«Hay que repensar todas las políticas transformadoras desde lógicas diferentes a las capitalistas»

«Hay que repensar todas las políticas transformadoras desde lógicas diferentes a las capitalistas»
9 agosto, 2017 por Redacción La tinta

Jorge Alemán es un intelectual argentino que reside en Madrid desde 1976. Inclasificable y multifacético, trabajó como periodista, es poeta, melómano, ejerce como psicoanalista y participa activamente en los debates que se dan en ese campo. Fue agregado cultural de la Embajada argentina en Madrid hasta 2015, es profesor honorario de la Universidad de Buenos Aires y de General San Martín y uno de los principales referentes del fenómeno español Podemos.

Por Daniel Saur para Alfilo

Más allá de sus múltiples intereses y de una admirable capacidad comunicativa, Jorge Alemán se destaca por sus aportes teóricos, su compromiso y su participación permanente en los debates políticos de actualidad, tanto en España como en Argentina, promoviendo una puesta en valor del populismo a partir de la creación de un horizonte de reflexión lúcido y original llamado Izquierda Lacaniana. El 26 y 27 de julio visitó la Facultad de Filosofía y Humanidades, invitado por ADIUC y la Cátedra Libre Deodoro Roca, para presentar su libro más reciente Del desencanto al populismo. Encrucijada de una época; también participó de un conversatorio sobre Neoliberalismo y subjetividad, donde lo entrevistamos para Alfilo.

—En términos políticos, cómo caracterizarías el presente del capitalismo.

—Se ha generado un nuevo orden, un nuevo mundo, una nueva forma de concebir el mundo, una nueva racionalidad que lo estructura y eso no se agota en una formación política o una coyuntura. Si se quiere pensar lo político hasta las últimas consecuencias, el escenario se ha vuelto sumamente complejo, ya es todo un asunto saber plantear el problema de modo pertinente. Vivimos en un tiempo donde la palabra revolución quedó excluida de la gramática política, la revolución implicaba un corte con respecto al capitalismo, había un sujeto histórico destinado a realizar ese corte y había una ley histórica que iba a efectuar el corte. Yo pertenecí a una generación donde la historia misma se iba a encargar de terminar con el capitalismo, la historia misma sabía a donde iba, sabía cumplir con su objetivo; algunos podían obstaculizarla, demorarla… Pero eso ha quedado absolutamente ineficaz desde todo punto de vista, simbólico, ideológico, político.


No hay un después del capitalismo, no hay nada que se pueda nombrar como exterior al capitalismo, no hay nada que se pueda identificar que no esté capturado en su lógica; por lo tanto, hay que repensar todas las políticas transformadoras desde lógicas diferentes.


—Tenes una producción muy interesante para pensar al neoliberalismo como torsión del capitalismo, ¿por qué es tan efectivo el neoliberalismo frente a otras formas de pensamiento vinculadas a horizontes libertarios o emancipadores?

—El proyecto neoliberal puede hacer parecer antigua a cualquier otra cosa, el sueño neoliberal es dormir en el grado cero de la política, que no te interrumpa nada, que no te perturbe nada, ni te interpele nada que tenga que ver con las herencias, los legados, pertenecer a una causa, todo eso se presenta antiguo para el neoliberalismo. Se pretende vivir en un presente absoluto y maximizar tu vida como capital humano, entregarte a una lógica de rendimiento, donde tu propia vida es vista como capital humano. Frente a eso, donde hay que ser emprendedor de si mismo, lo nacional y popular es una antigualla. Por otro lado, el neoliberalismo es lo suficientemente complejo para sostener que se remite a lo privado, es falso, ya se apropió del Estado, es una política de Estado. Es falso que solo quiere beneficiar lo privado, tiene regímenes con protocolos y competencias en los lugares públicos, es un proyecto muy ambicioso. Frente a eso, anteponer de manera dogmático lo nacional y popular es un poco apresurado.

