La vigencia de un corsario
Repudiado y glorificado, acusado y celebrado, el siempre esquivo Jorge Asís escribió sus «Memorias Tergiversadas», otra novela donde se encarga de llenar los espacios vacíos de su sistema biográfico-ficcional. La vigencia de un escritor que, siempre ajeno a las taras del sistema cultural, puso a Clarín de rodillas, no hizo silencio ante la corrupción kirchnerista y hoy hace temblar a los trolls de Cambiemos a través de su trinchera web.
Por Nicolás Mavrakis para Revista Crisis
I. Antes y después (y después y antes) de la política
Entre el antes y el después de la incursión más formal de Jorge Asís en la política, una vez concluido con éxitos y con catástrofes el Ciclo Canguros (Flores robadas en los jardines de Quilmes, Carne picada, La calle de los caballos muertos y Canguros) y cerrado también el Ciclo Rivarola (Diario de la Argentina, El pretexto de París / Rescate en Managua y Cuaderno del acostado), se produjo un cambio también formal en la escritura literaria de Jorge Asís. El salto se registra con precisión entre las novelas El cineasta y la partera (y el sociólogo marxista que murió de amor), publicada en 1989, y La línea Hamlet o la ética de la traición, que en 1995 significó el retorno de Asís de su propia exoneración editorial (“Me dije: saco los libros del mercado y fomento la necesidad de leerme, hago pesar la falta. Y a nadie, en el fondo, le importó un carajo”). Desde ya, el impulso narrativo y el ánimo visceral del novelista son los habituales. Pero lo que cambia en ese lapso es la maquinaria a gran escala del procedimiento narrativo. La manera en que las palabras, las ideas y las imágenes se fabrican en la escritura.
A partir de La línea Hamlet o la ética de la traición (“había publicado la novela sobre el menemismo, que me reclamaban. Pero estaba escrita en clave. Fue tan alegórica que nadie entendió nada”) podría decirse entonces que es la escritura, en su más transparente dimensión material, lo que absorbe y transfigura una experiencia radical en la vida del escritor. Ahí está, por lo tanto, el territorio fundamental de estas Memorias tergiversadas: las huellas más evidentes de las funciones oficiales ante la UNESCO en París, la fugaz vida ministerial en Buenos Aires (con los “choripaneros del lenguaje” y los “hurgadores de sueldos” que lo rodearon en la Secretaría de Cultura de la Nación), las múltiples batallas sordas con “el frente cultural”, el retorno a Europa como embajador “Artículo Quinto” y, por supuesto, las consabidas roscas políticas, el ocaso informal del menemismo (con la fórmula presidencial utilitaria Rodríguez Saá – Asís) y el retorno triunfal al periodismo (“de pronto el naufragio personal encontraba una playa. Para pesar, para pisar fuerte, debía escribir periodismo”). ¿Cómo, entonces, leer estas Memorias tergiversadas? El énfasis del propio Asís en que este libro es una “novela” es engañoso: si sus memorias son una novela, entonces todas sus novelas siempre han sido memorias (y quienes hayan leído las novelas no solo saben que esta paradoja es cierta, sino que esas memorias avanzan bastante más allá de la estricta autobiografía individual para zambullirse en la gran escala de lo generacional). Tal vez Memorias tergiversadas tenga que leerse como lo que es: la explicación, la reconstrucción, la narración pendiente de “olvidos selectivos” que, si por un lado, da sentido al notable hiato estético entre 1989 y 1995, por otro lado ajusta las coordenadas entre un frustrado exilio madrileño en los años ochenta y la penúltima resurrección, treinta años más tarde, como columnista estrella en televisión y en internet y, sobre todo, como uno de los más agudos objetores ideológicos y políticos de la Alianza Cambiemos (“el Tercer Gobierno Radical”, en la nomenclatura de Asís).
