Monte Adentro: Wongai en Reserva Los Manantiales de Río Ceballos
Presentamos el cuarto capítulo Monte Adentro. En esta entrega Wongai, el grupo de música y danza africana, nos regala este bellísimo trabajo que une su poema Destierro con músicas y danzas tradicionales de Guinea.
Por Pablo Daniel Icardi, Sebastián Cros y Paula Cebba
“Un árbol es el bosque.
Pero para eso hace falta
que un hombre sea todos los hombres.
O ninguno.”
Roberto Juarroz, Décima Poesía Vertical (1987)
Nacido y criado
Con la invitación a participar de Monte Adentro, sobrevino una pregunta o varias, pero una quedó ahí como flotando: ¿Qué nos vincula con el monte? ¿Qué, de nuestra propuesta artística, nos une con el monte cordobés?
Casi obvia la pregunta, se vuelve contra nosotros: ¿Qué NO nos vincula con la tierra donde nacimos y creamos?
Casi obvia la respuesta, se escapa de la boca. No hay nada que no nos mantenga ligados con el monte. Todo nos une.
Wongai es un grupo nacido y criado al calor de las Sierras Chicas de Córdoba y, en ese sentido, no podemos dejar de pensar nuestro trabajo artístico despegado del territorio que nos dio aliento, vida y sustento. Hemos elegido asentarnos aquí en las Sierras por varias razones, pero, fundamentalmente, por la potencia del entorno natural, por la búsqueda de un espacio que nos permita un vínculo más estrecho con ese entorno. Es una decisión y no el destino los que nos trajo y nos mantiene acá.
Afro-cordobés
Desde Wongai, exploramos una expresión artística que, a primera vista, parece lejana: música y danza tradicional del oeste africano. Ya hoy, indiscutiblemente, sabemos que ese folklore atraviesa subterránea e intrínsecamente las venas de nuestra América mestiza.
La cultura africana, que llegó antes de la mano de los esclavos secuestrados y traídos a la fuerza para trabajar y morir en algún lugar de nuestro continente, llega hoy transformada. Ya no por esclavos, sino por maestros reconocidos como tales; no ya por la fuerza, sino por voluntad. Es este hecho en sí una cura, una sanación de esta cultura que nos atraviesa y nos constituye como pueblo mestizo: negro, indio y criollo.
Como grupo y trascendiendo una primera impresión, no abordamos la cultura afro desde la lejanía, desde lo exótico, más bien, nos acercamos a ella como espejo: haciendo música y danza africana también nos estamos encontrando, devolviéndonos una imagen muchas veces negada. Nos permitimos, desde esta búsqueda, vincularnos con el folklore y la música popular de Córdoba y Latinoamérica.
Nuestro hacer no está aislado; hacemos en tanto estamos y, si estamos, habitamos. Desde las Sierras de Córdoba y desde el monte, decimos. A través de un canto, de la voz de un tambor, de un cuerpo que baila, expresamos el encuentro de todo cuanto nos conforma.
Desconfiado
Wongai, como grupo de música —percusión y voces— y danza, conecta desde la raíz con lo natural, con un entorno diverso y múltiple donde se expresan una cantidad infinita de seres vivos, donde se conjugan los elementos y los lenguajes, los movimientos de todo lo que lo habita. El tambor mismo nace en ese contexto, de un árbol y un animal que fueron, por medio de la transformación que el ser humano hace de esa naturaleza.
Sin embargo, parafraseando a Bam Bam Miranda y a don Atahualpa, decimos que el tambor nace desconfiado, nace cargado de sonidos, nace cargado de sentimientos. El tambor es la comunión de dos seres que, por la mano del hombre, se unen para llegar a ser un instrumento musical, un amplificador del alma humana. Por un lado, el parche, su piel, es la piel de un animal que nació y creció sintiendo el amor de una madre, el calor de sus hermanos, que corrió y escuchó arroyos, el ritmo de sus pasos y de su respiración, el sonido de su corazón hasta su último latido. Por otro lado, su madera, como parte de un árbol que nació y creció entre semejantes y diferentes, que dio sombra, sostuvo nidos de los pájaros a los que vio nacer y volar por vez primera, escuchó sus cantos, los silbidos del viento, el sonido del granizo golpeando sus ramas; un árbol que cayó, murió, fue tallado y modelado por las manos y herramientas del humano.
