El World Press Photo y la lucha de clases
El World Press Photo no incluye ninguna representación de los beneficiados de las crisis, la miseria y la guerra. Sólo muestra las consecuencias sin enseñar a los culpables.
Por Carlos Hernández Calvo para La marea
El 13 de febrero de 2017 se anunciaron las fotografías ganadoras del World Press Photo 2017, el concurso más importante y con mayor divulgación del fotoperiodismo a nivel mundial. Cuenta con una exposición que viajará por 45 países y será vista por más de 4 millones de personas, sin contar las visualizaciones realizadas desde su sitio web ni la infinidad de artículos publicados por todos los medios de comunicación que anualmente anuncian el premio. Una amplísima divulgación internacional de la flor y nata del fotoperiodismo mundial que se supone debería poder ofrecernos una descripción de lo que pasa en el mundo y de sus porqués. Tal y como dicen desde su web:
“La libertad de información, la libertad de investigación y la libertad de expresión son más importantes que nunca, y la calidad del periodismo visual es esencial para la información exacta e independiente que hace posible estas libertades.”
La fundación World Press Photo se alzaría así como un referente de lo que el fotoperiodismo es y debería ser, siendo respaldada por todos los medios que publican las imágenes ganadoras.
No obstante, un rápido vistazo a los premios es suficiente para ver que han dejado fuera una gran parte de la historia. ¿Donde están todas las personas que se han beneficiado de la miseria, la violencia, las guerras y la explotación que tanto se retrata en el concurso? ¿Donde están los ricos y los representantes del poder? ¿Acaso no es eso fundamental para entender completamente la situación y ofrecer así una “información exacta e independiente” como ellos dicen?
Jon E. Illescas en su libro La dictadura del videoclip, analizó los 500 videoclips más vistos en YouTube desde que la crisis financiera empezara a azotar las economías y los hogares para confirmar que “solo un 0,6% aludía a ella de forma tangencial. Ninguno en el caso de los más promocionados”. Como si la crisis no hubiera existido, en un intento de la industria musical de esconder la realidad y generar ideología. He realizado el mismo ejercicio con los premios del World Press Photo y he analizado los ganadores desde el 2008, año en que las consecuencias de la crisis se hicieron más patentes, hasta el 2017. De los 604 premios entregados desde entonces, tanto en el concurso fotográfico como en el multimedia no hay ningún ejemplo que denuncie y muestre directamente a las personas, bancos, gobiernos o corporaciones que generaron o potenciaron la crisis o que se beneficiaron de ella. Lo máximo que hay en relación a ella es la foto y el reportaje ganador del World Press Photo 2009 realizado por el fotógrafo Anthony Suau donde se puede ver a un detective, pistola en mano, en una casa donde acaban de desahuciar a sus inquilinas. Ninguna imagen ganadora de los directivos de los bancos, ni de las empresas de recalificación, ni de las asesoras, ni de los representantes políticos en los 604 premios entregados. Ninguna foto de las mansiones donde viven, de los restaurantes donde comen, de los lugares donde se van de vacaciones ni de sus puestos de trabajos. Nada que nos permita ver quienes son ni que hacen. Para el World Press Photo esas personas no existen, no tienen ningún tipo de responsabilidad y, por lo tanto, no son noticia.
En cambio, la vida de las clases populares y trabajadoras se encuentran sobrerrepresentadas, y no precisamente en situaciones de ocio, sino en momentos difíciles: situaciones de violencia, pobreza, explotación sexual, inmigración… Se crea así una visión sesgada de las clases populares y de las personas explotadas del mundo, produciendo una naturalización de esta situación mientras no se nos informa sobre como las clases ricas consiguen sus beneficios. Esto evita cualquier crítica seria al poder mientras cala en la población la idea de la inevitabilidad de la pobreza y la explotación. Así, el World Press Photo y todas las organizaciones y medios de comunicación que divulgan y alaban su contenido acaban favoreciendo a unos claros intereses de clase que permiten continuar con la explotación del sistema capitalista.
Las mayores críticas que se escuchan y se divulgan sobre el premio son las relacionadas con el retoque fotográfico, la preparación de las fotografías tomadas o la ética periodística. Casos como el de Giovanni Troilo al que se retiró el premio por unas imágenes realizadas en un sitio diferente al que decía, la discusión sobre los límites del retoque con la fotografía de Paul Hansen o, incluso, el polémico caso de Hossein Fatemi, que ha sembrado la duda sobre la veracidad de su trabajo en Irán, son claros ejemplos. Esta crítica centrada en las formas, desvía la atención de los contenidos y de la ideología que se desprende del concurso, donde los auténticos responsables y beneficiarios no aparecen retratados.
Al ser un referente tan importante del fotoperiodismo el World Press Photo sirve como ejemplo y fuente de inspiración para futuros trabajos, marcando la agenda de lo que la industria necesita y espera. Con unas condiciones laborales duras y precarias, donde es prácticamente imposible vivir solamente del fotoperiodismo, la obtención de un premio de estas características y el reconocimiento que reporta supone un gran aliciente para cualquier fotoperiodista. Esto genera en muchos profesionales el círculo vicioso de crear reportajes que puedan encajar en esos premios (y en las revistas y periódicos de mayor tirada que tienen contenidos similares). Así, la industria estimula esta visión incompleta de la realidad y potencia la aparición de casos tan alarmantes como el reciente de Souvit Datta donde, a parte de las manipulaciones realizadas en sus imágenes, ha fotografiado a menores abusadas sexualmente con el rostro perfectamente identificable mientras los agresores permanecían en el anonimato, incumpliendo los Derechos del Niño. Imágenes que han sido seleccionadas por una gran cantidad de editores gráficos, premiadas en concursos de gran prestigio como el Getty Images Grant for Editorial Photography (dotado con 10.000$) y publicadas en medios tan importantes como el New York Times. El capitalismo, y en este caso la industria de la información, crean monstruos. Sin querer quitar ninguna responsabilidad a esta falta de ética periodística de Souvit Datta, hay que entender que quien marca la deriva a seguir y establece que temas son “interesantes” (publicables se entiende) de fotografiar son los grandes medios de comunicación y premios como el World Press Photo que crean las condiciones donde “la normalidad” se desarrolla. Como decía Hanna Arendt en relación al juicio de Eichmann, “…tal alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más daño que todos los males instintos inherentes, quizá, a la naturaleza humana.”
Así, mientras se siga sin retratar a los beneficiarios del capitalismo, a los accionistas de las empresas armamentísticas, a los políticos que legislan sobre la seguridad fronteriza, a las empresas que se lucran con la vigilancia, el transporte, y las prisiones, a los empresarios que explotan a sus trabajadoras, a la patronal, a las corporaciones que bajo el nombre neutro de “globalización” explotan a los países más pobres para maximizar beneficios, a las empresas y personas que tributan en paraísos fiscales, a los rentistas que se lucran de su patrimonio inmobiliario mientras destruyen sus ciudades,…mientras se siga sin retratar a las personas que ganan en este desigual juego del libre mercado, los mass media y los premios como el World Press Photo serán medios de publicidad para beneficiar a las clases ricas en lugar de medios de información.
*Por Carlos Hernández Calvo para La marea
**Foto portada: Peter Bauza