A luchar, mi amor
Alba comenzó a jugar en 2013, en un torneo femenino que llevaba el nombre mujeres desaparecidas por trata. Celeste pasó por Boca, River, Ferro, y otros clubes que no la aceptaron, pese a ser una 10 de gran habilidad «brasilera». Victoria tuvo que bombardear a químicos su cuerpo para reducir testosterona a niveles requeridos y poder jugar al hockey. Brisa juega para divertirse y admite que nunca intentó federarse por miedo al rechazo automático. Cuatro mujeres transexuales, cuatro sueños, cuatro historias para ponerse en los botines del otro.
Por Catalina Sarrabayrouse para El Equipo Deportea
Alba Rueda es una luchadora, una mujer transexual de 38 años que tuvo que superar muchas dificultades a lo largo de su vida y el deporte llegó para mostrarle nuevos mundos donde la discriminación tampoco se queda afuera.
En 2013 trabajaba en la Secretaría de Derechos Humanos y fue en ese momento cuando el fútbol ingresó en su vida. Una compañera se dedicaba al fútbol femenino y organizaron un torneo que llevaba el nombre de distintas mujeres desaparecidas por la trata. Hasta ese momento la estigmatización de las mujeres trans en el deporte había funcionado como factor de expulsión para mantenerla lejos de las canchas, pero su debut le revolucionó el alma. A partir de ahí, comenzó a entrenarse en un parque detrás del Hospital Garraham junto a otras compañeras trans.
Alba milita desde hace mucho tiempo las causas de discriminación a las personas transgénero en la organización Mujeres Trans Argentina y logró formar una opinión firme en cuanto a lo que ocurre en el ámbito deportivo: «En el deporte como lo vemos ahora hay dos cuestiones: una es dónde se asienta culturalmente el hacer deporte. Se asienta en una base ideológica, de creencias. La base es que las mujeres no tenían fuerza, competitividad, desarrollo muscular, una cuestión biológica que era insuperable en la competición entre las personas, entre hombres y mujeres», argumenta Alba.
A su vez, remarca que en el momento en que se piensa a las mujeres trans como hombres se dejan de tener en cuenta todas las modificaciones que realizaron en su cuerpo para ser mujeres: «La ingesta de hormonas te da otro tipo de desarrollo muscular, otro tipo de cuidados. Tener mamas por ejemplo, las intervenciones quirúrgicas te enlentecen en el deporte, en la natación o cuando corres, todo tiene un peso particular. Realmente jugamos con otras condiciones físicas que el resto de las competidoras. Es esta creencia de que las mujeres trans son hombres en términos de potencia, pero no ponen el hincapié en el desarrollo personal de cada una», recalca Alba.
Otro problema que nota es la falta de normativas claras en todos los deportes ya que varias mujeres transexuales se han acercado a la organización con diversas problemáticas en cada práctica: «Circula una fortuna de dinero en el negocio del deporte y hay un lobby importante para que no se permita pensar la diversidad. Ese es nuestro diagnóstico y lo vivimos a partir de las experiencias y además concretamente de acercarnos a compañeras que dan cuenta de estas relaciones asimétricas y desiguales», apunta.
El trabajo dignifica, reza uno de los axiomas peronistas y aquí radica una de las problemáticas más grandes que enfrentan las personas transexuales: la falta de oportunidades de trabajo. La gran mayoría tiene que optar por la prostitución ya que no tiene otra posibilidad.
«La prostitución no es una libre elección nuestra, estamos expulsadas de nuestros ámbitos de trabajo y para llenarte la panza de comida tenes que pararte en una esquina. Es así de siniestro, no tiene muchas vueltas», comenta con firmeza.
Alba es una mujer fuerte, con carácter y que día a día reafirma el lugar que le corresponde en todos los ámbitos, sobre todo en el laboral. No se deja prepotear, no tolera la discriminación ni los malos tratos en ningún lugar. Callarse, ignorar lo que ocurre o mirar para otro lado cuando nota que el respeto está siendo vulnerado no es una opción para esta mujer de valores firmes. A lo largo de los años sufrió distintos tipos de discriminación: en algunas ocasiones la contrataron en trabajos donde el crecimiento laboral era nulo; en su momento, cuando estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires, le pidieron que dejara la carrera porque sostenían que nunca iba a poder ser profesora; y también día a día al momento de salir a la calle sufre el calor de las miradas juzgadoras, esas que le duelen más que cualquier palabra, las que la persiguen y no la abandonan ni de día ni de noche: «Yo veo un incremento de la violencia institucional, más violencia de la gente que se siente habilitada al insulto, a la agresión física, a la irritabilidad. No es la misma Argentina la del 2015 que la del 2017. Las cosas están empeorando de manera muy fuerte, la calle es más violenta y se lo atribuyo a distintos mensajes sociales, hay una habilitación política», denuncia. Alba se fue de su casa cuando eligió mostrarse como mujer y a lo largo del tiempo, con el avance de la sociedad y con el esfuerzo de comprensión por parte de su familia, logró reconciliarse con ellos.
