Más límites que hegemonía y más derecha que renovación

Más límites que hegemonía y más derecha que renovación
6 septiembre, 2017 por Redacción La tinta

¿Cuál es la envergadura del triunfo de Cambiemos? Muchos analistas estiman que el gobierno logró una victoria arrolladora que consolida su hegemonía. Otros consideran que se perfila como una derecha renovada y democrática. En el bando opuesto se interpreta que dos de cada tres votantes repudiaron al oficialismo.

Por Claudio Katz para ANRed

Radicalismo conservador

Los datos de la primaria indican cierto avance del gobierno en comparación al 2015. Se afianzó como primera minoría, obtuvo victorias en numerosas provincias y cayó sólo por un reducido margen en Buenos Aires. Ese moderado repunte fue potenciado por el inesperado triunfo en Neuquén, La Pampa y San Luis y por la reafirmación conseguida en los bastiones de la Capital Federal y Córdoba.

La imagen de una victoria fulminante no surge del cómputo de los sufragios, sino de la ausencia del voto castigo que anticipaban algunas encuestas. La euforia de los funcionarios obedece al desacierto de esas previsiones.

Cambiemos superó su frágil estatus de coalición absorbiendo al radicalismo. La Unión Cívica Radical (UCR) perdió peso y singularidad con giros más oficialistas (Santa Fe) o encabezando el curso reaccionario del gobierno (Jujuy).

El macrismo afianza a su vez el empalme con las vertientes conservadoras del radicalismo. Más que erigir una nueva derecha recicla esas vetas regresivas. La Ceocracia de gerentes que maneja varios ministerios complementa ese perfil.


Vidal expresa con nitidez esa fisonomía de conservadurismo tradicional. Gobierna para las clases dominantes mediante un entramado de políticas sociales, que garantiza votos de los segmentos empobrecidos. Para aceitar ese sostén el PRO mantiene la asignación universal y actualiza el clientelismo de su red de punteros. La imagen angelical y compasiva de Heidi se amolda a esa función.


La estrategia oficial se nutre del retroceso del peronismo, que confirmó en las PASO la ausencia de un liderazgo alternativo a Cristina. Los aspirantes a ocupar ese comando perdieron puntos y su intención de forjar una liga de gobernadores quedó en suspenso. La crisis del justicialismo se prolonga sin ningún desenlace a la vista.

La expectativa de Massa de conducir ese espacio quedó muy afectada por el resultado de las primarias. Gran parte de sus votantes prefirieron la variante original del proyecto gubernamental a su copia renovadora. La ancha avenida del medio quedó carcomida por la escasa credibilidad que despertaron los imitadores del macrismo.

Como Massa asumió algunas banderas de la derecha en forma explícita (seguridad) y otras en forma disfrazada (ajuste de la economía), terminó incentivando el voto por Cambiemos. Randazzo no se atrevió a tanto y se diluyó en la insignificancia.

Mientras el oficialismo festeja esa reorganización del mosaico electoral, el eclipse de los renovadores deteriora una carta de reemplazo derechista del gobierno. Cualquiera sea el veredicto de octubre ya se sabe que habrá pocas modificaciones en el equilibrio de bancadas parlamentarias. El oficialismo deberá negociar con una oposición más voluble.

Cristina logró un significativo resultado en las PASO que sintoniza con la popularidad de su mandato. Cerró esa gestión posponiendo el ajuste y preservando la memoria de ciertas mejoras. El establishment no esperaba una resurrección, que presenta ciertas semejanzas con la renovada centralidad de Lula en Brasil.

Diferencias con el menemismo

A una semana de las primarias se concretó una multitudinaria movilización sindical. Todas las maniobras ministeriales para forzar el levantamiento de esa marcha fracasaron. La protesta contra la miseria actual se extendió a los proyectos para agravarla, con reformas impositivas, laborales y previsionales.

La manifestación confirmó la vigencia de relaciones sociales de fuerzas que limitan el ajuste. Macri no ha satisfecho la exigencia capitalista de erosionar la combatividad de los trabajadores. Tampoco pudo oponer a los excluidos con los asalariados organizados.


La complicidad de la burocracia sindical es una pieza clave del gobierno contra la resistencia popular. Pero el oficialismo carece de un sector incondicional significativo de esa jerarquía. Por eso debe negociar la entrega a cambio de prebendas. El dinero de las obras sociales es la gran caja de una corruptela que se tramita con los chantajes de siempre.


