¿Dónde está la salida?

¿Dónde está la salida?
10 agosto, 2017 por Redacción La tinta

Por Michael Lowy publicada en Viento Sur

Las publicaciones de ecología crítica encuentran en los Estados Unidos un público creciente, como testimonia el éxito del último libro de Naomi Klein (This Changes Everything). En el interior de este campo se desarrolla también, cada vez más, una reflexión ecosocialista, de inspiración marxista, a la que pertenecen los dos autores tratados aquí.

Uno de los promotores activos de esta corriente es la Monthly Review y su casa editorial. Es ella la que publica el importante y muy actual libro sobre el Antropoceno de Ian Angus, ecosocialista canadiense y editor de la revista en línea Climate and Capitalism, un libro saludado con entusiasmo por científicos como Jan Zalasiewicz o Will Stefren, que son de los principales promotores de los trabajos sobre el Antropoceno, por investigadores marxistas como Mike Davis y Bellamy Foster, o por ecologistas de izquierdas como Derek Wall, de los Verdes ingleses.


A partir de los trabajos del químico Paul Crutzen -Premio Nobel por sus descubrimientos sobre la destrucción de la capa de ozono-, del geofísico Will Steffen y otros, la conclusión de que hemos entrado en una nueva era geológica, distinta del Holoceno, comienza a ser ampliamente admitida. El término “Antropoceno” es el más utilizado para designar esta nueva época, que se caracteriza por profundos cambios en el sistema tierra, resultantes de la actividad humana.


La mayor parte de los especialistas están de acuerdo en datar el comienzo del Antropoceno a mediados del siglo XX, cuando se desencadenó una “Gran Aceleración” de cambios destructivos: los 3/4 de las emisiones de CO2 han tenido lugar a partir de 1950. El término “Antropos” no significa que todos los humanos son igualmente responsables de este cambio dramático e inquietante, los trabajos de los investigadores muestran claramente la responsabilidad aplastante de los países más ricos, los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

Se conocen también las consecuencias de estas transformaciones, en particular el cambio climático: elevación de la temperatura, multiplicación de los acontecimientos climáticos extremos, subida de las aguas del océano ahogando las grandes ciudades costeras de la civilización humana, etc. Estos cambios no son graduales y lineales, pero pueden ser abruptos y desastrosos. Esta parte del dossier me parece poco desarrollada, Ian Angus menciona estos peligros pero no discute, de una forma más concreta y detallada, sobre las amenazas que pesan sobre la supervivencia de la vida en el planeta.

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¿Qué hacen los poderes constituidos, los gobiernos del planeta, en particular los de los países ricos principales responsables de la crisis? Angus cita el feroz comentario de James Hansen, el climatólogo de la NASA norteamericana sobre la COP21 de París (2015): «A fraud, fake… just bullshit» (difícil de traducir). En efecto, aunque todos los países presentes en la Conferencia de las Partes sobre el Cambio Climático mantuvieran sus promesas -muy poco probable, puesto que no hay prevista ninguna sanción por los acuerdos de París- no podremos evitar una subida de la temperatura del planeta que supere los 2º C: el límite oficialmente admitido que no habrá que superar en ningún caso, si se quiere evitar un proceso irreversible e incontrolable de calentamiento global. De hecho, el verdadero límite sería más bien 1,5ºC, como han admitido los propios participantes de la COP21. La conclusión de Naomi Klein es que estamos aún, a tiempo de evitar un calentamiento catastrófico pero no en el marco de las reglas actuales del capitalismo.


Ian Angus comparte este diagnóstico -con matices- y dedica la segunda parte de su libro a la raíz del problema: el capitalismo fósil. Si las grandes empresas y los gobiernos continúan echando carbón a las calderas del tren (run-away train) del crecimiento, no es por culpa de la “naturaleza humana”, sino porque es un imperativo esencial del propio sistema capitalista. El capitalismo no puede existir sin crecimiento, expansión, acumulación de ganancias, y por tanto destrucción ecológica.


Ahora bien, este crecimiento está fundado, desde hace casi dos siglos, en las energías fósiles, que concentran hoy más inversiones que cualquier otra rama de la producción -sin hablar de las generosas subvenciones concedidas por los gobiernos. Solo las reservas de petróleo representan más de 50 billones de dólares: no se puede contar con la buena voluntad de Exxon y cía para renunciar a este maná. Sin hablar de las demás ramas de la producción -automóviles, aviones, plásticos, química, autopistas, etc, etc- estrechamente ligadas al capitalismo fósil. El 1% que controla tanta riqueza como el 99% restante de la humanidad concentra en sus manos tanto el poder económico como el político; esta es la razón del fracaso estrepitoso de las “conferencias internacionales” sobre el cambio climático, que acaban siempre, según el término de James Hansen, en “bullshit”.

¿Cuál es la alternativa?

