Cooke y las pertenencias

Cooke y las pertenencias
28 junio, 2017 por Redacción La tinta

La política, afirma Horacio González, es el problema de quienes llaman, quienes son llamados, quienes reproducen el llamado y cuándo aparece la cuestión del poder de excomulgar. Randazzo exige la sede del Partido Justicialista. Revela así que no ha mirado bien cómo es que funciona la historia con sus nombres.

Por Horacio González para La Tecla Eñe

En un artículo sobre Perón y el Ché publicado en Página/12, Pacho O´Donnel traza un rápido panorama de esta relación entre dos hombres notorios del siglo XX, relación un tanto nebulosa y siempre controvertida. Las pocas referencias que se conocen están bien o medianamente registradas, y una de ellas concluye con un Perón observando en Madrid una foto de Cooke vestido en el uniforme del Ejército Rebelde de Cuba. Perón habría dicho una frase lapidaria mirando esa foto, que el parecer le era dedicada, y llevada en mano por Guevara al propio Perón. “Este hombre ya no es peronista”. No vamos a enjuiciar esta leyenda con documentos mejores, pues no los tenemos, ni es nuestra vocación discutir con Pacho, que ha escrito mucho sobre estos temas y ha hecho grandes aportes. Vamos a dar apenas una opinión, no menos legendaria que la anterior. Perón dijo muchas cosas sobre Cooke, y las más notables están en la célebre correspondencia que ambos cruzaron entre 1957 y comienzo de los sesenta, cuando Cooke hace su opción cubana, ante el silencio de Perón.

Esta Correspondencia fue muy estudiada, y no sólo es un vivaz retrato de un momento histórico, sino una cantera de razonamientos políticos entre dos exilados, que se tratan con respeto, lo más de igual a igual que podía hacerse con Perón, y lo más que este podía admitir dentro de su estilo de dirección política. A éste estilo, sin embargo, Cooke lo pone tempranamente en cuestionamiento, reclamándole que en sus cartas desde Caracas, Perón no alentara a grupos diferentes con conceptos contradictorios entre sí. Jamás nadie le había dicho a Perón algo de ese calibre, que interfería directamente en las modalidades que Perón había consagrado, no apenas para tratar las contradicciones internas en su movimiento, sino las fisuras efectivas que constituyen siempre toda realidad política.

Pero al mismo tiempo, Perón, que gustaba que lo llamen “el hombre del destino”, nunca había trazado ninguna hipótesis sobre su propia suerte, y al parecer había aceptado bajo distintos consuelos su retirada del poder. En 1955 contaba con una abrumadora mayoría de fuerzas pero hacía un cálculo pesimista de sus posibilidades: la mayoría de sus leales, salvo unos pocos, estaba contagiada de los síntomas de burocratización de la administración de más de una década, y los conjurados eran una minoría, pero inspirada en preceptos del nacionalismo católico que rozaban lo mesiánico, dispuesta a morir. No se trataba de cobardía, sino de que Perón no pensaba bajo esos conceptos, sino los de valoración de fuerzas, voluntades y cálculos de momentos específicos, oportunos. Una sola vez piensa y escribe, en un documento único, sobre un tema que se refiere a su vida como sujeto singular, aunque desde luego, no a su subjetividad, tema que siempre está recubierto por su formación inspirada en el hombre signado por un “épos” histórico y el análisis minucioso de las batallas. Gran leyenda y voluntades en pugna. Logos y logística emparentados, como es obvio. ¿Qué quiere decir “una vida como sujeto singular”? Que es una vida, que al fin, puede pensar en su propia muerte. La suya propia, ese acto que ningún otro puede hacer por él.

Estos drásticos pensamientos sobre su sí mismo en peligro, los expone en la muy comentada Carta que le envía a Cooke en 1956, al inicio del epistolario entre ambos: “Por la presente autorizo al compañero doctor don John William Cooke, actualmente preso por cumplir con su deber de peronista, para que asuma mi representación en todo acto o acción política. En este concepto  su decisión será mi decisión y su palabra la mía. En él reconozco al único jefe que tiene mi mandato para presidir a la totalidad de las fuerzas peronistas organizadas en el país y en el extranjero y sus decisiones tienen el mismo valor que las mías. En caso de fallecimiento, delego en el doctor don John William Cooke el mando del movimiento” . El escrito está muy meditado, cada palabra está elegida fuera de cualquier soplo del azar. Las piezas están totalmente ajustadas, Perón supone su muerte y procede a una delegación de tales alcances, que le dicta la contundente frase dirigida a Cooke: “su decisión será mi decisión, su palabra será mi palabra”.

Si pudiésemos considerar efectivamente ocurrido el episodio en Madrid que refiere Pacho, ante la foto de Cooke vestido de miliciano, hemos de cotejarlo con ese carteo en torno a la delegación de poderes, antes reseñado. Es posible que Perón se sorprendiera con aquella foto, su hombre de mayor confianza vistiendo uniforme de combate cubano. En verdad, era un “certificado de miliciano, revistando en el Batallón 134”. Playa Girón, 1961. En la irregular y difusa fotografía, Cooke tiene un desprolijo uniforme y viste cartuchera con armamento. No es preciso comentar la significación que esa imagen contenía. Allí estaba, en esa rara indumentaria, toda la teoría de Cooke sobre el conflicto de identidades como una dialéctica indeclinable de la historia. Cuando la fotografía llega a Buenos Aires, muchos ríen de la figura del “gordo Cooke”. Su cuerpo es la de un argentino regordete y mofletudo, el rostro de un hombre con bigotito, un tanto rollizo (el “Bebe”). Tiene una edad mayor a la de los dirigentes de la revolución –unos ocho años más que Guevara, unos cinco años más que Fidel-, y aunque había fugado de cárceles y soportado simulacros de fusilamiento, muchos lo veían como una impostación dentro de ese uniforme de combate.