Macri necesita preservar la tregua concertada con burócratas, que están sometidos a una fuerte presión por abajo. Los jerarcas rehúyen los actos masivos y bloquean el llamado a un paro nacional. Cuando convocan acciones puntuales aparece el fantasma de un desborde, que refleja la tensión social imperante. Cualquier sea la performance electoral de Cambiemos el gobierno deberá convivir con ese dato.

Este escenario explica la estrategia de atropellos pausados que la prensa denomina “gradualismo”. Los funcionarios tiran piedras y esconden la mano, para evaluar cuánta brutalidad tolera el pueblo (“si pasa, pasa”). Guían su acción por esa norma empírica de agresiones. Por ahora tantean su anhelada reforma laboral con la erosión puntual de los convenios.

Promueven el modelo implementado en Sancor para negociar puestos de trabajo por flexibilización o el esquema ensayado en Tierra del Fuego de auxilio federal a cambio de recortes. También apuntalan la modalidad acordada con algunos burócratas (petróleo, construcción, automotrices), para anular derechos con la zanahoria de futuras inversiones.

Foto: Colectivo Manifiesto

Ese molde de atropellos escalonados es complementado con vaivenes en los tarifazos y una pugna para bajar el techo salarial de las paritarias. Hasta ahora prevalece un desangre puntual de empleos en las reparticiones públicas y no los masivos despidos que exige la ortodoxia.

Si Macri mantiene esa agenda repetirá lo ocurrido en su primer bienio y seguirá preparando el mega-ajuste para un futuro mandato. El líder del PRO necesita reunir un mayor soporte político, para imitar el ejemplo brasileño de reforma laboral troglodita.

La comparación con Menem persiste como la mejor referencia para evaluar los márgenes de acción reaccionaria del gobierno. En las elecciones de medio término, el riojano ya exhibía mayores atropellos contra el pueblo que su émulo.


La principal diferencia radica en la derrota que impuso a las huelguistas de la telefonía, YPF y ferrocarriles. El justicialista neoliberal doblegó a los sindicatos combativos, debilitó al movimiento popular y asimiló por completo a la burocracia sindical.


Menem aprovechó el agobio generado por la hiperinflación para imponer su inédito modelo de injusticia social. Macri no puede auto-infligirse una repetición del 2001 para implementar el mismo ajuste.

Además, su antecesor gobernó en un contexto internacional de euforia neoliberal que se ha disuelto. No es sencillo consolidar una hegemonía derechista en el turbulento escenario actual.

Manipulación con límites

El gobierno sobredimensiona su performance electoral. Se auto-engaña con el fraude mediático que proclamó ganador a Cambiemos, cuando faltaban procesar sufragios decisivos del Gran Buenos Aires.

El macrismo propagó esos resultados antes de su corroboración, para incidir en los zócalos de las pantallas y las tapas de los diarios. Instaló un clima de gran victoria apostando a la lenta disolución de cualquier desmentida posterior.

Este nefasto manejo de la información ha sido bautizado con una denominación acorde al desinterés por los hechos. Bajo el imperio de la “pos-verdad” alcanza y sobra con la simulación para disuadir reflexiones e impactar sobre las emociones.

Con toda la artillería que aporta Duran Barba y sus focus groups, Macri recurre a una sofisticada tecnología del engaño. Esa manipulación incluye intercalar mensajes de buena onda y confrontación. Las suaves convocatorias al diálogo se entremezclan con brutales exigencias de entierro del pasado.

El PRO selecciona los temas en función de una u otra conveniencia (“ya llega el segundo semestre” o “no se habla de economía”). Desvía la atención de lo relevante y abusa de la invención contra-fáctica (“evitamos la hiperinflación”). Con figuras taquilleras busca capturar el voto despolitizado, para sostener su gobierno en una mayoría silenciosa.


Se apoya además en la base social derechista que despuntó con los cacerolazos y promueve un liberalismo gorila con ingredientes de odio de clase. Los indigentes son presentados como “perritos” y los opositores son ubicados en el universo del “narco-menudeo”. Tampoco faltan crueldades frente al sufrimiento popular (corte de pensiones por discapacidad).


El propósito de esta acción es romper la solidaridad social para culpar a los excluidos por sus padecimientos. Se busca naturalizar la conveniencia de un gobierno de millonarios, difundiendo la absurda creencia que ya no necesitan robar en la función pública.

