad, no judicialización, confidencialidad, privacidad, celeridad y transparencia activa. El texto detalla que el riesgo para la salud (física, mental-emocional y social) no debe ser un riesgo de una intensidad determinada ni debe constatarse una enfermedad. Basta con la pontencialidad de afectación de la salud y es la persona que solicita la ILE quién debe decidir qué tipo de peligro está dispuestx a correr.
En algunas instituciones públicas y consultorios privados, las mujeres pueden acceder a un aborto legal bajo estos principios, con elección del método de aborto, con provisión de misoprostol o acceso a una Aspiración Manual Endouterina (A.M.E.U.) en primer trimestre, o con internación en hospitales y uso del misoprostol en el segundo trimestre. Pero el acceso al aborto y a la elección de métodos abortivos es profundamente desigual entre jurisdicciones, provincias, instituciones, e incluso en función del profesional de turno.
A su vez, dentro del movimiento feminista, el misoprostol es el piso desde el cuál las militantes de todo el país nos agenciamos y politizamos nuestros propios abortos, mientras exigimos el aborto legal, seguro, gratuito y despenalizado en el debate público y en el Congreso Nacional. La Red de Socorristas no para de crecer ni las consejerías en los movimientos populares de multiplicarse. Entre 2014 y 2016, Socorristas en Red acompañó 7958 abortos exitosos en todo el país. Sin embargo, el acceso al misoprostol parece restringirse, y con esta restricción, disminuye la posibilidad de acceder a abortos seguros en nuestras casas.
En 2014, la caja de 16 comprimidos de Oxaprost formaba parte de Precios Cuidados, con un precio sugerido de $452, el equivalente a 56 dólares. En febrero de 2018, la caja de 20 comprimidos tiene un valor aproximado de 2800$, es decir 144 dólares, triplicando su valor a precio internacional y sextuplicando su valor en pesos en cuatro años. Esto puede ocurrir en Argentina porque existe un monopolio de producción por parte del laboratorio Beta, sin control ni ingerencia de los programas estatales. Discutir la producción, distribución y accesibilidad al misoprostol es discutir salud pública y justicia social. Por esto, diversas organizaciones de la sociedad civil presentaron pedidos y solicitaron reuniones para que la ANMAT apruebe el uso del misoprostol para Interrupciones Legales de Embarazo.
En esta misma línea, es necesario que dentro del movimiento feminista comencemos a hablar y a exigir la disponibilidad de la mifepristona en Argentina. La mifepristona y el misoprostol forman parte de la lista de medicamentos esenciales de la Organización Mundial de la Salud porque salvan la vida y la salud de las personas, y quienes abortamos en Argentina tenemos derecho, en el marco legal vigente, a acceder a la mejor tecnología disponible para interrumpir embarazos
La alianza entre médicxs y militantes feministas para exigir aborto legal no es nueva. Fue la clave para legitimar el aborto en el debate público en muchos países europeos, donde el aborto es legal por plazos hace más de 40 años. La diferencia es que hoy disponemos de medicamentos abortivos y de toda la evidencia sobre su uso y las redes feministas forjamos una realidad de la que no se puede volver atrás.
También sabemos que en muchos países la legalización del aborto le otorgó el monopolio de las prácticas a la comunidad médica, haciendo que las mujeres que están por fuera de ciertos plazos gestacionales o de ciertos derechos -como las mujeres migrantes- sigan recurriendo a prácticas clandestinas y sean criminalizadas, a la vez que medicalizó una práctica que cada vez más evidencia sostiene que puede hacerse de manera efectiva y segura en la casa, particularmente en el primer trimestre de embarazo pero también en el segundo, sin recurrir prácticamente al sistema de salud.
Las que acompañamos abortos lo sabemos bien: no hay un método mejor que otro, no hay un modo único de abortar. En cada experiencia se combinan emociones corporizadas desde trayectorias y biografías únicas. Las feministas queremos cambiar el signo socialmente asignado al aborto porque sabemos que abortar, a contramano del estigma y los mitos que circulan, no es un hecho traumático. El posible “trauma” viene de la mano de la clandestinidad y el tabú social, del miedo y de la exposición del propio cuerpo a los riesgos y a lo desconocido. Para que no lo sea, para que esa experiencia pueda atravesarse de la mejor manera posible, cada mujer debería poder elegir cómo, dónde y con quién hacerlo.
Quiénes investigamos e intervenimos en ILE, aspiramos a que lxs profesionales de la salud conozcan e implementen las técnicas quirúrgicas recomendadas para el aborto en primer y segundo trimestre. Pero también necesitamos mayor disponibilidad y accesibilidad de y a los medicamentos abortivos, dentro y fuera del sistema de salud, para seguir modificando los modos de abortar hoy, para insistir sobre un aborto legal centrado en la autonomía de las mujeres y las personas con capacidad de gestar. Porque cuando exigimos la despenalización y legalización del aborto, lo hacemos porque el piso son una salud pública y una justicia social feministas, pero también porque las mujeres no queremos ser más sujetas de segunda, sin acceso a una ciudadanía efectiva, en quienes no se confía para tomar nuestras propias decisiones éticas.
Mientras no exista el aborto legal las mujeres seguimos siendo consideradas ciudadanas de segunda, con un rol social subalterno, con el destino único de gestar y devenir madres. Exigir la despenalización y legalización del aborto es exigir, sobre todo, que se respete nuestro derecho a una autonomía plena, de todos los poderes de turno, incluyendo a la hegemonía biomédica.
Hoy, que el aborto y el misoprostol está en boca de todxs, tenemos que darnos la tarea de seguir discutiendo qué aborto queremos, cómo lo venimos haciendo desde la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, en los Encuentros Nacionales de Mujeres, en las asambleas feministas, en las Cátedras Libres, en las redes y espacios Socorristas y de acompañamiento.
Tenemos varias batallas por delante y en este momento de efervescencia mediática y popular, cuando las asambleas para organizar el próximo Paro Internacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans, nos convocan de a miles, y se habla de feminismo y de aborto en la casas, en la calle y hasta en el prime time televisivo, queremos ir por todo. Si queremos hablar de aborto legal tenemos que hablar de misoprostol, si hablamos de misoprosol, tenemos que hablar de aborto legal, seguro, gratuito y despenalizado para todxs.
*Por Lucila Szwarc para LatFem.