Che Guevara: revolución de un deportista por prescripción
Con sólo dos años, Ernesto recibió un diagnóstico: asma. ¿La prescripción médica? Hacer deportes y mudarse a las sierras de Córdoba. Un español exiliado de la Guerra Civil le enseñó a jugar de arquero para que no se agote y tenga su inhalador a mano. También hizo natación, ajedrez, oficio de caddie en golf y se hizo aficionado al alpinismo. En su adolescencia optaría por el rugby: lo jugó y también escribió como periodista ¿De quién fue hincha? Ante los amigos de Boca y River se confesaba Canalla; ante el binomio Belgrano o Talleres, apoyaba a Sportivo Alta Gracia. A 50 años de su asesinato, Carles Viñas nos acerca a la faceta del Che deportista.
Por Carles Viñas de «Che Guevara. Un símbolo para el fútbol revolucionario»
Por muchos es conocida la faceta política de Ernesto Guevara, el médico argentino que se convirtió en símbolo de la Cuba comunista y en emblema de la izquierda revolucionara a nivel internacional. Quizás está menos acreditada su relación con el balompié. Gran apasionado del deporte, que practicó desde pequeño por prescripción médica, el Che mantuvo una relación distante pero a la vez próxima con el balón. Más allá de su vinculación personal con el fútbol su figura ha trascendido ligada a dicho deporte hasta el punto ver plasmada su efigie en las camisetas de diversos equipos suramericanos.
Un asmático forzado a la práctica del deporte
Nacido en Rosario, Santa Fe, en 1928 en el seno de una familia amante de la naturaleza y el deporte, Ernesto Guevara pronto siguió los pasos de sus padres. A los dos años sufrió un grave ataque de asma. Fue entonces cuando los médicos le aconsejaron la práctica deportiva y un cambio de aires. El destino fue Alta Gracia, localidad situada en la Sierra Chica al sur de Córdoba a 400 km de Rosario, donde el aire fresco permitió al joven Chancho, como se le conocía por aquel entonces, a apaciguar su dolencia pulmonar. En la sierra cordobesa se aficionó al alpinismo, aunque en esa época también practicó la natación y el ajedrez, no en vano años más tarde declaró: “El ajedrez es un educador del raciocinio”. Incluso llegó a ejercer como caddie dado que su familia vivía al lado del campo de golf local.
En sus años de formación escolar fue cuando se inició en el fútbol, jugando como portero en el colegio durante los recreos. Lo cierto es que la afición de Ernesto por el balompié vino propiciada por el entrenador de la escuela de Bouer, Paco Díaz, un malagueño que había huido junto a su familia republicana del drama de la Guerra Civil española. Fue el técnico quién decidió que Ernesto ocupara la portería pensando que de esta manera estaría más descansado y podría tener cerca su inhalador Aspomul ante un eventual ataque de asma. Cuando sus padres descubrieron que jugaba al fútbol e intentaron reprimir al técnico, éste les dijo: “Tiene un carácter tan rebelde Ernestito, que no he podido negarle que jugase en el equipo”. (Ver: La pelota siempre al Che: el lado futbolero del viajero Guevara)
A pesar de ello, si en algún deporte despuntó Ernesto Guevara fue, sin duda, en el rugby. A los 14 años empezó a jugar en el club Estudiantes de Córdoba donde trabó amistad con los hermanos Granados, de hecho fue el mayor de ellos, Alberto, quién le aleccionó para lograr ingresar en el equipo. En 1947, ya en Buenos Aires fichó por el San Isidro Club, del que su padre fue fundador y su tío Martín Martínez Castro presidente. Allí fue reserva hasta que se agravó su asma y fue descartado. Jugó hasta los 23 años a pesar de las reticencias de su tutor, que percibía al rugby como un deporte excesivamente rudo para un asmático. “Viejo, me gusta el rugby. Y aunque reviente lo voy a seguir practicando” fueron las palabras del joven Guevara a su progenitor.
Tras su paso por el San Isidro formo parte del Yporá Rugby Club y, posteriormente, del Atalaya Polo Club. Jugó como tres cuartos y compaginó la disputa de partidos con las tareas de redactor de la revista semanal Tackle, de la que fue uno de sus fundadores junto a su hermano. Una experiencia como periodista que le llevó a cubrir los Juegos Panamericanos celebrados en México en 1955 como corresponsal de la Agencia Latina.
Un hincha que nunca vio a los Canallas
La relación de Ernesto Guevara con el fútbol también tiene su vertiente como aficionado. De hecho la hinchada de Rosario Central lo asume como uno de sus seguidores más célebres. Y ello a pesar de que el Che nunca residió en Rosario ni presenció un partido del conjunto canalla.
Según su biógrafo, Hugo Gambini, el líder revolucionario jamás piso el Gigante de Arroyito pero se declaró hincha rosarino como explica el periodista: “Leía las crónicas deportivas para informarse sobre los campeonatos profesionales de fútbol y como la mayoría de sus amigos eran adictos a los mismos clubes (Boca o River) Ernesto quiso elegir uno distinto. Cuando descubrió la existencia de Rosario Central, un club de la ciudad donde él había nacido, adhirió fervorosamente a su divisa. A partir de ese instante le encantó que le preguntaran ‘¿De qué cuadro sos?’, porque le daba la oportunidad de responder con cierta altivez: ‘De Rosario, de Rosario Central. Yo soy rosarino’. No tenía la menor idea sobre esa ciudad ni había visto jamás a su equipo, pero él era rosarino y defendía su identidad…” Algo similar hizo durante su estancia en Córdoba, donde en lugar de seguir a clubes con mayor prestigio como Talleres o Belgrano, Ernesto Guevara simpatizó con el Sportivo Alta Gracia, el modesto conjunto local.
En referencia a su predilección por Rosario Central, más allá de reafirmar con orgullo sus orígenes, el Che se hizo hincha por la admiración que sentía por uno de sus futbolistas, Enrique Chueco García, ídolo de la afición canalla de aquella época.
El «Poeta de la zurda», como era conocido el citado extremo santafecino, por aquel entonces encandilaba a la parroquia de Rosario con sus gambetas desde que en 1933 fichara por el club canalla procedente de Unión Santa Fe. Durante dos años formó una temible y recordada delantera junto a Cagnotti, Guzmán, Potro y Gómez. Guevara también sucumbió a la magia de un futbolista único, de un genio y figura. Aún recuerdan en Rosario cuando en una ocasión tras marcar un golazo tras zafarse de cuatro jugadores rivales volvió al círculo central arrastrando su bota izquierda, cuando un compañero le preguntó ¿Por qué haces eso?, el Chueco le respondió: “Borro la jugada, para que no la copien”. En 1936 fue traspasado a Racing dejando una huella imborrable entre la hinchada rosarina.
*Por Carles Viñas / Título original: «Che Guevara: Un símbolo para el fútbol revolucionario»
*Imagen de tapa: ilustración original de Gonza Rodriguez
Carles Viñas Gracia (Barcelona, 1972) es doctor en Historia Contemporánea por la Universitat de Barcelona (UB) y miembro del Grup de Recerca en Estats, Nacions i Sobiranismes de la Universitat Pompeu Fabra (GRENS- UPF). A lo largo de su actividad investigadora ha compaginado la investigación histórica sobre los estilos juveniles, con especial hincapié en los skinheads y los grupos de seguidores radicales del fútbol.