¿Cuándo duerme la Verdú?
Es una de las humoradas características cuando la Negra, abogada antirrepresiva, se hace tiempo para dividirse entre actividades de militancia, trabajo y apariciones mediáticas cuando la coyuntura lo permite. “¿Cuándo duerme la Verdú?” En los ‘90 metía fetas de salame en los sobres electorales, hoy es candidata a diputada en la lista del Frente de Izquierda en CABA. De su adolescencia en una “burbuja de cristal” a la militancia contra la violencia durante toda la democracia. De las críticas del Indio Solari hasta el recuerdo de ‘Petete’ Almirón. María del Carmen Verdú, una militante “coherente y lógica”.
Por Silvina Belén y Carlos Sanabria para Derrocando a Roca
“¿Dónde están los compañeros de CORREPI? ¿La bandera todavía no la trajeron?”, pregunta María del Carmen Verdú mientras camina hacia la cabecera de la columna del Encuentro Memoria, Verdad y Justicia. A un mes de la desaparición de Santiago Maldonado, el acto en Plaza de Mayo termina, pero para Verdú y sus compañerxs, las marchas nunca terminan cuando se doblan las banderas.
Ya es lunes 4 de septiembre. Un centenar de personas espera afuera de la Superintendencia de Investigaciones de la Policía Federal, en General Paz y Madariaga, Villa Soldati, la liberación del último detenido tras la represión en la marcha por Santiago Maldonado. A las dos de la mañana se largó a llover con todo y no había muchos paraguas. Son casi las cinco y la mayoría siguen empapadxs. Hasta que la última persona sale y emerge la alegría.
–Bueno, ahora si, ¡ya es cumpleaños de la Negra!, grita uno.
–»¡Abogada de los trabajadores, ni de los gobiernos, ni de los patrones!”, es el canto al unísono que acompaña besos y abrazos.
—Hay una especie de mito que la militancia es un sacrificio, que uno abandona todo. La verdad es que yo me aburro cuando no podemos intervenir en la realidad. Siempre hago esa aclaración, medio en chiste, cuando me presentan públicamente como la abogada de esto, de aquello; abogada es de lo que trabajo. Y lo que marca, lo que organiza mi vida es la militancia. A lo mejor, me llamas para ir al cine o al teatro y te digo ‘estoy reventada, no tengo ganas’. Y me llamas para decirme: ‘Che hay una movida en tal lado’; y a los 5 minutos estoy empilchada y en la calle.
Dame una razón coherente y lógica
María del Carmen Verdú nació en Bahía Blanca, Provincia de Buenos Aires. Tiene 59 años, le gusta la música celta y vive en la casa de dos gatos: Iskra de tres (Chispa, en ruso) y Lauchín, de nueve.
De su infancia recuerda mucho los desayunos los domingos en la cama de sus padres, entre medialunas, café con leche y un montón de diarios. Allí aprendió las razones que motivaron la guerra de Vietnam y a argumentar cualquier decisión, lo que le transmitió a sus hijos Francisco y Nicolás.
—Si yo decía ‘quiero hacer tal cosa’ a mi papá y no daba una razón coherente y lógica, no había debate. Y si no había debate, no había decisión. Mi papá, además de médico fue profesor universitario. Escribió libros de medicina, y otros sobre pedagogía universitaria para docentes universitarios. Siempre me decía que en un mundo donde no sabemos cuál es el desafío para el cual deberán tener que enfrentarse los chicos que estamos formando, lo que interesa es que enseñemos a resolver problemas, a desarrollar las herramientas necesarias. Problematizar y encontrarle la vuelta, es lo que marcaba la formación desde mi casa.
Cuando se mudó a Capital Federal con su familia, su padre no la dejó anotarse a la escuela pública para hacer el secundario. Poco tiempo antes de morir, le confesó que lo hizo para ponerla al resguardo. “Yo soy de la generación de la ‘Noche de los lápices’”, agrega María del Carmen.
