«No todo en el sexo es penetración Georgina»

«No todo en el sexo es penetración Georgina»
4 diciembre, 2017 por Redacción La tinta

Tenia 23 años cuando un día se me acercó a hablar una mujer de unos 50. Pensé que era una vecina que me iba a pedir que me retirara de la vereda pero no.

Tímidamente me pregunto si se podía hablar conmigo sobre un tema personal de ella.

«¿Acá en la esquina?» le conteste y ella me pregunto: «¿Acaso tenes otro lugar?» Y así la lleve al bar donde solemos esperar algún que otro cliente.

Ahí sentadas frente a frente, eramos la mesa mas relojeada por las demás personas. Una mujer y una puta. Seguramente muchos pensarían que era mi clienta o intentaba serlo, pero no.

Luego de pedirnos un café, ella con los ojos llenos de lágrimas se dice a si misma: «No sé qué hago acá con vos».

La deje que tratara de seguir con su relato sin interrumpirla. Por un momento pensé que su marido podía ser un cliente mio pero no.

Me decia que de eso en su casa no se hablaba y que en el instituto no la ayudaban. Que su marido le decía que él no sentía ni deseaba y que ella estaba loca. Que la psicóloga le aconsejaba que lo incentivara con juegos didácticos.

«¿Vos que pensas?» me preguntó, y yo sin entender de qué me estaba hablando, le pregunté quién era «él».

Miró al piso y se limpió con sus manos las lágrimas. Tomó agua como para recuperar fuerzas y coraje, y me dijo: «Estoy hablando de mi hijo».

Acto seguido me miro a los ojos y me tomó las manos frente a la mirada del resto y ya sin importarle el que dirán, me dijo: «Yo sé que vos me podes ayudar».

Su hijo de 20 años tenía síndrome de down. El cuidado recayó 100% en su madre. En su casa y en el instituto no se hablaba de sexo. Siempre se lo miró como un ser infantil y asexuado. Él no sentía, no podía desear, era lo que le decían cuando ella buscaba consejos de como abordar la sexualidad de su hijo.

Varias veces lo encontró masturbándose a escondidas y se lo contó a su marido, este lo único que hizo fue retarlo y decirle que nunca más haga eso.

En el instituto donde lo llevaban le dijieron que no era un tema que abordaban, que hable con su familia.

Y ya en un acto de desesperación, busco por internet y en algunos artículos leyó que históricamente fueron las prostitutas quienes cumplieron el rol social de atender a las personas con discapacidad o diversidad funcional.

De ahí surgió la necesidad de contratarme para que una vez por semana atendiera a su hijo.

Le dije que sí, le pasé mis precios, le pregunté si debía tener cuidado con algo en particular y me dijo que no sabía, que confíaba en mi.

Yo tuve que procesar mis propios prejuicios y fue este cliente quien me hizo ver la sexualidad de otra manera.

Llegó el día y se veía a la madre mas nerviosa que el hijo.

Nos dejó a una cuadra del hotel y nos esperaba allí una vez terminado el servicio.

Él se desvitio solo y esperó acostado en la cama. Yo hice lo mismo y me acosté al lado de él.

Estuvo casi media hora acariciando el cuerpo y ante mi pedido de pasar a la penetración, él decía que así estaba bien.

«Nunca toque el cuerpo de una mujer» me dijo, y lo dejé que siguiera, hasta que me di cuenta que acabó.

«No todo en el sexo es penetración Georgina» me dijo, y me besó.

Nos fuimos y antes de despedirme me dijo al oido que todo estuvo como él lo esperaba.

Su madre me intento pagar y no acepté. Le dije que la próxima vez le cobraría, pero no esta porque al fin y al cabo esa tarde fui yo la que aprendí, fue Martín el que me enseño.

*Por Georgina Orellano

Foto: Karin Rosenthal

Palabras claves: Georgina Orellano

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