Pero estos cimientos ultra-reaccionarios de Cambiemos están por ahora afincados en sectores medio-altos y en generaciones veteranas. Esas creencias no han calado en el grueso de la población. Los adherentes del oficialismo glorifican el mercado hasta que el ajuste los afecta. Avalan la disciplina social pero no la represión en gran escala. Por eso los tarifazos desatan protestas generalizadas y los ensayos “anti-piquete” quedan a medio camino.

Este contexto explica también el masivo rechazo al “dos por uno” que favorecía a los genocidas y la conmoción creada por la desaparición de Maldonado. Mientras crece una marea de indignación, el gobierno se empantana en insólitos inventos para encubrir a la gendarmería.

El secuestro de un militante que protestaba junto a los mapuches contra el despojo que perpetran Benetton y Lewis impacta en toda la sociedad. Un reclamo por la aparición con vida sensibiliza a varias generaciones.

Foto: Colectivo Manifiesto

La eventual hegemonía derechista del PRO no solo choca con la vitalidad de esa conciencia colectiva. También debe lidiar con la endeblez de la economía. El gobierno compensa la ausencia de crecimiento con un alocado endeudamiento, que potencia las bicicletas financieras y precipita periódicas corridas hacia el dólar.

Esos temblores obedecen a la fragilidad del modelo y no al temor que suscita un triunfo de Cristina. La vulnerabilidad de la economía determina también el bajo estatus crediticio que mantienen las calificadoras de riesgo.

El gobierno apuesta a sostener el financiamiento externo con un afianzamiento de la reactivación. Pero hasta ahora sólo administra un paupérrimo rebote del ciclo, carente de inversiones o recuperación del empleo. Para colmo Trump retribuye el “retorno” del país al mundo, con penalidades aduaneras a la exportación de biodiesel. En la economía de Macri hay poco espacio para el festejo electoral.

Los conservadores de siempre

Cambiemos es visto por algunos analistas como una derecha renovada y democrática. Sustentan esa mirada en la impronta cultural del macrismo, que ofrece a las clases medias acomodadas un molde más presentable del proyecto reaccionario.

Ese formato incluye retórica new age y preocupaciones por una ciudad verde con bicisendas y comida saludable. Esa ideología aporta un disfraz de neoliberalismo modernizado, que reivindica el disfrute pasajero y ensalza el individualismo.

Pero la asimilación efectiva de ese imaginario choca con las penurias de la clase media para llegar a fin de mes. La penetración real del relato macrista está sobreestimada por la influencia de los comunicadores que controlan las pantallas.


En ese ámbito se verifica un cambio de figuras. El vetusto derechismo eclesiástico (Neustadt, Grondona) ha sido reemplazado por los sermones de ex progresistas, que veneran el status quo con poses de informalidad (Lanata, Fernando Iglesias, Leuco, Birmajer). Con más ingenio y cinismo recrean las mismas banalidades conformistas de sus antecesores.


De todas formas el PRO depende más de la partidocracia tradicional que de esos pintorescos personajes. Los votos se logran con demagogia electoral y gasto público. La modernización cultural que se le atribuye a Cambiemos omite auditar la billetera que maneja Vidal. Se silencia especialmente sus negociaciones con intendentes para organizar cortes de boleta a cambio de obras.

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Es cierto que el macrismo logró votos en las zonas empobrecidas, atribuyendo todos los males del país a la corrupción del kirchnerismo. Pero utiliza el mismo argumento esgrimido por todos los gobiernos, para distraer a la población con los robos de sus antecesores.

Lo insólito de Cambiemos es el peso que tiene esa acusación entre funcionarios manchados por desfalcos de todo tipo. Muy pocos personajes del PRO pueden justificar sus incalculables fortunas. En dos años de gestión el grueso del gabinete exhibe sorprendentes incrementos de patrimonio, valuaciones truchas de propiedades e inversiones millonarias en el exterior.

Macri encabeza ese listado de irregularidades. Dispensa incontables favores a una familia que se enriqueció esquilmando al estado. Apuntala los negocios de su grupo, propiciando ventajas en múltiples negocios (autopistas, correo, aviación, rutas) y contratos (Odebrecht).

Sólo el descarado apañamiento de la justicia impide el juicio político a un presidente tan involucrado en el lavado de su fortuna (Panamá Papers). Hay que buscar con lupa los ingredientes de renovación en esta típica gestión corrupta de la derecha tradicional.

Más incongruente es el uso del término democrático para caracterizar a esa administración. El macrismo se ubica en las antípodas de esa calificación. Su gobierno ilustra cómo el poder real se ejerce fuera del ámbito electoral, mediante el manejo cotidiano de la economía, la justicia y los medios de comunicación. Los gerentes de esos dispositivos no están sujetos a ningún sufragio y son rigurosamente seleccionados entre la elite de los acaudalados.

