El único que podía festejar
En la madrugada del 19 de diciembre de 2001 miles de hinchas de Racing acampaban para conseguir una entrada. Querían verse campeones tras 35 años. En esa misma jornada estalló el país. En medio del caos, jugadores y dirigentes temían que la última fecha se suspendiera hasta febrero. En sus 72 horas como presidente, Ramón Puerta tomó tres decisiones: convocar una Asamblea Legislativa, que el campeonato se defina el jueves 27 y presentar su renuncia.
Por Agustín Santarelli para Revista Mascaró
“Poné la pelota en el piso que termina” le dice Brazenas a Campagnuolo. El arquero patea, el balón hace un viajecito breve y suena el silbato. No se habían cumplido los 45 minutos del segundo tiempo. Eran casi las 7 y media de la tarde del 27 de diciembre de 2001. Habían pasado 35 años del último título de Racing, y una semana de las manifestaciones que terminaron con la huída de De la Rúa en helicóptero. Ese día el presidente era Adolfo Rodríguez Saá.
El 19 de diciembre se pusieron en venta las entradas para la última fecha del apertura 2001. Según el calendario de la AFA, Racing visitaría a Vélez en Liniers el domingo 23. Desde la noche anterior había hinchas durmiendo en las veredas del Cilindro para sacar su ticket. Cuenta la crónica que a las 9.45 se abrieron las boleterías. Para poner orden había 10 policías. No eran los únicos policías en todo Avellaneda, sino que estaban ocupados en otros menesteres. Miles de personas se manifestaban con cortes y piquetes, entre los que se contaban los del Puente Pueyrredón, y había saqueos desde la madrugada en distintas ciudades del país. Muchos de los que retiraban sus entradas para viajar a Liniers, así como los que debían conformarse con un pase para ver el partido en pantalla gigante dentro del estadio Juan Domingo Perón, se sumaban a las protestas, que ganada la tarde culminarían en Plaza de Mayo.
Uno de esos manifestantes fue el periodista Alejandro Wall, quien estuvo en la Plaza el 19 y 20 y en el Amalfitani el 27. Luego, diez años después, Wall escribió el libro Academia Carajo, donde cuenta detalles, pormenores y anécdotas de aquel campeonato con la pasión del hincha y las voces de los protagonistas, sin dejar de contextualizar lo que sucedía en paralelo en el país. Aunque quisiera, no hubiera podido.
Durante esa jornada, el ministro de Economía, Domingo Felipe Cavallo renunciaría y el presidente De la Rúa dictaría el estado de sitio. En los días previos, el gobierno había anunciado recortes en educación, salud y bajado los haberes jubilatorios, además de anunciar el “corralito” a quienes tuvieran sus ahorros en casas bancarias. El país explotó.
A la luz de los acontecimientos del 20 de diciembre, la AFA terminó por suspender todos los partidos de la última fecha, esperando hasta último momento para decidir qué pasaría en los partidos entre Racing versus Vélez y River (escolta de la Academia a tres puntos) frente a Rosario Central en el Monumental. “Esa noche no dormí. Tenía mucho miedo de que pasaran el partido para febrero, veníamos trabajando muy bien. Nosotros sabíamos que el país estaba en llamas pero queríamos coronar el campeonato”, contó Reinaldo Merlo.
Si bien en esos días lo realmente importante iba por otro lado, y hasta el más fanático racinguista o el propio Mostaza podían reconocerlo, la ansiedad de 35 años de espera no podía patearse así nomás para adelante.
El 20 de diciembre, Fernando De la Rúa abandonaba la presidencia, huyendo en helicóptero, mientras el pueblo era baleado y apaleado en las plazas y calles. La represión ordenada por el gobierno de la Alianza dejó 39 muertos en todo el país.
Otros datos que explican la magnitud de lo que estaba pasando dicen que: la pobreza afectaba al 38,3% de la población (en 2002, treparía a un 57,5%) y la indigencia, al 13,6%, con una desocupación cercana al 20%. La deuda externa había llegado a los 180 mil millones de dólares y para De la Rúa y Cavallo no había nada más honroso que hacer que pagarla con la plata de los más perjudicados del sistema. Como anunciaba Bersuit por esos tiempos, finalmente se vino el estallido.
La última fecha del clausura que debía comenzar el viernes 21, se suspendió definitivamente. Esa misma noche, miles de hinchas de Racing se manifestaron frente al edificio de Futbolistas Argentinos Agremiados para presionar al gremio de los jugadores y a la AFA y lograr que el partido no se pase para enero o febrero, como había pedido River.
El fútbol debe continuar
Con la renuncia de De la Rúa, asumió la presidencia el legislador misionero Ramón Puerta, quien ocupaba la presidencia del Senado desde la salida de Chacho Álvarez del gobierno, unos meses antes. Puerta gobernó durante 3 días y se puede decir que su agenda fue la siguiente: el viernes 21 llamó a una Asamblea Legislativa para nombrar al presidente provisional; el sábado 22 por la mañana se reunió con Julio Grondona para definir que Vélez-Racing y River-Rosario Central se jugarían el jueves 27 de diciembre; y el domingo 22 renunció, dando lugar al puntano Adolfo Rodríguez Saá. Para completar la seguidilla de presidentes vale recordar a Camaño (asumió el 30 de diciembre) y finalmente a Duhalde, quien juró el 2 de enero de 2002.
