Los Monos: narcotráfico estereotipado y racismo solapado

Los Monos: narcotráfico estereotipado y racismo solapado
21 septiembre, 2017 por Redacción La tinta

Esteban Rodríguez Alzueta analiza la estructura ideológica del libro Los Monos: historia de la familia narco que transformó Rosario en un infierno, y afirma que la participación de las minorías en las economías ilegales tiene un obstáculo principal que es su visibilidad: son negros que vienen del mundo de la pobreza, con otro capital cultural, social y simbólico. Una barricada hecha de estatus y color de piel que limita las oportunidades de hacer una carrera criminal para algunos mientras promueve las de otros sectores sociales.

Por Esteban Rodríguez Alzueta para La tecla eñe

Sabemos que el periodismo tiende a pensar la realidad desde la superficie de las cosas perdiendo de vista aquello que queda por debajo de la línea de flote. Prueba de ello es el libro Los monos: historia de la familia narco que transformó Rosario en un infierno, de los periodistas Germán de los Santos y Hernán Lescano. Vamos empezar haciendo una concesión: los nombres de los libros, sobre todo cuando llevan el sello de Sudamericana corren por cuenta de los editores. El libro, que se dedica a inventariar los hechos que rodearon la venta de drogas en los suburbios de la ciudad de Rosario adjudicados a la familia Cantero, se inaugura con un subtítulo que pone las cosas en un lugar donde no se encuentra, cargando todo, o casi todo –la vida cotidiana (y esto incluye la vida económica y política) de Rosario- a la cuenta de una familia que, hace rato se transformó en el gran chivo expiatorio.

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El libro tiene algunas puntas interesantes, pero no constituyen ninguna novedad porque son las tesis de otros periodistas de diarios de Rosario que, dicho sea de paso, no se citan en ningún momento. Pero más allá de esto y de la innecesaria truculencia para narrar los hechos, más allá de que no compartamos que se trate de una “guerra entre bandas”, el libro moviliza discusiones. En esta ocasión me interesa detenerme sólo en una cuestión, el resto lo dejo para otro artículo porque merece una extensión que nos excede ahora. Hacia allí vamos.

Los autores se la pasan diciendo que uno de los desafíos más importantes para cualquier narco, en realidad para cualquier organización ilícita, además de la guarda del dinero líquido, es el blanqueo: ¿Cómo se transforma el dinero sucio en dinero limpio? El lavado de las suntuosas ganancias no sucede por arte de magia, supone una serie de prácticas e inversiones financieras que implican una a serie de actores que, en el libro, están ausentes. Porque estamos ante una investigación sin demasiado vuelo, que se hace con la lectura atenta de los expedientes judiciales y entrevistas a fuentes oficiales off de record, pero que no toma riesgos mayores. Digo, no se mete con las elites que orbitan el universo transa, es decir, con todos aquellos actores, que crean condiciones para que estos otros puedan expandirse, y aquellos con estos, claro está.

En otras palabras, no hay nombres de abogados, contadores, escribanos, asesores financieros, empresarios locales, sea del mundo de la construcción, la venta de autos, el ocio recreativo, etc. Sólo hay nombres de narcos, policías, barrabravas y algún matón. También –hay que reconocer- se mencionan algunos nombres de la política y la justicia, pero son actores que según parece andan con el tiempo de descuento, de modo que tampoco les implica –a los periodistas- demasiados riesgos.

Es decir, es un libro que hará pivote arriba de una trama entre narcos y policías. Dos actores que tienen más o menos la misma extracción social y, además el mismo color de piel. Dos actores que siguen siendo los eslabones débiles de una cadena, que se pueden retirar fácilmente cuando hacen demasiado ruido. Siempre habrá una nueva manzana para reemplazar la que se acaba de retirar. Los mercados aborrecen el vacío, y los espacios que se dejan libres los ocupará raídamente la competencia.


En ese sentido, el libro Los monos es un libro que cuida las espaldas de la elite rosarina, que no se mete con los empresarios y profesionales muy prestigiosos y blancos de la gran ciudad.


El criminólogo italiano Vincenzo Ruggiero decía que el universo de la droga es desigual. No sólo porque hay que distinguir entre los actores que se dedican al comercio exterior y a montar la trama financiera para desapercibir y lavar las ganancias que reporta el narcotráfico, y todos aquellos otros actores abocados al narcomenudeo. Es un mundo más o menos maniqueo: de un lado están los poderosos y del otro los débiles. Ambos tienen plata, y a veces mucha plata. Pero viven mundos distintos, mundos separados por un tabique social y racial. Porque los poderosos, me olvidaba de decir, son blancos y hacen cosas de blancos, y los débiles son negros o morochos y haces cosas de negros. Los negros se dedican al chiquitaje y los blancos a la comercialización de drogas for export que viene, dicho sea de paso, agregado al tráfico ilegal de granos.