No percibían que esa esa imagen pudiera haber sido la última carta dirigida a Perón. No se vivía entonces la era de la exacerbación de gestos por imágenes, usados como señales de una acción, pero de eso siempre hubo en la historia. Rousseau habla de un jefe antiguo que le manda a otro como señal de guerra unas plumas ensangrentadas y unas monedas partidas. Pero si algo los peronistas deben estudiar –y meditar en esta hora crucial-, es en estos eventos.  ¿Ese carnet de Cooke, dónde se lo quiere poner ahora? ¿En qué pasado nos situamos para alojarnos realmente en el presente? ¿Cómo expresar que hay tiempos que se escapan de las manos, arenillas rebeldes, y que se hacen presentes luego, bajo otras clases de indumentarias?  La comodidad reinante es pensar todo lo concerniente a la identidad como si fuera un pasamano fijado para siempre entre dos paredes sólidas. No es así.

Aquella foto no era parecida a la estilización que asumían los efebos combatientes. Cooke tiene 40 años, era un teórico, un escritor, un lector de los grandes textos de la izquierda de la humanidad, y su subsuelo existencial fue el nacionalismo y era el peronismo. Estas dimensiones sólo podrían entenderse bajo una idea de que cada nombre es la alegoría de varias identidades y de la ironía misma de la historia. El tiempo, de sí mismo, sabe que está. Pero no dónde está, ni nosotros en qué tramo lo estamos atravesando de modo que después lo deseemos o no desmentir. En cuanto a Perón, si el tiempo nada era, entonces no encontraríamos explicación alguna para un acto desmesurado, legar todo un conjunto de memorias y actos en potencia y en latencia, a otro hombre. Y luego considerarlo fuera de la identidad que era evidente que a ambos abarcaba.

Ciertamente, era la identidad que se invocaba con el nombre de uno y no del otro. Por eso, el dador del nombre podría decir de alguien: “no es más peronista”. Pero eso no fue así siempre. No era del íntimo deseo del propietario del nombre, mostrarse designando exclusiones. Era esa la encrucijada. Si decía quiénes estaban incluidos en el nombre, lo empequeñecía. Si no, lo restringía y se eximía de declarar anatemas, se restaba de la facultad de acotarle a ese nombre su enigmática e ingobernable extensión. Las dos cosas eran malas y las dos le sucedían continuamente. Vivía en una intranquilidad suprema.

Si excluía (más allá de que cualquiera podía decirle traidor o leal o cualquier otro) se privaba de su “orbi et orbi”. Si no excomulgaba se privaba de un derecho que silenciosamente albergaba en la invisible juridicidad de la formación de su movimiento. Además de esta indecibilidad de las fronteras, para Perón, hay constancia de que lo obsesionaba otro tema de reflexión: aquel raro contrapunto suyo, entre el tiempo y la sangre. Era una compleja teoría de la guerra, de las pasiones y formas oscuras de dominio, que bien analizó León Rozitchner en un muy recordable libro bajo ese título.

La tajante afirmación sobre “ese hombre que no es peronista” se vuelve a poner en duda en 1973. Cuando retorna Perón un periodista de la BBC de Londres, en la primera conferencia que se realiza en Buenos Aires, ante una pregunta sobre Cooke, responde: “Era un prohombre de nuestro movimiento”. Y según creo recordar, después sigue otra frase muy medida, sobre la coexistencia de sectores más “retardatarios” y más “vanguardistas” dentro del peronismo. Lo que ya había dicho infinidad de veces. Dejando de lado esta concepción “orgánica” -que a veces parecía ser una forma de “conducción”, o sea un inmediatismo de la decisión en un bosque de voluntades pululantes y tironeándose entre sí, y otras veces una esencia fundante de la realidad, siempre en busca de equilibrios entre extremos-, hay otro problema a considerar.  Es el problema de quienes son llamados de tal o cual manera, quienes llaman otros, en nombre de qué y que poder de excomunión detentan. La política es el problema de quienes llaman, quienes son llamados, quienes reproducen el llamado y cuándo aparece la cuestión del poder de excomulgar.  Y si alguna vez hubo alguien en ese lugar.

Leo en este momento que Randazzo pide la sede del Partido Justicialista. Revela así que no ha mirado bien cómo es que funciona la historia con sus nombres; en la época de las selfies no ha mirado suficientes fotos. Cree que una larga querella de imposibilidades, abandonos, vueltas y reniegos, puede resolverse en una tarima jurídica y con un par de previsibles autocríticas. (volveremos sobre este último concepto).

*Por Horacio González para La Tecla Eñe.

Palabras claves: John William Cooke, Juan Domingo Perón, peronismo

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