II. El largo giro aristocrático
Las trampas máximas, en todo caso, son todavía las filiaciones presuntas. Y si la necesidad compulsiva (y casi policial) de identificar (y encapsular) a Jorge Asís como algo más que un cruento novelista tiene poco de novedoso ‒fue “comunista”, en los setenta; “colaboracionista”, en los ochenta; “menemista”, en los noventa, “antikirchnerista”, en la década pasada, ¿“peronista” hoy?‒, tampoco es nueva la compulsión de Asís por desmarcarse, reconstruirse y avanzar.
Si de algo trata su literatura es precisamente de eso: el giro aristocrático ‒y sin dudas balzaciano‒ que se desentiende de las convenciones generales y de las conveniencias ajenas para concentrarse en las propias. En ese sentido, y tal como se narra en Memorias tergiversadas, la necesidad coyuntural de convertirse en el secretario de Cultura en 1994 (“Te pasaste cinco años en París, no podés quejarte, Turco, te pagamos bien. Vení a poner un poco el hombro acá”) refleja que es Asís quien mejor sabe que tiene, como escribe, “experiencia para controlar las contradicciones”.
Pero esa misma experiencia es la que vislumbra, también, que el problema recurrente alrededor de cómo representar lo que otro espera que sea representado ‒en especial si tal petición la formula el Poder‒ puede alcanzar escalas tan elevadas ‒y distintas a las literarias‒ que puede volverse ingobernable. En el plano de las más refinadas lecturas crítico-literarias, la cuestión podría expandirse: donde sea que resurge el interés por la desheredación y el nuevo comienzo, ¿no estamos siempre en el suelo de la modernidad auténtica? Están quienes, para hacer estallar la masa hereditaria de lo que se dice dado, recurren a la dinamita, a la utopía, a las drogas y a la genética. Desde Buenos Aires, y desde hace muchos libros, Asís recurre a su propia vida.
“Representar oficialmente, en el máximo nivel institucional, a la cultura que no podía asimilarlo”, como escribe sobre la experiencia como fugaz secretario de Cultura, es el tipo de paradoja estética y política que podría trasladarse, sin mayores interferencias, a las condiciones iniciales de la vida literaria de Asís como best-seller o al intento de dar un salto editorial internacional (algo que chocó con la rentabilidad asegurada de una literatura sudaca aún rentable y limitada a zonas específicas de la victimización y el exotismo, una literatura sin mayores conflictos ideal para la exportación). Si se esquivan otras cuestiones (tal vez más interesantes), la misma paradoja de lo irrepresentable sirve, de hecho, para aterrizar sobre la incomodidad ideológica hoy presente en los poros mentales de Twitter entre kirchneristas melancólicos, cristinistas desplazados, macristas rentados y massistas expectantes cuando, por ejemplo, Jorge Asís habla sobre Cambiemos delante de Alejandro Fantino.
III. El joven empresario Mauricio Macri
Hay un vínculo que, en todo caso, vale la pena establecer en Memorias tergiversadas. Un hilo que atraviesa el ocaso de aquella videopolítica de la que hablaba Giovanni Sartori en los noventa y el “gobierno light” ‒como lo llama Asís‒ de Mauricio Macri. “Esta es la nueva política. Solo palabras y marketing. Paja total. Es el triunfo póstumo de la mala literatura”, le dice Asís a Hamid, “el biógrafo de Tánger”, hacia la mitad del libro.
Es 1999 y los principales estrategas de Carlos Menem, dispuestos a entorpecer la avanzada definitiva de Eduardo Duhalde ‒que va a perder ante Fernando De la Rúa‒, acaban de anunciar la fórmula Rodríguez Saá – Asís (las palabras telefónicas del “ministro Cozarinsky” son directas: “Pronto te llamará el Adolfo, para proponerte que lo acompañes en la fórmula presidencial. Y aceptá, no seas pajarón y aceptá. No te hagas el importante, ni vayas a decirle que tenés que pensarlo. Decile directamente que sí, que lo vas a acompañar, chau”).