Terminó el secundario en el bilingüe Saint Charles School donde cursaba doble turno. No se sentía parte de esa escuela, sus compañerxs tenían un pasar social diferente, apellidos importantes y veraneaban en Punta del Este. De familia ligada a la medicina, todo parecía que ese era su camino y su padre la estaba preparando para rendir el examen de ingreso a la carrera, pero finalmente se decidió por abogacía. En quinto año lo presentía; en “orientación vocacional”, una materia extracurricular, todos los ejercicios la imaginaban muy lejos de l–as ciencias exactas. “Una vez me salió ‘dirección de teatro’, ¿y qué es lo más parecido a actuación? Abogacía…”.
Sin embargo, fue clave el rol de un sapo años antes para cambiar de idea. A Bernardo, como lo bautizó posteriormente, lo compró para llevarlo a la clase de zoología.
–Seguro es para hacer la vivisección: El sapo tiene cierta autonomía cardíaca, por lo cual, el corazón sigue latiendo después que lo destripaste y técnicamente está muerto, le dijo su padre.
–Es horrible esta tortura. Voy a faltar, no lo voy a hacer, es objeción de conciencia, protestó María del Carmen.
–No, hacete cargo, andá y dale la discusión a la profesora.
Costó, pero Bernardo volvió a casa. “Lo tuve hasta que mi vieja decidió que no podía seguir sin entrar a mi habitación porque le tenía pánico. Entonces mediante una ceremonia, lo liberamos en una charca frente al Jardín Botánico”.
Burbuja de cristal
“A la facultad yo vengo a estudiar”. La frase era el cierre de una publicidad de la última dictadura cívico-militar-eclesiástica. El argumento era bastante simple: un hombre joven subía las escaleras de la facultad donde al llegar a la cima lo esperaba un “hippie” que le entregaba un volante. El joven, por supuesto trajeado y de pelo corto lo agarra, hace un bollo y lo tira para atrás. Y la conclusión es la frase que ha popularizado Eduardo Feimann cada vez que se enfrentó mediáticamente contra algún joven que haya osado tomar un colegio.
En mayo del 76, esa publicidad representaba el sentido común de la época. La Negra iniciaba su carrera de abogacía en mayo, un par de meses más tarde, ya con la dictadura consolidada en el poder.
—Esa era la facultad a la que yo ingresé después de haber vivido en una burbuja de cristal.
Siempre tuvo inquietudes a pesar de no haber militado durante la facultad en un espacio político. Las únicas movidas que había transitado fueron la constitución del colegio de abogados, dado no existía la colegiación obligatoria antes -fue en 1983 que se votó por primera vez-. Y también participó en discusiones sobre la ley del divorcio. A raíz de eso, su ingreso desde la profesión, en conjunto a su militancia, se da en el área de los derechos humanos.
La “primavera alfonsinista” le molestaba. Estaba recibida de abogada, pero le inquietaba esa idea de que la violencia era solo cosa del pasado. Ya se venía juntando con algunos compañeros y lo que primero empezaron a problematizarse fue el derecho de admisión en los boliches a raíz del testimonio de un pibe de la Villa Zavaleta al que no lo habían dejado entrar en el ’Johnny Allon Show’. Otras cosas que también los inquietaban fue el anuncio del canje de deuda externa por reservas naturales durante el primer menemismo. Y la noticia de ocho pibes muertos quemados en una comisaría de menores en Formosa, conocida como “el Holocausto de Villa Jardín”, también los movilizó.
—Empezamos a discutir, armamos aquel primer intento que se llamó “Asociación Amuayu por los derechos humanos” (Los que van, en mapuche), donde justamente lo que planteamos era la integralidad. Todavía no usábamos la definición de organización antirrepresiva, planteamos la cuestión desde el ángulo de los derechos humanos en sentido amplio pero haciendo hincapié de que en democracia también se reprimía. Intentamos llevar esa discusión a los organismos y fallamos. Y el fruto de esa fracaso fue CORREPI.
