João Pedro Stedile: “Sin lucha de masas no hay cambios posibles»

João Pedro Stedile: “Sin lucha de masas no hay cambios posibles»
13 noviembre, 2017 por Redacción La tinta

Javier Larraín para Resumen Latinoamericano

Desde su fundación los “Sin Tierra” de Brasil trazaron políticas reivindicativas de altísimo contenido agrario y, en la actualidad, continúan reclamando una nueva y profunda política redistributiva de tierras. João Pedro, reconocido y emblemático líder del movimiento social más numeroso de Nuestra América, atendió generosamente las inquietudes acerca de la situación política interna en el Brasil, así como el carácter de la contraofensiva conservadora continental y la condición estratégica de la Revolución bolivariana para las fuerzas de izquierda criollas. Sin embargo, en esta primera entrega, nos sumergimos en su diagnóstico del Brasil de los últimos tres lustros y, particularmente, en el proyecto político de Michel Temer y las posibilidades del retorno al poder de Lula.

—¿Cuál es la real dimensión de la concentración de tierras y el problema agrario en Brasil?

—Brasil es el país con mayor desigualdad social en el mundo, el de la más amplia brecha entre el 1% más rico y el 80% más pobre. Y eso se refleja en la propiedad de la tierra; somos el país más latifundista del planeta: menos del 1% de los proprietarios, que son unas 36 mil familias, detentan el 52% de todas las tierras, alrededor de 300 millones de hectáreas. En la otra cara de la moneda encontramos 4 millones de familias de campesinos sin tierra, 5 millones de obreros agrícolas y otros 4 millones de campesinos con poca tierra.

En las últimas dos décadas el campo brasileño fue apropiado por el capital financiero y las empresas transnacionales que impusieron su modelo de producción agrícola que es el del “agronegocio”. Este modelo se expresa en la imposición del monocultivo en escala elevada, mecanización intensiva, empleo de semillas transgénicas –como medio de control de la producción–  y elevado grado de utilización de agrotóxicos como forma de librarse de la mano de obra. La mayor parte de la producción son sólo commodities agrícolas para exportación.

Frente a esa realidad surgió, en la década del 80, el MST, como un movimiento campesino que luchaba por la distribución de la tierra. Así, la reforma agraria era sinónimo de la consigna zapatista: “tierra para quien en ella trabaja”. Para esa lucha anti-latifundista adoptamos la forma de tomas de tierras. Hemos hecho más de 5 mil tomas de tierras en tres décadas de existencia. Hemos conquistado asentamientos para más de 300 mil familias de sin tierras. Pero, eso es insuficiente ante la metamorfosis del capital en el agro y las demandas de una vida digna en el campo.

—Qué elementos debe tener cualquier reforma agraria inclusiva y justa, que favorezca a las mayorías?

Con el tiempo hemos ajustado nuestro programa agrario, y ahora lo resumimos en la idea de una REFORMA AGRARIA POPULAR, o sea, que los cambios estructurales en el campo deben atender a toda población, de ahí lo “popular” y no sólo lo “campesino”.


Este Programa muestra el cambio en los paradigmas ya que ahora no se lucha sólo la tierra para trabajo, para el campesino –cuestión que continúa–. Incorporamos la idea de que nuestro objetivo mayor debe ser tierra para producir alimentos sanos para todo el pueblo. Para eso hay que abandonar los agrotóxicos, los transgénicos y adoptar la matriz de producción agroecológica.


Debemos producir en equilibrio con todos los seres vivos que hay en la naturaleza, desarrollar las fuerzas productivas con organización de la agroindustria en forma cooperativa.

Incluimos la demanda de la universalización de la educación, luchando por escuelas en todos los niveles, desde la infancia hasta la Universidad, para todos los hijos de los campesinos.  En estos años hemos logrado formar más de 5 mil egresos de universidades sin salir del campo, utilizando el método de cursos con enseñanza alternativa.  Dos meses intensivos en la Universidad, dos meses en su comunidad. Así no se pierden las raíces, los vínculos sociales y se mantienen en el campo los estudiantes después de formados. Todo complementado con metodologías que valoran la cultura del campo, desde lo culinario, la música, el respeto a las creencias, etc.

