Retórica del escrache (Entrega I)

Retórica del escrache (Entrega I)
2 noviembre, 2017 por Redacción La tinta

En los últimos años, las redes sociales comenzaron a ser el principal soporte para amparar las denuncias de mujeres que sufrieron distintos tipos de violencia machista. Muchos de estos discursos -escraches- se fundan en una nueva retórica propia. En este artículo intentaremos dar cuenta de este fenómeno partiendo de la base de que se trata de un proceso en construcción, y como tal, es objeto de constante reformulación.

Por Alejandra M. Zani y Lucía Cholakian Herrera para Matria

Ningún discurso es inocente. El lenguaje es performativo. Los discursos nos interpelan, nos transforman y nos obligan a tomar posiciones. Si las narrativas y los usos del lenguaje en la sociedad que conocemos son producto de un sistema económico-político patriarcal, estas narrativas y usos del lenguaje tienen como fundamento la negación histórica de las voces de las mujeres. Por esto, consideramos que de nuestra lucha contra esa negación sólo pueden surgir nuevas discursividades. Nuevas retóricas.

Con la aparición de las redes sociales surgieron también nuevos modos de compartir discursos. La velocidad de la propagación de la información en los medios digitales, sumada al alcance de la comunicación y a la construcción de una “sororidad feminista”; permitió que muchos de los discursos que comenzaron como denuncias públicas en las redes devinieran causas penales, aceleraran procesos judiciales, e incluso que terminaran con el procesamiento de los acusados, como fue el caso de Cristian Aldana (cantante de “El Otro Yo”) y José Miguel Del Pópolo (cantante de “La Ola que quería ser Chau”).


A su vez, desde hace algunos años que en Argentina las violencias contra las mujeres -algunas violencias y contra algunas mujeres- se han posicionado en la agenda mediática. También de la mano del movimiento de #NiUnaMenos, entre otros, se agudizó el debate público en torno a las muchas caras de la violencia patriarcal. El surgimiento del escrache es un punto fugaz en el cruce entre el avance de la lucha de las mujeres y el crecimiento de las redes sociales. Con todas las complejidades que estas dos transformaciones implicaron en la vida social, el escrache como uno de sus resultados habilitó la existencia de nuevas discursividades en un contexto de violencia aún irrestricta. El discurso del escrache no está jamás escrito en potencial ni se hace preguntas a sí mismo: es el producto de una urgencia.


Es esta misma urgencia la que hace que muchas veces aparezca como un discurso atropellado en oposición al proceso burocrático de tener que relatar en -y ante- un lenguaje judicial. Desde su origen, el escrache es un discurso no hegemónico. Tiene que existir porque no encuentra espacio en las estructuras institucionales para ser resuelto. O porque muchas veces, esas mismas instituciones relativizan las experiencias de las mujeres, haciendo necesario recurrir a otros medios para acelerar los procesos y construir solidaridades.

El escrache comienza con la conciencia del abuso y puede extenderse hasta una condena judicial. No hay límites, no hay parámetros, y el protocolo se escribe mientras se hace. Puede ser anónimo, estar firmado; denunciar un delito penal o simplemente buscar alertar a otras mujeres. Puede contener imágenes, audios, videos o ser simplemente una narración de los hechos. Sin embargo, y con la infinidad de sus potencialidades, se está constituyendo como un género discursivo dentro de la lucha feminista.

¿Hay alguna consecuencia inmediata o preestablecida de la circulación de estos discursos? No. De la misma manera que no hay parámetros o valores preestablecidos de verdad de los testimonios. Porque el movimiento inaugurado por el estallido del escrache al varón violento como mensaje público en redes sociales creó también su círculo de contención y sus fundamentos ideológicos: ante un sistema violento y patriarcal, la voz de las víctimas es siempre la que se pondera. Esto, sin embargo -como en nuestro mundo analógico- no opera de manera generalizada. Uno de los potenciales efectos sobre la sobreviviente que denuncia es el del repudio público, las amenazas y hasta la exclusión social de ciertos espacios. En los peores casos, si la mujer no está debidamente acompañada y contenida el escrache público contra un varón violento puede significar la profundización de las vejaciones contra su persona. Entiéndase por esto que en ningún caso -ni en el plano judicial ni en el digital- es cómodo y divertido exponer un testimonio de violación. Y en todos los casos es un acto de coraje.