Fotografía: Irina Morán

—Sin embargo, más allá de sus “atractivos”, el neoliberalismo plantea paradojas que vos has descrito muy bien como una suerte de “nuevo malestar en la cultura” en el siglo XXI…

—Sin dudas, la sensación de que la vida es insoportable se extiende planetariamente, con diversas modalidades, con diversas secuencias simbólicas, articulada bajo distintas enunciaciones, pero no es un fenómeno estrictamente argentino. Hay una suerte de escatología mundial, que esto no da más, que se podrá dilatar, diferir, pero el futuro no es una incertidumbre, hay serias certezas de que el mundo va hacia un lugar donde no encontrará su suelo, cómo ser habitado o soportado. No hay ritos de tránsito, se quiere ser joven todo el tiempo, los que van a morir se sienten culpables porque van a morir, no hay travesías, no hay sensación de atravesar lugares, no hay guerras que se declaren, se desarrollen y terminen, lo que hay es un flujo semiótico que no tiene punto de amarre y arrastra a las vidas.


Por ejemplo, Europa es todo un simulacro de turismo, paseos y museos rodeada de un mar con cadáveres flotando, cada vez más difíciles de ocultar. Estás en la playa con tragos largos y palmeras y de repente aparece el cadáver de un niño. Ahí le daría la razón a Freud, el neoliberalismo como una extensión indefinida, transversal y planetaria del malestar en la cultura.


—En este contexto, ¿qué posibilidades hay para ser feliz pensando, o para poder existir sin dolor en este mundo?

—No veo otro modo que tocar el punto que la producción de subjetividad neoliberal ha colonizado como nadie, que es la instancia del Súper Yo. Es mentira que ha venido como desde un exterior a introducir cosas en el sujeto, ha venido a tomar aquello que en el sujeto es fácil de colonizar. Freud en El Malestar en la Cultura tiene, a mi juicio, una genealogía de la moral más radical que la de Nietzsche, porque demuestra que la conciencia moral no es la que te exige la renuncia, sino que es la renuncia la que inventa la conciencia moral; la inventa de tal manera que, a mayor renuncia la conciencia moral pide más y exige más. El Súper Yo te dice más, te pide más, just do it, hazlo, por supuesto que lo tienes que hacer. La fábrica del hombre endeudado, el emprendedor de sí, la idea de automaximizarse a si mismo, la idea de transformarse en capital humano, cómo me gestiono, la horrible proliferación al infinito de la autoayuda, todo eso no es otra cosa que un trabajo con el Súper Yo. Una posibilidad de vivir del sujeto es cambiar su relación con el Super Yo, si es con el psicoanálisis, la filosofía, el arte o la amistad… no tengo nada que decir al respecto, porque he visto transformaciones en los sujetos que no se dan solo con el psicoanálisis.

—En este sentido, en tus trabajos has hecho una aclaración muy productiva para pensar lo social y lo político a partir de una distinción entre sujeto y subjetividad…

—Claro, sobre este punto del malestar en la cultura, es importante hacer esa salvedad. Digo, porque hay una confusión metodológica entre el modo de producción de subjetividad y sujeto. Hay una serie de autores, Foucault, Deleuze, entre otros, que consideraron a la subjetividad como un efecto de las relaciones de fuerza, de poder, de saber; en esto siempre he pensado, si la subjetividad surge como efecto de las relaciones de fuerza, aunque el propio Foucault haya hecho salvedades al final de su obra, yo creo que no es suficiente, porque le estamos regalando a las relaciones de poder y a las construcciones históricas la subjetividad. Por usar una metáfora salvaje, yo creo que, en una millonésima de segundo, por decirlo de algún modo, el sujeto emerge antes en la lengua que en el poder. Por supuesto que el poder está ya casi tocando el núcleo mismo del sujeto; por supuesto que Foucault es imprescindible para describir los dispositivos de poder; por supuesto que además esos dispositivos disciplinarios y de control se han ido sofisticando en la era digital, que Heidegger en su reflexión sobre la técnica, según mi criterio, había anticipado todo esto bajo la nominación de “estructuras de emplazamiento”, por supuesto. Ahora, lo que me permite pensar que el presente puede ser injusto, pero no se ha logrado todavía que la historia lo sea, es que no han tocado el suelo natal del sujeto que es la lengua; si tocan esto, entonces el crimen es perfecto.

Fotografía: Marta Jara

—¿Y cómo juega el populismo como proceso político que disputa esa construcción de subjetividad enfrentando al neoliberalismo?

—El populismo no pasa el examen, la batalla cultural no la gana. Cuando Evita dijo “mis cabecitas”, “mis grasitas”, se asumió, hay actos performativos que se hacen soberanos, revierten la significación que los domina. Con algunos términos en circulación que funcionaron como insulto se ganó la batalla, la palabra Queer comenzó como un insulto y la comunidad gay la logró asumir y ganó esa batalla, hoy no es un insulto, es una corriente teórica.


