Sacheri: “En un cuento de fútbol, el resultado no importa»
Para Sacheri, uno escribe sobre las cosas que lo obsesionan: «En el fondo, necesitás entender tu propia vida. Para eso escribís», afirma. Tanto el amor, la muerte, los barrios cercanos a las estaciones del Sarmiento y las historias comunes, caben en un juego: el fútbol. «Pobre del que no juegue a algo. Y el fútbol es mi juego», repite. Como referente del auge de la literatura futbolera, explica el boom como oposición a tanto show: «Hay una frustración con el mundo real, con el fútbol superprofesionalizado, supermediatizado. Y si el fútbol show se aleja demasiado del fútbol juego, el que se extinguirá es el fútbol show».
Por Ariel Scher para Página/12
Ni los ojos encandilados con los que lo enfoca Tequila, su perra, ni haber escrito una novela a la que tituló, precisamente, Ser feliz era esto, son la clave para que Eduardo Sacheri explique ahora, en veintisiete palabras, en qué consiste ser feliz. La clave, como tanto en Sacheri, es el fútbol: “Cuando vuelvo de jugar un sábado y siento que jugué bien, y ponele que gané, y ponele que metí un gol… qué otra cosa es la felicidad”.
Ni las decepciones recurrentes de Tequila cuando demanda mimos y no los consigue ni la memoria de Lunes, ese cuento en el que caben todas las tristezas del mundo, son la vía para que Sacheri comparta ahora, en Castelar, su patria, en qué consiste la tristeza. La vía, porque Sacheri es Sacheri, vuelve a ser el fútbol: “El día en que lo llenamos de pelotazos a Lanús y nos quedamos afuera de la Libertadores, volví destruido a mi casa. Hacía mucho que no lloraba en la cancha. Pero esa vez, sí: me tapé con la capuchita y me dejé llorar”.
A diferencia de pibas y de pibes de quién sabe cuántos sitios, en su casa, la casa en la que Tequila lo enfoca y lo enfoca, Sacheri no tiene ninguna pared con la frase “Hay quienes sostienen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida del hombre, con sus cosas más esenciales. Desconozco cuánto sabe esa gente de la vida. Pero de algo estoy seguro: no sabe nada de fútbol”, que es una frase que primero fue suya y ahora es de esas pibas y de esos pibes. No la tiene ni cerca de su camiseta de Independiente más querida ni tampoco cerca de los testimonios de gente que eligió bien y le dio premios como el Oscar o como el Alfaguara de novela. Lo que tiene Sacheri es ganas de hablar de la felicidad, de la tristeza, de la literatura y del fútbol. Y habla.
–A veces parece que el fútbol de la ficción literaria anda mejor que el fútbol que no es ficción…
–Cuando hablamos de la literatura futbolera y nos preguntamos por qué el auge de la temática, creo que lo que hay es una frustración con el mundo real. Eso te lleva a buscar otros caminos, otras realidades que te resulten más placenteras, realidades más profundas que ese fútbol de verdad, el superprofesionalizado, el supermediatizado que uno ve.
–Hallazgo, entonces: además de permitirle contar la felicidad y la tristeza, a Sacheri el fútbol le ayuda a contar casi una bronca:
–Falta profundidad. Me da la impresión de que, en general, cuando jugamos al fútbol o cuando jugamos a través de los profesionales del fútbol, lo que hacemos es depositar cosas más importantes de la vida para verlas, para entenderlas, para aceptarlas. En la extrema mediatización, en la farandulización, lo que se hace con el fútbol es aplanarlo. Quienes lo abordan así hacen que el fútbol carezcan de complejidad. Hay una simplificación discursiva y simbólica muy fuerte. Y, sobre todo, como las formas no importan, sólo queda el resultado.
–Al revés que en la literatura.
–Claro. En un cuento de fútbol, el resultado no importa. Precisamente, algunos de los malos cuentos de fútbol cuentan quién ganó y quién perdió, pero dejan fuera las formas de sentimentalidad y de humanidad que se están poniendo en juego.
–Si es certero el diagnóstico que hacés del fútbol de no ficción, ¿dónde queda ese universo que pintaste en Esperándolo a Tito, tu primer cuento, ese en el que unos futbolistas de barrio sueñan con el regreso del mejor de ellos?
