Adamovsky: “El macrismo logró arrebatarle al kirchnerismo la bandera del cambio”
El historiador y docente analizó, entrevistado por “Quemar las naves” (Radio Sur 88.3), la construcción simbólica del PRO, su emergencia como fuerza política novedosa y cómo juega la disputa “república vs populismo” en el panorama político actual.
Por Notas
Ezequiel Adamovsky, autor de libros como Historia de la clase media argentina (2009), Historia de las clases populares en Argentina (2012) y recientemente El cambio y la impostura (2017), sostuvo que el PRO “es una fuerza política que llegó para quedarse” y que tiene un alto grado de apoyo en los sectores populares, lo que en parte se explica porque “sabe conectar muy bien” con la idea de que “cada cual con su trabajo puede aportar a su felicidad personal y la felicidad colectiva”.
—En 2015 el macrismo instaló los conceptos de populismo, república, corrupción, narcotráfico. ¿Qué conceptos nuevos aparecieron en estas PASO?
—Me parece que estas PASO confirmaron un escenario que ya se veía desde 2015 de que el PRO se está convirtiendo rápidamente en una de las principales opciones electorales. Es una fuerza política que llegó para quedarse, que muy probablemente va a terminar de absorber a la UCR por lo menos en el plano nacional y posiblemente también en varias provincias. Esto implica una novedad muy grande en el mapa político argentino que estuvo marcado durante todo el siglo XX por dos fuerzas políticas, radicalismo y peronismo.
Esta es una fuerza nueva, con una identidad nueva, con ideas diferentes. Todo indica que en adelante va a ser una de las dos opciones en un bipartidismo que no se termina de rearmar porque no está claro cuál va a ser la contraparte, cómo se va a rearmar el peronismo. Por ahora lo que se ve es una fragmentación del lado peronista. El kirchnerismo mostró que retiene un nivel de apoyo importante, pero posiblemente no suficiente como para reunir una cantidad de votos para desplazar al PRO del gobierno.
Ideas nuevas en esta campaña no hubieron muchas. El gobierno actual sigue haciendo su fuerte en la crítica a los defectos y limitaciones del gobierno de Cristina Kirchner, aunque cada vez les cuesta un poco más.
El relato con el cual consiguieron la victoria en 2015 de esta oposición entre el populismo y una fuerza que se presentaba como salvadora de la república -que ya para mí fue sorprendente que la gente creyera que un partido con los antecedentes del PRO pudiera ser una fuerza que encarnara valores republicanos- cada vez les cuesta un poco más. Porque cada vez están más claras las manipulaciones que hacen en la división de poderes, en los niveles enormes de corrupción que hay en el gobierno actual, el nivel de autoritarismo que se nota cada vez más.
—¿Cuánto le queda al PRO para seguir insistiendo con la idea de República electoralmente?
—No sé cuánto le pueda quedar con esto. Las credenciales del PRO siempre fueron muy endebles en el plano republicano. En el gobierno de la Ciudad Macri fue cualquier cosa menos un dirigente que respetara los valores básicos de lo que llamamos republicanismo y sin embargo consiguió convencer a la población de que tenía fortaleza en ese rubro.
Hay ahí un fenómeno que no estamos atendiendo bien y es que no solo se trate de que el gobierno engañe y de que tenga los medios de comunicación de su lado, con blindaje mediático. Hay una parte de la población que activamente está decidiendo creer esto más allá de cualquier dato real.
En eso hay que tener en cuenta que siempre las identidades políticas y las relaciones políticas se construyen por lo propio y también con lo que hace el adversario. Si el discurso de salvataje republicano es tan efectivo y el PRO puede sacar tanto provecho de él es también porque se apoya en hechos reales. El gobierno anterior efectivamente ha tenido políticas muy malas en muchos rubros, ha desatendido cuestiones importantes que son importantes para la sociedad y ha tenido niveles de corrupción altos. Y eso colabora a darle credibilidad a este tipo de discurso.
—¿Cómo analizás el rol de los medios de comunicación en esa construcción?
—Es abrumador y apabullante el nivel de ocultamiento de información para beneficio del gobierno por un lado. Y por el otro lado la continuidad de operaciones de prensa de todo tipo para perjudicar a la oposición. Es un hecho muy visible. Es un dato que ya es parte de la realidad y posiblemente será parte de la discusión política argentina en los años que vengan.
Pero es más interesante pensar cuáles son las limitaciones en la construcción de un campo político que sea capaz realmente de representar los intereses populares y de enfrentarse a los partidos que se posicionan en otro lugar.
—¿Qué reflexión se puede hacer sobre la base social de Cambiemos?
—Si uno ve la composición del voto es cierto que Cambiemos tiene un porcentaje de voto en los sectores medios y altos mayor que lo que tiene en sectores bajos, y el kirchnerismo es a la inversa. Pero siempre insisto en que sobre ese dato no debemos hacer construcciones simplistas porque las dos afirmaciones hoy son falsas.
