La Utopía por Asalto #5: La experiencia de la Proletkult en el fragor de la revolución rusa (I)
A 100 años de la revolución que eclosionó todos los esquemas teóricos del materialismo histórico y que conmocionó al mundo entero, La tinta invitó a distintxs intelectuales y compañerxs de diversos espacios a que escribieran para repensar los legados de la revolución rusa hoy.
¿Qué tuvo y qué tiene Rusia para convidarle a nuestro presente, en el que todos los lazos sociales parecen resquebrajados? Nosotrxs creemos que nos puede enseñar todo. Precisamente se trató de la primera vez en la historia que una clase explotada intentó modelar un mundo según sus ideas. Pese al panorama arrollador de la Rusia zarista, el pueblo ruso superó todos los diagnósticos, reventó todos los esquemas.
Quienes lean las siguientes páginas del dossier «La Utopía por Asalto» encontrarán artículos y criterios variados: desde análisis históricos y repaso de las repercusiones de la revolución a nivel nacional o provincial, hasta su efecto en procesos sociales locales (como la reforma universitaria) o consecuencias en la cultura.
Con este compilado de textos proponemos volver sobre nuestras luchas y demandas como trabajadores para descubrir nuevas y mejores formas de organizarnos.
La Utopía por Asalto #5: Prefigurar una nueva cultura. La experiencia de la Proletkult en el fragor de la revolución rusa (I)
Por Hernán Ouviña para La tinta
“El socialismo no es sólo futuro, sino también presente,
No es sólo una idea, sino también una realidad”
Alexander Bogdanov
“Se debe hablar de luchar por una nueva cultura, o sea por una nueva vida moral
que no puede dejar de estar íntimamente ligada a una nueva concepción de la vida,
hasta que ésta se vuelva un nuevo modo de sentir y de intuir la realidad
y por lo tanto un mundo íntimamente conforme en el artista y en sus obras”
Antonio Gramsci
“Yo digo:
barricadas del alma y del corazón
Yo digo:
solo es comunista verdadero
aquel que quema los puentes de la retirada.
Es poco marchar, futuristas
hay que saltar al futuro (…)
Las calles son nuestros pinceles
las plazas son nuestras paletas”
Vladimir Maiakovsky
Hace cien años Rusia ardía sumida en las llamas de la rebeldía y la creatividad a cielo abierto. Multitudes se movilizaban por las calles, recuperaban tierras, ocupaban fábricas y asaltaban cuarteles; confraternizaban en plazas y espacios públicos mujeres, hombres, niños/as y ancianos/as. Tomaban el destino en sus manos campesinas, obreros, soldados, estudiantes, maestras, artistas, empleados, desocupadas y un sinfín más de personajes, desnaturalizando jerarquías y lugares comunes. Las identidades se entrelazaban y fundían al compás de luchas y proyectos inéditos. En ese marco, ejercitaban la democracia directa y debatían colectivamente toda clase de problemas. No sólo buscaban romper de cuajo con la explotación capitalista, sino también concretar sueños y utopías en todos los planos de la vida que, hasta hacía poco tiempo atrás, parecían elucubraciones antojadizas o añoranzas imposibles siquiera de pensar.
La enorme politización vivida por esos días -donde lo extraordinario devino algo cotidiano- tuvo encarnadura en una pléyade de experiencias e iniciativas de lo más variadas, entre ellas a una red organizativa que supo cobrar cada vez más fuerza al calor del clima revolucionario que signó a 1917: la Proletkult (acrónimo de Cultura Proletaria).
Resultó ser una de las apuestas militantes más intrépidas y radicales gestadas en aquel contexto de enorme ebullición, que hoy amerita ser rescatada del olvido para repensar las derivas y vaivenes de la revolución rusa en sus primeros años de existencia, así como sus posibles enseñanzas para nuestro presente de lucha. Porque a pesar del tiempo transcurrido, este tizón que supo aunar cultura y revolución aún se mantiene encendido.
