La Cañada: frontera social a “Cal y Canto”

La Cañada: frontera social a “Cal y Canto”
30 octubre, 2017 por Redacción La tinta

Por Jerónimo Llorens para La tinta

Desde la fundación de la ciudad de Córdoba, el arroyo La Cañada cumplió la función de frontera natural al oeste del trazado original, sirviendo de contención urbana y de abastecimiento hídrico para las pocas manzanas que la integraban. Con el tiempo, aquella frontera natural devino en frontera social. Su margen derecha se fue poblando por diversos sectores marginales, creándose un heterogéneo sector social oculto del otro lado del “riachuelo”. El inicio del apartheid cordobés.

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Dos imágenes comparativas de la desembocadura del arroyo “La Cañada” en el río Primero o Suquía, con un periodo de casi 90 años entre una y otra. (“La Córdoba de ayer” Bernabé Serrano.)

Esta elegante y soberbia Cañada que conocemos hoy, con sus majestuosos árboles tipas, sus puentes con arcos al estilo romano y sus bares y locales para el consumo y entretenimiento de las clases medias y altas, era otrora una pequeña serpiente de agua. La misma bajaba zigzagueando del valle Paravachasca y penetraba en las zonas marginales de la urbe entre barrancas, zanjones y ranchos crecidos sin orden, que le daban eternamente la espalda y vertían en ella sus aguas servidas y jabonosas. Aquel insignificante arroyito guardaba en su interior una furia que podía transformarse en cuestión de minutos en un torbellino de lodo, piedras y agua que no pedía permiso y arrasaba con todo lo que había a su paso sin temerle al poder de los hombres ni de dios.

La primera gran inundación de La Cañada ocurrió en 1622. Su fuerza, abrumadora y justiciera, volteó la cárcel y la primera iglesia de Santo Domingo, e inundó La Compañía de Jesús y el templo de los franciscanos. Sus aguas alcanzaron un metro de altura en la plaza central, hoy, Plaza San Martín. Con el tiempo, llegaron otras inundaciones de igual o mayor envergadura hasta que el gobierno decidió crear un muro de contención. El famoso Calicanto hecho con rústicos cantos rodados, soldados con cal.

El muro

Para la construcción de dicho muro en 1671, se pidieron los servicios de Don Andrés Jiménez De Lorca, perteneciente a la Compañía de Jesús. Aquella orden religiosa poseía en Córdoba considerables cantidades de tierras y reducciones de indios, y era propietaria de grandes contingentes de esclavos africanos. Al ser una de las órdenes con más capital acumulado, funcionaba como una especie de banco ofreciendo préstamos con altas tasas de interés a las familias acomodadas de la época. Aquellas familias que, por diversas razones, no podían pagar la deuda se les incautaban algunos bienes que, en la mayoría de los casos, consistían en su mano de obra esclava. Aquellos contingentes eran luego utilizados en emprendimientos económicos que la compañía tenía en diversas zonas de la provincia.


Es una perogrullada aclarar que las obras del Calicanto fueron hechas con mano de obra esclava africana y aborigen. Como todos los templos y palacios de la ciudad. Una pequeña parte del antiguo Calicanto puede apreciarse en la actualidad al sur de Bv. San Juan.


En una madrugada de 1890, el “arroyito” bajó con tanta fuerza que desbordó el calicanto y arrastró casas, gente, animales, tranvías. Hubo 200 muertes, entre ellas, muchos niños, la mayoría de ellos pertenecientes a los sectores populares que habitaban la ribera. Se declaró la alerta sanitaria y desembarcó en Córdoba la Cruz Roja Internacional. Luego, en 1913 y en 1939, hubo otras fuertes inundaciones que derivaron en grandes movilizaciones de la gente de la zona exigiendo una solución. Ya que no solo debían lidiar con la situación de marginalidad y carencias en la que vivían, sino también con la amenaza constante de una crecida. Así, en 1944, el gobierno de Amadeo Sabattini decidió comenzar, con un discurso desarrollista y con miedo a una revuelta popular, la construcción del encauzado del río tal y como lo conocemos hoy.