Hoy Alba elige no ser madre debido a toda la violencia que toleró en su vida y cree que son las vivencias las que nos constituyen como personas. La lucha por la igualdad, por las oportunidades y por una sociedad integradora no termina jamás para esta mujer que se para firme ante los temporales que la quieren derrumbar.
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Boca, River, Huracán, Almagro, Independiente, Ferro… parece un listado de clubes por los cuales pasó algún crack argentino, pero no. Es la lista de clubes que discriminó a Celeste Lizarraga, una mujer transexual de 55 años que lucha por la inclusión en el deporte.
Quería jugar al fútbol, quería mostrar sus habilidades vistiendo la camiseta de algún club, pero de manera federada, algo que hasta ahora nunca pudo concretar y las razones jamás fueron claras. La respuesta solía ser la misma: «No podés jugar por edad», le dijeron en Huracán, lo mismo en Almagro, en Independiente incluso le ofrecieron una beca, pero después retrocedieron. «Fui a muchos clubes, como Ferro que los enamoraba con mi juego, pero siempre surgía el impedimento de la edad», recuerda Celeste.
El fútbol hace emocionar a millones de personas, lleva a otras tantas a realizar viajes impensados con tal de alentar a un equipo, les hace pagar apuestas impensadas, a despertarse en horarios alocados con tal de ver a su club en otro país con diferencias horarias incalculables, pero también ha hecho sufrir a otros tantos como ocurrió en esta historia. «Para mi es una forma de vida, una pasión. Amor no porque amor se tiene a una madre o a un padre o novia o novio. Es pasión. Mi meta es jugar en Primera de AFA para que las demás como yo no tengan esta problemática. Es el momento en el que soy feliz y me olvido de todos los problemas. Es cuando siento mucha paz y felicidad», asegura.
La angustia la ha visitado en varias ocasiones, los impedimentos la frustraron, pero siempre supo levantarse después de cada caída: «Yo vine a este mundo con ese talento y cuando te impiden hacerlo buscando excusas que no existen, entonces te deprimís y te caes», comenta con tristeza.
Celeste es hincha de Boca. Su ídolo máximo, su referente, su único héroe en este lío es Maradona y le hubiese encantado defender la camiseta de su club, pero tampoco pudo. «Busqué en los reglamentos y no hay límites de edad, es desde los 14 en adelante. En el INADI también buscaron los reglamentos y se dieron cuenta que no es la edad», denuncia. Actualmente juega en distintas ligas como la Liga Jujeña ya que su familia vive allá y viaja asiduamente. Ahí compite junto a otras mujeres y disfruta de jugar el deporte que la apasiona.
La religión ocupa un lugar importante en su vida, es católica y cree que si está en el camino incorrecto Dios se lo dirá. Ante las distintas negativas que tuvo que enfrentarse eligió aferrarse a sus creencias religiosas para encontrar fuerzas y salir adelante.
En cuanto a su elección sexual, Celeste asegura que se siente mujer desde muy chica: «Me siento mujer desde pequeña, ya nací pensando de esa forma, no me mostraba así por respeto a mis padres. A los 30 años comencé a mostrarme, no me acuerdo exactamente la edad», recuerda. A los 18 años tuvo a su único hijo, a la hora de analizar su vínculo destaca el respeto y el fútbol también ocupa un lugar importante: «No sé si me apoyó. Lo que cuenta es que estamos bien y nuestro diálogo es bueno… él sabe de fútbol porque yo lo entrenaba», recuerda.
Durante 7 años trabajó en las calles, hasta que llegó un día que no pudo hacerlo más y hoy asegura que prefiere morir de hambre antes que regresar a eso: «Un día vi que ya no aguantaba más estar con tipos y que era peligroso. Lo que ganaba se iba rápido y también le pasaban cosas feas a las mujeres y decidí no volver nunca más a la calle», cuenta Celeste.
En los últimos meses su lucha avanzó y dio algunos frutos, pero aún no se concretó su objetivo final. La abogada del INADI que la representa dialogó con la presidencia de Huracán y existe la posibilidad de que si Celeste pasa las pruebas físicas pueda formar parte del equipo de fútbol femenino. El estado físico no es algo que la preocupe, ya que confía en su criterio a la hora de jugar: «Regular quiere decir que no quemo todo el estado físico de entrada. Además, yo juego de un solo toque como las profesionales de Europa o uno de AFA masculino», asegura. Celeste confía en su juego, es segura de sus condiciones y sobre todo de sus habilidades: «Juego de enganche, de 10, soy zurda y mi estilo es como las o los brasileños. Pura samba y con mucha habilidad y fantasías», cuenta orgullosa.
Cierra los ojos y sueña, imagina su futuro y sus deseos son concretos: quiere jugar en el torneo de AFA y ser entrenadora de fútbol femenino. Este último está más cerca de concretarse, pero mientras tanto sigue luchando por jugar al deporte que ama como lo que es: una mujer.
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Victoria Liendro juega al hockey y el proceso para federarse no fue sencillo aunque finalmente, después de una ardua lucha, lo consiguió y el año que viene podrá participar de la liga.