Los orígenes olvidados de la cultura proletaria
Si bien en sentido estricto la Proletkult surge pocos días antes de la insurrección de octubre de 1917, es preciso remontarnos a la derrota de la revolución de 1905 para entender la concepción de cultura emancipatoria y la propuesta organizativa que ella encarna. Los años que le suceden al proceso truncado en 1905 son de profundo debate y balance autocrítico al interior de la militancia revolucionaria exiliada, en particular la bolchevique. En un contexto de contraofensiva autoritaria en Rusia, al interior de sus filas se delinean dos tácticas divergentes entre sí: una encabezada por Lenin, que aboga por dar una pelea también en el terreno legal y participar de las elecciones parlamentarias; la otra, liderada por Alexander Bogdanov (principal dirigente del partido durante la revolución de 1905 en Rusia y cuyo verdadero apellido era Malinovski) y por otros referentes intelectuales como Anatoli Lunacharsky, Pavel Lebedev-Polianskii y Máximo Gorki, que consideran como prioritaria la retirada de la Duma (de ahí que fueran denominados “otzovistas”, palabra que en ruso alude a esta acción de boicot).
Las discrepancias no se reducían a este punto, sino que involucraban, en el caso de los otzovistas (también conocidos como “bolcheviques de izquierda”) un replanteo en torno al sentido de la militancia por el socialismo y a las posibilidades de intervención activa en la realidad histórica. Es a partir de estas disyuntivas -y en un clima de reflujo del movimiento revolucionario- que debe entenderse, por ejemplo, la escritura en 1908 por parte de Lenin de «Materialismo y empiriocriticismo», como respuesta dogmática y plejanovista que reivindica la “teoría del reflejo” y concibe a la materia en términos puramente físicos y por fuera de la subjetividad humana, frente a los intentos de renovación filosófica del marxismo encarados, entre otros, por Bogdanov desde su “empiriomonismo”, para quien no es posible disociar, de manera total, la objetividad de la experiencia humana socialmente organizada (lectura anti-positivista ésta que, por cierto, se emparenta con la que realizará más tarde Gramsci en sus Cuadernos de la Cárcel). La querella culmina con la expulsión en julio de 1909 de Bogdanov de la fracción bolchevique, bajo la acusación de integrar un “grupúsculo izquierdista” ajeno a la socialdemocracia (a pesar de que, en rigor, su corriente tenía gran peso dentro de Rusia, siendo mayoría en diversos lugares, entre ellos San Petersgurgo).
Por detrás de esta acción, Lenin busca reforzar la organización en una clave monolítica. Recién varios años más tarde, luego del quiebre filosófico y político que le genere el hecho de que la socialdemocracia alemana vote a favor de los créditos de guerra, revisará su concepción de la dialéctica y del propio marxismo, hecho que le permite interpretar a -e intervenir en una clave menos esquemática en- la cambiante y anómala coyuntura que se vive en Rusia durante 1917.Lo cierto es que, tras su expulsión, Bogdanov no reingresa jamás al partido, ni siquiera luego del triunfo de la revolución. A pesar de eso, continúa militando y creando proyectos vinculados con la lucha socialista. Así, junto con Lunacharsky y una serie de activistas bolcheviques funda dos escuelas de partido en Italia (en Capri en 1909 y durante 1910-1911 en Bologna) y da origen al periódico Vpered (Adelante), en torno al cual se agrupan un conjunto de militantes coincidentes en dotar de centralidad a la disputa cultural y a la formación política de la clase trabajadora en el reimpulso de la lucha revolucionaria.
De hecho, la autocrítica que formula Bogdanov respecto de la crisis de 1905 pone el foco en la adscripción y dependencia del proletariado respecto de la cultura burguesa, y en el liderazgo de intelectuales ajenos a la clase obrera durante el proceso de intensificación de la lucha de clases en territorio ruso. Por ello, propone crear y sistematizar “elementos del socialismo en el presente” a través de iniciativas tendientes a fomentar la autoemancipación intelectual y política de las y los trabajadores, sin esperar para ello a la conquista del poder. De acuerdo a Bogdanov, el proletariado, en tanto sujeto antagónico a la burguesía, requiere gestar su propia cultura, autónoma y opuesta a la de las clases dominantes, por lo que la revolución, lejos de acotarse a una ruptura en la esfera económica, involucra a todos los planos de la vida cotidiana y presupone un enorme esfuerzo de creatividad a nivel pedagógico-cultural.