—A fines del pasado mes de julio unos 15 mil miembros del MST tomaron fincas y haciendas de altos personeros de Gobierno, de hecho ocuparon tierras del ministro de Agricultura, Blairo Maggi, en el Estado de Mato Grosso, y del propio Michel Temer, en São Paulo, ¿por qué?

—Brasil vive tiempos difíciles porque la burguesía, vinculada a las transnacionales, tomó de asalto al gobierno federal con un golpe, con la pretensión de salvarse sola de la grave crisis económica, social, ambiental y política que vivimos. Con la vista puesta en que el costo social de la crisis recaiga en las espaldas del pueblo.

Ante eso, la táctica principal de todos los movimientos populares que nos aglutinamos en el Frente Brasil Popular (FBP), es tumbar al Gobierno y recuperar el derecho de elegir democráticamente nuevos mandantes.

Nuestra jornada de tomas de tierras de políticos corruptos, que están en el Gobierno, fue para denunciar ante el pueblo el grado de degeneración y podredumbre que envuelve a las autoridades actuales.

—¿Qué otras formas de lucha, legales e ilegales, emplea el MST?

—Nuestras formas de lucha, a lo largo de tres décadas, han sido muy amplias, y han ido desde tomas de tierras de manera masiva, con toda la familia campesina –incluidos niños y ancianos–, para aumenta la fuerza social y poder desarrollar la conciencia social de los que participan en la lucha concreta, hasta marchas multitudinarias y de larga distancia, que aprendimos con los pueblos andinos. En 1997, más de cinco mil militantes emprendimos una marcha de 2.000 kms.

También realizamos tomas de escuelas, de organismos públicos, destruimos campos de reproducción de semillas transgénicas, etc. Claro, además emprendemos luchas propositivas, como son las que procuran la conquista, por parte de las clases campesinas, del derecho a estudiar en la Universidad, la construcción de viviendas en el campo, entre otras.

Igualmente desarrollamos, en todo el país, escuelas de agroecología y ferias de productos agroecológicos en las grandes ciudades, para concientizar a la población de que es posible producir alimentos sanos a precios accesibles.

Todas las formas de lucha son necesarias y buenas, porque las hacemos de forma masiva, con amplia participación popular. Y, como dice el dicho popular: “sólo pierde quien no lucha”.

—Quisiera pedirle se pudiera referir sintéticamente al proyecto político del MST, la presencia territorial a nivel nacional, así como a alguna experiencia concreta de empresas socializadas o cooperativas que administran.

—El Movimiento tiene presencia en casi todo el territorio nacional, aunque mayormente en la región noreste y sur, donde predominan los campesinos sin tierra. En la Amazonía despoblada y centro oeste, que hace frontera con Bolivia, casi no tenemos gente, ni lucha, aunque predomina el latifundio. Así, en la Amazonía apoyamos la causa indígena y defendemos el desarrollo de proyectos de preservación del medio ambiente y de respeto a nuestras reservas mundiales de agua dulce, de biodiversidad y de oxígeno. Esta región representa el 60% del territorio nacional.

En cuanto a los avances que tenemos referidos a las formas organizativas productivas, hemos implementado numerosas experiencias de cooperación agrícola, que estimulan la división del trabajo, la agroindustria y el desarrollo de las fuerzas productivas en el campo, siempre bajo el control de los campesinos. Todas estas experiencias de cooperación agrícola son necesarias y diversas, porque dependen de distintos niveles de acumulación de capital y trabajo y de conciencia organizativa igual distinta. Y esas dos condiciones, objetivas y subjetivas, son las que determinan las formas que cada comunidad /asentamiento adoptan.

Actualmente gozamos de grupos comunitarios informales, para organizar una feria agroecológica y utilizar un tractor de forma colectiva, y de cooperativas de alto nivel organizativo,  que industrializan más de  tres millones de litros de leche por semana, con sus subproductos de leche larga vida, queso, yogures, mantequillas, bebidas lácteas, etc.

