Extrema derecha en Europa: ¿Síntoma o enfermedad?
Por Juan Elman para Resumen del Sur
Es domingo a la noche y mi grupo de Whatsapp estalla. Son mis amigos. Melena -así me apodan- ¿cómo es eso de que ganaron los nazis en Alemania? Intento calmarlos: no ganaron, pero salieron terceros, les digo, ahora tienen representación parlamentaria. Quise explicarles que decirles nazis no es utilizar una etimología correcta, pero la atención ya se había disipado.
Las elecciones que se celebraron el domingo 24 de septiembre en Alemania dejaron, a simple vista, una conclusión: ni siquiera el país más estable de la Unión Europea es inmune al avance de la extrema derecha. Así lo demuestra la performance de Alternativa para Alemania (AfD), que obtuvo el 13% de los votos y colocará 94 parlamentarios en el Bundestag.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial el parlamento alemán permanecía blindado a discursos abiertamente xenófobos. Algunos creían que la historia del país, marcada por los traumas del nazismo, iba a ser un antídoto. Se equivocaron. Otros aseguraban que los pocos años de vida de AfD -recién creado en 2013- iban a impedir que el partido se organice nacionalmente. Se olvidaron de que contaban con varios modelos para imitar.
En Francia, el Frente Nacional (FN) de Le Pen disputó el balotaje presidencial en las últimas elecciones. En Holanda, el Partido de la Libertad (PVV) es el representante de la oposición. En Italia, los sondeos perfilan a Liga del Norte (LN) como el tercer partido más fuerte del país. En Reino Unido, UKIP está pronto a desaparecer, no sin haber cumplido su única y máxima promesa: el Brexit. En Austria, el Partido de la Libertad (FPÖ) salió segundo en las últimas elecciones presidenciales. En Dinamarca, el Partido Popular Danés (PPD) también fue el segundo partido más votado en los últimos comicios. En Suiza, el Partido Popular Suizo (SVP) ostenta la mayoría de escaños en el parlamento. En Noruega, el Partido del Progreso (FrP) es parte del Gobierno desde el 2013. La lista sigue.
En la gran mayoría de Europa la extrema derecha está en ascenso. No es un fenómeno nuevo: muchos partidos fueron creados en la segunda mitad del siglo pasado y el primer auge fue en los 90. Si bien cada país tiene sus particularidades, existen varias similitudes en el recorrido de sus partidos. Veamos.
Populistas somos todos
Otra etiqueta convive con la de extrema derecha: “son populistas de derecha”, dicen los académicos.
En su libro The Populist Explosion, John Judis analiza cómo la crisis del 2008 hizo renacer el fenómeno que vemos hoy en Estados Unidos y Europa. Allí nos brinda una primera definición: “El populismo de derecha enfrenta al pueblo y a una élite, acusada de proteger a un tercer grupo, que puede consistir en inmigrantes, islamistas, etc”. Se trata de una relación triádica. Todos estos partidos, aún con su propio lenguaje, siguen esta lógica.
Judis dicta un punto de partida: el populismo de derecha en Europa nace después de la crisis de los 70. Allí podemos observar los primeros factores que gobiernan el fenómeno de hoy.
Nueva época, nuevo consenso
La crisis económica de los 70 y el fin del Estado de Bienestar transformó Europa. Entre otras consecuencias, nace un nuevo consenso: el neoliberalismo.
Mientras las posibilidades de empleo eran cada vez menores, la inmigración seguía en auge. Europa ya no necesitaba la mano de obra que exigía en las décadas doradas, pero mientras millones de europeos regresaron a su país de origen, la inmigración tomó un carácter no europeo. Aun con la crisis económica, las posibilidades eran mejores en Europa que en África o Asia.
En sus inicios, el nuevo consenso neoliberal no prestó atención a los flujos migratorios que todavía aumentaban.Muchos de los partidos de extrema derecha europeos comenzaron siendo pequeños movimientos antimpuestos, principalmente en los de países más ricos. Otros, como en Francia y Austria, venían de una tradición nacionalista. Originalmente de carácter pequeño, los movimientos desviaron su foco hacia los nuevos inmigrantes.
Lograron canalizar el enojo y frustración de una parte no menor de la sociedad. De anti impuestos y anticomunistas viraron hacia antinmigrantes.
Lentamente fueron ampliando su base electoral. Dejaron de ser antimpuestos: adoptaron gran parte de la agenda socialdemócrata en gasto social y se convirtieron en los defensores de un Estado de Bienestar en amenaza. Mientras los partidos de la socialdemocracia no cuestionaron la nueva agenda neoliberal -como lo demuestra el inicio del Nuevo Laborismo y su impacto en otros países- , la extrema derecha comenzó a avanzar sobre un electorado que quedaba huérfano. Además de canalizar el descontento de varios sectores de la sociedad con los inmigrantes, los partidos comenzaron a penetrar en la clase obrera. La agenda de la extrema derecha ya incluía un rechazo al neoliberalismo y a la globalización.
Euroescepticismo
Un nuevo fenómeno se agregó en los 90: la creación de la Unión Europea en el 93 y la Eurozona en el 99. Dinamarca, Reino Unido y Suecia, entre otros, rechazaron el Euro. Noruega y Suiza, por otro lado, no se incorporaron como Estados miembros. Pero todos, de una u otra manera, quedaron vinculados al nuevo sistema europeo. Para el discurso de extrema derecha, la Unión Europea significaba la institucionalización del consenso neoliberal. A sus reclamos se sumaron el rechazo a las fronteras abiertas y la pérdida de soberanía económica.
Todos estos factores explican, en parte, las buenas performances electorales de los 90 y 2000. La gran mayoría superó el 15% de los votos en las elecciones que van desde 1997 a 2002, cuando Jean-Marie Le Pen, el padre de Marine, alcanzó el balotaje en Francia.
La crisis del 2008
El segundo punto de inflexión fue, sin dudas, la crisis del 2008. Para Judis, la crisis generó un nuevo brote populista pero con dos tendencias separadas. Un populismo de izquierda nació en el sur de Europa, principalmente en Grecia y España. En el centro y en el norte del continente, la crisis hizo resurgir al populismo de derecha.
A las ansiedades por la crisis económica y la globalización se le sumó un nuevo fenómeno que ubicaba al Islam como enemigo de occidente. La reacción a los ataques del 11 de septiembre y la oleada de atentados terroristas en Europa dotó a varios de los partidos de extrema derecha de un nuevo enemigo, los islamistas.
Repasemos. Ante una nueva crisis económica renace -aunque nunca se fue- un nuevo cuestionamiento hacia los inmigrantes. En los países más ricos las razones son más socioculturales que económicas: los partidos denuncian una sociedad en peligro, donde el multiculturalismo y el Islam son abiertamente enemigos. La crisis, según ellos, ya no es solo económica. Ahora existe una crisis de identidad junto con otra de seguridad. Ante la inmovilidad de los partidos tradicionales, el lugar para los discursos de extrema derecha son más abiertos que nunca.
Los partidos tradicionales y su propia crisis
Decir que el nuevo ascenso de la extrema derecha es producto de la crisis de los partidos tradicionales es cierto, pero no explica todo. El éxito se da cuando los nuevos reclamos o problemas no pueden ser absorbidos por el sistema político tradicional. En el caso de la izquierda, la erosión de los vínculos con la clase obrera le da a la extrema derecha aún más posibilidades de expansión.
El auge de estos partidos no puede ser comprendido por el eje izquierda-derecha, sino más bien por uno establishment- antiestablishment, o cualquiera de sus derivados. De ahí su vertiente populista.
Pongamos un ejemplo reciente. Se dice que la buena perfomance de AfD en la última elección se debe a la política de refugiados de Merkel. Si bien algo de eso es cierto y el partido de Merkel perdió el 5% de su electorado ante AfD, Die Linke, un partido considerado de extrema izquierda, perdió casi el doble de votos ante su otro extremo. AfD robó votos de todos los partidos, inclusive de la socialdemocracia y Die Linke. Pero por sobre todo, una gran parte de sus votos provinieron de abstencionistas. En esta elección, AfD fue considerado el partido del “voto protesta” o anti establishment. En el Este de Alemania, de tradición comunista, fueron el segundo partido más votado. Si a eso le sumamos otro factor más, el hecho de que el tema principal de la campaña fue la inmigración, entendemos no solo una cuota del éxito de estos partidos sino también su limitación.
Límites y tensiones
Desde el 2008 hasta hoy, una buena parte de los partidos conservadores ha incorporado reclamos de la extrema derecha en su agenda, principalmente en seguridad e inmigración. En algunos casos, como en Noruega y Finlandia, los conservadores y populistas son socios en el gobierno. En países como Hungría o Polonia, gobiernos ultraconservadores han eclipsado tal surgimiento.
Existen más razones para creer que la extrema derecha tiene un techo bajo. Con la oportunidad ante la crisis del 2008 se dio, en paralelo, un proceso de transformación al interior de tales partidos. Muchos se prepararon para convertirse eventualmente en partidos de gobierno, intentando apelar a un electorado mayor. Para eso, definieron objetivos concretos y desecharon algunos rasgos extremistas. Abandonaron dejos antisemitas, homofóbicos y racistas, aunque siguieron siendo anti islamistas e inmigrantes. Este fue el recorrido que, como otros, emprendió el Frente Nacional con la llegada de Marine Le Pen, quien le pidió la renuncia a su padre. Desde ese entonces, los partidos han convivido con dos alas bien marcadas, una moderada y otra radical. Al conflicto que se da entre los miembros del partido se suma otro más: la pugna entre la dirección del partido y los comités regionales, quienes se resisten a centralizarse y perder el poder que tenían antes. Las distintas identidades, producto de la época más movimientista del partido, entran permanentemente en tensión. No son pocos los partidos que han sufrido oleadas de renuncias en este último tiempo. Horas después de la elección del domingo, por ejemplo, una de las líderes de AfD, Frauke Petry, abandonó el partido. Representaba al sector moderado.
Por último, las últimas series de elecciones han decepcionado a los que anticipaban un éxito de las fuerzas de extrema derecha. Después de la victoria de Donald Trump en Estados Unidos y del Brexit, no eran pocos los que aseguraban un triunfo de Marine Le Pen en Francia, Geert Wilders en Holanda y Norbert Hofer en Austria. Se equivocaron. Por otro lado y a modo de ejemplo, en las últimas elecciones británicas, más de 4 millones de votos de UKIP fueron para el Partido Laborista de Jeremy Corbyn.
Eso no quiere decir que este sea un fenómeno transitorio, pero hay que ser cautos a la hora de pronosticar un éxito definitivo. El viraje a la derecha de los partidos conservadores junto con el ingreso de varios partidos a coaliciones de gobierno no retratan un panorama precisamente esperanzador.
De lo que estamos seguros es que estos partidos no son nuevos; se favorecen de la coyuntura actual y, al menos en el corto plazo, están acá para quedarse.
*Por Juan Elman para Resumen del Sur.