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Transformación del cauce de la Cañada. Cuatro tomas del sector comprendido entre 9 de Julio y Colón. (Fotografías: “El cauce viejo de la Cañada”, Sergio Barbieri, Cristina Boixadós. (2005) “Córdoba la vieja”, Isaac Silbermanas, Luis E. Gigena Parker, Eloísa Jeandrevín (2007).

El abrojal

En los comienzos del siglo XIX, la geografía urbana de Córdoba comenzó a cambiar velozmente. En aquellos años, la ciudad se limitaba a unas sesenta manzanas rodeadas por barrancas agrestes habitadas por sectores marginales. La necesidad de crecimiento llevó a la implementación de proyectos urbanísticos y a la nivelación de aquellas barrancas.

Esto trajo aparejado grandes movimientos poblacionales y desalojos violentos, para “liberar” las zonas en conflicto y generar grandes negocios inmobiliarios. El destino privilegiado de estas familias damnificadas por el crecimiento urbano fue la margen occidental del arroyo La Cañada que vio incrementada su población de manera drástica.

Nació así la zona del Abrojal donde se fueron afincando, en primera medida, los ex esclavos y obreros de la fábrica de pólvora del barrio de Las Quintas. También llegaron allí muchas familias desalojadas de las barrancas del sur de la ciudad, donde se creó un gran emprendimiento urbanístico llevado a cabo por la Municipalidad y un famoso desarrollista de la época, Miguel Crisol. De este emprendimiento, nacieron el Parque Sarmiento, el Palacio Ferreyra y el barrio de Nueva Córdoba, hoy un sector privilegiado de las clases pudientes de la sociedad.


Quedó así delimitada una frontera social fuertemente racializada: de un lado, la gente “de bien” o “decente”, en su mayoría descendiente de europeos. Del otro lado, los “negros”, “mulatos”, “segundones”, “tercerones”, “indios”, “pardos” y “zambos”.


El Abrojal estuvo aislado de la ciudad blanca y “civilizada” por un largo tiempo, más precisamente, hasta que se empezaron a construir los puentes que cruzan la Cañada en la actualidad. El primero en construirse fue el de la calle de La Alameda (27 de Abril) y le siguieron los de 9 de Julio y Santa Rosa. Pero el que verdaderamente terminó de conectar El Abrojal con la ciudad fue el de la calle San Luis (Duarte Quirós).

Esta última zona, era un centro neurálgico de encuentro que comenzaba a tomar forma de barrio y a ser la cuna de los grandes mitos, leyendas y estigmas en torno al “nero cordobés”, un personaje invisibilizado y negado intencionadamente por la historia oficial, escrita por las élites liberales que soñaban una Argentina blanca y europea. Esto no impidió el arraigo de este personaje en nuestra cultura, en nuestras luchas y en nuestros imaginarios.

Estaba cantado

La historia continúa. La historia del Calicanto, de ese muro segregatorio y de las poblaciones desplazadas a principios del siglo XX, encuentra sus versiones modernas en la especulación inmobiliaria y los proyectos urbanistas del siglo XXI.

De aquella Córdoba del Abrojal a los Barrios-ciudad, el trazado geográfico urbano mantiene un objetivo: excluir e invisibilizar, asegurar el control acérrimo sobre cuerpos y territorios.

La urbe blanca, pudiente y soberbia, tiene a su servicio un número cada vez mayor de fuerzas policiales que, de manera violenta, impiden la circulación de jóvenes de barrios populares en el centro cordobés, ese cuya frontera sigue trazando la Cañada. La urbe blanca, pudiente y soberbia, gatilla a quien se atreva a traspasar el muro cuando no es invitado a la fiesta de la “civilización”. A cal y canto, quedó tapiado el centro cordobés de manera hermética e inaccesible para muchos.

* Por Jerónimo Llorens para La tinta / Imagen de tapa: Sebastian Canepa para Fantasmas de Córdoba

Palabras claves: Barrio Güemes, Historia cordobesa, La Cañada

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