El discurso y la «grieta»

El discurso y la «grieta»
31 julio, 2017 por Redacción La tinta

Por Ezequiel Fernández Bados para La tinta

Cuando un signo lingüístico es tomado por un discurso que suspende su sentido original para relacionarlo con un significado nuevo, nace un mito. Un mito, entonces, es a fin de cuentas la resignificación de un discurso como consecuencia de contexto histórico y político determinado, cuya razón de ser es la de constituir un elemento social para ser apropiado por un grupo social determinado.

Ahora bien, hasta aquí todo muy sencillo; a nivel teórico es entendible e incluso razonable, pero la realidad suele ser bastante más compleja de lo que nos quieren hacer creer los teóricos, y como dice el refrán de los viejos “los hechos son testarudos”. Un discurso mítico se compone, realmente, por varios discursos distintos, por una superposición de diferentes discursos míticos.

El discurso político de Cambiemos se construye desde la idea, previamente ensayada por kilos y kilos de literatura económica neoliberal (también teórica en la mayoría de los casos), de pensar el Estado y la Nación como la administración de lo escaso. Hay bienes, hay recursos, hay insumos, pero en escasez, y hay mucha gente: por lo tanto, la peripecia es saber administrar bien. No sé si es posible decir que en un territorio de 2.780.400 Km2 una población de 42 millones de personas (aproximadamente) pueda considerarse como “mucha gente”, y en última instancia el problema habría que plantearlo, o bien desde un punto de vista de la centralización de los recursos y las regiones, más que de la cantidad de gente, o bien en la aglutinación de recursos (y riquezas) de un sector determinado de la población, en función de la pauperización de otro sector de la población, o bien desde ambos puntos de vista. Haciendo esta salvedad, desde esta idea del Estado como administración de lo escaso se desprende una consecuencia inevitable: todas las vidas de todos los y las habitantes tienen una utilidad, y aquellas que no ingresen dentro del sistema productivo, sea por el motivo que sea, son consideradas como un gasto.


El discurso de Cambiemos se forja bajo la política del gasto. “Hay que recortar el gasto social” significa que el Estado no debe tener la obligación de sostener la vida, ni siquiera en sus más precarias condiciones, que no debe hacerse cargo de lo que los propios sistemas y políticas económicas del Estado producen, esto es, una estructura social desigual. Recortar el gasto social significa lisa y llanamente, que el Estado está dispuesto (y legitimado, a través de su discurso –y desde las urnas–) para dejarnos morir a todos, si es necesario. Y esa será su pobreza cero.


Justamente, la fuerza de este discurso de gasto, amparado en la concepción del Estado como administrador de lo escaso, construye una grieta (la verdadera): primero discursivamente, y luego socialmente, entre aquellos que son activos en la economía del país (en criollo “los y las laburantes”) y aquellos que no lo son (“las planeras”/”los negros”). Una antinomia que soporta en sí lo más profundo que existe en todos los discursos discriminatorios, racializadores y xenófobos: el cambio de paradigma de la idea del “derecho” a la idea del “privilegio”. Este discurso se interioriza en el colectivo social bajo la forma de que “no todos merecemos lo mismo”; la administración de los bienes escasos tiene que contemplar a un grupo determinado de la población, y no a otro; el privilegio de deambular la ciudad es de unos y no otros; el derecho al voto es de un sector determinado, de una edad determinada, así como la edad de imputabilidad es para unos y no para otros, así como las condenas por violencia de género son para unos y no para otros. Esta interiorización del discurso es violencia. Esta violencia es resentimiento.

En el armazón del discurso de Cambiemos hay un resentimiento que camina junto con la falsa hipponeada de las agradaselfies, la bicicleta, y los lunes veganos. Ese discurso, que encuentra uno de sus correlatos más evidentes en la estúpida teoría de la meritocracia, enfrenta a pobres contra otros pobres y culmina con la publicación por parte de una de las más nefastas y reaccionarias editoriales de la historia de este país apoyando indiscriminadamente la quita de las pensiones a los ciudadanos de capacidades diversas bajo el lema de “sí se puede”.

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La coyuntura histórica de nuestro país está abordada por estas mitologías políticas, que se utilizan como elementos constitucionales de una “grieta”: una grieta que separa a aquellos ciudadanos y ciudadanas que consideran al Estado como un administrador de los bienes escasos (y a los ciudadanos propios de este Estado como elementos activos/inactivos en su cadena de producción), y a aquellos ciudadanos que piensan al Estado como un organismo garantista de los Derechos Humanos, la dignidad, la autogestión y la soberanía. Una grieta, creo yo, que, a diferencia de lo que el discurso mítico de Cambiemos intenta imponer en todos los medios de comunicación que paga, y en todos las formas de reproducción posibles, hay que enfatizar.

Yo no pacto con el menemato. No me reconcilio con la dictadura. No perdono a quienes se enriquecieron con el genocidio latinoamericano. No soy cómplice de la muerte y el desempleo de mis conciudadanos, de la estigmatización social y cultural, del vaciamiento de la ciencia y la tecnología, del vaciamiento de la educación, del endeudamiento a largo plazo (que es la verdadera “pesada herencia”), de la cultura for export, del gobierno para las empresas, de la violencia de género, de los presos políticos, del atropello a las comunidades indígenas, de los anti-vacunas. Esa grieta es necesaria. Es más que necesaria porque ella justifica nuestra lucha. Es necesaria porque ella es quién define, a fin de cuentas, el discurso mítico del enemigo.

*Por Ezequiel Fernández Bados para La tinta / Fotos: M.A.F.I.A.

Palabras claves: Cambiemos

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