La peor de las penas

La peor de las penas
28 febrero, 2018 por Redacción La tinta

Por Jorge Ezequiel Rodríguez para La tinta

No es algo nuevo, no surge de la nada, no tiene fundamentos ni soluciona una problemática, la multiplica, la aborda para aumentarla, la aniquila para que la violencia se propague con otra identidad o para borrar identidades, mejor dicho. La peor de las penas se oculta y aparece según los momentos, siempre aguarda desde las sombras de siniestros personajes o grupos ligados al fascismo contemporáneo, calladas estructuras de mandatos de régimen y doctrinas tan individualistas como el oportunismo que los caracteriza, cómodos, básicos de mensaje y no-acción, superados por la soberbia de creerse superiores por la manta protectora del sistema que los abraza.

La peor de las penas viaja por sectores, se mete en todas las clases sociales, lastima, ignora pensantes, atraviesa razonamientos para que no se interpreten, produce repetición, pisa cerebros, asesina valores, congela sentimientos, y sigue su camino en silencio o en palabra, según la ocasión.


La pena de muerte vuelve a resonar, una vez más, sin firmeza, pero con la astucia necesaria para incomodar a la vida misma y a todos los que hoy caminamos sin el olvido de la conciencia colectiva y de la razón.


Bastó que uno la nombre, con habilidad para que suene como por casualidad, para que el eco rebote y los medios hegemónicos, que sobreviven con la sangre de otros, repliquen la noticia que no es noticia para generar el debate que jamás será debate, pero sí opinión, para transformarla en agenda social y que la basura llegue a todas las mesas del país. Los fundamentos no existen, pero la carencia de valores humanos hace que, de la nada misma, el concepto de esta pena logre su cometido. Nadie de los que tira la primera piedra se hace cargo, pero su acción los desnuda.

Mientras Mauricio Macri recibe al policía Chocobar después de haber asesinado por la espalda a un pibe que estaba robando sin arma de fuego, Durán Barba, quien escribe el guión diario de Cambiemos, habla de pena de muerte con la ligereza nefasta sin asumirse ni asumir su pretensión. Con inteligencia de manual, pone el supuesto pedido popular en encuestas incomprobables y en el repetido y ya aburrido “la gente dice…”. Es a partir de ello que los diarios, afines a este gobierno de sensibilidad cero, publican notas sobre la problemática de la inseguridad y la pena de muerte. Opinan sin jugársela por lo que sienten o les ordenan, pero disparan la idea, la sostienen, la buscan, la inventan, la hacen replicar para que cada uno de los ciudadanos la huela cercana, la sienta como posibilidad, la disponga para hablar, discutir y hasta sumarse a las palabrerías infundadas de unos cuantos panelistas televisivos que sólo opinan por el hecho de tener un micrófono enfrente.

Pero, como decía al principio, no es algo nuevo. Cada tanto, estos mismos operadores, con la excusa de un hecho puntual, que de dar la noticia pasan a generar sensibilidad porque el receptor piense lo que piense es humano, le preguntan al familiar de la víctima qué haría si encuentra al asesino y, entonces, tienen la respuesta que pretenden, pero dicha en voz de otro. La pena de muerte vuelve una y otra vez, y siempre disparada con astucia, porque tanto el periodista que acepta la orden patronal de marcar agenda como los funcionarios que caminan por el mismo hilo, no asumen nada desde sus voces, sino que se escudan con la opinión de ciudadanos comunes afectados por un hecho que los hace hablar en calientes, sin el razonamiento necesario para abordar un tema tan complejo que ni siquiera saben que están siendo usados con ese fin.

La peor de las penas va y viene, y fue allá, por los años de pantalla de Blumberg, que los medios lograron hacer masivo el asunto. Tal fue así que hasta se llenó la Plaza de Mayo pidiendo pena de muerte y mano dura, en una convocatoria apoyada y estimulada por tres personajes famosos, Susana Giménez, Mirta Legrand y Cacho Castaña, con tristes leyendas, carteles que merecen olvido y nulos fundamentos. La cosa, de a poco, se fue apagando, pero la idea no. Y bastó que asuma un gobierno como el que estamos padeciendo para que la bola comience a dar vueltas de nuevo. Bastó tener una ministra como la que tenemos para que la mano dura se propague. Bastó ensuciar con mentiras a organismos de Derechos Humanos para que el repudio tenga diferente olor. Bastó endemonizar a todo aquel que opine distinto para que el mensaje llegue a quienes no ingresan al circo de la mentira, de la especulación, de la comodidad y del lavado de cerebro diario.


Bastó que un policía asesine cobardemente a un pibe más para que los medios repliquen con intención nefasta la posible apertura de esta pena y de la mano dura, que, por más que nos duela, está presente desde hace muchísimos años y ha pisado firme desde la asunción de Cambiemos al poder del país. Y bastó que la violencia institucional aumente para que nos demos cuenta de que estamos en un país de pocos valores, influenciados por los asesinos de la palabra y de seres humanos.


Porque mientras a los pibes todos los días los mata la maldita Policía, los medios hegémonicos no muestran ni dicen una sola noticia al respecto. Porque mientras a Santiago lo ahoga y asesina la Gendarmería, y el día de su velorio asesinan por la espalda a Rafael Nahuel, una parte de la sociedad, que no es mayoría, por suerte, pero que se hace escuchar sin salir de sus sillones de café o de Whiskey a las rocas, muestra el fascismo con el que convive, muestra que los valores humanos se les hicieron humo. Esa misma parte de la sociedad que muta generación tras generación es la que hoy hace replicar este asunto, la que festeja cuando muere un pibe a manos de la policía, la que sueña con muros en las villas, con el servicio militar obligatorio sin que les toque a sus hijos, con más uniformados en las calles, con menos escuelas públicas, con más pobres entre rejas, con manos bastones y sangre ajena que les reavive ese nazismo interior que los envejece y mata por dentro.

La peor de las penas es, justamente, esto último. Porque, por más que quiera este gobierno y sus patrones escondidos detrás de un multimedio, la pena de muerte no será efectiva mientras el pueblo no se duerma de conciencia y acción. Pero la peor de las penas, esta que vemos cuando salimos a la calle y escuchamos lo que parte de nuestro pueblo larga de su boca con olor a mierda, sigue su camino, con otros nombres, con otros matices, con otras influencias, hoy apoyada por un gobierno y por los medios cómplices de los hechos más tristes de nuestra historia. Pero la peor de las penas es repudiada por la mayor parte de la población, por los organismos que abrazan a la vida, es sentida por los que, de la coherencia, hacemos nuestros pasos, por los que ganamos la calle sin temor ni retroceso, y es desafiada por la gran batalla cultural que se da, día a día, sin que sea noticia, pero sí parte de la historia, de la historia grande de nuestra región.

* Por Jorge Ezequiel Rodríguez para La tinta / Imágenes: Colectivo Manifiesto

Palabras claves: Pena de muerte, represion

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