Mientras en muchos rincones del mundo el centenario de la Revolución Rusa será recordado con emoción y nostalgia, en las calles de San Petersburgo nadie parece darle gran relevancia al hecho de que esa ciudad fue el epicentro de un cambio histórico que enmarcó definitivamente al siglo XX. Ya sea por las adhesiones que concitó en quienes vieron en la Toma del Palacio de Invierno la antesala de la gran utopía de una sociedad sin clases, como entre quienes la combatieron sin piedad.
O más bien, como murmuran algunos lugareños, el 7 de noviembre de 1917 fue un acontecimiento en la gran historia del pueblo ruso, pero ahora son otros tiempos y es mejor mirar hacia adelante.
Hay algunos hechos del pasado de esa nación que les sirven de justificación ante una pregunta que les resulta incómoda. Esa ciudad fue creada en 1703 de la nada sobre un pantano por el zar Pedro I para que el imperio tuviera una salida al mar por el Báltico, y fue la coronación de más de dos décadas de guerra con Suecia por el control de esa región estratégica.
Fue capital del imperio más grande en extensión de su tiempo y cada milímetro de sus edificios fue construido con directivas de los más grandes arquitectos italianos y franceses de la época para ser una Paris eslava. Y en la segunda guerra mundial, cuando era conocida como Leningrado, las tropas nazis la sitiaron más de 900 días, en que murieron más de 1,2 millones de habitantes de hambre y frío, pero no se rindió.
“La celebración incomoda a todos, porque hay temas que nos dividen y la discusión de esa parte de la historia nos llevaría a enfrentamientos”, señala Nadia, quien estudió Humanidades e idiomas durante el período soviético y vivió como tragedia cotidiana la caída de la URSS. “De pronto el estado se retiró y no sabíamos qué hacer para sobrevivir, perdimos todo, los ahorros, los trabajos, las pensiones”.
No se muestra particularmente atraída por los últimos tiempos de la Unión Soviética, pero lo que vino es un mal recuerdo que no querría volver a vivir. Y como dato anecdótico, y porque conoce algo de la Argentina, recuerda que en los años 90 del siglo pasado recorrieron el país “expertos” (dibuja las comillas en el aire) de todo el mundo. De Estados Unidos, de Europa y hasta nuestro conocido Domingo Cavallo viajó para dar sus consejos a las autoridades que se fueron sucediendo en esos momentos de caos.
Hasta que llegó Vladimir Putin y la situación se calmó. Si tuviera que resumir en una frase cuál podría ser el milagro del actual presidente ruso es: «Nos devolvió la dignidad”. ¿De qué forma? Los convenció de que Rusia es una gran nación y que Estados Unidos se estaba aprovechando de un momento de debilidad.
“Obligó a que los oligarcas paguen impuestos”, añade Nadia.
La historia fue en su momento dramática: en medio de una situación explosiva y la desaparición real de las instituciones, las empresas y bienes que habían sido de propiedad estatal pasaron a manos privadas. Esos nuevos ricos eran los dueños reales del país y habían dictado las reglas que les permitían prosperar en detrimento de la sociedad.
Putin, nativo de San Petersburgo, hizo carrera en la KGB y luego fue escalando posiciones dentro del gobierno central, ya en la era que llaman “de la transición”, y sucedió a Boris Yeltsin en 2000. ¿Cómo logró convencer a los nuevos ricos de que el que ahora imponía las reglas era él?
Para Nadia, porque sabía mucho de cada uno de ellos por su paso por el servicio de espionaje soviético. En Argentina diríamos que apeló al “carpetazo”.
Y los que no se avinieron a esta nueva era, como el magnate petrolero Mijail Jorodkovski, terminaron procesados por evasión impositiva, presos y en la ruina.
Hurgar en esta época de incertidumbre implicaría revolver una época en que la sociedad vivió convulsionada y temerosa de su futuro. Cruzada por acusaciones sobre quiénes eran los culpables de lo que ocurría. Para unos, los responsables eran los comunistas, que habían dirigido el país desde 1917, sin distinciones. Para otros, la injerencia de los estadounidenses y los oligarcas, también sin distinciones.
Putin, como lo viene haciendo desde que está en el poder, se fijó el objetivo de reconstruir una nación que se había derrumbado. Y lo hace desde los gestos simbólicos más insignificantes como tener, según se dice, un cuadro de Nicolás I, el zar que lideró la guerra de Crimea en 1853. Además, en 2014 encabezó él mismo la recuperación de esa península estratégica en el mar Negro luego de una movida de la Unión Europea para poner en el gobierno de Ucrania a los sectores antirrusos de esa nación, tan íntimamente ligada al nacimiento de Rusia.
¿Eso quiere decir que no va a haber ningún tipo de recordatorio? Si, los habrá en la ciudad donde se inició la Revolución Rusa y en Moscú. Pero aún no es época de recordar a Lenin o a los bolcheviques con la mirada integradora que pueden tener en París con Napoleón o con la Revolución Francesa, un acontecimiento clave en la construcción de la nacionalidad gala.
Pero hay un dato a tener en cuenta: desde 2004 y a instancis de Putin no hay feriado nacional el 7 de noviembre. El núcleo de la ceremonia es el 4 de noviembre, día de la Unidad Nacional, que recuerda la expulsión de los polacos de Moscú en 1612 y coincide con el día del Ícono de Kazán, el origen de la conversión del pueblo ruso al cristianismo. Kazan es la capital de Tartaristán y sera una de las sedes del Mundial de 2018.
En estos días se preparaban escenarios para actos y juegos de luces que prometen ser espectaculares en los lugares donde aquel proceso histórico tuvo lugar, como el Palacio de Invierno, ahora el impresionante museo Hermitage, o el crucero Aurora, desde donde se disparó el cañonazo que dio origen ataque sobre el portentoso edificio donde estaba reunido el gobierno provisional, que había surgido de la revolución burguesa de febrero del 17, la que derrocó al zar.
En el museo creado sobre la base de las riquezas culturales atesoradas por los Romanov, también se inauguró una sala especial que conmemora aquel hecho en el mismo recinto donde fueron detenidos los ministros. Las imágenes del zar Nicolás II compiten en importancia con las de Lenin. Putin ya había adelantado que no iba a haber ninguna celebración especial.