El carnaval de Cambiemos
Por Washington Uranga para Página 12
El doble discurso –que expresa también la doble moral– del gobierno de Cambiemos no tiene fin. Mientras libera de toda responsabilidad al ministro Jorge Triaca por el atropello cometido contra una trabajadora y por el abuso en ejercicio de funciones propias de su condición de funcionario público, el gobierno despliega cortinas de humo con proclamas de presunta austeridad que solo pueden convencer a los incondicionales.
El anuncio acerca del recorte de los cargos políticos y la salida de los familiares de los ministros de los puestos en el Estado, no son sino una jugada más dentro del marketing político con el cual el gobierno tiende a crear constantes juegos de artificio que oculten las dificultades evidentes que enfrenta: inflación, despidos, caída del salario real, balanza comercial deficitaria, problemas con las cuentas públicas… para mencionar tan solo algunos de los rubros a los que el “mejor equipo de los últimos cincuenta (y dos) años” no puede responder de manera satisfactoria.
El Presidente es –si no el principal– uno de los más destacados fabricantes de humo distractivo. Salvo que en su defensa se pueda decir que está desinformado, lo cual, claro está, no aportaría a su idoneidad como conductor de la gestión de gobierno. Pero partiendo de la base de que el Presidente cuenta con información suficiente resulta irrisorio e inaceptable que Mauricio Macri sostenga sin siquiera pestañear que, palabras más o menos, el país va por un rumbo casi maravilloso, con una bonanza económica que ni los economistas propios pueden demostrar y que se refleja, según dice, en una “lluvia de inversiones” que nadie ve. Tampoco los más obsecuentes mentores del oficialismo.
Los estrategas de la comunicación política han venido estudiando y, en algunos casos, recomendando a los gobernantes lo que se ha denominado como “campaña permanente”. El concepto podría traducirse en continuar, durante el ejercicio del gobierno, en la misma tónica y utilizando similares recursos a los que se usan en la campaña electoral: básicamente promesas y ataques a los presuntos o reales adversarios.
Esto es lo que pone en práctica el gobierno de la Alianza Cambiemos. Por un lado la referencia constante a un futuro venturoso cada día más lejano e inalcanzable para la mayoría. El “segundo semestre” que se posterga indefinidamente, la “luz al final del túnel” que nunca alcanza a divisarse o “los brotes verdes” que se marchitan antes de dar flores y frutos.
Pero con el mismo criterio el gobierno necesita, imperiosamente, construir enemigos a los que atacar y a los que responsabilizar de “los palos en la rueda”. Al comienzo todo fue culpa de la “pesada herencia”. Después que “se robaron todo” y para eso se usó (y se usa) impúdicamente el Poder Judicial para generar procesos de dudoso sustento jurídico pero cinematográficamente construidos con la colaboración de los medios de comunicación adictos al oficialismo. Estamos en la etapa de que tales argumentos comienzan a desgastarse. Sin renunciar todavía al recurso anterior, para mantener su estrategia de marketing político el gobierno necesita renovar permanentemente el stock de enemigos a la vista. Hoy le toca al sindicalismo y a sus dirigentes. Para ello cree contar con la anuencia de parte de la opinión pública que tiene una imagen desacreditada de la dirigencia obrera. Los más “combativos” porque nunca dejaron de ser blanco de ataques, campañas de desprestigio y amenazas. Pero otra parte de los mismos sindicalistas que hoy son señalados por presuntas o reales fallas éticas, fueron hasta hace poco aliados necesarios para el oficialismo gobernante. Y los funcionarios y dirigentes de Cambiemos no tuvieron entonces ni pudor ni restricciones en hacer acuerdos, construir alianzas y sacarse fotos con estas mismas personas.
No es búsqueda de transparencia y apego a la ética lo que se pretende. Están por delante las paritarias y la puja salarial es una batalla fundamental para los economistas oficiales que sostienen conceptualmente que el “costo laboral” es muy alto, mientras esconden el verdadero motivo de su accionar: favorecer al capital y a los empresarios a costa de los asalariados.
La estigmatización de los dirigentes sindicales tiene en esta etapa múltiples objetivos. Debilitar a los gremios para minar su capacidad de resguardar salarios, equiparar con “corrupción” todo accionar sindical y limar el liderazgo y el prestigio a la dirigencia obrera para, lo que no es menor, continuar con la campaña permanente de construir enemigos imprescindibles para la estrategia de marketing político del oficialismo. Sin “enemigos” a los que enfrentar y a quienes endilgarle las culpas –acción sostenida en titulares de diarios, zócalos televisivos y procedimientos espectaculares montados con fines propagandísticos– es más probable que los ojos de la ciudadanía se dirijan hacia los problemas reales. Estos para los que el gobierno sigue prometiendo soluciones en un futuro venturoso aunque siempre lejano y al que se continúa anunciando como “luz al final del túnel”. Mientras tanto, que sigan los humos de colores… como anticipo del carnaval que, ese sí, ya llega. ¿O será que para Cambiemos todo el año es carnaval?
*Por Washington Uranga para Página 12