Comunistas
Aviso a los no comunistas.
Todo es común.
Incluso Dios.
Charles Baudelaire
No queremos ser felices, queremos ser intensos
Martín Rodriguez
Por Mariano Schuster para Panamá
Me piden que escriba y entonces me siento, intento teclear, no puedo, miro fotos. Me piden que escriba y leo, miro la biblioteca, el volumen uno de El Capital, el libraco sobre el comunismo de Iring Fetscher, la banderita del 26 de julio que traje de Cuba. Me piden que escriba y me muevo, repaso los tomitos de Lenin que compraba por un peso en la calle Corrientes cuando mi vieja, entre preocupada y feliz, me daba unos mangos. Me piden que escriba y veo el Diccionario de Comunismo Científico publicado por Editorial Cartago, me seco un poco las lágrimas, me dicen que murió Patricio Echegaray, la puta madre, me dicen que murió Patricio Echegaray, la puta madre, me dicen que murió Patricio Echegaray, la puta madre. Me piden que escriba, vuelvo a intentarlo, sigo mirando libros: “La vida en la RDA”, “Las superpotencias” de Enver Hoxha, “Fundamentos del Leninismo” de Stalin. Me piden que escriba, pienso: estaba loco, la adolescencia es así, debería putearlos, acusarlos de haber pervertido el legado de Marx, debería alzar el dedo y decir: “crearon dictaduras y campos de concentración”. Me piden que escriba y no, no me emocionan Stalin ni Brezhnev, me emociona su derrota. Me piden que escriba y me acuerdo de mi viejo: “nunca hay que darle patadas al que está tirado en el suelo”. Me piden que escriba y me digo: el comunismo le daba patadas a los que estaban en el suelo pero, la re puta madre, ahora es el comunismo el que está en el suelo, ¿y vamos nosotros a darle patadas? Me piden que escriba y vuelvo a tener diecinueve o veinte, y ser comunista es de derrotado e imbécil, de estalinista y utópico, y yo quería ser algo: quizás quería ser eso.
Que putada la adolescencia. Tenés catorce o quince, necesitás creer en algo. Podés hacerte punk, gótico, anarco o salir a patear tachos de basura. Podés ser un buen estudiante, creer que el futuro te depara un destino. Podés creer en la épica o en la poesía. Yo quería ser soviético. Mi futuro era el pasado.
Eran los 90. Los últimos coletazos de los 90. Todavía gobernaba Menem. En casa puteaban mucho. El hambre y la corrupción se mezclaban con la pizza y el champán. Esos mierdas estaban por todos lados. Había que hacer algo. Me dio por Lenin y esas cosas. Quería apoyar un experimento fracasado. Quería aviones que fueran al espacio con perros. Quería cosmonautas. Quería ver a algún hijo de puta de un Ejército Rojo sacando la bandera argentina de la casa rosada y poniendo una roja, con una hoz y un martillo, como si fuera el Reichstag.
En esa época leía mucho. Eran libros de mierda. Estaban los de Stalin, las revistas Novedades de la Unión Soviética, los innumerables manualcitos de “filosofía marxista leninista” de autores con nombres poderosos: Leontiev, Otto Kusinen, M. Suslov. Al lado de Martha Harnecker, eran alta filosofía. Pero a mí la filosofía no me interesaba: lo que quería era que alguien, de una vez por todas, declarara a este territorio libre del capitalismo.
¿Y acá? ¿Quién carajo quería hacer una República Socialista Soviética de la Argentina? Sin entender mucho, pensé que en esas debía andar el Partido Comunista. Era sencillo: si eran comunista serán prosoviéticos. No sabía un pito de la línea de Ghioldi ni de la historia de Nadra. Aunque leía la Historia del Movimiento Sindical de Iscaro, yo pensaba en la Unión Soviética. Dijeran el nombre que dijeran (Codovilla, Agosti, Athos Fava) para mi ser comunista era sinónimo de reivindicar al Imperio caído.
Mi adolescencia transcurrió entre el final del menemismo y la crisis de 2001. Yo, lo repito, quería ser comunista. Y acá comunista era Patricio Echegaray. El hombre del bigote. El hombre del viraje hacia la izquierda. El hombre que, con Patricia Walsh y Vilma Ripoll, mandaba en Izquierda Unida. Yo quería que esos ganaran y rompieran todo. A él le gustaba Fidel, después Chávez, antes los de las FARC. Quizás estaba bastante loco. Pero yo también.
Patricio Echegaray fue el verdadero Embajador de Cuba en Argentina. Fue el Embajador de un mundo que había desaparecido pero se obstinaba en reaparecer. Nunca supe demasiado de ellos, los comunistas, y sentí dolor por los vínculos de su cúpula con la dictadura. Si ibas al PC en los 90, no te encontrabas con Moscú sino con La Habana. Con Nuestra Propuesta en la mano y una guayabera, ellos iban a hacer la revolución. Disculpenmé amigos, me pidieron que escriba, y no sé qué escribir.
Mis coincidencias con el Partido Comunista, al día de hoy, deben ser algo más que cero. Pero ellos fueron mi adolescencia y la de muchos de ustedes. Echegaray, me puedo sacar una foto con usted- le dije un día, cuando militaba en el Movimiento de Amistad y Solidaridad con Cuba. Dijo que sí, puso cara de burocratón y salió la foto. Acá estamos:
Hoy, todos pueden burlarse del comunismo. Pero nadie debería burlarse de su adolescencia. Ser crítico y hasta cínico es permisible. Reírse de los sentimientos que un día nos empujaron a creer es nefasto.
El miércoles 9, me dormí con la noticia. Había muerto Patricio Echegaray. ¿Qué representaba eso para mí? ¿Por qué lloré? ¿Por qué me saltaron más lágrimas con la muerte del último secretario general del Partido Comunista Argentino que con la muerte de Fidel Castro? Porque ese tipo estaba acá. En los ochenta y los noventa. Junto a él pululaban toda clase de locos. La izquierda estaba sola. Nadie le daba pelota. Era una época hermosa: deambulaban Altamira y el demencial Alexis Lattendorf. Algunos preveían posibles alianzas entre los socialistas de Bravo y los comunistas de Echegaray. Y yo… seguía sin entender nada. Quise ser comunista cuando ya era ridículo. Pero las causas ridículas valen la pena.
Esto, disculpenmé -me piden que escriba- no es análisis político. Yo no sé un carajo de política. Solo sé que adelante mío están las “Novedades de la Unión Soviética”, las revistas “Socialismo Teoría y Práctica”, el Manual de Economía de Nikitin, y una esperanza abandonada hace mucho tiempo.
Ignazio Silone, que abandonó el comunismo tras el terror estalinista para asumirse como un digno socialdemócrata, dijo una vez que la lucha final sería entre los comunistas y los ex comunistas. Los ex comunistas siempre cargarán con peso doble. Porque llevan, como decía Gardel en “Cuesta Abajo”, “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”.
Me piden que escriba y lo hago. Hoy, disculpen, desde el dolor de ya no ser. Todos tenemos derecho a la nostalgia. Aunque entre las lágrimas, también nos salte la mierda. Y sea roja.
*Por Mariano Schuster para Panamá