“Me violó”, “me obligó a tener relaciones sin protección”, “me sacó fotos sin mi consentimiento”, “le dije que no y lo hizo igual”, “me hizo prometer que no iba a decir nada”. Este tipo de frases suelen ser las que aparecen en las denuncias públicas por abuso en redes. Se escriben en primera persona, en la mayoría de los casos presentan un contexto de la relación o el espacio en el que desataron los abusos y son publicados. Inmediatamente aquel discurso pasa a formar parte de la red y está disponible para que muchas mujeres lo lean, lo compartan y -en muchos, muchísimos casos- se identifiquen. Muchas mujeres hemos despertado de la anestesia del amor romántico y analizado relaciones pasadas de forma retroactiva para encontrarnos con que fuimos víctimas de múltiples abusos y violencias. Es decir: el escrache no opera solamente para alertar que un varón es violento y/o misógino, sino que su carácter indicial y testimonial permite colectivizar el repudio y entender que los recursos que tenemos hoy para leer críticamente a nuestras relaciones no son los que teníamos en el pasado y que hoy, más que nunca, tenemos que hablar de lo que pasa. Nombrar a las violencias es el primer paso para erradicarlas.


El escrache es necesario no solamente porque denuncia la violencia machista sino porque empuja y corrompe los límites de lo decible. Toma aquellos elementos relegados de forma adrede al espacio de lo privado y los pone en el foro público. Desmitifica las figuras de la retórica patriarcal y las invierte: todo aquello que es pronunciado, todo argumento que se usa para tejer las redes que nos retienen en relaciones enfermizas y violentas, es vuelto a enunciar en tono de repudio.


Como discurso que surge en el marco de una urgencia no resuelta institucionalmente, es una retórica pasajera. Las formas, si todo sale como lo esperado, serán otras. Lo importante de pensar al escrache como género es poder comprender sus particularidades, no relegarlo en tanto discurso de una “marginalidad” sino como una construcción ideológica fundada en una incansable pelea en contra de las violencias contra las mujeres. En ese sentido, observarlo y pensarlo es también devenir de esa urgencia.

*Por Alejandra M. Zani y Lucía Cholakian Herrera para Matria.

Palabras claves: escrache, machismo, Patriarcado

Compartir:

Un femicidio no es un espectáculo

Un femicidio no es un espectáculo
27 marzo, 2025 por Jazmín Iphar

Néstor Aguilar Soto era el único imputado en la causa por el femicidio de Catalina Gutiérrez y fue condenado a prisión perpetua. En el juicio, había declarado: “Soy un homicida, pero quiero defenderme y no soy un femicida”, y mostró detalles del momento y cómo cometió el asesinato. Esa escena, que ocurrió en la sala donde se desarrollaba el proceso legal, fue replicada por muchos medios locales como Telefé, Canal 12, La Voz, entre otros. ¿Por qué se piensa que es útil la información difundida? En 24 horas, ocurrieron dos femicidios en Córdoba, uno en Río Ceballos y otro en La Granja.

Por Verónika Ferrucci y Jazmín Iphar para La tinta

#ColegasNoSon

El pasado 19 de marzo, culminó el juicio por el femicidio de Catalina Gutiérrez, ocurrido el 17 de julio de 2024, donde el único imputado era Néstor Aguilar Soto, quien fue condenado a prisión perpetua por las autoridades de la Cámara en lo Correccional y Criminal de 11º Nominación de Córdoba, luego de un juicio con jurado popular. La cobertura mediática que vimos fue, al menos, irresponsable.

En la 6° audiencia del juicio, la abogada defensora de Soto, Ángela Burgos, sostuvo la estrategia judicial para que se cambie la carátula y el acusado no sea juzgado por un caso de violencia de género, ya que consideraba que eran “descabellados” esos términos, e insistió en que debía ser sentenciado por «homicidio simple». Ante los jurados populares, el acusado declaró: “Soy un homicida, pero quiero defenderme y no soy un femicida”. Y, durante la audiencia, mostró la mecánica que utilizó para matar a quien era su compañera de facultad, usando a su abogada de víctima en la simulación.

Desde la Organización Feministas en Derecho, que congrega a estudiantes y abogadas de la Facultad de Derecho de la UNC, repudiaron la actuación de la abogada Burgos por incumplimiento de deberes éticos. «Ilustrar gráficamente un femicidio no solo revictimiza a la víctima y a la familia, sino que implica una falta al Código de Ética de los abogados y abogadas en Córdoba. Tal como lo establece el art. 21 de la Ley provincial 5805 del Ejercicio de la Profesión de Abogado: ‘Los abogados son pasibles de algunas de las sanciones establecidas en esta Ley (…) por cualquiera de las siguientes faltas: Inc. 15) Excederse en las necesidades de la defensa formulando juicios o términos ofensivos a la dignidad del colega adversario o que importen violencia impropia o vejación inútil a la parte contraria, magistrados y funcionarios’”. 

Carlos Hairabedián, abogado querellante, había solicitado que se vuelva a incluir el agravante de alevosía en la causa, retornando a la carátula inicial. La fiscalía modificó la carátula del caso y sumó la agravante de criminis causa. Finalmente, la condena contempló como agravantes femicidio y criminis causa. 