Además de las escuelas de partido gestadas en Italia, a mediados de 1915 da impulso a un nuevo espacio de reagrupamiento internacionalista en Ginebra, que hace resurgir a Vpered como vocero colectivo de los debates estratégicos en torno a la construcción del socialismo y perdurará como núcleo en el seno del partido hasta 1917.
La guerra mundial encuentra a muchos de sus miembros apuntalando círculos de cultura proletaria en el exilio, o bien como animadores de proyectos similares de experimentación (escuelas nocturnas o dominicales, periódicos y revistas, universidades, teatros, bibliotecas y conservatorios populares, clubes y colectivos artísticos) al interior del territorio ruso, que en muchas ocasiones resultan ámbitos propicios para la militancia clandestina y la prefiguración de nuevas prácticas políticas. No obstante, será el derrumbe del zarismo y la irrupción de las masas en las calles, lo que torne acuciante su reorganización en una clave más amplia y decidida.
La revolución de 1917 y el nacimiento de la Proletkult
La revolución de febrero -iniciada un 8 de marzo en las barriadas obreras de Petrogrado, por trabajadoras que salieron a las calles a protestar en contra del absolutismo y por la hambruna que padecían en sus hogares- hizo resurgir a los soviets como instancias de auto-organización popular, en una escala mucho mayor a la de 1905. Pero la activación no se redujo a estos espacios, sino que supo involucrar a un crisol de apuestas y proyectos de lo más variados. Entre ellos, los destinados a forjar una nueva educación y una cultura radicalmente diferente a la tradicional. De ahí que más que un poder dual y alternativo al del Estado, durante los meses siguientes lo que proliferan y se expanden son infinidad de contrapoderes complementarios y con creciente articulación entre sí. Se destacan, por cierto, las comisiones de cultura creadas por los comités de fábrica, que son animadas por el activismo obrero y de izquierda que incluye a militantes del grupo Vpered vueltos del exilio. En simultáneo, figuras de la talla de Lunacharsky colaboran en periódicos como Vida Nueva (dirigido por Máximo Gorki), siendo también oradores en los mítines y asambleas realizadas en fábricas y cuarteles, donde difunden y amplifican sus ideas en torno a la cultura proletaria.
Entre el 16 y el 19 de octubre de 1917, bajo el impulso de Lunacharsky (en ese entonces presidente de la comisión cultural y educativa del comité del partido bolchevique) y con la colaboración de organismos como la recién creada Sociedad de Escritores Proletarios, se realiza en Petrogrado una conferencia a la que asisten más de 200 delegados/as de toda Rusia, con el objetivo de aglutinar a la militancia dedicada a la lucha artístico-cultural. El planteo común que sobrevuela al evento es la necesidad estratégica de dar batalla en un “tercer frente”, simultáneo e igualmente importante que el sindical y partidario, ya que además del poder económico y político, es imprescindible conquistar el poder intelectual.
Luego de extensos y acalorados debates, con lecturas contrapuestas acerca de la relación que debía establecerse entre la cultura burguesa y la nueva cultura por fundar, se aprueba una resolución final donde se intenta acercar posiciones en torno a estas querellas teórico-políticas que, de manera cada vez más aguda, van a continuar signando el derrotero de la Proletkult tras el ascenso del bolchevismo al poder. En este documento fundamental de la flamante organización, se expresa que “tanto en la ciencia como en el arte, el proletariado desarrollará sus propias formas independientes, pero también debe hacer uso de todos los logros culturales del pasado y del presente en esta tarea (…) No obstante, el proletariado debe tener un enfoque crítico de los frutos de la vieja cultura. Los acepta no como un estudiante, sino como un constructor que está llamado a edificar nuevas estructuras brillantes, usando los ladrillos antiguos”.
Como veremos en la segunda parte de este artículo, esta tensión creativa, así como la vinculada con la reivindicación del carácter autónomo e independiente de la Proletkult respecto de toda estructura partidaria o gubernamental (incluida la soviética), serán dos sellos indelebles que marquen a fuego los convulsionados primeros años por los que transite la revolución rusa.
* Por Hernán Ouviña para La tinta