Todo cuerpo merece una imagen

Todo cuerpo merece una imagen
7 julio, 2017 por Redacción La tinta

Pacientes terminales, mujeres mastectomizadas, obesos mórbidos, mutilados, víctimas de violencia sexual, cuerpos en decadencia, sobrevivientes de catástrofes, criminales en el corredor de la muerte, entre medio de otros personajes que se han visto en series fotográficas; y que generan un gran impacto, especialmente a través de las redes sociales. Aquí, la antigua mirada curiosa, se enfrenta con el deseo de construir nuevas formas expresivas del retrato fotográfico.

Por Rolando Entler para Revista Atlas

Se trata de algo difícil de discutir. Para comenzar, no es fácil definir a qué tipo de personaje nos referimos exactamente, porque la noción de “tipo” es casi siempre desastrosa para la comprensión de un cuerpo cultural, en la medida en que el sujeto se disuelve en apariencias y comportamientos promedio. Mantener consciencia de esto, es el desafío que tenemos, cuando la recurrencia de ciertos proyectos parecen componer en torno a estos personajes, haciendo de esto una temática fotográfica.

El siglo XIX tenía la impresión probablemente, de que nada escapaba a la fotografía. Hubo momentos de búsqueda de un estilo de belleza más canónica. También es un momento de profundizar en esta iniciativa – ya planteada por la pintura y la literatura – de hacer de la realidad banal, algo digno de representación.

En el siglo XX, con la difusión de la imagen instantánea, esta mirada a la banalidad marcaría el lenguaje moderno de una perspectiva humanista de la fotografía: el momento supremo que captura la singularidad del hombre común y anónimo. Además de la gran y pequeña belleza, algo que no ha escapado a la fotografía del siglo XIX: los extraños, los feos, los grotescos, los obscenos, los marginales, enfermos, mal formados, hechos y personajes presentados en nombre de la ciencia, del espectáculo, o incluso una combinación de estas dos cosas que la fotografía supo muy bien aprovechar.


Más que cualquier otro arte, la fotografía buscó mostrar lo que la mirada debía evitar y que, precisamente por deber evitar, pasó a desearla casi perversamente.


Es muy probable que el interés en estos temas nunca haya desaparecido. Pero, de un lado, a lo largo del siglo XX, las imágenes de este tipo tienden a ser evitadas en la mayoría de los lugares públicos, de entretenimiento y divulgación científica (contrariamente a como hizo el circo de freaks y el gabinete de curiosidades). De otro modo, una noción de arte fotográfico se establece reivindicando para la imagen una fuerza que no está en los elementos que se colocan delante de la cámara, pero si con imágenes que llevan la mirada de un autor, su modo singular de mostrarlos.

Entre la represión y el sensacionalismo, hay experiencias que se destacan. Tenemos un punto de inflexión como el trabajo de Diane Arbus, en los años 60. Allí, reencontramos personas discapacitadas, desplazadas, feas, marginales, deficientes, parejas dudosas, mostrados con una naturalidad inimitable. No se trata solo de un estilo, de una manera de fotografiar, sino una manera de insertarse en la diversidad humana. No hay en sus imágenes pena, vergüenza, conmoción, extrañamiento o deseo de escandalizar. Lo que sorprende exactamente, es ver una condición de normalidad en estos sujetos, que supuestamente exigiría buscar un abordaje atípico como ellos mismos.

Joven familia de Brooklyn, Diane Arbus, 1966

Vale la pena recordar el trabajo de Joel-Peter Witkin, que en los 80 manipulaba personas mutiladas, pacientes terminales o cadáveres, para recrear mitos y obras clásicas de la historia del arte. Que ubica una estética un tanto dura del circo de aberraciones, en una perspectiva erudita.

Mientras Arbus nos perturba al mostrar sus personajes extraños en lugares demasiado comunes, Witkin hace lo mismo desplazándolos a un escenario en el que se difunden las historias más idealizadas y arquetípicas. Son experiencias extremas, pero muy seguras de los enfoques que construyen. Sin embargo, se revela muy problemático en la actualidad, pensar en un término medio, hacer algo semejante sin la misma certeza; frente a unos personajes de Arbus trabajados con total naturalidad, o ante los personajes de Witkin trabajados con total idealización; cualquier término medio se vuelve débil y poco convincente.

Leda,Joel-Peter Witkin,1986

Hoy, recibimos cada semana por las redes sociales, información sobre algún ensayo fotográfico que nos convoca a enfrentar algo que nuestros ojos evitarían, aquello que parecería irrespetuoso exponer o incluso mirar demasiado. De modo general, estos autores saben desviarse de cualquier tipo de dramatización facilista. Con un enfoque discreto, a veces sistemático, proporcionando un intercambio directo de miradas, reconocemos tanto la proximidad que el fotógrafo construye con el grupo seleccionado, como la conciencia que los personajes tienen del trabajo que se realiza.