Hay un dato preocupante y es que el PRO está obteniendo un porcentaje entre clases bajas y trabajadoras muy alto. No mayoritario, pero sí alto. No es un partido que solamente gane con voto de la clase media, está arrastrando una porción importante del voto popular. E Inversamente, el kirchnerismo sigue arrastrando una parte importante de los votos de los sectores medios. Con lo cual no hay un corte de clase en el voto que a uno le permita decir que las clases populares están contra este gobierno y las clases medias a favor. Eso obliga a refinar las herramientas de análisis.
El PRO está proponiendo una visión de futuro atractiva no solo para los sectores medios sino también para el mundo de las clases bajas que viene de décadas de estar siendo reconfigurado. Hay un tipo de discurso que apela al valor del emprendedorismo, a la idea de que cada cual con su trabajo puede aportar a su felicidad personal y la felicidad colectiva, que es una idea que está presente en los sectores populares. El PRO sabe conectar muy bien con esa idea.
A veces tenemos la tendencia a crearnos relatos tranquilizadores de que las fuerzas de derecha se apoyan solamente en las clases medias y altas. En el pasado sí lo fue, pero no es el escenario actual hace ya unos cuantos años. Algunos de los valores anti colectivos o contrarios al peronismo, contrarios a las tradiciones de luchas populares que uno tradicionalmente asocia a los sectores medios hoy ya están están instalados en los sectores bajos también.
—Tu último libro se titula «El cambio y la impostura». ¿A qué te referís con impostura?
—Trato de analizar cómo se configuraron los discursos políticos y la actuación de la prensa para colaborar con el crecimiento tan vertiginoso que tuvo el PRO en poco tiempo hasta ganar las elecciones del 2015. Me interesaba analizar bien cómo funcionaron las ideologías y particularmente esta oposición binaria y maniquea que se armó entre el populismo por un lado y por el otro la república.
También me interesaba tratar de entender que si el macrismo ganó no es solamente por ese tipo de ocultamientos e ideologías manipulativas, sino porque es un movimiento político nuevo que sabe conectar con las demandas legítimas de cambio. Y propone cambio real no solo respecto del kirchnerismo sino también de lo que era la derecha en nuestro país en los años 90s.
Hay un aspecto de este libro que como historiador me interesaba resaltar: intentar analizarlos más allá de la coyuntura, en el largo plazo, como hijos ambos del 2001, de la crisis política y de legitimidad. Ambas fuerzas nacieron para cerrar esa crisis, para tratar de dar una respuesta y reconstruir la legitimidad del Estado.
Uno de los motivos del éxito del PRO es que consiguió conectar con una demanda de cambio político que se activó en el 2001 y sigue presente en la actualidad, en un momento en el que justo el kirchnerismo perdió esa conexión.
El kirchnerismo apareció en el firmamento político como la fuerza de cambio en 2003, 2005, 2007 e incluso 2011. Sin embargo llegó a 2015 habiendo perdido esa bandera. Su campaña electoral se basaba en conservar lo conseguido. Declaraba que el cambio había terminado y ahora solo se trataba de proteger lo que se había logrado.
Esta campaña electoral de 2017 de alguna manera era de cara al pasado, en vez de al futuro. La consigna es frenar al macrismo. Y en ese escenario el macrismo logró arrebatarle al kirchnerismo la bandera del cambio, desde el propio nombre de la coalición, hasta esta idea de cambio cultural o cambio de raíz como decía María Eugenia Vidal en su discurso de “no victoria” del domingo.
—¿Qué ideas aparecen en las campañas?
—El kirchnerismo se plantó en frenar al gobierno, resaltando los problemas económicos y de acceso al consumo que tienen las clases populares. Este fue uno de los límites de hecho del kirchnerismo como proyecto. Todas las acciones de bienestar social durante el gobierno pasaban a través del bienestar material y del acceso al consumo.
Me parece que falta una fuerza política que nos invite a pensar o a imaginar el bien común a través de un eje que no sea el consumo. Porque eso sencillamente tiene un límite. No hay posibilidad de sostener un nivel de producción y de consumo del nivel que nos propone la sociedad capitalista para las mayorías. Sería bueno que alguna fuerza pudiese plantear otras visiones de felicidad colectiva que pasara por otros ejes.
El PRO fue muy efectivo en el sentido de apelar al compromiso emocional con un camino de cambio. María Eugenia Vidal lo sintetizó muy bien, apelando al compromiso con un cambio que recién empieza. Y planteado en esos términos, a menos que la economía entre en una debacle completa, es un tipo de discurso que al gobierno lo posiciona mejor.
*Por Notas / Foto de portada: Colectivo Manifiesto.