La Utopía por Asalto #1: Argentina y la Revolución Rusa en sus inicios (I)
A 100 años de la revolución que eclosionó todos los esquemas teóricos del materialismo histórico y que conmocionó al mundo entero, La tinta invitó a distintxs intelectuales y compañerxs de diversos espacios a que escribieran para repensar los legados de la revolución rusa hoy.
¿Qué tuvo y qué tiene Rusia para convidarle a nuestro presente, en el que todos los lazos sociales parecen resquebrajados? Nosotrxs creemos que nos puede enseñar todo. Precisamente se trató de la primera vez en la historia que una clase explotada intentó modelar un mundo según sus ideas. Pese al panorama arrollador de la Rusia zarista, el pueblo ruso superó todos los diagnósticos, reventó todos los esquemas.
Quienes lean las siguientes páginas del dossier «La Utopía por Asalto» encontrarán artículos y criterios variados: desde análisis históricos y repaso de las repercusiones de la revolución a nivel nacional o provincial, hasta su efecto en procesos sociales locales (como la reforma universitaria) o consecuencias en la cultura.
Con este compilado de textos proponemos volver sobre nuestras luchas y demandas como trabajadores para descubrir nuevas y mejores formas de organizarnos.
La Utopía por Asalto #1: Argentina y la Revolución Rusa en sus inicios (I)
Por Hernán Camarero para La tinta
“Un ardiente e impetuoso soplo revolucionario parece cruzar triunfante por el planeta. Ha comenzado en Rusia y se extiende hacia todos los rincones del mundo. Su móvil: la instauración del socialismo”. Así se señalaba en Buenos Aires en diciembre de 1917 en una proclama escrita por un puñado de jóvenes obreros y estudiantes recién expulsados de las filas del Partido Socialista (PS) argentino. Se trataba del manifiesto de creación de una nueva fuerza política, el PS Internacional (PSI), que se constituyó en un congreso en enero de 1918 y que tres años después adoptó el nombre de Partido Comunista (PC). Cuando este texto fue escrito, hacía algo más de un mes que en el país y en todo el mundo se estaban recibiendo las increíbles noticias provenientes de Petrogrado: el asalto de las guardias rojas al Palacio de Invierno, el derrocamiento del Gobierno Provisional de Kérenski, el traspaso del poder a los Soviets, la formación de un Consejo de Comisarios del Pueblo presidido por Lenin y la frenética serie de decretos que comenzaban a trastocar por completo el orden social del imperio de los zares.
La Revolución dirigida por el bolchevismo generó todo tipo de adhesiones, de carácter variado, heterogéneo y heterodoxo, incluso, crítico. También provocó iguales o mayores muestras de rechazo, habilitando una larga lista de enemigos, deseosos de ver barrida esta experiencia (y su posible contagio) de la faz de la tierra. Sin duda, el proceso social y político iniciado en Rusia en 1917 fue uno de los más significativos y controversiales de los tiempos contemporáneos. Constituyó el mayor y más claramente consciente movimiento de impugnación al capitalismo en su historia, orientado bajo los principios del marxismo revolucionario. En cuanto a sus efectos, fue como una piedra que astilló los vidrios del mundo político, ideológico y cultural en todo el planeta, forzando a reacomodar piezas y a reconfigurar escenarios.
El impacto de la Revolución Rusa en la Argentina de 1917
Por aquél entonces, transcurrían cinco meses desde la asunción del nuevo gobierno, presidido por Hipólito Yrigoyen. La Argentina estaba fraguando un cambio político de cierta envergadura: Yrigoyen buscaba ampliar sus bases de apoyo con el diseño de un estilo diferente de gestión, de carácter más “plebeyo” y paternalista, cercano a los sectores medios y tratando de vincularse con la clase obrera. El mundo agroexportador, base de la estructura económica del país, crujía desde 1913. Una profunda recesión se había extendido y, aunque sus efectos empezaban a revertirse hacia 1916-1917, eran los obreros y otros sectores populares quienes más sufrían la merma de sus ingresos. Apenas instalado en la Casa Rosada, Yrigoyen conoció el desarrollo de importantes huelgas. Las primeras fueron de los ferroviarios y de los marítimos, que alzaron sus reivindicaciones contra las grandes compañías pertenecientes o ligadas al capital extranjero y la gran burguesía terrateniente, el verdadero poder informal y apenas semioculto de la República, el mismo que controlaba directa o indirectamente a la “gran prensa”. Para el final de ese verano, el presidente y sus funcionarios habían arbitrado en las luchas de varios gremios que multiplicaban sus demandas, canalizadas por socialistas, anarquistas y sindicalistas revolucionarios.
