Una mujer sin nombre hace tambalear el imperio del clan Ale
La llaman F081014 y nadie sabe dónde está. Es la testigo de identidad reservada que ya reveló nombres de policías y funcionarios presuntamente vinculados a la trata de personas en Tucumán. Su aparición en el juicio contra la familia Ale provocó disturbios y levantó la ira de los acusados. Una vida esclavizada y una promesa por cumplirle a Marita Verón.
Por Mariana Romero para APA!
Fue una mujer quien pateó el tablero del aletargado juicio por delitos económicos que se sigue contra el llamado clan Ale desde hace cinco meses en la provincia de Tucumán. Kilos de papel amontonados en un expediente casi eterno, horas de audiencias somnolientas y laberintos de conceptos financieros se estrellaron el miércoles contra un hilo de voz femenina que, despacio y como pudo, fue relatando un infierno de droga, tortura, esclavitud y muerte que lleva el sello de los Ale del principio al fin .
La testigo de identidad reservada F081014 puso en evidencia que más allá de las frías acusaciones económicas, los Ale habrían montado un infernal aparato delictivo equiparable por sus dimensiones sólo al del Estado. Y con sólidos vínculos con varios de sus miembros.
F081014 tiene nombre y apellido. Pero no se los publica porque el infierno de la trata de personas no sólo le quitó la salud mental y física, sino también le arrebató la libertad de caminar segura por la calle y decir su nombre a quien quiera oírlo. Vive bajo el sistema del Programa Nacional de Testigos Protegidos desde que, descartada de un prostíbulo tucumano, aportó datos para que la causa avanzara y su proxeneta terminara preso. Eso, en el mundo del tráfico de personas, se suele pagar con la vida.
Nadie sabe dónde está ni lo sabrá nunca, si es que el sistema funciona y le puede garantizar, hasta la vejez, que ninguna de las personas que la violó, la vendió, la torturó y la explotó pueda hallarla y quitarle lo que le queda de vida.
Comenzó trabajando como “fichera” en un local de máquinas de juegos de Gastón Curia, relató. Descubrió un robo de empleados y lo denunció con quien controlaba el negocio, Luis Rosso. Curia la despidió pero Rosso, en agradecimiento por su honestidad, le presentó al Ángel “El Mono” Ale. Ella no lo sabía, pero en ese momento, su destino acababa de cambiar de carriles.
El Mono la tomó como su “amante”, además de hacerla trabajar en los póker. Allí, la testigo comenzó a ver droga (“me costó que Ángel me rompa la nariz por encontrar cocaína en una caja”, contó) y empezó a sospechar que algo macabro ocurría con las mujeres que iban en busca de trabajo a los negocios. A la remisería Cinco Estrellas, relató, llegaban chicas que eran trasladadas en los remises a lo de “Lita”, donde le realizaban abortos. La testigo desconoce qué fue de la mayoría de esas mujeres. Sabe que Lita interrumpía embarazos porque, más adelante, ella misma sería llevada al lugar. Dos veces, las dos para interrumpir embarazos del Mono Ale. En una de ellas, encontró a Marita Verón.
F081014 se quebró al nombrar a la joven desaparecida en 2002 y que todo el país busca. Ella la vio y guardó el secreto durante 15 años. El remordimiento no la deja vivir dijo llorando y escupió “me siento tan culpable de no haber podido ayudar más en ese momento (…) De haberla visto a Marita Verón hacerle un aborto en lo de Lita y no haber podido hacer nada. Y la culpa no me la saca nadie, le juro por la vida de todo lo que tengo que no vivo en paz”. El llanto la desbordó en ese momento y un silencio helado se apoderó de la sala de la audiencia. “Todo lo que pueda aportar lo voy a aportar”, remató ella, como intentando vencer al monstruo de la culpa que no la deja vivir.
Cuando el encuentro con Marita Verón ocurrió, la testigo ya era explotada sexualmente por el Mono Ale, siempre según su relato. La vida de una mujer vendida y entregada a que la violen a diario apenas puede ser descripta en palabras. En el comienzo, las mujeres pasan por una etapa de aprendizaje. “La enseñanza consistía en violarnos y falopearnos. ¿Para qué? Para que nos quedemos calladas. Yo le tenía que estar agradecida a Ángel Adolfo Ale por no tirarme en una zanja, por llevarme a hacer dos abortos. Vi pasar muchas chicas y nunca más… De esos abortos yo salí, hoy puedo estar hablando”, contó. Ser explotada sexualmente es “no tener derecho a que se nos cuide, que se nos lleve como a ratas a que nos saquen lo que tenemos adentro. Tener que rogar que no maten al padre de mi hijo por celos”. Así lo describe la mujer a la que le arrancaron hasta el derecho de tener un nombre.
Dos funcionarios
La trata de personas existe y es rentable no sólo porque el Estado lo permite, sino porque sus miembros son consumidores, cuando no, beneficiarios y parte del engranaje. Y la testigo F081014 aportó datos sobre ambos, con nombre y apellido.