La adolescencia es una etapa de la vida bastante compleja, de muchos cambios y nuevas experiencias. Es un proceso de transición en el que se deja de ser niño y se pasa lentamente a formar parte del mundo de los adultos. Todo esto desequilibra y más aún si la persona no se siente a gusto con su cuerpo como fue el caso de Victoria: “Yo dejé de jugar en la adolescencia porque no me sentía parte de la rama masculina, mi identidad física no condecía con esa adolescente», recuerda.
Luego de varios años retomó este deporte y hoy con 39 años se choca con distintas dificultades a la hora de querer federarse ya que le exigen una cierta cantidad de hormonas en sangre para poder competir: «Yo hablé con distintos miembros, pero la única salida que hicieron fue seguir al COI y exigirles a las mujeres transgéneros esos valores que son para deportistas olímpicos. Nosotras estamos jugando en categorías locales y en mi caso de segunda división que es el depositario de jugadoras que recién están empezando», comenta la salteña con indignación.
La circular número 33 de la Confederación Argentina de Hockey dictamina cuáles son las reglamentaciones que las deportistas deben seguir para poder competir: «El nivel de testosterona total en suero debe permanecer por debajo de los 10 nmol/L a lo largo del período de elegibilidad deseado para competir en la categoría femenina», es una de las reglas y Victoria a mediados de 2017 logró alcanzar estos valores, por lo tanto el año que viene podrá competir de manera federada. Según cuenta, las formas de adquirir los valores requeridos son: «Haciéndome la reasignación de sexo o por bloqueo químico que es bloqueando la producción de testosterona en sangre con anti andrógenos», explica y añade que la reasignación de sexo implicaría dejar de producir testosterona por completo, hormona que es necesaria para la calcificación de huesos y por eso no la considera como la mejor opción. (Ver: Otra jugadora de hockey trans que pudo disputar un partido oficial)
Victoria asegura haberse sentido muy sola durante este período: «No tuve apoyo absolutamente de nadie acá en Salta. Ni desde los políticos, yo pensaba que desde allí se podía destrabar esto, es vox pópuli que los estados financian las entidades deportivas y por eso pensé que iba a ser una manera de destrabarse. Ni siquiera la gente de Derechos Humanos de las provincias, ni los colegios de abogados de género, la Secretaría de deportes de la provincia, y eso que yo formo parte del Directorio de Diversidad de la Municipalidad de Salta», aclara.
A la hora de analizar su historia remarca que las instituciones tienen una gran responsabilidad en la marginación de las personas transexuales. En muchos casos, la familia no acepta la decisión, pero en su caso no fue así. Su madre quedó viuda a los 32 años y tuvo que salir adelante con tres hijos sin importar cuales fueran sus decisiones sexuales.
Una institución fundamental es la escuela y muchas transgéneros han tenido que dejar de asistir por la discriminación o por no encajar en los canones estipulados dentro de la institución: «La media de las compañeras trans ni siquiera tienen la posibilidad de hacer un CV porque no han terminado la escuela secundaria. Muchas no tienen la posibilidad de llegar a la entrevista, muchas fueron expulsadas de sus hogares, la cuestión laboral es una deuda pendiente del Estado», apunta Victoria.
Hasta que consiga federarse, Victoria juega amistosos con su equipo, Central Norte, y busca romper con ciertos estigmas: «Que se saquen esta idea de que somos personas superpoderosas, que pegamos y rompemos la bocha, que matamos, golpeamos y que con un simple roce vamos a voltear a una mujer a 5 metros». Victoria busca su lugar en el hockey y aunque suene el silbato que da fin al partido, ella seguirá luchando por la igualdad.
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«Cuando hacés la entrada en calor las hinchadas te dicen: ‘¿qué hace jugando un hombre?'», con este tipo de comentarios convive Brisa Denise que supo sortear la discriminación y hacer oídos sordos a las rivales. Actualmente tiene 30 años y participa de dos ligas de fútbol no federadas en Salta.
En algunas ocasiones tuvo que sortear obstáculos para poder jugar: «Me decían que no podía jugar por lo físico, porque tengo muchas siliconas y hasta el día de hoy estoy limitada un poco a correr, no puedo hacer mucha fuerza», relata Brisa.
A la hora de analizar los motivos por los cuales no forma parte de una liga federada apunta que la discriminación comienza por ella misma ya que no lo ha intentado por miedo al rechazo. El fútbol forma parte de su vida de manera recreativa y tuvo distintos trabajos: «Después de terminar el secundario mi trabajo fue en la calle, hice un terciario en administración de empresas, pero quería tener pechos y esas cosas y por eso comencé en las calles», recuerda Brisa. Durante siete años trabajó en las calles hasta que su pareja de ese momento le pidió que no continuara y ahí se dedicó a la peluquería.
Lentamente se anima a dar pasos más grandes y tiene nuevos proyectos para el 2018: «El año que viene quiero estudiar enfermería para poder trabajar, es la primera vez que voy a presentar un Currículum«, comenta con esperanza.
El fútbol es una manera de escapar a sus problemas. Al conectarse con la pelota emprende un viaje donde las preocupaciones, la discriminación y los obstáculos quedan en el olvido por un rato.
*Por Catalina Sarrabayrouse para El Equipo Deportea