Las informaciones internacionales solían ocupar un lugar de importancia en los medios de comunicación de nuestro país. En esos días de 1917 las noticias internacionales debieron compartir el espacio dedicado a la guerra con otro evento proveniente de un país muy lejano, Rusia, donde estaban ocurriendo acontecimientos extraordinarios: la irrupción de masas de obreros, soldados y heterogéneas capas populares que se movilizaban con las mujeres a la vanguardia. El pronunciamiento era en contra de la guerra, las penurias económicas y la opresión. Se trataba de una revolución, de mucha mayor escala que la ocurrida en 1905: esta vez el movimiento triunfaba en pocos días, entre fines de febrero y comienzos de marzo, según el calendario usado en Rusia. El palacio cambiaba de manos: Nicolás II era derrocado y reemplazado por un gobierno provisional en manos de los políticos de la burguesía. Era la clase que había postergado por décadas la adopción de un curso liberal o republicano en Rusia, acorde con los principios de una ausente revolución democrática, y que ahora se veía arrastrada ante la sublevación popular.
Prácticamente todos los órganos de prensa editados en Buenos Aires y otras grandes ciudades del país el 16 de marzo de 1917 (3 de marzo según el calendario ruso) dedicaron sus tapas o sus principales páginas interiores a cubrir el inicio de la Revolución rusa. La Nación sostenía: “La revolución rusa merece la simpatía de los liberales de todo el mundo”. El mismo júbilo mostró el otro importante diario, vinculado al poder económico, La Prensa, que informó ese mismo día: “Movimiento revolucionario en Rusia”. El diario del Partido Socialista, La Vanguardia, propuso la homologación con 1789. Ya el 18 de marzo, a dos días de la abdicación del zar, caracterizaba lo ocurrido como expresión de una de las “grandes revoluciones de la historia”, que abría una nueva era.
Ni los argentinos que recibieron las noticias y en su mayoría aprobaron esos primeros acontecimientos, ni los protagonistas en Rusia, imaginaron entonces lo que sucedería a lo largo de ese azaroso y agitado año. El zarismo fue reemplazado por el Gobierno Provisional de las clases dominantes, en el que pronto se destacó la figura de Kérenski. Fue el primer ministro de un régimen que nunca se estabilizó: no consolidó una república democrática a través de una asamblea constituyente, ni sacó a Rusia de la guerra que seguía desangrándola, ni avanzó en la redistribución de la tierra tal como anhelaban las masas campesinas, ni concedió el derecho a la autodeterminación de los pueblos oprimidos por la autocracia, ni otorgó las mejoras que le reclamaba la combativa clase obrera.
Rusia fue ingresando en una inédita situación de doble poder, ante la emergencia de un polo de organización social y política alternativa, representado por los Soviets, consejos de delegados de trabajadores, soldados y campesinos. La fracción socialdemócrata de los bolcheviques liderada por Lenin conformó un partido orientado a profundizar la revolución, en declarada perspectiva hacia un horizonte socialista, a la vez que planteó el inmediato fin de la guerra y el retiro de Rusia de la misma. Y propició la toma insurreccional del poder por el proletariado.
Tras los sucesos de octubre, la cobertura de los diarios en Buenos Aires cambió drásticamente su enfoque. Desapareció el anterior consenso favorable a lo ocurrido. Con el correr de los días, la Revolución de Octubre fue manifestándose en las páginas de la prensa dominante como una suerte de hecho aberrante, un golpe de Estado subversivo y proalemán. En La Nación fue aflorando el desprecio hacia los insurrectos: “Los maximalistas no son sino los socialistas ultras, los internacionalistas, que persiguen dos propósitos: en lo interno, dar al país una organización social marxista; en lo externo, resucitar la Internacional para imponer sus doctrinas al mundo”. La Prensa hablaba de los “bolsehvikis” que se habían levantado en armas contra el gobierno y titulaba: “Un golpe de Estado en Rusia. La ‘santa revolución libertadora’ va siendo una ironía sangrienta”. La Vanguardia, por su parte, también caracterizó lo ocurrido en Rusia durante esos días como una asonada o golpe de Estado de los bolcheviques. Los socialistas despertaron expectativas de que los “agitadores Lenin y Trotsky” fueran expulsados del poder por parte de Kérenski y el general Kornílov. Todavía diez días después de la toma del Palacio de Invierno, el diario del PS se solazaba: “La población parece retirar su confianza a Lenin y a Trotsky […] la demostración de autoridad de los ‘bolsheviki’ disminuyó en forma considerable”.