Pero Cambiemos avasalla incluso los formalismos institucionales de esa estructura de poder. Al igual que Santos en Colombia y Peña Ñieto en México, Macri preside una plutocracia contrapuesta a la soberanía popular.

Sin sometimientos ni castigos

La exagerada evaluación del éxito electoral del macrismo es compartida por algunos intelectuales del kirchnerismo, que fueron sorprendidos por el triunfo de su rival. Esperaban un voto castigo y atribuyen el error de esa expectativa a razonamientos economicistas. Estiman que identificaron mecánicamente el padecimiento social con el descontento político. Consideran que Cambiemos logró socavar esa conexión con un discurso que penetra en los sectores populares.

Pero ese enfoque no registra el carácter limitado de la influencia del gobierno y evita analizar lo ocurrido en el flanco opuesto del kirchnerismo. Cristina hizo una buena elección, pero no recuperó los votos perdidos en las últimas secuencias de comicios.

Ese estancamiento no obedece a fracturas en la conciencia popular. Simplemente expresa el balance crítico hacia una gestión que preservó los privilegios de los capitalistas y los cimientos del subdesarrollo. El brutal ajuste implementado en Santa Cruz rememora las carencias de la década pasada.


Para eludir el debate sobre esas falencias se magnifica el avance del PRO. Los méritos atribuidos al gobierno permiten disimular las limitaciones del cristinismo. Se supone que la derecha prospera por sus propias cualidades y no por las insuficiencias del mandato K.


El repunte de Cambiemos es frecuentemente identificado con la astucia del relato oficial. Pero en interpretaciones simétricas se explica el mismo fenómeno por la crudeza del gobierno y la pasividad del pueblo. En este caso se estima que el macrismo explicita el ajuste y logra consenso ante la resignación colectiva.

Pero esta imagen de sometimiento contrasta con la intensa resistencia social y con el doble discurso que ejercita el PRO. En lugar de recurrir al descaro derechista, el gobierno suele enmascarar sus acciones. Sin ese ejercicio del engaño Macri naufragaría en poco tiempo.

Otros pensadores del kirchnerismos rechazan acertadamente el pesimismo de sus colegas, pero recaen en un extremo opuesto de exitismo. Afirman que dos de cada tres votantes sufragó contra el gobierno.

La arbitrariedad de esa estimación salta a la vista, puesto que embolsa en un mismo bloque anti-PRO a expresiones muy contrapuestas. No es sensato equiparar los sufragios por Massa con las papeletas de la izquierda. Con el método de contraponer los votos propios con todo el espectro restante se podría afirmar que dos de cada tres ciudadanos rechazó al kirchnerismo. Esa matemática acomodaticia no lleva a ningún lado.

El principal problema del Cristinismo no fueron los números, sino la campaña que desenvolvió en las PASO. Comenzó insinuando un perfil de denuncia del ajuste y promoción de alternativas (revisión de la deuda, freno de los tarifazos, emergencia alimenticia, congelamiento de precios). Incluso denunció a los legisladores de su espacio que avalaron en el Parlamento el atropello oficial.

Pero posteriormente decidió hablar poco con el extraño argumento de transferirle la voz al pueblo. Con esa modalidad silenciosa atemperó las críticas, diluyó las propuestas e incluso emitió convocatorias a suspender acciones de resistencia.


Este giro hacia la moderación contradice la convocatoria a votar al kirchnerismo para frenar el ajuste. Es evidente que ese límite se conquistará más en la calle que en el cuarto oscuro. La contraposición del sufragio con la movilización suele desembocar en una gran frustración popular.


Nadie sabe si la estrategia de Cristina apunta a reconstruir el peronismo o a gestar una nueva fuerza de centroizquierda. Pero en ambas opciones se desvanece la batalla real contra el macrismo. Esa resistencia exige el contundente compromiso con la lucha, que demostraron los líderes de izquierda al acompañar a los trabajadores de Pepsico.

Habrá que ver si la derecha logra o no forjar su ansiada hegemonía. Ese resultado dependerá del desenlace de las batallas sociales. Los comicios de octubre incidirán pero no definirán la gran pulseada entre los capitalistas y los trabajadores.

*Por Claudio Katz para ANRed / Foto de portada: Colectivo Manifiesto

Palabras claves: Elecciones 2017, kirchnerismo, macrismo

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