–Creo que ese mundo sigue estando. No soy tan pesimista. Pero no se ve. Es tan refulgente lo otro… Me suelo representar el mundo del fútbol como un iceberg, pero en sentido inverso. Cuando se apela a la figura del iceberg, se suele decir que el 90 por ciento sumergido es lo negativo. En el fútbol, el 90 por ciento que no se ve es el que más me gusta. Y ahí se ubica lo más propio de la literatura. Más allá de las tendencias de cada escritor, es muy difícil que la literatura del fútbol se encandile con las luces televisivas, con el show mediático. La literatura va para jugadores amateurs, hinchas, partidos que no terminan bien, chicos que juegan. Y eso sigue existiendo. Ese 10 por ciento de show puede vivir porque lo investimos falsamente de los valores reales que viven en el otro 90 por ciento.
–¿Esos valores no cambiaron?
–Hay formas que cambiaron. Yo jugaba en la calle y mi hijo juega en canchitas de fútbol 5, pero se ponen en juego las mismas cosas.
–Eso supone que, aun con lo que te da bronca, el fútbol entero no está en manos de personajes como Armando Prieto, el periodista corrupto y manipulador de tu novela Papeles en el viento.
–Esa gente representa una dimensión que existe. Hasta es posible que considerar que lo suyo sea sólo el 10 por ciento resulte demasiado optimista de mi parte. Pero no tienen todo. Al último River-Boca lo vieron muchísimas personas. Mi apuesta es que en ese mismo fin de semana jugó al fútbol la misma cantidad de gente o más. Eso me hace sentir tranquilo. Siento que ese mundo sumergido está muy vivo. Si el fútbol show se aleja demasiado del fútbol juego, el que se extinguirá es el fútbol show.
–¿La pasás bien cuando ves fútbol?
–Me resulta más fácil si no juega Independiente, no por cómo juega sino porque ahí hay otra fuente de contaminación: el deseo. Pero me encanta ver fútbol de profesionales, juegan muy bien. Hacen lo que hacemos los demás, pero mejor. Trato de no cometer la torpeza de juzgarlos fuera de contexto: el que ahí es un burro a mí me pinta la cara. Y no me creo que cuando está rodando la pelota, anden pendientes de otra cosa que no sea la pelotita. Ves gestos de campito, no de gente pendiente de su contrato.
–En tus términos, ahí los jugadores perduran integrados a la porción sumergida del iceberg del fútbol. ¿Y los otros, los que arman el show pero no juegan?
–Eso es diferente. Los constructores del show –los representantes, cierto periodismo– permanecen en su rol todo el tiempo.
¿Le ocurrirá al Sacheri escritor lo mismo que en este instante le está ocurriendo al Sacheri futbolero? Cuando escribe esos libros que hacen matrimonio con miles de lectores, ¿se olvidará del resto de las cosas y sólo escribirá? Ahora, aunque Tequila le demande atenciones y aunque el guión para cine de su novela La noche de la usina lo reclame desde algún escritorio, parece desenganchado de la existencia casi completa y expone capturado por el fútbol de una punta a la otra del paladar. Diría Sacheri si en vez de pensar sobre el fútbol pensara sobre sí: lo que puede el fútbol.
–¿Ahora hay más o menos prejuicios para pensar al fútbol?
–El prejuicio extrafutbolístico hacia el fútbol disminuyó y eso es, al mismo tiempo, una buena noticia y una mala noticia. Es producto de la fuerza de legitimación del fútbol a toda costa. El fútbol tomó una dimensión social tan enorme que es muy difícil vivir de espaldas a lo que significa. Es bueno que se pueda complejizar, narrar, entender, con menos lío que el que debían enfrentar Fontanarrosa o Soriano en su tiempo. Pero, por otro lado, amando al fútbol como lo amo, el fútbol tiene una sobredimensión en la agenda pública. Es algo que asocio mucho, al menos desde la Argentina, con la década del noventa.
–Sos de Independiente pero, cuando tu hijo era chiquito, lo introdujiste en el fútbol llevándolo a la popular a ver el mejor partido de la fecha. ¿Volverías a hacer eso? ¿Te cambiaron como hincha los modos dominantes de vincularse con el fútbol?
–No me veo tan contaminado como hincha. Ya te dije: veo fútbol profesional y me encanta. Pasa que antes sacaba dos generales y me iba con mi hijo a cualquier cancha en la tribuna visitante. Ahora no puedo. Y, además, el modo de ser hincha de los otros me complica. Por ahí, alguno me dice “eh, Sacheri, ¿qué hacés acá? Vos sos del Rojo…” Es un retroceso preocupante porque dura y que dure lo vuelve más difícil de arreglar.
–¿Cómo vivís eso?
