Titograd

Titograd
5 julio, 2017 por Redacción La tinta

El sueño de la nación de naciones no sobrevivió a la muerte de su mentor. La que supo ser Yugoslavia del Mariscal Tito en fotorreportaje. Religión, frontera, masacre y fútbol.

Por Nos Digital

Ese bus que tenía que hacer con nosotros 230 kilometros. Subimos en Mostar, el pueblo bosnio del anguloso puente sobre el río Neretva. Buscando las costas del Adriático en la ciudad amurallada de Kotor, Montenegro. El trámite nos llevó algo más de seis horas sobre ruedas y ocho nuevos sellos en cada pasaporte.

En la entrada a la ciudad, cincelado en lo alto del principal portal, se lee Tude necemo svoje ne damo (No necesitamos las cosas de otras personas, y no damos las propias), con la pequeña firma de Tito a su lado.

Luego del 4 de mayo 1980, sucedida la muerte del Mariscal Tito en Ljubljana, inmersos en una crisis económica inflacionaria, las agitaciones entre las seis repúblicas que conformaban la República Federativa Socialista de Yugoslavia se acrecentaron. Eslovenia y Croacia se declararon independientes en 1991. Bosnia-Herzegovina y Macedonia, al año siguiente. La resistencia de Serbia, como república central de aquel Estado multinacional, encarnada en la fuerte militarización de los enfrentamientos, llenó de muerte la península balcánica.

Los desencuentros históricos entre las Repúblicas Socialistas fueron solo contenidos por la figura aglutinante de Tito en su proyecto de Yugoslavia como país en la vía al socialismo independiente. Inmerso en plena Guerra Fría, impulsó la estrategia del Movimiento de Países No Alineados para evitar encolumnarse tras cualquiera de los bloques irreconciliables. A la muerte del líder yugoslavo, las diferencias nacionales, económicas y políticas se agudizaron con la inclusión de factores religiosos, profundizando las guerras de independencia en enfrentamientos étnicos. El genocidio bosnio-musulmán con fusilamientos masivos en Srebrenica, ciudad declarada segura por la ONU, se anota como la mayor masacre colectiva en Europa luego de terminada la Segunda Guerra Mundial.

Para inicios de 1996 aquellas guerras habían terminado. La República de Montenegro recién se iba a independizar pacíficamente de Serbia en 2006. Pero los conflictos no dan término. Los territorios de mayoría étnica albanesa que en tiempos yugoslavos fueron la Provincia Autónoma de Kosovo dentro de la República Serbia buscaron su independencia. Un conflicto hoy día irresuelto que tuvo su momento álgido en los bombardeos de fin de milenio de la OTAN sobre Belgrado, capital serbia.

Las marcas de todas las guerras se iluminan aún en cada rostro y en cada muro, igual que los recuerdos de aquella Yugoslavia que llenó de orgullo por la expansión de su política de bienestar interno e independencia externa. En las calles pesa una atmósfera extraña: un olvido que se funde con la melancolía sobre el pasado -que suena contradictorio solo la primera vez que se lo escucha- y con el recuerdo de una guerra salvaje impostergable en la memoria.


Las referencia al Mariscal son nulas, las había pero han sido borradas: la capital de Montenegro Titogrado ahora es Pogdorica, la ciudad kosovar de Kosovska Mitrovica supo ser Titova Mitrovica, la única estatua en toda la ex Yugoslavia que lo representa está al lado de su mausoleo, devenido en museo, en las afueras de Belgrado.


Mientras, el recuerdo en la memoria colectiva es fuerte, no se acalla, sin siquiera escaparle a las nimiedades: al entrar a aquel bar futbolero donde miraban los goles de Lanús de la última fecha -dándole a cualquiera un golpe certero de globalización- mientras se levantaban apuestas legales hasta de la serie B nigeriana, el montenegrino Nikola aseguraba con vehemencia que hoy una Yugoslavia unida podría haber armado un equipo para pelearle fuerte a Alemania el Mundial y no haber perdido de local contra Moldavia 5-2 para quedar fuera en las eliminatorias.

Península Balcánica, 2014.

*Por Nos Digital

Palabras claves: Mariscal Tito, ONU, Yugoslavia

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