¿Por qué se puso en juego la figura del término femicidio?

A tono con la época, la abogada trabajó durante todo el proceso legal para que no sea juzgado por femicidio e hizo su parte en los medios que amplificaron su voz, donde tuvo un protagonismo central. En muchos casos, sin repreguntas, aun cuando se expresaba con gritos y discusiones con quienes les hacían preguntas. Fueron pocos los casos de quienes cuestionaron el posicionamiento de la abogada, entre esos, las panelistas del programa «Mujeres Argentinas» de Canal 13, cuando Burgos dijo que “la víctima podría haber sido un hombre» y que «si sos mujer y matás, te van a juzgar como se les dé la gana”. Ante la contraargumentación, terminó abandonando la entrevista. 

En estos momentos, donde es necesario volver a aclarar no solo los marcos normativos vigentes para los casos de femicidios, también se debe insistir sobre los términos del concepto. Como aclararon las Feministas en Derecho, tomando una cita de Mariana Villarreal: “El femicidio es un término político. Es una denuncia a una sociedad patriarcal que sostiene el ejercicio de violencias como modo para controlar que las mujeres se comporten conforme a los mandatos de género, donde la razón detrás de su muerte es la de asegurar lo que se espera de ellas”.

El scroll por los portales web y redes sociales de noticias locales y nacionales estuvo lleno de las fotos donde Soto muestra la maniobra con que mató a Catalina, junto a titulares que hablan de “relato escalofriante” o “el minuto a minuto del crimen”. Canal 12, La Voz, Telefé: ¿por qué piensan que es útil difundir esa información? ¿En serio nos van a poner a debatir cosas que creíamos saldadas desde 2015?

Este año, se cumple una década del Ni Una Menos y, en enero de 2025, tuvimos 1 femicidio cada 26 horas, según relevó el Observatorio «Ahora que sí nos ven». Mientras tanto, los grandes medios cordobeses parecen ignorar los marcos legales nacionales e internacionales, protocolos de acción, guías de trabajo periodístico, capacitaciones en perspectiva de género y los años de debate e investigaciones que indican con claridad cómo realizar coberturas éticamente responsables y con perspectiva de género. 

Desde el Colectivo Ni Una Menos, detallaron: «Ilustrar gráficamente un femicidio, con un enfoque sensacionalista, más que una cobertura, se parece a una manual de información para posibles agresores. Además, cuando se detallan maniobras, métodos y circunstancias de un femicidio, se revictimiza a la víctima y a su familia. Este tipo de coberturas deshumaniza a la víctima, reduciéndola a un mero objeto de morbo, perpetuando la cultura de la violencia en la que los agresores pueden encontrar justificaciones en la narrativa que se les ofrece”. 

Relatar desde la perspectiva del femicida habilita la justificación del actuar: “Catalina me pegó una cachetada y me agarró del cuello, y ahí se me apagó la tele, arrancó el Néstor loco”. 


Ya lo ha dicho Rita Segato en los comienzos de sus investigaciones y desarrollos teóricos: «Los femicidios se repiten porque se muestran como un espectáculo. La curiosidad morbosa llama a la gente a curiosear. Cuando se informa, se informa para atraer espectadores, por lo tanto, se produce un espectáculo del crimen y, ahí, ese crimen se va a promover. Aunque al agresor se lo muestre como un monstruo, es un monstruo potente y, para muchos hombres, la posición de mostrar potencia es una meta. Entonces, el monstruo potente es éticamente criticado, es inmoral, pero, a pesar de eso, es mostrado como un protagonista de una historia y un protagonista potente de una historia. Y eso es convocante para algunos hombres, por eso, se repite».


La mediatización y espectacularización, el enfoque policial, el relato constante y detallado de cómo se mata a una mujer se transforma en un espectáculo. Lamentablemente, no es novedad la forma en que muchos medios locales abordan los contenidos de las violencias de género en un contexto donde los femicidios y las denuncias por violencias en los hogares aumentan, y la política del Gobierno nacional ha sido el desmantelamiento de las políticas de prevención y asistencia como parte de la batalla cultural contra feministas y diversidades, frente a un nuevo discurso negacionista y odiante propulsado por el presidente Javier Milei.


*Si fuiste víctima de violencia de género, en Córdoba, podés comunicarte con el Polo de la Mujer al 0800-888-9898 las 24 horas del día, todos los días del año. También podés enviar un mensaje de WhatsApp al 3518141400. O acercarte y hacer la denuncia en la Unidad Judicial de Violencia Familiar, ubicada en la calle Entre Ríos n.° 680.

*Por Verónika Ferrucci y Jazmín Iphar para La tinta / Imagen de portada: La tinta.

Suscribite-a-La-tinta

Palabras claves: Catalina Gutiérrez, Femicidio, Néstor Aguilar Soto

Compartir: