Un pacto contra la crueldad
No hubo sorpresas en las elecciones del domingo. Lo que hay es un sol que no llega a calentar bien entrada la primavera porque más allá de las condiciones climáticas nuestros corazones siguen tan helados como el cuerpo hallado en el Río Chubut, el cuerpo de Santiago Maldonado. Lo que hay es la certeza de que, de alguna manera, triunfó la crueldad.
Por Marta Dillon para Emergentes
Quedó bien clara en la reivindicación, repetida en el escenario festivo del Pro, de Elisa Carrió, la diputada electa que no por torpeza si no por coherencia, se burló del duelo colectivo frente a la aparición del cuerpo de Santiago Maldonado, aun cuando todavía no sabíamos que se trataba de ese joven anarquista que fue a poner todo lo que tenía, él mismo, sus convicciones, su humanidad, al servicio de un pueblo violentado por siglos de colonialismo que se actualiza en la ocupación de la tierra por parte de un empresario que supo hacerse famoso por exponer otras tragedias -como la imagen de un hombre deshauciado por el sida- para vender su marca. Que se actualiza cada vez que se nombra a las comunidades mapuche como terroristas, usurpadoras, ignorantes.
Nuestros sueños no caben en sus urnas, escribíamos hace poco desde Ni Una Menos, apenas terminadas las PASO. Nuestros sueños no caben en sus urnas y tampoco cabe Santiago Maldonado. Pero en ese decir plural ¿Quiénes somos? Esa es la pregunta que flota como una nube cargada de tormenta frente a los gráficos que pintan el país de amarillo ¿Quiénes, quiénes somos?
La crueldad es el lenguaje que hablan ellos, no es propiedad de la diputada de lengua larga. Crueldad es asaltar por teléfono, sin que medie presentación previa, a una mujer destrozada porque la búsqueda de su hijo empezaba a tener respuestas. Sí, había tenido frío. Sí, estuvo solo en el final. Si, estaba muerto. Y no iba a volver a abrazarlo. Y su rostro desfigurado estaba circulando por teléfonos de manera indiscriminada, y no iba a poder salvarlo de ese despojo de ser un cuerpo muerto manipulado por servicios de inteligencia que lo despojaron hasta de ese último momento de intimidad. Crueldad es que el presidente de la Nación se jactara de inmediato de haber hablado con la madre de Santiago Maldonado cuando ella ni siquiera quiso atenderlo.
Ellos, digo, y es fácil ubicar a la ministra que fue a votar custodiada por armas largas, a los falsos periodistas que desde el principio manipularon la información, que denigraron a la comunidad que Santiago defendía, que no dudan en calificar a los organismos de derechos humanos como “ultra k” acuñando en ese mote un demonio que ayer lunes el diario La Nación declaró derrotado en términos de batalla. Ellos son los que organizaron encuestas para saber cuánto pesaba Santiago Maldonado en la elección del voto aun antes que la familia pudiera asumir que lo habían encontrado. Ellos son los cientos de miles que en las redes sociales denigraron al que estuvo desaparecido. Ellos son los que organizaron la represión para encarcelar sin ningún criterio más que el disciplinamiento social a más de 30 personas al final de la masiva marcha del 1 de septiembre por Santiago Maldonado. Son los que se vanaglorian por haber destruido la obra de la Tupac Amaru en Jujuy y la mantienen presa violando derechos constitucionales.
Ellos son los que hablan de diálogo, como lo hizo el domingo por la noche Mauricio Macri en su cierre estelar, mezcla de charla motivacional y animación de cumpleaños, cuando todo lo que se hizo desde finales de 2015 hasta acá es hacer tan profunda la grieta que ya no se puede mirar más que el abismo qué hay entre uno y otro lado. ¿O acaso no fue parte sustancial del triunfo de Cambiemos la consigna “no vuelven nunca más”? ¿Y cómo se escucha esa consigna sobre el cuerpo recién aparecido de un joven que estuvo en ningún lado durante 78 días porque pesaba más la defensa corporativa de Gendarmería Nacional y su madrina Patricia Bullrich que la búsqueda real del ausente?
¿Pero quiénes somos nosotros? ¿Podemos decir que de ese nosotros están excluidos los millones de votantes de Cambiemos?
Nosotros, me atrevo, somos quienes tomamos distancia de la crueldad. Quienes nos dolemos cuando un hombre de 32 años es muerto a golpes por policías porque no pagó una pizza -y eso también sucedió en los últimos siete días. Somos quiénes salimos a la calle, desobedientes, dos y tres veces la semana pasada porque necesitábamos poner el cuerpo sobre ese aparecido para no resignar la poesía de la luchas que se tejen en abrazos y afectos. Somos quiénes sentimos la rabia frente a las piedras que se le tiraron a las últimas compañeras que en Resistencia se despedían del Encuentro Nacional de Mujeres. Somos quienes vimos en la fiesta de los triunfadores de las urnas el desprecio por el duelo que todavía nos atravesaba.
Somos, también, quienes llenamos las calles en estos últimos dos años, entreverados y entreveradas en distintas identidades políticas que no llegan a fraguar en una opción electoral. Porque nuestros sueños no entran en las urnas, las desbordan. Como tampoco entra el cuerpo abandonado durante tantos días en un río helado que todavía ahora enfría nuestros corazones.
El triunfo de la crueldad, ratificado por el voto mayoritario, nos pone en la encrucijada de mirar hacia dentro. Dentro de ese nosotros que se enuncia a las apuradas y desde las vísceras mientras se intenta seguir con la vida cotidiana enfrentando al miedo de que esa palabra que se usa para hablar del triunfo del Pro no arrase también con nuestras vidas. Arrasar, como se arrasó con los pueblos originarios antes y ahora, arrasar, como se arrasan los bosques para el agro negocio, arrasar, como se arrasa sobre los y las estudiantes secundarios a quienes ya se advirtió desde el carro del triunfo que deberán someterse a la reforma educativa.
¿Podemos confluir en las calles y a la vez quedar como muñecas rotas a la hora de votar? ¿Qué tipo de acuerdos se pueden construir para no ser arrasados, arrasadas? ¿Cómo apropiarse de ese poder que se genera cuando decimos No a los femicidios, al recorte al CONICET, al avasallamiento de la cultura, al hambre de quienes todos los días van cayéndose del privilegio de tener trabajo? Porque somos protagonistas de momentos de poder y porque hay que preguntarse cómo potenciarlos más allá y más acá de la traducción simple de poner un candidato o una candidata.
Ahora mismo, con el triunfalismo de la sonrisa fácil y el discurso cuasi evangélico, se habla de “pactos” sociales al estilo del de la Moncloa, que justamente, consagró la impunidad para los crímenes del franquismo en la península ibérica. Contra esa falacia que clausura con el recuento de votos todas las expresiones que se opusieron al proyecto dominante, a su relato autoafirmativo, a sus rituales de fiesta de 15 mientras disfrutan la revancha de las clases populares a las que “se les hizo creer” que con un sueldo podían acceder al consumo, somos nosotros y nosotras quienes tenemos que poder generar y renovar un pacto ético que tuvo un punto de inicio cuando se dijo Nunca Más -aun cuando en ese nunca más del Juicio a las Juntas se obliteraban los sueños de la generación masacrada, sus militancias y sus apuestas- pero que ahora necesita reafirmarse: un pacto contra la crueldad, un pacto por la generación de otra pedagogía, otra política, en la que de una vez y para siempre todos los cuerpos cuenten.
*Por Marta Dillon para Emergentes / Fotos: Emergentes + Luciano Dico para Emergentes