El vicio de la moderación
Por Hugo Seleme
Las sociedades valoran la moderación, y tienen buenas razones para hacerlo. Tal como señalaba Aristóteles, la virtud es el justo medio entre dos vicios. Si en los extremos habitan los vicios, es sensato mirar para ambos costados y ubicarse en el centro. La moderación parece, entonces, un buen camino para alcanzar posiciones juiciosas y virtuosas.
Sin embargo, el “justo medio” y la moderación son virtudes, cuando en los extremos hay vicios. Por el contrario, adoptar una posición moderada entre lo correcto moralmente y lo incorrecto, o buscar el justo medio entre lo virtuoso y lo vicioso no es más que una especie de cobardía moral.
Lo verdadero no se encuentra en el justo medio entre lo cierto y lo falso. Escuchar y dar crédito a dos posiciones antagónicas, por lo tanto, no siempre es el mejor camino para descubrir lo que es real. De tanto escuchar las dos campanas – la que hace sonar la verdad y la que propala la mentira – algunos han llegado a una especie de apática sordera que visten con ropaje de sabiduría.
El vicio de la moderación se expande cuando la sociedad sigue buscando el justo medio, pero en uno de los extremos se encuentra la virtud. Aunque esta estrategia nos conduce al medio, éste no tiene nada de justo. En la tierra media que queda entre la opción que es buena y la que es mala no florece otra cosa que el mal.
Hay, por lo tanto, una manera de hacer que esta tendencia virtuosa a la moderación provoque resultados viciosos. El espacio público debe plagarse de posiciones extremas que se opongan frontalmente a la virtud que se quiere socavar. Mientras más extremo sea el vicio que se enfrenta a la virtud, más vicioso será el término medio que acepte la sociedad como correcto.
Si quiere evitarse que la sociedad apoye el reclamo de las mujeres para no ser marginadas, explotadas o directamente asesinadas, es necesario articular en el espacio público un discurso que afirme que existen “feminazis” que intentan imponer una especie de dictadura feminista donde los hombres son sojuzgados. El enfrentar el reclamo virtuoso por la igualdad de género, con una posición viciosa y extrema como la señalada, produce que la tendencia a la moderación incline a la sociedad a no estar ni con uno ni con el otro y se aleje así de lo que es correcto. Se logra así una especie de empate que evita que lo correcto triunfe.
Si quiere evitarse que la sociedad condene de manera indubitable a quienes practicaron el terrorismo de Estado, torturando, desapareciendo o asesinando a quienes debían proteger, es necesario articular en el espacio público un discurso que o bien sostenga que las víctimas también eran demonios o que los demonios no lo eran tanto. Nuevamente, extremar la inmoralidad de la posición que se introduce en el espacio público, produce que la búsqueda de moderación sólo genere el mal que se quiere evitar. La ciudadanía adoptará una posición intermedia en la que no hay víctimas inocentes sino dos victimarios, o dos bandos combatientes.
Si se quiere socavar la valentía cívica de reclamar a un gobierno por la desaparición forzada de un conciudadano, es necesario poblar el espacio público con discursos que presenten cualquier reclamo como intentos de desestabilización, zarpazos de grupos anárquicos, estrategias electorales, o ejercicios de terrorismo. Aquí también, la tendencia a la moderación de la sociedad generará la adopción de una especie de apatía política que se presentará como respeto a las instituciones democráticas.
El vicio de la moderación corroe nuestro entramado social, gracias a un espacio público alimentado a diario con discursos que enfrentan a la verdad y a la virtud con posiciones cada vez más mentirosas y malvadas. Cuando lo que se enfrenta es el racismo con los pueblos originarios, la convalidación de la tortura, el encubrimiento de la desaparición, la naturalización del castigo al disidente, es necesario resistir la tendencia natural a la moderación. En estos casos lo “justo” no es permanecer indefinido en el “medio”. Adoptar una posición moderada frente al mal no es tener la virtud de la prudencia sino el vicio de la cobardía.
*Por Hugo Seleme / Fotografías: Colectivo Manifiesto