Roberto Palina cumple en la vida pública de Tucumán al menos dos funciones: es titular de la Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (Fotia) y, además, Secretario de Trabajo de la Provincia. F081014 dice conocerlo, aunque en un nivel más íntimo: fue “entregada” por el Mono Ale para satisfacer al actual funcionario, relata.
La presunta participación de otro funcionario provincial es más grave aún que la que se le atribuye a Palina. Armando “Cacho” Cortalezzi, interventor de la Caja Popular de Ahorros, era un cafisho novato, según el testimonio de la mujer. Lo conoció cuando la llevaron a hacer un “servicio” en el hotel propiedad del alperovichista que queda en calle Santiago al 1.000, dijo. Contó que él la esperaba en el cuarto y la frenó cuando comenzó a sacarse la ropa. Le dijo que no buscaba sexo sino hablar, quería hacerla una propuesta: ir a trabajar a un lugar en San Andrés que él regenteaba. El pago era alto, el nivel de los clientes también y Cortalezzi necesitaba afianzarse en un medio en que era novato, explicó. La testigo agregó que los nuevos proxenetas debían, sí o sí, comenzar bajo el ala de uno de los grandes y, en este caso, el ex legislador estaba amparado por Rubén “La Chancha” Ale.
La mujer sintió miedo, le dijo que no estaba segura. Cortalezzi, cuenta ella, la llevó a la planta baja para tranquilizarla. Allí estaba María Jesús Rivero, entonces esposa de La Chancha, quien la tranquilizó. Le dijo que acepte el “trabajo” sin temor, porque ella iba a estar ahí todo el tiempo para cuidarla. Finalmente, la testigo rechazó la propuesta.
Cortalezzi aparece en su relato como proxeneta, a diferencia de Palina, que se presenta como cliente. El cruce entre la explotación sexual y el poder político quedó expuesto en el testimonio en todo su esplendor : contó cómo las “fiestas” de funcionarios de la Casa de Gobierno eran uno de los destinos de las mujeres que explotaba el clan Ale, cómo había policías que trabajaban para la Chancha y qué funciones cumplía cada uno. Cómo se asesinó a un rival, cómo se golpeaba a las mujeres, cómo se las obligaba a abortar y luego nunca volvían. Cómo se vendía a las mujeres a Salta, Catamarca, Chubut y otras provincias y la ganancia iba para la Chancha.
Escándalo y desmayo
Tras mucho debate sobre la modalidad de la declaración –se trata no sólo de un testigo de identidad reservada sino de una víctima de trata, por lo que debió ser asistida en todo momento por una psicóloga-, la imagen de la mujer apareció en las pantallas de la sala pasadas las 16. El Mono Ale cambió su postura corporal cuando la vio. Giró la cabeza hacia el abogado de Susana Trimarco, Carlos Garmendia, y comenzó a mover los labios y hacer señales incomprensibles. La esposa del imputado y sus hijos murmuraron. La tensión se instaló en la sala y estalló minutos después, cuando el Mono a los gritos comenzó a atacar a Garmendia, que estaba entre el público, acusándolo de mandar mensajes de texto a la testigo o a alguien que influya en la mujer que estaba declarando. Su abogado defensor, Cergio Morfil, comenzó a gritar más fuerte. Los micrófonos se apagaron para que la testigo no supiera lo que estaba ocurriendo. La Gendarmería ingresó a la sala, personal del servicio penitenciario se llevó al menor de los Ale y Garmendia se retiró. Morfil tomó su maletín y comenzó a retirarse a los gritos, pero el tribunal no se lo permitió. “Le advierto que la defensa no puede abandonar su función”, le gritaba la presidenta del tribunal, Alicia Noli. Morfil, bramando y sin dejar el portafolios, daba vueltas en círculo esquivando a los gendarmes. Finalmente, se sentó y se reanudó la audiencia.
Tras varias horas de declaración y habiendo sufrido algunas crisis de llanto, la testigo pidió pasar al baño y desapareció de la pantalla. Nunca más apareció. En su lugar, se sentó un funcionario judicial para informar que F081014 se había desmayado y golpeado la cabeza, mientras a sus espaldas se veía pasar a varios médicos del Same. La audiencia quedó suspendida.
El miércoles que viene, la mujer sin nombre volverá a sentarse frente a la cámara a enfrentar al clan más famoso de la Tucumán de los años ’90 y la primera década de este siglo. Su testimonio vuelve la mirada hacia una época en la que los Ale parecían invencibles.
Pone cuerpo a sospechas que la fiscalía, las querellas y muchos ciudadanos de a pie siempre tuvieron: que manejaban el negocio de la droga, la venta de mujeres, los autos ilegales y otros delitos como torturar y asesinar gente.
El fino hilo de voz de esta mujer vuelve a hilvanar una historia que, quizás, hubiera quedado sepultada bajo las chicanas jurídicas y alojada en la memoria colectiva sin mayores consecuencias. Frágil y con miedo, los ojos siempre al borde del llanto, parece volverse gigante cuando habla. Y ni el viejo poder de los Ale parece poder pararla.
* Por Mariana Romero para APA! / Fotografías gentileza La Gaceta de Tucumán.