El tambor nace de la unión de estos seres vivos, dos seres ahora inanimados, inertes, ahora manipulados por el hombre. Estos dos seres están desconfiados porque han perdido la vida, muchas veces, por la mano del hombre. Unidos en este nuevo ser, que es el tambor, están juntos, pero desconfían uno del otro y, también, de la persona que los hace sonar. Eso sí… Que suene, pues, no sucede inmediatamente, ya que precisan tiempo para confiar, para amigarse entre ellos y ser uno, y aún más tiempo para poder amigarse con quien los hará, nuevamente, hablar, respetando ese tiempo.
Somos encuentro
A través del instrumento, surge la comunión de las voces humanas y ancestrales, las voces de los seres que lo conforman, las voces del ritmo y del pulso vital que todo lo habitan. A través del tambor, esa comunión habla, se expresa, se expande en el sonido de una mano, un palo, un parche, e invita a escuchar y dialogar con su origen y naturaleza. También se deja traducir y transformar en el movimiento mismo, en la música, en su vibración, en la danza de los cuerpos, condición vital para que esa voz exista y diga.
Aquí, unas preguntas más se nos presentan: ¿Qué pasa si esa fuente natural de todo lo que hace posible este arte desaparece, si acallan una a una sus voces y la vacían? ¿Qué pasa cuando se atropella al monte, se lo desaparece, se lo vacía? ¿Qué sucede con nuestra música, nuestra danza?
Quizás haya que asumir un compromiso mayor, entonces, de poder ser esa voz que dice, transmite, invita y reconecta con su origen y naturaleza. Quizá debamos ser esa voz que defiende el monte, que defiende la cultura ancestral que está presente y viva en nuestro bosque. Quizás debamos ser esa voz que reivindica el encuentro.
Como Wongai, entendemos que toda práctica cultural es política en tanto forma parte del entramado social de una comunidad. La cultura es un espacio de disputa ante discursos vaciadores y superfluos que nos conducen a un arte sin sentido social, sin sentido. Y no solamente un arte se vuelve político porque hable del pueblo y sus desdichas, de la injusticia y sus víctimas ni porque denuncie a los victimarios, sino porque nos reconocemos como sujetos políticos, porque elegimos crear en comunidad, haciendo con otros y otras.
No hay música en soledad. No hay danza sin cuerpo colectivo. No hay arte sin un otro.
Elegimos formar parte. Participar de reclamos sociales y políticos, impulsar y sumarnos a propuestas culturales autogestivas y comunitarias.
Cuando hablamos de defender al monte, no estamos diciendo solamente “salvemos la tierra, sus plantas, sus seres”. Es plantarse contra un modelo de desarrollo que se sobrepone al ambiente y que es el mismo modelo que oprime. Si estamos en contra de la explotación desmedida de la naturaleza y sus recursos, estamos también contra la explotación de los hombres y mujeres.
Nacidos/as y criados/as al calor de nuestros montes cordobeses, reivindicamos la conexión profunda con nuestras raíces. Nos reconocemos en ellas. Somos encuentro.
Destierro
Llora el árbol su desalojo
Llora el monte su destierro
Lloran las aves su vacío
Lloran este suelo mis ancestros.
Vuela el pájaro sin destino
Va perdido el humano sin descanso
Piden a llanto los ríos
Hablan sin voz los olvidados.
Mil avisos pasarán ante sus ojos
Caerán montañas, mares y ranchos.
Nada de eso despertará al necio,
al vacío, al desalmado.
Al que ignora la voz del monte
Al que elige no escucharlo
Porque va perdido el humano,
va perdido… sin descanso.
Porque va perdido el humano,
va perdido… sin descanso.
(24/05/17 – Pablo Daniel Icardi)
*Por Pablo Daniel Icardi, Sebastián Cros y Paula Cebba para La tinta.