En la calle aprendemos a hacer política
Se cumplen 15 años de la masacre de Avellaneda en donde Dario Santillán y Maximiliano Kosteki, referentes sociales, perdieron la vida a manos de la policía. En este nuevo aniversario, una reivindicación de la lucha social piquetera, donde la calle es la trinchera y las conquistas populares, nuestro horizonte de construcción.
Por Andyna para Emergentes
Quince años pasaron. Quince años hace que los cuerpos de Darío y Maxi no caminan junto a los nuestros. Y hago referencia a esa materialidad, la del cuerpo, porque otras cosas no han podido matar ni borrar de la memoria colectiva. Quince años son muchos, si pensamos todo lo que podríamos haber compartidos con estos dos pibes, pura potencia y pura energía, pura conciencia de que la única lucha que se pierde es la que se abandona. Y quince años son pocos, para aludir a la pérdida de memoria y no comprender que los derechos y las conquistas pueden ser arrasados de un plumazo (o una firma) por quienes toman las grandes decisiones. Y lo vivimos en carne propia hoy, otra vez, quince años después.
Algo aprendí en casa, de mis ancestros, y de aquellos y aquellas con quienes me crucé en el camino: si no sos dueña de los medios de producción, tu suerte está echada. Tu vida será un derrotero en busca de estrategias para no perder ciertas condiciones que posibiliten la vida digna. Es así entonces que por el trabajo se lucha, y la aspiración es que toda lucha devenga en conquista. En esta línea entraba el reclamo de los piqueteros: hacer visible la desocupación, el hambre, y la incertidumbre de mujeres, hombres, niñas y niños, un proceso que marcaba el fin de la burbuja de los 90. Y por esto, en casa, la lucha piquetera se respetaba.
Sin embargo, Dario y Maxi eran desconocidos para mí hasta enterarme por la TV la masacre del puente, donde el poder de turno disparaba a través del arma de un empleado de la fuerzas de seguridad: la bala mortal que intentaba disciplinarnos; esto lo comprendí tiempo después. Al igual que ellos, yo era joven, estaba desocupada y con una familia a cargo. La estaba pasando mal. Pero a diferencia de ellos, no me encontraba organizada con otros para buscar alternativas, un obstáculo permanente de los sectores medios que no saben con quién accionar cuando viene la mala.
Y allí estaban Darío y Maxi, en la calle y las noticias, poniéndole el cuerpo, exponiendo la vida, haciendo política espontánea y movilizando a las bases. Cuando pienso en ellos recuerdo una frase de la antropóloga Rita Segato: “La política se hace de cuerpo presente, en la calle”. Y hace quince años, allí estaban estos dos pibes, los piqueteros, reclamando su derecho legítimo a participar en esa arena política. Y allí también estaban las fuerzas de seguridad con sus balas para querer impedirlo, para quitarle potencia. Para alertarnos al resto de los desposeídos que luchar, mata.
¿Cuánto habrá dilatado la masacre de Avellaneda nuestra participación política? No lo sé. Sin embargo, hoy puedo afirmar que Darío y Maxi han hecho praxis, escuela y pedagogía en su corta trayectoria política. La lucha piquetera, su modalidad y estrategias, se han transformado en el recurso más eficaz en estos últimos tiempos para combatir el arrebato de nuestras conquistas. Hoy nos encontramos ante un renovado vigor en el ejercicio de la política: estar en la calle de cuerpo presente, conjuramos frente a lo injusto, inadmisible, frente a lo que atenta contra nuestros derechos. Para salir más o menos organizados, cortar la calle, hacer visible lo que se esfuerzan por invisibilizar. Y hemos descubierto que somos portadores de potencia que se multiplica, capaz de poner un freno al poder, o al menos, hacerle una advertencia.
Mi recuerdo y experiencias más reciente del retorno a las calles, han sido las movilizaciones de trabajadores estatales en defensa de sus puestos de trabajo, el rechazo al 2×1 o el recorte de pensiones, que ha dado lugar a que personas con discapacidades salgan como sujetos políticos. Y como olvidar a los trabajadores docentes cortando el Puente Pueyrredón (una postal bien piquetera) para manifestar sus reclamos, o nosotras, construyendo transversalidad inédita en las movilizaciones por el “Ni una Menos”.
Y en cada movilización tengo la impresión (cada vez más nítida) de que vamos perdiendo el miedo a las balas que puedan venir, al igual que Darío y Maxi. Porque la calle nos potencia, nos encuentra para poder discutir y unir fuerzas. Porque es allí donde tomamos forma y se hace más claro que la salida, siempre es colectiva.
*Por Andyna para Emergentes / Fotos: Emergentes
*Estudiante de TS. Trabajadora estatal, mujer del Conurbano