En cambio, cuando escucho a Bernard Lévy decir que el populismo es el integrismo de la democracia, ya sé de qué está hablando; cuando escucho a mi querido amigo (Jacques-Alain) Miller hablar que el populismo pone en el pueblo el Significante Amo para hacer cualquier cosa y que lleva al desencanto, ya sé de qué me habla; cuando escucho a Durán Barba decir que el populismo está vinculado al narcomenudeo, ya sé de qué está hablando. Nos dice más la palabra cuando la usa alguien como imputación, como régimen de circulación despectivo, donde nadie puede sostener afirmativamente “soy populista”.


La palabra populismo sigue siendo inasumible, nadie si no quiere correr riesgo severo, incluso frente a sus seguidores, puede definirse como populista. Con la palabra populismo esto no se ha podido realizar, aunque haya un cambio de sensibilidad en el sur de Europa. La Francia insumisa de Mélenchon, Podemos en España, Syriza en Grecia, adoptaron una perspectiva distinta con respecto a los fenómenos nacionales y populares. También ayudó el retorno de Gramsci, que como marxista tenía una sensibilidad especial a los fenómenos nacionales y populares, y por supuesto que no hay que quitarle méritos a Ernesto Laclau que realizó una fundamentación muy sólida de la lógica del populismo. Esto no quiere decir que Podemos pueda salir a asumirse como populista porque al instante sale un aparato mediático que te pulveriza. La palabra sigue manteniendo su carácter de estigma, despectivo y su impronta negativa. Ahora, claro, comparado con años atrás donde un líder como Perón era sinónimo de Franco o de Hitler, con críticas incluso de la propia izquierda, lo que era aún más doloroso, ahora hay una perspectiva histórica distinta de los procesos nacionales y populares.

Fotografía: Irina Morán

—Te has planteado un trabajo intelectual y político muy serio para poner en valor al populismo, y esto está relacionado a algunas diferencias que sostenes con el trabajo de Ernesto Laclau, afirmando que no existiría la posibilidad de un populismo de derechas, ¿en qué consiste esa distinción?

—Yo me empeciné en el populismo de izquierda, con el mayor respeto a mi querido amigo Ernesto Laclau, que decía que había populismo de izquierda y de derecha; continué trabajando meses con Chantal Mouffe quién tuvo varios ataques hacia mí, pero sin embargo ahora está escribiendo un libro que se va a titular Populismo de izquierda. Yo le dije que no estaba dispuesto a regalarle la palabra populismo ni a Donald Trump, ni a (Marine) Le Pen, ni a cualquier demagogo, porque no es una técnica retórica. Admiro mucho a José Luis Villacañas que escribió un libro sobre populismo, pero allí habla que la relación con el líder es una suerte de empobrecimiento del Yo como en el enamoramiento; lo ve además como una república fallida, un mal muy interesante, dice Villacañas, porque al menos responde al neoliberalismo, pero para él no deja de ser un gran déficit donde la gente aturdida ha perdido la racionalidad frente a las pasiones. Esto no es Laclau, que había pensado en una extensión de la cadena equivalencial que atravesaba toda la institucionalidad, donde se generaban nuevas instituciones y se radicalizaba la democracia. Hay un populismo antes y después de Laclau pero su ambición, en el buen sentido, lo llevó a mostrar al populismo como la ontología de lo político, donde se puede manifestar tanto desde la izquierda como desde la derecha.


Yo en cambio sostengo que para que haya heterogeneidad, diferencia, dislocación de la estructura social, todas propiedades que hacen a la construcción de la lógica hegemónica, no puede haber dominación, porque entiendo a la dominación neoliberal desde el Discurso Capitalista de Lacan, que tiende a la homogenización, como un movimiento circular, un ritornello que vuelve siempre al mismo sitio.


Claro, algunos dicen que hay novedades todos los días, pero como decía muy bien Heidegger “lo nuevo llama a lo nuevo, lo diferente llama a lo diferente, para que todo continúe en lo mismo”. La diferencia, la heterogeneidad y la dislocación no aparecen nunca en el poder.

*Por Daniel Saur para Alfilo

Palabras claves: Ernesto Laclau, Michel Foucault, Populismo

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