Hay dos hitos que marcan el nacimiento de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI): uno fue la Masacre de Budge en 1987, cuando el 8 de mayo fueron asesinados a manos de la policía bonaerense Willy, el Negro y Oscar; y el otro fue la detención arbitraria y tortura seguida de muerte de Walter Bulacio en 1991 en las inmediaciones del Estadio Obras donde daría un show Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
“Budge fue absolutamente definitorio; al mismo tiempo que ocurría ese hecho, nosotros nos vinculábamos con el caso de Benigno Antonio Ponce Gómez asesinado en la cárcel de Olmos. Mientras estaba embarazada de Nico, hice la inspección ocular en el pabellón donde lo mataron. Al principio, lo de Budge lo seguíamos por los diarios, no teníamos vínculo, ni relación hasta que nos empezamos a acercar a las movidas, y finalmente la militamos de conjunto. De ahí sale un poco el núcleo fundacional de lo que va a ser CORREPI”.
“Caímos por estar parados…”
El 19 de abril de 1991, Walter Bulacio tenía 17 años. Había ido a ver a los Redondos a Obras, pero una razzia policial lo levantó a él, a un par de pibes que compartían un micro que los había traído desde Aldo Bonzi y a setenta pibes más. En la celda de Walter eran once y una mano anónima escribió el nombre de cada uno y los “motivos” de la detención arbitraria: “Caímos por estar parados…” A la mañana siguiente, Walter fue trasladado al Hospital Pirovano y posteriormente internado en el Sanatorio Mitre.
Sus amigos y compas del colegio Rivadavia llenaban los pasillos y uno que otro policía se acercaba a apretar a la familia. Una joven que esperaba en el sanatorio, empleada de un bloque de la Cámara de Diputados, de un diputado socialista, le llamó la atención la situación y se acercó a preguntar qué pasaba. El tío de Walter, hermano de Graciela -la mamá-, le contó. Ella empezó a llamar a los diarios, a convocar a los medios y a partir de esa visibilidad, los chicxs del colegio organizaron la primera marcha. Era la semana entre el 19 y el 26 de abril y Walter todavía estaba vivo. Mientras tanto, a Víctor, el papá de Walter, se le acercaban abogados de todos los colores políticos. No sabía que hacer y llamó a una amiga de su juventud en la que podía confiar para asesorarse. Era la pareja de Martha Ferro, periodista de policiales, feminista, dirigente gremial, delegada por añares de Crónica. Ella lo pone en contacto con la CORREPI.
—Con mi compañero Daniel Stragá teníamos un estudio chiquitito que alquilabamos en Av. Uruguay entre Paraguay y Córdoba. Un día, cuando terminó la ronda de Tribunales, me encontré el papelito debajo de la puerta que decía “Soy Víctor Bulacio, los ando buscando”. Nos dejó el número de teléfono. Pero en ese entonces vos llamabas y no había nadie. Al día siguiente de eso, agarramos el auto nos fuimos a Aldo Bonzi, porque nos había dejado la dirección, pero tampoco lo encontramos.
Luego de un par de días de desencuentros. Víctor la llamó para avisarle que el 1° de mayo iban a entrevistarlo en el viejo Canal 13 de la Av. San Juan 2474, en el programa de Liliana López Foresi. Liliana, que conocía a la Negra de la facultad, le pide que se acerque al canal para que puedan concretar la charla con el papá de Walter.
Era un día frío, con esa llovizna que jode pero no moja. Walter ya había fallecido. Víctor estaba destruído, muy solo aún, pero decidido en ir para adelante. Charlaron un par de horas en el barcito americano en la esquina del canal. Y al día siguiente, que era día hábil, hicieron la presentación en el juzgado, y después fueron a buscar un escribano amigo que les hiciera el poder sin cobrarle. Mary, la abuela de Walter, encabezaría la próxima marcha, donde sobrellevaba su dolor en cada paso que daba en pedido de justicia por su nieto.
