Amor y furia
Dos marchas que se cruzan y se solapan: una pide justicia para Azul Montoro, una joven mujer trans que fue brutalmente asesinada en un departamento del centro cordobés; la otra, una movilización por Santiago Maldonado a horas de que hallaran un cuerpo en el río Chubut, una manifestación urgente para dejar en claro que la impunidad no es una opción. Amor y furia, río azul.
Por Débora Cerutti para La tinta
Nado y pienso. Mientras pienso, lloro. En cada bocanada de aire, viva. Brazadas y patadas que de vez en cuando me engañan y me hacen creer que vamos hacia alguna parte. Voy abriendo el agua, mientras remonto el día hasta las primeras horas dolorosas de la mañana cuando prendí la radio y escuché.
A partir de allí cada versión malintencionada. Cada falacia disparada. Cada cautela no escuchada. Santiago sin aparecer. Y una imagen que me recorre las venas. Río arriba, encontraron un cuerpo.
La palabra violencia me da vueltas por la cabeza. Abro el diario y leo. Me imagino a Azul jugando con su perro. Me imagino al perro ladrando y a ella tratando de defenderse del asesino. En la madrugada, encontraron su cuerpo.
Las vidas lloradas, las vidas precarias. Me da vueltas una pregunta por la panza que me hago con Judith Butler “¿Qué es lo que hace que una vida valga la pena?” Gisel, asesinada por su ex marido. Un femicidio más en la larga lista de 18 mujeres que lloramos este año en Córdoba. En barrio Maldonado, encontraron su cuerpo.
Decidí salir a la calle a la tarde. A caminar el cemento céntrico cordobés cercado por los uniformes azules. Especie de figuritas de Playmobil que se van reproduciendo a medida que avanzamos por la avenida General Paz. Decidí encontrarme con otros cuerpos vivos, para hacer presentes a Santiago Maldonado, a Gisel Rojas y a Azul Montoro.
Cuerpos presentes, duelos públicos
Celeste atiende el teléfono con la voz quebrada. Le pregunto si todavía están en la Central de Policía. Me dice que no. Que están marchando hacia las calles Rincón y Rivadavia. Le digo que enseguida voy para allá y corto. Me subo a la moto. Me pongo el casco. Empiezo a andar hacia el Mercado Norte. Estaciono traspasando el cerco policial de la esquina. Las luces azules de la Policía marcan dónde termina la escena del crimen; los ojos de las compañeras indican dónde comienza el transfemicidio.
En la puerta y en la vereda y en la calle de ese departamento de la calle Rincón, se escuchan cientos de voces gritando juntas. Con furia. Esa que sale desde el dolor y las calles caminadas. Furia trans. Nosotras vivas. Ella asesinada. Todas aparecidas cuando pronunciamos sus nombres.
Algunos cuerpos que transitan y todavía se mueven, estuvieron desde las cinco de la tarde pidiendo justicia frente a la Jefatura cordobesa. Porque no sólo quien clavó el puñal asesina. Ante tanta falta de políticas públicas para el resguardo, reparación y empleo de personas trans, el Estado se vuelve (es) responsable.
Cuando me acerqué a la noche al lugar donde mataron a Azul, a abrazarnos entre las que quedamos vivas -las que todavía podemos pronunciar su nombre- observo. Se me calienta la sangre. Y el corazón bombea Azul.
Azules son los ojos vidriados de Kitty de ATTTA-Cba, que me cuenta que Azul tenía 23 años. Que ella no conocía personalmente a esa “muy” jovencita oriunda de San Luis. Azul. La que ejercía el trabajo sexual. La profesión más vieja del mundo. Y repite el nombre. A-z-u-l.
En los últimos 20 años, la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar) contabiliza 46 femicidios de trabajadoras sexuales. «Exponer la vida», me dice Kitty. Como la expuso ella, Azul. Y repite su nombre, por quinta vez en el primer minuto de entrevista. A-z-u-l, asesinada, una más.
«¿Qué pasa cuando matan a una chica trans?», se pregunta Kitty, interpelando directamente a las que se movilizan en el Ni Una Menos que ante el trans femicidio de Azul, no se hicieron presentes.
Amor y furia. El río nos quita el rímel y los abrazos nos enjugan las lágrimas.
* Por Débora Cerutti para La tinta / Imágenes: Colectivo Manifiesto