Cerca del desenlace de la crisis
Por Atilio A. Borón para Página/12
La crisis venezolana se acerca a su desenlace. La brutal ofensiva de la oposición, en realidad, la contrarrevolución, está acelerando los tiempos para desencadenar el “cambio de régimen” que Washington viene intentando hace tiempo sin éxito. Guerra económica, ofensiva diplomática, terrorismo mediático y del otro, desprestigiados carcamanes de la política latinoamericana exigiendo la liberación de los “presos políticos” y el fin de la curiosa “dictadura” de Nicolás Maduro.
Quienes incendian hospitales y edificios públicos, destruyen propiedades, protagonizan saqueos y matan a mansalva aparecen gracias a la magia de la manipulación mediática como “combatientes por la libertad” y no como delincuentes comunes, pagados para “calentar la calle” y producir –siguiendo el guión prolijamente elaborado por Eugene Sharp, entre otros consultores de la CIA– el caos que haga que la población hastiada de tanta violencia y desorden decida aceptar “un final terrible antes que un terror sin fin”, como lo recordaba Marx en El Dieciocho Brumario.
Ante este cuadro, ¿qué puede hacer el gobierno bolivariano? Maduro ofreció nada menos que una Constituyente para evitar una guerra civil y la desintegración nacional. Las propuestas de diálogo para encontrar una solución pacífica tienen pocas chances de progresar porque lo que quieren los agentes de la contrarrevolución –alentados desde Washington– no es el acuerdo sino el derrumbe del régimen, “la salida”.
Lo que tienen en la cabeza no es una especie de “Pacto de la Moncloa” sino la aplicación del “modelo libio”: promoción del caos, tierra arrasada, invasión externa disimulada como “ayuda humanitaria”, caída del gobierno, linchamiento de Maduro y la dirigencia chavista a manos de una turbamulta organizada por la CIA (al igual que se hiciera con Khadafi).
Ese es el plan, ante el cual la única opción que tiene el gobierno será abandonar la excesiva e imprudente tolerancia tenida con los agentes de la contrarrevolución, con los incendiarios y los guarimberos, y descargar sobre el ala insurreccional de la oposición todo el rigor de la ley. Restaurar un orden político y social y una normalidad económica, saboteada por aquellos es una necesidad imprescindible e impostergable. Y para ello Maduro tendrá que apelar a toda la fuerza del estado. Para no terminar como Libia o para no correr la misma suerte que el Sandinismo, derrotado electoralmente en 1990 aunque, podrá decirse que este retornó al poder 17 años más tarde. Si. Pero Nicaragua no reposa sobre un mar de petróleo y Venezuela sí.
Y si la contrarrevolución llegara a triunfar la tierra de Chávez y Bolívar se convertiría de hecho en la estrella 51 de la Unión Americana, que más de un siglo después todavía se resiste a devolver Puerto Rico, que no tiene petróleo, a su pueblo.
*Por Atilio A. Borón para Página/12