Al menos en los primeros años, los registros de ese impacto de la Revolución en la Argentina pueden encontrarse en distintos fenómenos de la escena nacional: en el ascenso huelguístico y en la organización del movimiento obrero, en la radicalización de las izquierdas y en la hostil reacción de las derechas, en la intervención del Estado y del nuevo régimen político inaugurado por los gobiernos de la UCR, en los asuntos diplomáticos, en la vida de las colectividades de inmigrantes (sobre todo, la judía rusa), en ciertos espacios del periodismo y la opinión pública, en el mundo de la cultura, las ideas y el arte, y en ese fluir de viajes e intervenciones de organismos e individuos desde y hacia Petrogrado, Moscú y la capital porteña (bajo la mediación de la Komintern). Desglosemos algunos de estos puntos.
Las masas laborales experimentaban difíciles condiciones de vida, se desarrolló entonces, entre 1917 y 1921, un reguero de movilizaciones y conflictos laborales como pocas veces conoció el país. Sólo en 1919 las huelgas fueron 367 con 309.000 participantes, un aumento extraordinario. Lo notable no fue sólo el número, sino el grado de decisión, combatividad y violencia que se evidenciaron en los conflictos, con trabajadores dispuestos a sostener violentos conflictos, a elegir representaciones democráticas para afrontar la lucha y a enfrentar la represión policial y militar del Estado y de las “guardias blancas” pertrechadas por la patronal y la extrema derecha.
El ejemplo “heroico” de los obreros y campesinos rusos operó como acicate en la agudización de las confrontaciones, que se extendieron por todo el país y las más diversas ramas y actividades. La multiplicación de las huelgas fue paralelo al fortalecimiento de la organización obrera. La FORA IX Congreso, dirigida por la corriente sindicalista, se fue proyectando como una entidad gremial de masas y triplicó sus activos, alcanzando hacia comienzos de 1921 los casi cien mil afiliados cotizantes en más de quinientas organizaciones gremiales.
Sectores de las clases dominantes y las derechas locales pronto asimilaron este ascenso de la protesta obrera con el mismo peligro subversivo que desde Petrogrado y Moscú parecía amenazar el orden existente. Extremaron su discurso guerrero contra el mundo obrero e izquierdista y montaron organizaciones de ofensiva: la Liga Patriótica Argentina y la Asociación del Trabajo. Ambas entidades proveyeron hombres y armamentos para la represión paraestatal, en la cual también colaboraron miembros de los Círculos de Obreros Católicos. Las organizaciones reaccionarias actuaron con decisión durante la huelga metalúrgica de fines de 1918, que derivó en enero de 1919 en una extendida revuelta en las calles de Buenos Aires, conocida como la Semana Trágica. Se denunció la existencia de un fantasioso “complot soviético”, diseñado por “agitadores extranjeros” de origen ruso judío. Fue la excusa para que durante algunos días se produjeran ataques antisemitas y “antimaximalistas” de uniformados y civiles contra los barrios judíos, en especial, dirigidos hacia las organizaciones obreras y de izquierda. Esos días de huelga y de enfrentamientos callejeros entre grupos de obreros y militantes, por un lado, y policías, soldados y extremistas de derecha, por el otro, provocó miles de muertos, heridos, detenidos y torturados en dependencias policiales, en cifras que nunca pudieron ser esclarecidas.
Los ecos del fenómeno soviético creyeron reconocerse en otros escenarios de aquella Argentina convulsionada. Por ejemplo, en el que estalló en el chaco santafecino contra La Forestal. También durante esos años las huelgas en el Territorio Nacional de Santa Cruz concluyeron de manera igualmente sangrienta y con denuncias, por parte de la clase dominante, de la existencia de “complots subversivos”. La Sociedad Rural y otras organizaciones patronales montaron guardias armadas, mientras la Liga Patriótica y los grandes diarios regionales y nacionales exigían el retorno del orden. El Ejército, tras forzar la rendición de los huelguistas, apeló al fusilamiento en masa y al entierro en fosas comunes, bajo la advocación del miedo al ejemplo soviético.
El “fantasma maximalista” exhibió el modo en que las derechas, la Iglesia y las corporaciones patronales decidieron construir su enemigo, con connotaciones que iban desde la defensa del “orden natural” hasta las inclinaciones antisemitas. Pero la “amenaza” no fue una mera pesadilla ideológica de las elites o un sueño inalcanzable de militantes deseosos de imitar realidades lejanas y exóticas. Fue real porque ya existía en el país una clase trabajadora con cierto nivel de desarrollo, un movimiento obrero organizado, un campo de izquierdas heterogéneo que ofrecía una variedad de estrategias revolucionarias. Hubo una conexión entre ese mundo obrero, popular, y contestatario y lo que habilitaba la experiencia bolchevique, la cual, además, acicateó la radicalización ideológica y política local.
* Primera parte de la nota de Hernán Camarero para La tinta.
Un mayor desarrollo de estos temas en: Hernán Camarero, «Tiempos rojos. El impacto de la Revolución rusa en la Argentina», Buenos Aires, Sudamericana, 2017.