Saque de arco

Saque de arco
22 febrero, 2018 por Redacción La tinta

“¡Dale Leonetas que queda poocoo!” grita alguien desde la hinchada. Ya siento la urgencia de soltar la pelota. Mis compañeras se impacientan. El árbitro va a decirnos que estamos haciendo tiempo. Si solo supiera que lo que más deseo en el mundo es dar el bendito pase que dé comienzo a la jugada.

Por Andrea “Bebu” García para La tinta

La pelota se fue por la línea de fondo. Saliimoos, pienso mientras la levanto. Me aguanto las ganas de gritarlo. Dale tiempo al equipo a que se acomode, me digo. Las rivales nos presionan sin pausa. Observo la cancha. Desde el fondo se ve todo: Una delantera cerca del otro arco, movediza, espera el pelotazo largo. La otra, sobre la línea media, como felina agazapada está lista para cualquier movimiento que requiera la jugada. Las defensoras, ambas bien abiertas, están cerca de la línea de fondo, para menguar un poco la presión. Saliimoos, pienso.

Vuelvo a observar. Ahora con la intención de decidirme. El primer paneo siempre lo tomo como un permiso relajado. El segundo me tensiona un poco. Y ni hablar si requiero de un tercero. ¿Cuál es el pase indicado? La delantera de más adelante está libre. Nadie cree que le llegará ese pelotazo que espera. Por eso la sueltan. La otra tiene una defensora contraria por detrás. Ella es rápida. Confía, que de ser necesario, se la sacará de encima con un solo movimiento. Las defensoras me miran. En la misma mirada con la que me dicen que el pase a cualquiera de ellas es riesgoso, me piden desesperadamente la pelota. Calculo que si pudiera llegar a ver a la delantera que está de punta, más lejana a mí, me estaría pidiendo también esto último. Las cuatro confían en que voy a tomar una buena decisión.


“¡Tranqui! -grita nuestro DT-. ¡Tranqui!”. Su aliento me hace sentir que no estoy sola en esto. Él también fue arquero y debe empatizar perfectamente con la situación, imagino. El alivio se diluye rápidamente. La pelota sigue en contacto con mis dedos y la decisión es solamente mía. Vuelvo a inquietarme.


Saliimoos, pienso. La del medio, por el lugar en el que se encuentra creo que es la indicada para generar el desequilibrio que necesitamos. Bah, que necesito. Ya siento la urgencia de soltar la pelota. Mis compañeras se impacientan. El árbitro va a decirnos que estamos haciendo tiempo. Si solo supiera que lo que más deseo en el mundo es dar el bendito pase que dé comienzo a la jugada. Pero necesito el tercer paneo. La pelota me quema. Del primer al tercer vistazo, la expectativa de que mi pase sea un principio de gol disminuye notablemente.

De reojo puedo ver cómo mi DT se golpea los muslos y se los acaricia fervientemente para calmar su ansiedad. La mía sigue en aumento. Intento repasar las opciones de salidas: la L, la L2… la L7… ¡Mierda! No estoy en condiciones de implementar nada nuevo ahora.

Solo quisiera ver algún movimiento dentro de la cancha. Uno solo. Algo que me dé una mínima señal de que puedo largar la pelota.

“¡Dale Leonetas que queda poocoo!” grita alguien desde la hinchada. Me tiento en detenerme a identificar de quién es esa voz, pero en seguida vuelvo a lo mío. En el instante previo a cometer un arrebato, veo que la jugadora del medio, como era de esperarse hace un movimiento en diagonal cortante y veloz en dirección hacia mí. Me entusiasma ver cómo se abre un círculo imaginario en el centro posterior de la cancha. Naturalmente, semiflexiono un poco las rodillas. Llevo el brazo derecho con la pelota y parte de mi torso hacia atrás. Y cuando estoy por lanzarla, en lo que sería la última parte de mi gesto técnico, suena el silbato. El juez anuncia que el primer tiempo ha terminado.

*Por Andrea “Bebu” García para La tinta / Taller de escritura y lectura sobre fútbol “La música de los domingos”

Palabras claves: Fútbol Femenino, literatura

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