Angus observa que no se puede volver al Holoceno. El Antropoceno ha comenzado ya, esto no puede invertirse. El cambio climático ya en curso va a durar durante miles de años. La urgencia está en ralentizar la carrera suicida promovida por el sistema, mediante un amplio movimiento que asocie a todas las personas que están dispuestas a sumarse al combate contra el cambio global y el capitalismo fósil. Esperando poder, en el futuro, reemplazar el capitalismo por una sociedad solidaria, el ecosocialismo. La Conferencia de los Pueblos contra el Cambio Climático y en Defensa de la Madre Tierra de Cochabamba, Bolivia, en 2010, que reunió a decenas de miles de indígenas, campesinos, sindicalistas, trabajadores es un ejemplo concreto de este movimiento.

¿Qué ocurre entre los partidarios del socialismo? Ian Angus constata que la URSS era una pesadilla ecológica, en particular desde que Stalin liquidó a los ecologistas soviéticos (esta sección habría merecido también un desarrollo más amplio). Algunos socialistas critican lo que llaman el “catastrofismo” de los ecologistas, y otros piensan que la ecología es una distracción respecto a la “verdadera” lucha de clases.


Los ecosocialistas no son un bloque homogéneo, pero comparten la convicción de que una revolución socialista efectiva no puede ser más que ecológica y viceversa. Saben también que tenemos que ganar tiempo: la lucha para ralentizar el desastre, obteniendo victorias parciales contra la destrucción capitalista, y la lucha por un futuro ecosocialista, forman parte de un mismo proceso integrado.


¿Qué oportunidades hay para un combate así? No hay ninguna garantía, constata sobriamente Angus. El marxismo no es un determinismo. Marx y Engels escribían en el Manifiesto Comunista que la lucha de clases puede conducir a una transformación revolucionaria de la sociedad o a “la ruina común de las clases en lucha”. En el Antropoceno, esta “ruina común” -el fin de la civilización humana- es una real posibilidad. La revolución ecosocialista no es en absoluto inevitable. Tendremos que ser capaces de echar un puente sobre la brecha existente entre la rabia espontánea de millones de personas y el comienzo de una transformación ecosocialista. Conclusión del autor de este libro estimulante y admirablemente documentado: si luchamos, podemos perder; si no luchamos, perderemos con seguridad.

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Contra el «capitalismo verde»

Richard Smith no discute el Antropoceno, salvo en una frase, que resume su propósito: Hemos entrado en “el Antropoceno”, es decir que “la Naturaleza no manda ya sobre la Tierra. Somos nosotros quienes mandamos. Es hora de comenzar a tomar decisiones conscientes y colectivas”.

Su libro es mucho más que una crítica del “capitalismo verde” como su título indica. Es una recopilación de ensayos, en un orden un poco improvisado y con no pocas repeticiones, pero el conjunto es de una admirable coherencia y rigor. Se podría comenzar por el diagnóstico: en mayo de 2013 el observatorio de Mouna Loa en Haway constató que la concentración de CO2 en la atmósfera supera los 400 ppm. No había alcanzado tal nivel desde el Pleistoceno, hace tres millones de años, cuando la temperatura era 3º o 4º más alta que hoy y los lugares que hoy llamamos Nueva York, Londres, Shanghai, estaban bajo el mar.


Los climatólogos no dejan de multiplicar las advertencias, si no se paran a corto plazo las emisiones de gas con efecto invernadero, vamos hacia un calentamiento global incontrolable e irreversible, que tendrá por resultado el hundimiento de nuestra civilización y quizás nuestra extinción como especie.


Ahora bien, ¿qué ocurre? Business as usual, las emisiones no solo no han disminuido estos últimos años, sino que no dejan de aumentar, rompiendo récords cada año. Se continúa extrayendo energías fósiles, y se va incluso a buscarlas muy lejos, en las profundidades del océano, o en las arenas bituminosas. En definitiva, el espíritu dominante puede ser resumido por la fórmula “después de mí, el diluvio”.

¿De quién es la culpa? Igual que Ian Angus, Richard Smith designa claramente al responsable del desastre: el sistema capitalista y su necesidad imperativa, irreprimible, insaciable, de “crecimiento”. El crecimiento no es una manía, un capricho, una ideología: es la expresión racional de las exigencias de la reproducción capitalista. “Crecer o morir” es la ley de la supervivencia en la jungla del mercado competitivo capitalista. Sin sobreconsumo, no hay crecimiento, y sin crecimiento viene la crisis, la ruina, el paro masivo. Incluso un economista tan “disidente” como Paul Krugman acaba por resignarse al consumismo: es, escribe, “una carrera de ratas, pero esas ratas que corren en su jaula, en su ratódromo, es lo que hace que giren las ruedas del comercio”.