El silencio del Indio
“Jorge estaba ahí con él / Y a las 7 se calló / Lo arrastró hasta la Cipec y su vómito limpió / Cada agujero de la red / Cada golpe que sintió / Cada lágrima de sal / Cada show de rock and roll / Nadie se hace cargo aquí / Nadie se hace cargo allá / Demasiado para él /Y el que ya no aguanto más”
(“Ayer soñé con Walter”, Fito Paez y Fabiana Cantilo)
Durante los ‘90, bandas como Los Piojos, Caballeros de la Quema, La Renga, 2 Minutos y artistas de los más diversos estilos se solidarizaron y apoyaron en diferentes festivales. Sin embargo, los Redondos hicieron silencio.
—El Indio Solari se pasó la vida al pedo puteándome, yo nunca le contesté nada. Simplemente señalé lo que él mismo dijo. Su primera actitud, después de la muerte de Walter, fue decirle a la abuelita que “no tenía que televisar su dolor” y que tenía que ir a llorar a la casa. No le dimos bola. Pero cada tanto el chabón nos tiraba alguna desmovilizando.
—¿Intentaron hacer algún contacto? ¿Que los Redondos apoyen la causa?
—Víctor Bulacio, creo que en el 91 o 92. Hubo un recital después de lo de Walter y estábamos juntando guita, no me acuerdo si teníamos que pagar la tasa de la corte o que, pero estábamos en campaña financiera. A Víctor se le ocurre que de alguna manera consigamos el contacto para que entre tema y tema, con Mary (la abuela de Walter) pudiera subir al escenario, hablar un minuto a los pibes y a continuación pasar una alcancía. Un viejo compañero de CORREPI, Osvaldo González, que había sido manager de Los Piojos y de Mano Negra y tenía una pequeña productora discográfica, nos consiguió el teléfono de la Negra Poli. Víctor llamó y le dijeron que no, que ellos no hacían política en su show.
Estado de sitio
En las elecciones legislativas, María del Carmen Verdú fue candidata a diputada nacional en la Ciudad de Buenos Aires por Poder Popular (como referente del Frente Único Izquierda Revolucionaria-Hombre Nuevo) en el Frente de Izquierda y de los Trabajadores. Pero en los ‘90 no votaba o impugnaba. Le jodía la izquierda dividida. Diciembre de 2001 lo vivió en la calle.
—Apenas me informaron del estado de sitio, le aviso a Daniel, agarramos el auto y nos fuimos a recorrer la Villa 31 y la 21-24, que eran los dos barrios donde teníamos más inserción. En CORREPI, había en total 4 celulares. Empezamos a contactar para chequear donde estaban todos los compañeros, y tratar de coordinar algunas cuestiones de seguridad. Después vino la movilización a la noche, que no estuvimos organizados juntos.
Al día siguiente, a las 10 de la mañana ya estaban de nuevo en el centro en las distintas columnas que intentaban entrar a Plaza de Mayo. La Negra estaba sobre Avenida Corrientes, en esa época tenía el estudio en Talcahuano. Los compañeros de zona sur estaban llegando en el tren Roca. En las primeras horas de la tarde, los pocos celulares que habían, ya no tenían batería. El intento de atravesar el Obelisco hacia Diagonal Norte era un tire y afloje por los gases lacrimógenos que acechaban y la necesidad de tomar aire para volver al ruedo.
—De repente, sobre 9 de julio a la altura de Avenida de Mayo, se siente el estruendo, la columna de humo, y otro estruendo más fuerte. El comentario fue ‘están reprimiendo’, lo que no sabíamos era que en ese momento caía muerto Petete (Almirón).
Lo que había empezado el viernes 19, siguió, a tal punto que hubiese sido un solo día. Durante la tarde, hubo reuniones con organizaciones, división de tareas, armado de habeas corpus para los 212 detenidos durante la represión. Y finalizó, en parte, a las 3 de la mañana cuando largaron al último compañero.
