Putas

Putas
9 noviembre, 2017 por Redacción La tinta

«Putas vos y todas las tuyas», dijo ella, mientras salía enojada del campo de juego. Sostiene mi imaginación que ella se llama Melisa, que tiene veinticinco años, miedo de arrimarse a los treinta y que se le caigan las tetas. No sé qué pensó el día que me dijo puta. Al equipo entero. Se olvidó de su infancia de fútbol vetado, de los límites con la pelota y de lo que duelen los primeros pelotazos. Se olvidó de jugar, se olvidó de todas, se olvidó de ella.

Por Sofía Corazza

-Sos una puta.

-¿Yo?

-Sí, vos y tus amigas, putas todas.

Teníamos nuestro mejor partido. Por primera vez, ‘A’ nos dijo desde afuera: “Juegan como un equipo”. Había sentenciado que teníamos futuro. Vi a ‘V’ pivotear como nunca y a ‘N’ armarse una milonga debajo de los tres palos que conforman el arco. La pelota circulaba por los pies, hermosa y redondita. Por derecha ‘M’ hacía su habitual danza de los codos y pasaba impune -sin perjuicio de la oponente que chillaba- rápida, como endemoniada.

-¡Puta! Vos y todas tus compañeras.

Desde el extremo derecho, la pelota hacía escala en ‘V’, de buen pie, que enganchaba y aguantaba. Entonces el grito llegaba desde afuera.

-¡Largala antes V, que sino no sirve!

‘V’ tocaba conmigo y yo, de andar cansino pero buena asistencia, buscaba enseguida a ‘N’ con la mirada, y ahí aparecía la flaca, eléctrica, por izquierda a definir con la diestra.

-Goooool!

«Cada vez que juega mal lamenta no haber empezado de chiquita. Igual que yo. Me gustaría decirle que a mí también me cuesta, que yo también reniego, que sólo nos enfrentaba un partido, que lo piense, que no somos tan distintas»

-Putas vos y todas las tuyas- dijo ella, mientras salía enojada del campo de juego y le pedía a una de sus compañeras suplentes que tomara su lugar, que el partido estaba arreglado, que ya no tenía sentido.

Sostiene mi imaginación que ella se llama Melisa. Sostiene también que tiene veinticinco años y un poco de miedo de arrimarse a los treinta y que se le caigan las tetas. Melisa es una chica común, de barrio y clase media. Tuvo dos novios, uno de la A, el del colegio. En esa época sus amigas le decían “zarpada” porque se lo cogió en la primera salida. Pero ella le profesaba todo su encanto y lo creía “el único en su vida”, ufana de entregarse a cierta concepción del amor romántico. El segundo, era de la B, menos romántico y más pelado, la llevaba a cenar y no la dejaba pagar la cuenta nunca. En algunos años, Melisa deseará tener una familia, tal vez, y fantaseará con otro hombre, o quizá, desee mucho a una mujer.

La primera vez que Melisa pisó una cancha sintió que debía tomar una decisión: correría, anteponiendo una pierna tras otra de manera sincronizada, como sabía hacer, o acompañaría la pelota dando zancadas y chocando contra todo lo que se le pusiera en el camino, como si estuviera aprendiendo a caminar, otra vez, haciendo el ridículo. Al principio, como si fuera una ley de la física, su cuerpo buscaba el arco contrario. Imantado, dibujaba trayectorias interminables en esa dirección, que casi siempre acababan en el suelo. Con el tiempo aprendió a frenar, a girar y hasta a jugar tocando atrás. No mucho más tarde, la pelota ya no le era tan reticente y a pocos meses de aprender a pisarla, empezó a correr y acompañarla con dulzura. Desde hace un tiempo levanta la mirada y hace que alguna bocha perdida en el área le roce el pelo, siempre cuidando no despeinarse. Cada vez que juega mal lamenta no haber empezado de chiquita. Igual que yo. Me gustaría decirle que a mí también me cuesta, que yo también reniego, que sólo nos enfrentaba un partido, que lo piense, que no somos tan distintas.

No sé qué pensó el día que me dijo puta. Que le dijo putas a ‘N’, a ‘M’, a ‘V’. Al equipo entero. Se olvidó de la manera en que ese tipo le estrujó el culo en el boliche de la calle Paraguay al que iba con sus amigas. Se olvidó de la vez que su novio se quejó por la manera de estacionar el auto en el rinconcito que él había elegido para hacerse el poronga. Se olvidó de cómo se burlaron de ella sus amigos varones cuando, orgullosa, les contó cómo había “evadido” a una jugadora por la línea derecha en el torneo que juega todos los miércoles. Se olvidó de su infancia de fútbol vetado, de los límites con la pelota y de lo que duelen los primeros pelotazos. Se olvidó de mí, de nosotras. Se olvidó de jugar, se olvidó de todas, se olvidó de ella.

*Por Sofía Corazza / Taller de escritura y lectura sobre fútbol «La música de los domingos»

Palabras claves: Fútbol Femenino, literatura

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