Fotógrafa, roja y pionera: Gerda Taro
Hace 80 años que la ideóloga del fenómeno Robert Capa y primera mujer fotoperiodista de guerra murió cubriendo la Batalla de Brunete.
Por Lorena G. Maldonado para El Español
Tiene una foto en París, en el 36, antes de irse a España a contar la guerra civil y a morir en ella. Gerda Taro (Alemania, 1910) dormida en una cama pequeña, de esas de colchón duro y flaco, con los cabellos cortos, las piernas desordenadas y la boca entreabierta. Vestía el pijama de su amor, Endre Ernö Friedmann -Robert Capa-, y parecía un niño descansando entre travesura y travesura, un Peter Pan ilógico que crece por las noches, dulce por muy poco tiempo: a la hora del desayuno volvía la fiera.
Taro no era una mujer observada, sino una hembra vigilante. Le arrebató al hombre el ojo panorámico y se sacudió ella misma el rol tradicional de ser «el paisaje de» para empuñar la cámara. Fue la primera fotoperiodista que cubrió un frente de guerra. Fumaba. Pisaba fuerte. Bailaba. Sabía de estigmas, la niña judía. Fue una insurrecta por vocación, a pesar de sus orígenes burgueses, a pesar de que no tenía por qué. Se metió pronto en el barro y pasó a formar parte de movimientos socialistas y obreros.
La llegada de los nazis al poder no la amilanó: de hecho, su espíritu activista hizo que se fijaran en ella y que la pusiesen bajo custodia «protectora». Tras varios sustos y una detención, escapó con una amiga a París, con la suerte de encontrar allí a la horma de su zapato, eso que muchos no encuentran ni en tres vidas.
Gerda fotografiando
La creación del personaje ‘Robert Capa’
En Francia trabajó de niñera y de mecanógrafa de un psicoanalista e inhaló la vida bohemia allá por las brasseries y los bistrós empapados de intelectuales. Allí fue donde coincidió por fin con Endre -el ser humano antes del mito de Robert Capa-: un joven hermoso, húngaro, judío, perdidísimo en la vida, ignorado por todos pero dispuesto a convertirse en fotógrafo costase lo que costase -quién sabe si ahí ya se planteaba pervertirse hasta el montaje-.
Es fácil evocarle con su raya al lado, sus ojos hondos rematados en una sola ceja y su sonrisa a media asta, entre el talento y el fraude. No hubiera sido nadie sin ella. Gerda Taro fue la ideóloga del alter ego Robert Capa, de la marca de la victoria. Capa no es, nunca fue, patrimonio de Endre: es más, durante meses ambos se hicieron pasar por los representantes en París de un reputado fotógrafo estadounidense, y comenzaron a vender sus instantáneas -las de los dos- a las publicaciones impresas de la época a un precio tres veces más alto del que hubieran percibido si las hubieran firmado con sus propios nombres.
El don de Gerda fue entender que a veces hay que crear un personaje ficticio para que llegue a los lugares que nosotros no alcanzamos.
Aquí la simbiosis: él le enseñó a fotografiar profesionalmente y ella le dio todo lo demás. Su trabajo, sus ideas, su estilo. Le enseñó a moverse, a vestirse, a comportarse como un burgués para ceder a la sociedad hipócrita de la época -que no dista tanto de la de ahora- y que pretende que seamos nuestra etiqueta.
Cuando estalló la guerra civil, los amantes intrépidos decidieron trasladarse a España para cubrir el frente de Barcelona, de Aragón y de Madrid. También viajaron a Córdoba, allí donde Endre -la mitad de Robert Capa- tomaría una de sus fotos más poderosas, simbólicas y polémicas: Muerte de un miliciano. Alargada es la sombra de la duda: muchos dicen que no fue espontánea, sino escrupulosamente planificada; otros creen que fue Gerda y no Endre quien la tomó.
Gerda Taro, retratada en París por Robert Capa en 1936
Muerte el último día de la ofensiva
De aquella incursión ibérica salieron vivos. Pero Gerda, en sus deseos de independizarse -además de afianzarse en su activismo y hacerse cómplice de las Brigadas Internacionales-, empezó a firmar sus fotos sola, como Photo Taro. Allí se fue al frente del Jarama, allí vio el bombardeo de Valencia, allí fue que pateó la batalla de Navacerrada, condecorándose como la primera fotoperiodista que cubrió un frente de guerra.
Su trabajo más importante en solitario fue el seguimiento de la Batalla de Brunete, uno de los episodios más sangrientos y cruentos de la guerra civil, donde el bando republicano quiso cambiar las tornas de la historia y no pudo. Pero, a cambio, un despliegue sin precedentes por parte de ambas Españas, tanques, ataques aéreos y 40.000 muertos.
Hubo una crueldad poética: Gerda fue testigo del triunfo republicano en la primera fase de la batalla y publicó sus fotos en Regards. La cubrieron de un prestigio y de una felicidad política que no resistiría al contraataque de las tropas franquistas. Tenía 26 años cuando, en medio de una embestida de aviones enemigos, cayó al suelo y fue destripada por un tanque republicano. Era el último día de la ofensiva. Siempre llegaría tarde a su cita en París, donde al día siguiente la esperaba Capa con angustia. Ella se fue -hace ahora ochenta años- y él se quedó el nombre de los dos.
Entrenamiento de una-miliciana por Gerda Taro Madre e hijo por Gerda Taro
Republicanos en Almería por Gerda Taro Soldado malherido por Gerda Taro
*Por Lorena G. Maldonado para El Español / Fotografía de portada: Chris Stein (París 1936)