Raídos: alegrías y penas de quienes cortan la hoja que puebla tu mate

Raídos: alegrías y penas de quienes cortan la hoja que puebla tu mate
1 septiembre, 2017 por Julieta Pollo

Durante una semana se proyectará «Raídos», un documental sobre la vida de los tareferos que recolectan una por una las hojas de yerba del mate que estás tomando. Las funciones del sábado y del domingo contarán con la presencia de su realizador, Diego Marcone, con quien conversamos acerca del proceso de rodaje y de la experiencia vivida junto esta comunidad del oeste misionero.

Por Julieta Pollo para La tinta

“Yerba, verde, yerba
en tu inmensidad
quisiera perderme para descansar
y en tus sombras frescas encontrar la miel
que mitigue el surco del látigo cruel.”
El Mensú, Ramón Ayala.

En 2015 se proclamó el 17 de junio como Día Nacional del Tarefero, en memoria de ocho trabajadores de los yerbales, menores de edad, que perdieron la vida al volcar el camión que los transportaba junto a la cosecha. Fuera de esta mención vacía, todo sigue igual: trabajo infantil, en negro y esclavo, viviendas precarias y escaso acceso a los servicios básicos constituyen el cotidiano de los trabajadores y las trabajadoras que cosechan manualmente cada una de las hojas que luego son tratadas, envasadas y distribuidas hasta llegar al mate de cada día.

“Algo que me llamó la atención desde un primer momento es que me hizo entrar en conciencia de lo que había detrás del mate, la yerba, algo tan simbólico de nosotros los argentinos. No sabía cómo era la cosecha en términos prácticos. Detrás de este producto hay toda una parte desconocida. Cuando empecé a leer las entrevistas, en todas se repetía la palabra sufrimiento o sacrificio, en todas, y ahí me di cuenta de que no solo hay mucho desconocimiento alrededor del tema sino que también tiene un costado bastante oscuro, y que el mate se hace a partir del sufrimiento de gente.  Gente que tiene el destino prefijado de trabajar en la tarefa, por su lugar de nacimiento y su condición social. Es una industria que mantiene a sus trabajadores en la pobreza y funciona en base a eso ”, cuenta el realizador audiovisual Diego Marcone.

Fue a partir de las investigaciones de la socióloga María Luz Roa, que aborda la problemática hace casi una década, que el cineasta entró en contacto por primera vez con el universo tarefero. Luego de leer entrevistas y notas de campo, Diego recuerda imaginar un escenario muy diferente al que encontró, debido a las penurias que atraviesan los vecinos de Montecarlo, al este de la provincia de Misiones. No solo lo sorprendió la generosidad con la que lo recibieron — “la gente nos abrió la puerta con toda soltura, sabiendo yo lo que a veces les costaba poner un plato de comida en su casa y ellos te sientan y te sirven la comida aunque no quieras” —, sino también la alegría que esparcen a cada momento. Y en este punto radica una de las particularidades esenciales del documental, que lo despega de otras obras similares: lejos de sobreexponer las marcas emocionales y corporales de la explotación sufrida por los tareferos, que de todas maneras se dejan entrever en cada fotograma, Diego centró la película en las subjetividades de los jóvenes en este entorno, es decir, con el enfoque puesto en la particularidad de sus vidas con sus alegrías y asperezas.

“Lo que más me sorprendió en todo el rodaje fue el primer día que fui al yerbal. Llegué a las cuatro de la mañana a la casa de Sonia, una de las personas que aparece en la película, y a las cinco estábamos subiendo al camión para ir al yerbal. Fue toda una sorpresa en relación a cómo viven ellos la jornada de trabajo:  encontré algo extrañamente festivo.  En un primer momento fue muy ambivalente ver cómo gente que está trabajando en condiciones terribles se está riendo todo el tiempo, se hacen chistes, gritan, cantan. Después, a medida que fui entrando, entendí que ese clima que se vive, esa forma del humor que está muy presente, no es más que una forma de defensa y una respuesta a lo duro del trabajo. Al hablar esto con ellos me decían ‘nos tratamos de levantar el ánimo porque si uno se pone a pensar lo poco que está ganando y lo que te duele el cuerpo, no hacés nada. Y al final del día te pagan por la cantidad de kilos que juntás’.”

Esta reflexión toma forma desde las primeras escenas de la película, pero no se agota en el momento específico del trabajo: la decisión de incluir los ratos de esparcimiento de los tareferos —en un partido de fútbol, un boliche o compartiendo tragos en la calle del pueblo— demuestra una mirada sensible sobre la invención de la alegría, el compañerismo y el escape momentáneo de una realidad dura. En los campamentos que construyen a la vera del yerbal cuando se trasladan a trabajar durante varios días, comparten anécdotas, secretos, bromas y juegos. Entre las plantas se conversa la vida, los despertares, las amarguras, las necesidades. Literalmente, se crece a la par del compañero, porque un dato no menor es que muchos de ellos son jóvenes de poco más que 15 años, que no tuvieron mucha opción a la hora de trazar su camino.

«No quería hacer una película que solo muestre lo duro y lo triste. Veías las carencias y la pobreza pero por otro lado me llegaba el espíritu de familia y de comunidad que se genera a veces ante la adversidad. Y quería transmitir eso también. Mostrar que ellos de alguna manera pueden tener momentos de felicidad en este entorno. Y también la otra parte de plantear una posible salida, como el caso de Walter«, puntualiza el director en relación a uno de los vecinos que pudo terminar sus estudios escolares, con todo lo que esa situación excepcional moviliza en su familia y sus vecinos.