Es sencillamente la lógica del sistema. De ahí el fracaso de las Conferencias internacionales, del “capitalismo verde”, de las Bolsas de derechos de emisión, de las tasas ecológicas, etc, etc. Como expresaba cínicamente el economista neoliberal ortodoxo Milton Friedman, “las corporaciones están en los negocios para hacer dinero, no para salvar al mundo”. Conclusión de Richard Smith: si queremos salvar al mundo, hay que arrancar a las corporaciones el poder sobre la economía.


“O bien salvamos al capitalismo, o bien nos salvamos nosotros mismos. No se puede salvar a los dos”.


El capitalismo es una locomotora incontrolada, que arrasa continentes enteros de selvas, que devora océanos de fauna y de flora, que desregula el clima, y que avanza rápidamente hacia un abismo: la catástrofe ecológica. De ahí la crítica de Smith a las ilusiones de los economistas o ecologistas partidarios del “capitalismo verde” (numerosos en los Estados Unidos, ¡pero también en Francia!) – ese “dios que ha fracasado” -o de un “decrecimiento” que respete las reglas del mercado y la propiedad privada (Herman Daly).

¿Qué hacer?

No hay solución “técnica” o en el marco del mercado. Hay que reducir drásticamente, en un plazo bastante corto, la utilización de energías fósiles, no solo para la producción de electricidad, sino en los transportes, la calefacción, la industria, la agricultura productivista, etc, etc. Y como Exxon, British Petroleum, General Motors, etc, no tienen ninguna gana de cometer un suicidio económico -y ninguno de los gobiernos capitalistas tiene la intención de forzarles a ello- es preciso que la propia sociedad tome en sus manos los medios de producción y distribución, y reorganice todo el sistema productivo. Garantizando un empleo digno a todos los trabajadores cuyas empresas estarían condenadas a la desaparición o a la reducción drástica.

No basta con reemplazar las energías fósiles por renovables. Hay que reducir sustancialmente la producción y el consumo (“decrecimiento”). Según Richard Smith, los 3/4 de los bienes producidos hoy son inútiles, o dañinos, o están gravados por la obsolescencia programada. Si se deja de producir para acumular beneficios, y (se pasa a producir) para satisfacer necesidades, se podrán fabricar productos útiles, duraderos, reparables, adaptables, que puedan ser utilizados por decenas de años. Se dará prioridad a las necesidades sociales y ecológicas que hoy son desatendidas o saboteadas: la salud, la educación, el hábitat (pero con normas ecológicas), la alimentación sana y orgánica. Se podrá trabajar muchas menos horas y se tendrán vacaciones más prolongadas.

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Pero esto implica romper radicalmente con el sistema capitalista, arrebatar a los propietarios privados el control de la economía, y planificar ésta de forma democrática: el ecosocialismo. Comisiones del plan podrán ser elegidas a nivel local, regional, nacional, continental, etc y, tarde o temprano, internacional. Y las grandes decisiones serían tomadas por la población misma. Se trata de sustituir a la “mano invisible” del mercado, por la mano invisible de las decisiones democráticas de la sociedad. Una tal planificación democrática se sitúa en las antípodas de la triste caricatura burocrática que fue la “planificación central” -perfectamente autoritaria, cuando no totalitaria- de la extinta URSS. Se trata del proyecto de una civilización diferente, una civilización ecosocialista.

La demostración de Richard Smith es perfectamente coherente. El único reproche que le haría es la ausencia de mediaciones. ¿Cómo pasar de la dinámica suicida de la civilización capitalista a una sociedad ecosocialista? Es una cuestión demasiado poco abordada en su libro.


El punto de partida aquí no puede ser más que las movilizaciones actuales, las luchas de los indígenas y de los ecologistas canadienses contra las arenas bituminosas, las luchas en los Estados Unidos contra los oleoductos, las que hay en Francia contra el gas de esquisto, las de las comunidades indígenas de América Latina contra las multinacionales petroleras o mineras, etc. Esas luchas -locales, regionales o nacionales- son esenciales, desde varios puntos de vista: a) permiten ralentizar la carrera actual hacia el abismo; b) revelan el valor de la lucha colectiva; c) favorecen las tomas de conciencia antisistémicas (anticapitalistas).


Felizmente, en el último párrafo de su libro, Richard Smith se interesa por esta dimensión concreta del combate por el ecosocialismo saludando el auge, “en todo el mundo, de luchas contra la destrucción de la naturaleza, contra los pantanos, contra la polución, contra el sobredesarrollo, contra las fábricas químicas y las centrales térmicas, contra la extracción depredadora de recursos, contra la imposición de los OGMs, contra la privatización de las tierras comunales, del agua y de los servicios públicos, contra el paro capitalista y la precariedad (…) Hoy tenemos una ola creciente de ‘despertar’ de masas global -casi un levantamiento global masivo. Esta insurrección global está aún en sus comienzos, no está segura de su futuro, pero sus instintos democráticos radicales son, creo, el último y el mejor espíritu de la humanidad”.

*Por Michael Lowy publicada en Viento Sur.

Palabras claves: Ecología

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