–Como una pérdida. A veces me pongo sociológico sin título de sociólogo y me da la impresión de que en las últimas décadas fuimos perdiendo diversas señas de identidad que antes estaban más sólidamente marcadas. Y que, en medio de esa erosión, la identidad del fútbol no sólo que no se cayó sino que parece que fue absorbiendo la sustancia de las otras. Carezco de pruebas. Pero comparemos a un pibe que crece ahora con otro que crecía en la década del sesenta: crecía en un barrio con una identidad determinada, vinculada con una actividad y una fábrica, con el mundo del trabajo, con identidades políticas y religiosas. No digo que era mejor o peor. Digo que tenías más claro qué eras y con quién eras. Estaba más clara la idea de que mi familia está acá y en un tiempo va a estar más lejos que acá. Había un conjunto de identidades y de sueños. Ahora las identidades son más borrosas y los sueños son prácticamente inexistentes.
–Vos sos lector intenso de Osvaldo Soriano. En la mitad de los noventa, él evaluó que lo único que nos quedaba era el fútbol.
–Lo suscribo. Y no soy optimista para que eso cambie.
–Hace poquito tuviste el mejor trabajo del planeta: leer a Roberto Fontanarrosa y armar un libro con sus mejores cuentos. Si el Negro pudiera fabular sobre el fútbol de ahora, ¿qué escribiría?
–Fontanarrosa abarcó muchos de los mundos del fútbol. Por ejemplo, el del periodismo deportivo. En su literatura, el periodista que se le venía a la mente era el que se floreaba por escrito con cierta ampulosidad o, por excelencia, el del relato radial. Creo que ahora, frente a cierto tipo de periodismo, primero se horrorizaría y luego saldría por el lado de la risa, que es la manera de salir del horror. Ese es un mundo que me deja asombrado, pero imagino que Fontanarrosa le habría encontrado una vuelta.
–¿Y qué diría sobre Messi?
–El Negro era un tipo muy medido, nunca grandilocuente en el elogio. Futbolero. En No te vayas campeón, que es un libro dedicado a los grandes equipos argentinos, Fontanarrosa intuye que exacerbar el elogio disminuye el efecto. No sé si hubiese recargado las tintas en el elogio de Messi. “Jugadorazo”, diría. A Messi le hubiera aplicado la mesura, inclusive con Messi en la estratósfera.
Fontanarrosa no era devoto de conversar sobre Fontanarrosa. Y Sacheri no es militante del arte de conversar sobre Sacheri. Hipótesis: acaso es por eso que a uno lo horrorizaría y a otro lo horroriza cierto sello de los constructores del fútbol show, tan entrenados en la autoreferencia. Acaso es también por eso que, consultado sobre su literatura, Sacheri remite al fútbol más que a Sacheri.
–¿Y a vos de qué te falta escribir?
–Cuando pienso sobre lo que escribo, dentro y fuera del fútbol, me lo imagino como una circularidad en la que volveré a temas que ya toqué. Uno escribe de las tres o cuatro cosas que lo obsesionan. De hecho, últimamente no estoy futbolero en mi literatura. Y me pregunto por qué. ¿Será porque estoy demasiado fatigado por la relevancia de ese 10 por ciento que construye el fútbol show? ¿Será porque estoy viejo? ¿Será porque todavía estoy procesando los peores años de mi club y es una manera de defenderme? ¿Será para qué no me etiqueten? No lo sé. Por momentos, extraño y pienso que tendría que volver a hacer columnas de fútbol, como las que reunimos en el libro El fútbol, de la mano. Pero no lo hago.
–¿Cuáles son esas tres o cuatro cosas que te obsesionan?
–Como temas, el amor, el dolor, la muerte, el deseo, la soledad, la derrota. Como contexto, mi mundo suburbano, los barrios próximos a las estaciones del Sarmiento. No mucho más. Los materiales son vidas comunes y corrientes como la mía. No es una búsqueda: es lo único que conozco. En el fondo, necesitás entender tu propia vida. Para eso escribís.
–Y para eso, entre otras cosas, está el fútbol.
–Por empezar, es un juego. Tener un juego que te acompañe toda la vida es un privilegio. Pobre del que no juegue a algo. Y el fútbol es mi juego. No me gusta hacer un panegírico del fútbol porque el fútbol, como todo, tiene cada personaje… Pero a veces me cruzo con alguien que no me gusta y pienso: “Sabés qué bien te hubiera venido jugar al fútbol”.
Tequila desborda de entusiasmo, quizás porque interpreta que ese “pobre del que no juegue a algo” indica que llegó su turno. Sacheri la complace y juega. Después, habla de la literatura, del cine, de los proyectos en marcha, de los ecos de Castelar, de un par de jugadores que lo impresionan fenómeno y, por cierto, de Tequila. Habla de la vida, Sacheri. O sea que habla de fútbol otra vez.
*Por Ariel Scher para Página/12
*Título original: “El fútbol tomó una dimensión social tan enorme que es muy difícil vivir de espaldas a lo que significa”