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En efecto, la trayectoria de las organizaciones criminales dedicadas a surtir el mercado local es una “carrera virtualmente estancada”. “Sus frenéticas actividades –dice Ruggiero- no se traducían en una movilidad social ascendente: el suyo era un movimiento que no llevaba a ninguna parte.” Sus beneficios pueden encontrar pasadizos ocultos pero ellos mismos chocarán contra la pared: no pueden mudarse a un countrie, andar en autos lujosos, comprarse un yate, aviones, pasearse por las fiestas de la gran society. Y si lo hacen, sus bienes tienen fecha de vencimiento, son lujos esporádicos. No tienen una trama social que los proteja o disimule su riqueza. Son, además, negros, tienen otros gustos, “no saben vestir”, “no saben hablar”, tienen otros modales.


Los periodistas lo escriben pero no entienden lo que dicen: “Los Cantero se habían expandido por todo Rosario, pero conocían sus limitaciones y sabían que en ciertos lugares y círculos sociales no podían ni siquiera pisar”.


Quiero decir, la carrera criminal de las minorías en las economías ilegales, sean transas, narcopolicías, o barrabravas, tienen una serie de obstáculos que impiden la movilidad ascendente. El obstáculo principal es su visibilidad. Son negros y pobres o, mejor dicho, negros que vienen del mundo de la pobreza, con otro capital cultural, social y simbólico. En una palabra: negros, son negros y no necesariamente, como dice la vecinocracia “negros de alma”. El narcotráfico es un mercado estructurado social y racialmente. Los negros son los que se encargan de las tareas que implican mayor riesgo: la venta al público, la negociación con la policía. Los que deben lidiar con los riesgos que implica estar en la calle.

Porque convengamos que no se trata de un emprendimiento que sucede en la absoluta clandestinidad. Para comprar merca todos debemos saber dónde se vende merca. Y los vendedores no van rotando sus bocas de expendio todos los días porque los usuarios tendrían dificultades para acceder a las drogas.

Esta gran barricada, hecha de estatus y color de piel, limitan las oportunidades para algunos de hacer carrera, mientras que promueven las de otros. Mientras los negros quedan cada vez más expuestos cuando se enriquecen, los blancos pasan desapercibidos. Los blancos juegan en otras ligas, van a otras fiestas, tienen un linaje que los preserva e invisibiliza. Los estereotipos de narcotraficantes no están hechos para aprender al blanco sino para cazar al negro. El blanco puede haber hecho la fortuna de un día para el otro, pero las relaciones que cultivaron, ellos o sus familiares, en el mundo de la justicia, de la política, del empresariado, les hace saber de antemano que tienen menos chances de merecer la atención de las pesquisas de todo el mundo. Prueba de ello el libro Los monos.

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Está claro que “los monos” cometieron una serie de errores que se repasan en el libro. Errores que los expusieron más allá de la cuenta, que atrajeron la curiosidad de muchos: por ejemplo, moverse en autos suntuosos, hacer megafiestas en el mismo lugar donde las hacen el Colegio de Jueces de Rosario o la Cámara de la Construcción, meterse en el mundo del fútbol y, sobre todo, matar a una persona en pleno centro. Pero más allá de esos errores, su caída era cuestión de tiempo.

En definitiva, mientras las cosas no se salgan de su lugar, seguirán su curso “natural”, al menos por un buen rato. Pero el blanco, dueño de una constructora, una financiera, un importadora, de cientos de hectáreas de campo, tienen menos chances de llamar la atención que el negro de la villa. Cuando los negocios empiecen a redituar suculentas ganancias, los negros tienen serios problemas para proyectarse y jugar en otras ligas que los ampare.


El narcotráfico es un espejo del racismo social. Es fácil pegarle a “los monos”, o por lo menos desde la prensa empresarial. Los periodistas se meten con los negros débiles, pero dejan en pie a los blancos poderosos. Estos tienen familiares con carreras profesionales intachables, que velan por su inocencia y disimulan sus ganancias.


Hoy son los monos, y mañana serán las jirafas, o los hipopótamos. Siempre habrá alguna especie en la fauna silvestre que se encargue de hacer la tarea sucia, que más riesgos genera este tipo de negocios. Mientras tanto, los blancos seguirán viviendo en los barrios cerrados, edificando torres, metiendo la plata en fideicomisos, abriendo cuentas off shore en el exterior, invirtiendo en la soja, comprando campitos. Tienen a su disposición a decenas de profesionales exitosos que fueron entrenados en la universidad privada y en las facultades de derecho del país para evadir impuestos y blanquear la plata.

Termino y me atrevo a sugerir la siguiente hipótesis: cuando la droga se legalice –y eso es algo que sucederá, tarde o temprano-, será también por la presión que meterán los blancos para sacarle el negocio a los negros. La cocaína ya no se venderá en los bunker de la periferia sino –como sucede con el rivotril, la novocaína, la lidocaína, el katovit, la ketamina- en las cadenas de farmacia o veterinarias regenteadas por los empresarios y profesionales exitosos, todos ellos, claro está, buenos padres de familia.

*Por Esteban Rodríguez Alzueta para La tecla eñe.


Investigador de la UNQ y director del LESyC. Autor de Temor y control y La máquina de la inseguridad. Integrante del CIAJ.

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Palabras claves: Narcotráfico, Rosario

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