La grieta no es partidaria
Por Jorge Ezequiel Rodríguez para El Furgón
La grieta no es partidaria, es ideológica, de sentido humanitario, de razones, sentimientos, sensibilidades, de historia, de víctimas y verdugos. Cada hecho que nuestra historia escribe, desnuda la división que convive en medio de banderas celestes y blancas y la letra de un himno que pocos parecieran interpretar. La unidad de los argentinos no se da por diferentes razones, y no tiene que ver exclusivamente con partidos políticos, gobiernos, ni siquiera con doctrinas; la división la genera la misma razón de cada ciudadano ante temas y problemáticas de momento y de historia, de cicatrices, de márgenes visibles y de condición de clases.
La desaparición forzada de Santiago Maldonado a manos de la Gendarmería, tristemente, abre las puertas de opiniones nefastas que pintan de cuerpo entero a una parte de la sociedad, que aunque nos duela creer, mantiene las mismas prácticas de siempre. Cambian los nombres, pasan los años, llegan nuevas generaciones, pero los conceptos no cambian; incluso en el repaso de la historia duele mucho más el presente.
No se ha aprendido nada, o, mirándolo de otro lado, vamos aprendiendo día a día que la sensibilidad social no es la misma. Los sentimientos, la conducta, la coherencia, la interpretación y la razón, responden a otras lógicas, muy diferentes unas de las otras. Y como gran parte del pueblo argentino sale a la calle y se manifiesta a diario reclamando la aparición con vida de Santiago, otra porción inunda los oídos y las redes sociales de palabrerías sueltas, de repetidas incoherencias, de palabras que lastiman tanto como el golpe físico, terminando en la oscura realidad de hablar mal de un pibe que fue desaparecido, al que no conocen, del que no les interesa qué le pasó. Pero opinan, sin criterio, sin cautela por el dolor de la familia, de los amigos y de quienes sí sienten la pérdida física de una persona.
Los hechos se desvirtúan, y la misma grieta -que es real pero que el grupo hegemónico dominante y económico de comunicación dispuso a orden del bipartidismo pretendido, kirchenistas y macristas sin otras alternativas posibles- coloca a una víctima como Santiago en el foco de una discusión que nada tiene que ver con lo sucedido. Santiago Maldonado pareciera ser el símbolo del kirchnerismo y de la izquierda argentina, el enemigo del macrismo y de la derecha conservadora, y no un pibe que en medio de una protesta fue desaparecido. Al foco del asunto lo desvirtúan, lo cambian de lugar, y en defensa de un gobierno represor, que oculta y ensucia pruebas, que a viva voz respalda la represión, que hace silencio cuando el silencio es responsabilidad; al presente de un hecho gravísimo en nuestra historia le ponen la carátula de grieta, del uso de desestabilización al gobierno, y surgen los indignados de sillón; que callan y aparecen cuando la chicharra de la comodidad les mete el dedo, a soltar los conceptos más nefastos y oscuros que lastiman la sensibilidad de toda persona con sentido común, sumándose a la agenda mediática con intencionalidad mafiosa del grupo monopólico conocido. De repente, los repetidores de turno, con la ignorancia que los caracteriza, señalan a los Mapuches como chilenos, a Santiago como un fugitivo de las cámaras, similar a los 30.000 compañeros detenidos y desaparecidos que se suponían, desde estas mismas voces, paseando por las calles de Europa; a quienes se manifiestan pacíficamente como subversivos, golpistas, y guerrilleros; a quienes militan ideas como choripaneros, ciegos y planeros; y a la realidad de Santiago Maldonado desaparecido como parte de la campaña electoral.
La grieta es una realidad, pero no es partidaria. Aquí la diferencia no la hacen los partidos políticos, la hacen las personas, las que sienten, las que tienen consciencia social, humana, y las que hablan desde la comodidad, desde el egoísmo, desde la oscura ignorancia que los envuelve en sus garras.
La historia, nuestra historia, habla de grietas y de divisiones. Y en los momentos más tristes se profundiza la cuestión, se destapa la realidad de un país con distinción de pensamiento, con carácter de egoísmo dominante, con penas de víctimas que se colocan, en voces ajenas, como culpables. No hay unidad de los argentinos, ni la habrá, mientras las luces se enciendan siempre en el mismo barrio, y la palabra se escuche según qué boca la diga. La unidad no es una utopía porque, dado los hechos que vivimos y vemos, no es una lucha que nos corresponda. La unidad será posible cuando las oportunidades sean colectivas, cuando cada ciudadano tenga el derecho de igualdad ante el otro, y cuando la condición de clase, de género y de piel, no exista. Pero eso ellos no lo quieren. Quieren la unidad bajo sus normas, muy diferentes a las nuestras.
Hay dos países dentro del mismo y siempre ha sido igual. El problema no es la grieta, sino los intereses que ella trae consigo; lo que desnuda, el falso debate sin argumentos que despierta, quiénes la generan y quiénes la alimentan, qué siente un lado y qué siente el otro. La preocupación no debiera estar en intentar generar unidad, sino en generar conciencia y sentido común.
*Por Jorge Ezequiel Rodríguez para El Furgón / Fotos: Colectivo Manifiesto.