“Solo palabras y marketing” define bastante de lo que, hasta el momento, “la nueva política” se las ha arreglado para sostener como modelo privilegiado de gestión (“paja total” y “triunfo póstumo de la mala literatura”, probablemente, sirvan para describir esa otra noción concomitante de la “nueva política” que es la comunicación estratégica). Es en ese contexto de transición entre la vieja y la nueva política que, en la red de estas memorias, el actual presidente Mauricio Macri tiene una única aparición estelar: “Por intermedio de Ramón, su amigo Puerta, se trató que el joven Mauricio Macri financiara el diario”. ¿Qué diario? Es el período 2002/2004, época en la que abundan los escraches ‒“movidas fascistoides del 2002”‒ y Asís “planifica en medio del naufragio personal”. Néstor Kirchner, al mismo tiempo, circunvala la Presidencia de la Nación y es ahí cuando surge “el proyecto” de “un diario opositor al flamante fenómeno que generaba el nuevo presidente” (la definición que Asís, en ese período, hace de Kirchner en el libro pero también por fuera de la literatura es sintética, conocida y precisa: “Líder de culto y fenómeno delictivo”). Macri, entonces, “el joven empresario inquieto que preparaba su proyecto político”, después de comer en su casa de Barrio Parque, escucha la propuesta. “La atractiva esposa de entonces se mostraba infinitamente inteligente. Se la notaba muy informada. A ella, bella Isabel, el proyecto del diario le sonaba fascinante. Pero nada”. Entre los inversores que tampoco quisieron invertir se menciona a otro meteorito fugaz de la “nueva política”, Francisco de Narváez, y a “un grupo editor” de España. “Pero no podían avanzar en la patria por los obstáculos que presentaba el Grupo Clarín”.
En este punto la pregunta es hipotética pero inaugura también un margen para la ironía. ¿Qué habría pasado si “el joven empresario inquieto” hubiera efectivamente invertido en ese potencial “diario opositor”? Lo que establece Memorias tergiversadas, en tal caso, es lo que sí pasó: el proyecto ampuloso de editar un diario “derivó finalmente en un blog digital, que prefirió denominarlo portal. La salvación era internet”. Fue entre bytes y redes sociales, entonces, como iba a consolidarse la flamante resurrección triunfal de Jorge Asís entre las voces que se hacen oír por sí mismas en Argentina. Una relevancia por la cual llegó a conocerlo toda una nueva generación que ni siquiera lo había leído como novelista. “Pronto experimentó que influía, que su información con interpretación penetraba”, recuerda Asís. Con las investigaciones publicadas en “el portal” ‒con primicias hoy masticadas y regurgitadas y vueltas a masticar con un espíritu justiciero ya algo ridículo por múltiples periodistas corporativos, donde se incluyen, entre otras, el zigzagueo jurídico de Amado Boudou, el “Fort Knox” de los Kirchner (“El Furia”) en Santa Cruz y la ahora hiperremanida carrera económica de Lázaro Báez‒, Asís volvió, además, a las listas de best-sellers. Hasta el Grupo Clarín iba a terminar por aceptarlo de nuevo como interlocutor y Penguin Random House Mondadori iba a dedicarle una colección completa con la edición renovada de toda su obra literaria (con presentación estelar en la Feria del Libro de Buenos Aires). Si aquella negativa financiera del “joven empresario inquieto” puede leerse, a la distancia, y con ciertas licencias, como uno más ‒apenas uno más‒ entre los muchos pasos políticos en falso del macrismo, es algo que queda apenas en manos del lector. Como síntoma en el aire del presente, al menos, lo que en Twitter supuran los trolls macristas cada vez que @AsisOberdan abre la boca es, en principio, el más puro y desesperado pavor.
*Por Nicolás Mavrakis para Revista Crisis