En general, también se evita la presencia de elementos retóricos como poses, escenarios u objetos que resultan alegóricos de la situación que se muestra (a menos que estos recursos caractericen el lugar que se quiere restituir al personaje, como en el caso de las sensuales fotografías del proyecto “Full Beauty”, más adelante).

Full Beauty Project, Yossi Loloi, 2011

La preferencia por la simplicidad de la construcción tiende a ser, más de una opción estética, una postura ética y crítica en relación con el exceso de recurso de las imágenes del pasado. Aunque estos trabajos parecen dialogar con Diane Arbus, la comparación es ingrata. Eso porque estos trabajos recientes, al contrario de Arbus, y paradoxalmente, actúan demasiado lo natural, hacen artificial lo natural. Arbus simplemente transita por un mundo en que estos personajes existen.

En las obras que circulan por las redes sociales, paradójicamente, el esfuerzo por construir un enfoque desdramatizado se demuestra, por sí mismo, conmoviendo: “mismo que no se los sienta como normales, las imágenes los muestran humanos como nosotros”.

En promedio, esos trabajos son importantes, inclusivos, bien intencionados, inclusive terapéuticos: enseñan a enfrentar la mirada a situaciones difíciles de la vida. Pero tantos adjetivos, así reunidos, pesan incómodamente. Vistos de forma individual, algunos ensayos son realmente buenos. Dispersos en el exceso de iniciativas similares, corren el riesgo de ser confundidos con otro síntoma de culpas históricas que acumulamos; y que se desarrollan en acciones positivas, en una pedagogía de lo políticamente correcto.

La repetición y el exceso son casi siempre destructivos, pero sería un error descalificar estas obras en masa. A menudo, estos fotógrafos están lidiando con hechos que les son cercanos, que golpean en su vida privada, y que normalmente tiene una dimensión existencial más compleja.


Pero también sospecho que muchos otros autores seleccionan los dramas que mostrarán en una especie de “lista de soluciones”, como una empresa que escoge sus proyectos de responsabilidad social.


Proyecto Cicatriz, David Jay, 2011

Estas experiencias, pueden ser socialmente útiles pero tienden a ser efímeras, en la medida en que tanto los personajes así como el modo de abordarlos, pueda ser fácilmente comprendido, sintetizado en una frase que explica todo el trabajo: “Personas tales, fotografiadas de tales maneras”. Como si estas personas y estas estéticas pudieran ser clasificadas o explicadas con una sola palabra, es decir, de manera reductora. Es exactamente aquí que estos proyectos corren el riesgo de crear una temática y de reducir nuevamente estos sujetos a un tipo. Cuando esto ocurre, las imágenes ya vienen interpretadas, incluso antes de ser efectivamente observadas.

Para la mayoría de estas causas, los sentimientos involucrados se perfilan de antemano como disponibles, como reservas gratuitas de sentimientos correctos para cada mal en el mundo: tener siempre a la mano una dosis de compasión e identificación para este tipo de drama, más o menos como un puñado de monedas que dejamos en el porta- objetos del auto para entregar a algún mendigo.


Si esperamos que el arte cumpla un papel expresivo, es preferible enfrentar imágenes que provoquen sentimientos aun no designados, menos conciliadores, fuera del lugar común, que no respondan a dramas ya conocidos.


Identifico ese potencial en el trabajo An Eye for An Eye, 1998, del artista polaco Artur Zmijewski. Aunque antiguo, este vídeo ha ganado visibilidad reciente en las redes sociales y, con ello, un aluvión de comentarios de apoyo y recriminación.

En general, creo que son más emocionantes los trabajos que no se reducen o incitan a un tema, que no llevan ninguna causa o bandera, y que por eso mismo precisan de tiempo para ser interpretados. Un ejemplo: John Coplans explora todo lo que su cuerpo puede ofrecer en términos de forma, diseño, texturas de volumen. Tarde o temprano, es inevitable que sus imágenes nos invitan a repensar los estándares de belleza dictadas al cuerpo. Pero su obra sigue siendo discreta, silenciosa, sin ninguna finalidad de tipo terapéutico o pedagógica. Sin dar un rostro a ese cuerpo, Coplans asume con coraje una condición decadente de su cuerpo. Pero busca en el un potencial escultórico y no exactamente conmovernos. La educación siempre será una potencia de todo buen arte. Pero es preciso desconfiar de métodos muy pragmáticos y apresurados de enseñanza.

*Por Rolando Entler para Revista Atlas

**Fotografía de portada: John Coplans (1984)

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