La tarefa es una de las poquísimas opciones laborales de estos pueblos y es una ocupación que suele heredarse: los niños empiezan a ir al yerbal desde edades muy tempranas a acompañar a sus padres. Si bien la Asignación Universal por Hijo subió un poco el promedio de edad, son muchos los chicos que no pueden terminar la escuela porque necesitan colaborar con el sustento familiar o porque los cuerpos de sus padres ya han sido fulminados por la tarea.

En Raídos no hay preguntas ni respuestas, sino una observación paciente de la intimidad de estas familias. Sin abundar en palabras, el registro confiere su debido lugar a la corporalidad: las miradas, la gestualidad, el contacto, los abrazos… incluso los murmullos y silencios son claves para comprender qué está pasando y de qué manera los hechos impactan en la emocionalidad de las personas. Marcone sostiene que para movilizar un cambio en el espectador, tenía que lograr una película íntima que no relatara desde la distancia, sino que transportara al espectador para que éste pudiera sentir «lo que les pasa a ellos en carne propia».

«Yo quería capturar esa frescura que tienen ellos, esa espontaneidad, y lograr una película muy íntima, que lleve a la gente que la vea allá con ellos. Y para lograr eso el desafío principal fue generar la intimidad con la gente, que me acepten, que se abran con una cámara y con todo un equipo de filmación. Primero fue un trabajo entrar y lograr generar la confianza de ellos conmigo como persona, y después es muy distinto una vez que se prende la cámara y se empieza a grabar. Creo que lo que me ayudó fue que no soy como el porteño del chiste, avasallante y engreído, sino bastante callado. Nunca fui a imponer nada, siempre escuchando antes de hablar y con mucho respeto a quien no quería aparecer en la película. También también creo que hubo una valoración de que, por primera vez, alguien les apuntaba la cámara a ellos, que están siempre afuera del cuadro de las representaciones de lo que es el mate», reflexiona el director.

Raídos es el primer largometraje documental de Diego Marcone. Si bien se ha especializado en sonido, su experiencia en distintos roles del trabajo audiovisual le permitió encarar el proyecto sin demasiados problemas en lo técnico, sobre todo teniendo en cuenta que realizó la mayor parte del rodaje en soledad: «Para poder lograr esta intimidad de la que te hablaba tuve que decidir que la mayor parte del rodaje tenia que estar yo solo como técnico, porque ya era suficientemente disruptivo de la intimidad una sola persona, imaginate tres».

La película fue filmada junto a la cuadrilla de tareferos de Antonio Cabrera y la de Troche, vecinos del barrio 4 Bocas, Larrague, Montecarlo. Cada día, los trabajadores surcan el monte cortando las ramas a mano o con herramientas de trabajo y de protección bastante rudimentarias, sobre todo teniendo en cuenta la velocidad asombrosa con la que realizan su labor. El apuro, claro, es porque cobran a destajo (cantidad que logran recolectar) y luchando contra las inclemencias del clima: heladas de madrugada, sol abrasador al mediodía y lluvias que impiden la jornada laboral. Lo recolectado se reúne en Raídos (bolsones de tela que anudan y cargan en sus espaldas) apilados en camiones que serán transportados a la planta de tratamiento.

Después de la jornada de trabajo, el tarefero vuelve a su casa con el cuerpo molido y se sienta descansar mientras toma mate.  Y en ese verdor humeante y espumoso se evidencia la paradoja más grande de todas: comprar, con mucho sacrificio, una bolsa de yerba de $32 con la paga que reciben por su trabajo diario: $50 cada 100 kilos de hoja de yerba mate.  Y hablamos de cifras de cuando fue filmada la película.

Este ritmo dura lo mismo que el tiempo cosecha, de abril a agosto. Después los tareferos quedan desempleados o se ven obligados a realizar changas o tareas de fumigación con agroquímicos tóxicos en las mismas condiciones precarias de sanidad y protección.

Después de la crisis de la yerba en la década del 90, cuando cayó estrepitosamente su precio y se desregularizó el mercado de trabajo, los trabajadores yerbateros migraron de las zonas rurales donde vivían a los alrededores de ciudades intermedias de Misiones, donde formaron barrios muy precarios. Con el tiempo y muchos procesos de lucha lograron formar algunas organizaciones sindicales como el Sindicato de Montecarlo, aunque la pobreza y los achaques del cuerpo pasan factura mucho más rápido que las mejoras en las condiciones de trabajo.

Diego Marcone cuenta que el documental fue un antes y un después en su vida: «Fue totalmente movilizadora la experiencia. Me pasaba a veces tener que dividirme entre persona y director: hay situaciones que te instan a bajar la cámara y a entrar vos y hacer algo, hablar con la persona que tenés enfrente y tratar de serle un poco de compañía, de darle alguna palabra de apoyo (…) Pero tenía la convicción de lograr registrar esas imágenes para difundirlo, con la esperanza de lograr algún cambio. Creo que en ese sentido el documental tiene mucha potencialidad de cambio».

Raídos en el Cineclub Municipal Hugo del Carril. Viernes 1 a las 15:30; sábado 2 a las 19 y a las 23:30; domingo 3 a las 15,30 y 20,30; Lunes 4 a las 18; martes 5 a las 21,30; miércoles 6 a las 18.

*Por Julieta Pollo para La tinta

Palabras claves: Diego Marcone, Raídos, tarefa, yerba mate, yerbatales

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