“Todo ese momento de incertidumbre nacional fue duro para todos, no era un sentimiento egoísta, sabíamos lo que pasaba en el país, pero también queríamos cerrar el campeonato por lo que habíamos luchado hacía seis meses y encima que tenía una carga de 35 años sin ser campeones”, contó José Chatruc, emblema de aquel equipo de Mostaza Merlo, en una producción del Diario La Nación, a diez años de la consagración.
En la misma nota, desde el mismísimo Cilindro, Martín Vitali, lateral derecho de aquel elenco dice: “Me acuerdo que estaba en mi casa de Morón, y cuando vi las protestas en la tele agarré mi auto y con un amigo fuimos a la esquina de Entre Ríos y San Juan. Estaba lleno de vecinos que salían de sus casas y marchamos todos juntos. Fue un sentimiento raro, porque por un lado quería que el partido contra Vélez por la última fecha del torneo se jugara, y por otro me sentía mal por lo que pasaba en el país”.
A dos canchas
Rosa, la madre del Luli Ganduglia tiene un poster de Gabriel Loeschbor en la pieza, lo colgó el último día del 2001. Al lado, resistía heroica la desteñida foto del uruguayo Rubén Paz desde principios de los 90. Desde que colgó la imagen del uruguayo del guante en el pie zurdo, hasta el cabezazo de Loeschbor que se escurrió entre los pies del Gato Sessa, a Racing le pasó de todo. Ya había vuelto a primera tras el descenso del 83, pero en la década donde todo se fundió o se vendió, el presidente Daniel Lalín pidió la quiebra. Entonces recibió un redoblante en la cara y la condena por parte de la síndico Liliana Ripoll refrendada con la triste frase “Ha dejado de existir Racing Club Asociación Civil”, el 4 de marzo de 1999.
Según narra Wall, preocupado por el club de sus amores, el entonces vicepresidente de la Nación, Chacho Álvarez pidió una reunión con los capos de Torneos y Competencias y el Grupo Clarín (quienes, entre otras cosas, eran dueños de la televisación del fútbol) y que fue recibido por Héctor Magnetto. “Ya te hice vicepresidente, ¿ahora qué más querés?”, lo despachó el CEO del multimedio. Finalmente, apareció una empresa gerenciadora que prometió hacerse cargo de la deuda y de administrar el Club. Racing siguió la receta de aquellos años para todo lo que andaba mal en el país y se privatizó. El millonario del mundo del espectáculo y los medios, Fernando Marín se puso al frente de la Celeste y Blanca y Racing siguió andando.
Iban 8 minutos del segundo tiempo, Bedoya mandó el centro al áera y el defensor nacido en Corral de Bustos se tiró en palomita para desatar la locura en las dos canchas que los hinchas llenaron esa tarde.
El telebin mostró que Loeschbor estaba adelantado. El juez de línea de ese lado era Alberto Barrientos, fanático hincha de Racing. En su libro, Alejandro Wall recupera el testimonio del lineman quien confiesa: “Me di cuenta de que Racing tenía que salir campeón sí o sí cuando vi a Grondona entrando en la Casa de Gobierno”. Y jurando que fue un error pero no un acto de deshonestidad, Barrientos agrega: “yo no me iba a hacer el héroe con todo lo que estaba pasando en el país, la FIFA nos había dicho no sancionar en caso de duda y yo tenía dudas”.
A los 32 del complemento, Mariano Chirumbolo, que debutó ese día, batió a Campagnuolo y decretó el empate. Chirumbolo. Lo que hubiera sido para la historia del fútbol ese apellido si Racing perdía el campeonato. Lo que es Mazzoni para Gimnasia no sería nada en comparación con Chirumbolo que encima llevaba puesto el número 35 en su espalda (la misma cantidad de años sin títulos de Racing). Pero evidentemente, era el tiempo de Racing, ni siquiera el intento del ex arquero académico Gastón Sessa por ir a cabecear la última pelota del partido, pudo torcer el final de una historia de angustia y sucesos insólitos.
La cancha estaba desbordada, había tanta gente dentro del estadio de Racing mirando la pantalla gigante, como dentro del Amalfitani donde los alambrados no eran barrera para esa gente que lloraba y reía, que después de ese día volvería a padecer la cotidianidad pero con un peso diferente en la mochila, con una carga inmaterial que sólo el hincha de Racing puede magnificar. Brazenas sonó el silbato sin mirar el reloj. Ya era suficiente para él y para esa multitud. No iban ni 45 minutos del segundo tiempo.
Fue un alivio. Difícilmente hubiera podido resultar otro campeón ese año, esos días.
Si se quiere, la contradicción de ese diciembre de 2001 fue que Racing, el más sufrido de los equipos llegó a campeón tras 35 años con una empresa gerenciadora dirigiendo al club. Si no hubiera sido diciembre de 2001, si no hubiera estado tan claro en esos días – como en ningunos otros de la historia del pueblo argentino- que las empresas, las privatizaciones y los banqueros jamás pueden dar nada bueno a la sociedad, el título de Racing, con el modelo impuesto Fernando Marín, se hubiera agregado como una página más del éxito del neoliberalismo.
Trece años después, en 2014, con Diego Milito otra vez vistiendo la celeste y blanca, el pueblo racinguista pudo volver a festejar. Esta vez sin culpas, sin sentir esa contradicción de estar contento, de querer detener el tiempo para siempre en ese abrazo, mientras afuera se gritaba «que se vayan todos».
* Por Agustín Santarelli para Revista Mascaró