Sin embargo, nuestro orgullo es ser hoy el mayor productor de arroz orgánico de Latinoamérica, con una producción anual de 600 mil sacos de arroz agroecológico. Cereal que es industrializado y puesto en la merienda escolar del país y también exportamos para Europa y Venezuela.

—Entrando a la coyuntura política, ¿qué ocurrió en Brasil para que la derecha materializara constitucionalmente un golpe de Estado contra una presidenta electa en las urnas? ¿Cuáles son los errores del Partido de los Trabajadores (PT), y en general de las fuerzas aliadas a los petistas, que impidieron la consolidación y defensa del gobierno de Dilma?

—Vamos por partes. En el periodo 2003-2010 el país vivió un boom económico, la economía creció al 6 y 7%, lo que permitió tener un excedente económico. Con el gobierno de Lula y el primer mandato de Dilma, era posible entonces aplicar una política de conciliación de clases, donde todas las clases podían ganar, aunque los banqueros ganasen más, como advertía el propio Lula. A ese programa se llamó: neo-desarrollista, caracterizado por el crecimiento económico con distribución de renta (no de riquezas patrimoniales) y un rol importante de las políticas públicas por parte del Estado.


En ese periodo, el PT y los partidos de izquierda que estaban en el Gobierno se volvieron prepotentes, se creían invencibles, abandonaron el estímulo a la organización y concientización de las masas. No quisieron enfrentar a la burguesía a través de reformas estructurales, porque la economía crecía sin reformas y porque el Gobierno era de conciliación.


La burguesía tenía fuerte presencia en el Gobierno, por lo general controlando los ministerios de Economía y de las Comunicaciones. Por su parte, la izquierda se quedaba con los ministerios de Área Social y Política Exterior. Y, como ese modelo lograba resultados electorales, los que estaban en el Gobierno no aceptaban críticas de los movimientos populares, donde estábamos nosotros.

Pero en 2008 vino la crisis, que Lula enfrentó con políticas públicas y logró detener temporariamente, aunque retornó con fuerza entre 2010 y 2014. A la sazón, con el estancamiento económico, y el carecer de excedentes para repartir, se produjo el rompimiento de la conciliación de clases. La burguesía abandonó el Gobierno y Dilma no tenía un liderazgo popular suficiente como para poder aglutinar a las fuerzas sociales y las masas, para hacer las reformas pendientes.

En las elecciones de 2014 la burguesía tomó la decisión de apoderarse de los cuatro poderes de la República, para tener la hegemonía del poder absoluto y así enfrentar la mentada crisis. Para utilizar la metáfora del Titanic: la economía y la sociedad brasileña se estaban hundiendo y la burguesía trató de salvarse sola, buscó los “botes salvavidas” para ella, mientras lanzó al mar, a un inminente ahogo, a la “segunda y tercera clase”, o lo que es lo mismo, a los trabajadores.

La estrategia descrita la financió a peso de oro y gastaron más de 2 mil millones de dólares para elegir al nuevo Congreso. No hay paralelo en el mundo de una burguesía dispuesta a desembolsar tanto dinero para elegir a sus diputados. Lo lograron, tenemos el peor Parlamento de toda la historia: una cuadrilla de conservadores y corruptos. Pensaban derrotar también a Dilma en las urnas, pero no lograron. Y al otro día empezaron a conspirar.

Dilma cometió un error más, asumió el Gobierno y traicionó su programa de campaña al entregar la política económica a la burguesía que puso a un banquero de ministro. Desde ahí la crisis económica se profundizó, y el resultado fue que las masas que votaron por ella acabaron dándole la espalda. Cuando los medios se dieron cuenta de esto, fue sólo cuestión de tiempo y de buscar una fórmula jurídica para tumbarla, se reunió el poder Judicial, el Congreso y los medios masivos, que aislaron a la Presidenta y le dieron el golpe. Nosotros, militantes de los movimientos populares, salimos a la calle, pero el pueblo no salió.  Nos dejó solos.