Carlos ‘Petete’ Almirón tenía 23 años. Era el mayor de tres hermanos, su mamá era muy joven cuando él nació, y sin papa a la vista, se convirtió un poco en el hombre de la casa. Cuando la abuela de Marta -su mamá-o sea, su bisabuela se puso muy viejita como para vivir sola y como no quería ir a un geriátrico, pero necesitaba vivir con alguien, Petete se va a vivir con su bisabuela. Vivían en Lanús. Había terminado el secundario y estaba anotado en el CBC. Militaba en el movimiento de desocupados y como su organización formaba parte de la Coordinadora Antirrepresiva Sur, empezó a militar en CORREPI colaborando con familiares de Budge, Villa Fiorito, Isla Maciel en los casos de gatillo fácil, muerte y torturas en comisarías. La vivencia y la represión que hoy siguen en los barrios.
—La última imagen que tengo de él, fue en la marcha de Budge del 2001. Me acuerdo que estábamos volviendo del corte en Puente La Noria frente a la comisaría, y había un par de gurrumines que estaban inquietos, yendo y viniendo de la colectora de Camino Negro. Entonces le fui a pedir a Petete que busque un par de compas para armar un cordoncito. Me acuerdo de él empujando a los pibes adentro de la columna, lo reconocían como voz de mando.
Quedamos seis…
La CORREPI transita su primer cuarto de siglo de vida. Desde 1996, a fin de año realizan el acto de Informe Anual de Situación Represiva que dan cuenta de los casos de gatillo fácil, muertes y torturas en comisarías, desaparecidos, muertes en movilizaciones sociales. En la lucha antirrepresiva que realiza la organización es reiterativa la pregunta: “¿existe el policía bueno?” En forma de chiste, también más de una vez pueden llegar a responder: “sí, el muerto, ese no jode más”. Pero lo que se intenta explicar es que no se trata del individuo sino del rol, de la función que responde al Estado. “Hasta el mejor de los tipos que llega a su casa y está atormentado porque vio que otro cobró una coima o torturaba, forma parte de una estructura, y sigue garantizando la función”, sentencia la Negra.
Es una organización que funciona como un imán muy fuerte para la juventud, con militancia de pibxs 16, 17, 18 años. Pero como toda organización popular tuvo sus crisis.
–La primera, ante el gobierno de la Alianza, con la defección de buena parte del Partido Comunista, con el frente del Sur, el Frente Grande. Una cantidad importante de compañeros y compañeras apostaron a la alianza: “Se terminó la larga noche de oscuridad, ahora viene la transparencia, la democracia”, decían.
—¿Y durante el kirchnerismo?
—Pasó lo mismo, pero multiplicado al infinito. En el momento de auge de la transversalidad (2004 – 2007) en CORREPI quedamos 6 militantes. Afuera nadie se dio cuenta, la producción seguía siendo la misma, los boletines un relojito, la intervención en los quilombos, y salimos con una política agresiva de reclutamiento por supuesto. Pero era jodido.
—¿Cuándo te diste cuenta que eras una ‘referente’?
—Algo pasó para que deje de ser la más chica para ser la más vieja. Mis compañeros de CORREPI se ríen con los videos del 1991, 1992 con mi imagen y los cachetitos colorados y la voz más dulceta. Todo lo que estábamos hablando antes pasó mientras yo tenía entre 26 y 29 años. En ese momento, el mundo de la militancia, y en particular de los derechos humanos no había nadie sub 50. De hecho, los abogados de CORREPI éramos León ‘Toto’ Zimmerman y yo. Y Toto tenía la edad de mi papá.
—¿Y qué te interesa dejar ahora que ya no sos sub-50?
—Que el que se sacrifica para militar, no es un militante. Si estás haciendo un esfuerzo, es porque no estás convencido de que es lo más importante de tu vida.
*Por Silvina Belén y Carlos Sanabria para Derrocando a Roca / Fotos: Colectivo Manifiesto.