Así fue la novela de la lucha política que tuvo como resultado el derrumbe del gobierno de Dilma. Un golpe de la burguesía, sin que el pueblo haya reaccionado.

—¿Qué clases y/o grupos económicos son los que sostienen a Temer? ¿Cuáles calcula serán los efectos de esta oleada privatizadora y represiva que violenta los derechos de las capas sociales más pobres?

—Hay que comenzar por señalar que no hay mucha novedad en lo que está haciendo la administración Temer. La burguesía necesita superar la crisis económica y para eso le urge salvar a las grandes empresas, vinculadas al capital extranjero.

El guión para hacerse de los “botes salvavidas” en el naufragio del Titanic capitalista, es claro: 1) recuperación de la tasa de ganancia al interior de las empresas, y para eso necesitan despedir gente, disminuir los costos de mano de obra, etc.; 2) apropiación de la plusvalía social recaudada por el Estado, para ello requieren de gobiernos serviles, bajo su control absoluto; 3) usurpación de los recursos naturales como el agua, petróleo, minería, biodiversidad, florestas  y hasta oxígeno por la vía de los créditos de carbono; 4) privatización de los servicios públicos que pueden brindar jugosas ganancias, como la seguridad social privada, los servicios de salud, transporte, aeropuertos, etc.; 5) reubicación de nuestras economías en la órbita de los intereses de la economía y de las empresas gringas.

Lo que he descrito es el manual del capital. No necesariamente significa una ofensiva neoliberal; hacen lo que siempre han hecho en tiempos de crisis. Pero eso tiene contradicciones graves, por eso no se transforman en hegemonía neoliberal; esas políticas salvan a algunas empresas pero no a la economía como un todo. De allí que la contradicción sea que al afectar a todo el pueblo, éste le quita apoyo y resta hegemonía.  Hoy Temer tiene sólo el 3% de apoyo popular; ni la clase media lo apoya.

Concluyendo, vivimos una hegemonía política del capital en los poderes de la República, pero no en la economía y mucho menos en la sociedad.  De lo anterior se desprende que la crisis seguirá por años, hasta que las masas se acuerden y se levanten.

—Por último, de cara a las presidenciales de 2018, ¿qué representa la figura del expresidente Lula para la población brasileña? ¿Cuáles son los desafíos que debiera enfrentar en caso de resultar ganador?

—Lula es un símbolo en tanto encarna la clase trabajadora, al pueblo brasileño como un todo.  Él es mayor que el PT, que una simple alternativa electoral. Frente a la ofensiva de la burguesía, la clase trabajadora y el pueblo en su conjunto expresa que necesita de Lula para derrotarlos. Por eso ahora la burguesía quiere, por todas las vías, encarcelarlo e impedir su candidatura.


Los movimientos populares decimos que Lula tiene que jugar en estos momentos el rol de agitador de las masas, para ponerlas en contra del plan golpista de la burguesía. Anunciar que es posible otro modelo y otra manera de enfrentar los problemas de la gente.


Tenemos que dar una lucha en defensa de nuestros derechos, que han sido arrebatados, en defensa de la soberanía nacional y popular, en defensa de los recursos naturales. O sea, debemos estimular todo tipo de lucha de masas, para mantener movilizadas las masas, y, al mismo tiempo, ir discutiendo y construyendo colectivamente un programa popular para Brasil.

Lula será portavoz de la clase trabajadora y de la lucha popular, ya no puede y no tiene espacio para ser el conciliador de las clases; el modelo del neo-desarrollismo ya no tiene cabida en el momento actual.

Como he dicho, tendremos muchos años de agudización de la lucha de clases, en Brasil y en toda América Latina, y eso es bueno. Nuestro reto está en estimular las grandes luchas de masas. Sin luchas de masas no hay cambios posibles. En síntesis: necesitamos organizar al pueblo para que luche.

*Javier Larraín para Resumen Latinoamericano.

Palabras claves: Brasil, Movimiento Sin Tierra, MST

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